Una nueva crisis estructural del sistema supone un incremento del expolio constante que se realiza a la clase trabajadora, supone la pérdida de muchos de los pocos derechos ya conquistados mediante lucha obrera, supone despidos y desahucios, hambre y miseria, y lo supone para nosotros y los nuestros. En una tesitura como la actual resulta […]
Una nueva crisis estructural del sistema supone un incremento del expolio constante que se realiza a la clase trabajadora, supone la pérdida de muchos de los pocos derechos ya conquistados mediante lucha obrera, supone despidos y desahucios, hambre y miseria, y lo supone para nosotros y los nuestros.
En una tesitura como la actual resulta más fácil para la clase oprimida caer en la cuenta de la contradicción capital-trabajo, quizá casi de forma intuitiva: los ricos más ricos, los pobres más pobres. Resulta cada vez más difícil ocultar el hecho de que quienes pagamos cada crisis capitalista somos los trabajadores, mientras los patrones aumentan su opulencia, lo que supone una mayor posibilidad de que haya gente que se posicione abiertamente en contra de este sistema criminal.
El capitalismo sabe de sus crisis estructurales y cíclicas y no ignora en absoluto que pueden suponer el auge de las luchas revolucionarias. Conociendo esto, ¿alguien cree que el capitalismo no se encarga de crear posturas que parezcan estar contra el sistema sin suponer para el sistema un peligro real? ¿Alguien cree que los propios capitalistas no crean ideas que finjan ser «soluciones» para que las adoptemos creyendo que hemos salido de su alienación? Pensar esto sería pecar de idealismo. Los capitalistas se han encargado, por ejemplo, de mitificar una inmensamente falsa imagen de Gandhi como estandarte del pacifismo pidiéndonos que le imitemos para hacer una «revolución». Su hegemonía cultural ha posibilitado que seamos capaces de renegar de toda violencia mientras ellos la monopolizan y no dudan en usarla contra el pueblo. Esa postura beneficia al capital, que la plantea de forma que una parte de la izquierda decide adoptarla y así asegurarse, no sólo de que no van a dañar al capitalismo sino, además, de que señalarán ellos mismos como «radicales» a los que prediquen el uso organizado de la violencia revolucionaria, esto es, a quienes sí representen un problema real para el capital.
Pero no se queda aquí la cosa. Además de vendernos una especie de «pacifismo antisistema» han logrado crear más posturas que se presumen contra el capitalismo pero que, de facto, no son más que una tregua para el mismo. Este es el caso de la «salida individual».
Esta idea de la «izquierda de la salida individual» consiste en llegar a conclusiones del tipo «como el capitalismo es malo voy a autogestionarme viviendo en el campo o a formar una cooperativa con algunos conocidos. Así estaré fuera del sistema». No es casualidad que cuanto más aumenta la tensión social, más oigamos prosperar estas tesis. Este tipo de salidas se plantean muchas veces como una ruptura con el sistema, que es tan ficticia como decir que no existe la extrema derecha sólo porque nosotros rechazamos sus ideas. Casi se venden como una originalidad que al sistema le puede molestar. Nada más lejos de la realidad.
No hace falta una gran reflexión para ver cómo el capitalismo juega a ensalzar esos «ideales» individualistas que nos han hecho interiorizar, ya que estos planteamientos, que ellos mismos avalan, suponen desentenderse del resto de los trabajadores y elegir un camino que complace sólo a uno mismo, que no supone una lucha conjunta para derrocar al sistema, sino una huída individual que lo deja intacto, como tampoco hace falta pensar mucho para plantearse por qué a los burgueses les vienen como anillo al dedo esta clase de planteamientos. Imaginen lo que el capitalismo agradece este tipo de posturas en las que, de entre la poca gente consciente del capitalismo como sistema opresor de la inmensa mayoría de la población, un porcentaje -mayor o menor- decide desentenderse de la lucha y dejar al capitalismo vivir tranquilo y seguir su explotación masiva con total impunidad.
Podrían plantearse un sinfín de argumentos sobre por qué este tipo de posturas nada tienen que ver con estar «fuera del sistema», como el hecho de que una cooperativa supondría, por muy cooperativa que sea, tener que competir por las ventas con empresas capitalistas, lo que a su vez supone aceptar las reglas del juego del mercado para poder vivir o sobrevivir, cayendo casi en la autoexplotación, pues se sigue produciendo dentro del sistema. Podríamos plantear que, en caso de que hubiese una guerra imperialista, un huerto ecológico sería bombardeado igualmente o el simple hecho de que si al capitalismo no le interesa que existan las cooperativas, porque lleguen a suponer una competencia real en un sector determinado, podría prohibirlas a golpe de legislación burguesa. Y así un largo etcétera.
Es por ello que sin duda es idealista plantear que esas ideas «rompen» en modo alguno con el sistema, pensar que no son nuestros propios explotadores los que, sobre todo en momentos de mayor visibilidad de las contradicciones del capitalismo, nos inculcan este tipo de pensamientos para evitar que nos organicemos y luchemos, que nos unamos de forma consciente contra ellos. Y así como peca de idealismo, lo hace de individualismo, pues decidir desentenderse de esa lucha, posicionando el bienestar personal por encima del colectivo, del de nuestra clase en su conjunto, es hacer alarde de esos «valores» que tanto se ha molestado por construir el capital. No deja, pues, como posición individualista, de ser una posición algo cómoda, mucho más cómoda, sin duda, que la ardua tarea de concienciar para que se entienda la necesidad de la organización, del trabajo consciente y constante que hace falta para enfrentar al opresor como clase trabajadora organizada y acabar, de una vez por todas y de raíz, con el criminal sistema capitalista.
Yelena Nájera es militante de Iniciativa Comunista.
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