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La seguridad no se garantiza con la guerra

Fuentes: Rebelión

Las guerras y quienes las financian son la causa principal de los atentados y del drama de los refugiados y refugiadas. Federico Mayor Zaragoza, ex director general de la Unesco, considera que no rebelarnos contra esa barbarie es un «delito de silencio», porque la indiferencia, asevera, equivale a complicidad. Detrás de los atentados, como denuncia […]

Las guerras y quienes las financian son la causa principal de los atentados y del drama de los refugiados y refugiadas. Federico Mayor Zaragoza, ex director general de la Unesco, considera que no rebelarnos contra esa barbarie es un «delito de silencio», porque la indiferencia, asevera, equivale a complicidad.

Detrás de los atentados, como denuncia el Papa Francisco, están los fabricantes de armas que quieren sangre, y no paz; quieren guerra, y no fraternidad. Los emails de Hilary Clinton, la actual candidata demócrata a la presidencia de EEUU cuando era secretaria de estado, explican cómo «promovimos la guerra de Siria para beneficiar a Israel».

La barbarie de Bruselas la viven casi diariamente en Siria, Yemen, Irak, Nigeria, Turquía, Somalia, etc. Eso es de lo que huyen las personas refugiadas. Solo unos días antes de los atentados de Bruselas no fueron una, sino dos, las bombas que acabaron con la vida de casi medio centenar de personas en Ankara, capital de Turquía, causando al menos 37 muertos y más de 100 heridos. En 30 días ha habido atentados de los que no hemos oído informar en nuestros medios occidentales y que poco parecen importarnos. El 20 de febrero en Damasco (Siria), 83 muertos y 178 heridos. El 21 de febrero en Homs (Siria), 90 muertos y 160 heridos. El 26 de febrero en Mogadiscio (Somalia), 38 muertos y 53 heridos.

El 28 de febrero en Baidoa (Somalia), 5 muertos. El 13 de marzo en Ankara (Turquía), 37 muertos y 125 heridos. El mismo día, 13 de marzo, en Grand Bassam (Costa de Marfil), 18 muertos. El 16 de marzo en Maiduguri (Nigeria), 27 muertos y 17 heridos. El 16 de marzo también en Peshawar (Pakistán), 15 muertos y 30 heridos. El 19 de marzo en Estambul (Turquía), 4 muertos y 36 heridos. El 21 de marzo en Anbar (Irak), 30 muertos. El 22 de marzo en Bruselas (Bélgica), 35 muertos y 200 heridos.

El 25 de marzo en Bagdad (Irak) y Adén (Yemen), 30 personas murieron y 95 resultaron heridas en el primero, y 26 personas murieron y decenas heridas en el segundo. El 27 de marzo en un parque público de Lahore (Pakistán), 72 personas y 360 heridos, la mayoría mujeres y niños. Por eso, mucha gente se está preguntando dónde están las muestras de solidaridad con todas estas poblaciones, como en su día hubo con Charlie Hebdo, con París y actualmente hay para Bruselas.

Pero no olvidemos que los misiles occidentales y las bombas del ISIS matan a más inocentes en una semana de los que mueren en atentados en suelo europeo en un año. La diferencia es la respuesta de los medios. «Un musulmán muerto es un perro con mala suerte en el lugar equivocado y en el momento equivocado, mientras que un europeo muerto es una noticia de portada», denuncia el periodista de The Guardian Simon Jenkins.

Los gobernantes occidentales reaccionan de forma convulsiva, usando los atentados para aumentar su popularidad, instaurando un clima de terror contra «los otros». Se buscan «otros» en cada esquina, se anima a la delación y a la sospecha permanente, incluso en los colegios. Se crea un clima de inseguridad permanente. La histeria se amplifica con el aterrizaje del lobby de la seguridad. Todos los implicados en esta reacción tienen intereses en el terrorismo. «Se puede hacer dinero, mucho dinero: cuanto más terrorífico se presente, más dinero se hace», explica Jenkins.

Se reacciona así anunciando que se bombardeará inocentes que viven en Siria para combatir al ISIS, como si por esa regla de tres se debiera bombardear la ciudad de Bruselas de donde eran esta vez los presuntos terroristas. Se da forma al terrorismo de Estado, amparado por un Estado de excepción y terror, impuesto a una población que se encuentra inmersa en un auténtico estado de shock, ante la histérica reacción de sus dirigentes, que compiten en esta alocada carrera por ver quién gasta más en armamento y control, quién contrata más compañías de seguridad privadas para restringir aún más las libertades y quién decreta el estado de excepción más permanente y aterrador.

La población aprende así a socializar el terror, sintiendo que ha empezado a formar parte de algo más grande que él, una especie de renacer cruzado junto a sus líderes, enfatiza el analista Daniel Bernabé. Qué otorga más valor a una vida carente de sentido que el sentimiento de pertenencia al grupo frente a la amenaza externa, se pregunta este experto. El terror y un mensaje repetitivo, «estamos en guerra», es insertado en el imaginario colectivo. Porque, efectivamente, nuestros dirigentes han conseguido que estemos en guerra con prácticamente el mundo entero, aunque nunca nos hayamos querido enterar.

De esta forma, todo un conjunto de prejuicios, manipulaciones y exacerbación de pasiones nos quieren hacer formar, disciplinadamente, parte de ese nosotros que se enfrenta con un «ellos». Y con la única finalidad de mantener el triunfo de la codicia de unos pocos y su «estilo de vida», denuncia la periodista Rosa María Artal. El que ha convertido Europa en frontera deshumanizada, con una crueldad que hasta esforzadas organizaciones no gubernamentales se ven incapaces de asumir.

Repetir llamadas a la unidad de todos los demócratas, hablar de seguridad con tono de firmeza marcial y prometer acciones decididas para acabar con el terror, lo que busca, realmente, plantea Bernabé, no es acabar con el yihadismo, sino convertirlo en una amenaza prolongada que anule cualquier posibilidad de disidencia en Europa y retrotraer a la Edad Media a aquellos países árabes que, como ya sucedió con Irak o Afganistán, van a suponer un suculento negocio de reconstrucción de sus infraestructuras y sistemas públicos desechos para los lobbies y multinacionales occidentales. Además de su control geoestratégico y el dominio sobre sus recursos naturales.

Por eso compartimos plenamente con Bernabé el análisis de que el terrorismo no es más que el enésimo problema de este sistema fallido, que habla de derechos humanos pero sólo defiende el derecho a entender el mundo como un negocio mediado por la guerra. Los atentados no son fruto de una barbarie sin motivo, sino que son el resultado de nuestra política. Concluimos, con él, que el legítimo derecho a la seguridad de occidente no va a ser garantizado con más injerencia, invasiones, bombardeos y militarismo, sino por un desarrollo del mundo árabe autónomo, laico y democrático.

Enrique Javier Díez Gutiérrez y Víctor Álvarez Terrón. Universidad de León y UNED.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.