El neoliberalismo nunca trató con júbilo la existencia de Chávez. El capitalismo tampoco. En el año 1992, el 4 de febrero, Chávez encarnó el espíritu pleno del Caracazo, de rebelión popular, de rechazo al modelo concentrador de riqueza garantista del vivir mejor de unos pocos a costa del vivir bien de las mayorías. Chávez lo […]
El neoliberalismo nunca trató con júbilo la existencia de Chávez. El capitalismo tampoco. En el año 1992, el 4 de febrero, Chávez encarnó el espíritu pleno del Caracazo, de rebelión popular, de rechazo al modelo concentrador de riqueza garantista del vivir mejor de unos pocos a costa del vivir bien de las mayorías. Chávez lo intentó por la vía rápida; quizá fuera un error táctico pero, sin dudas, todo un acierto estratégico. Este hecho le permitió ser el portavoz de un pueblo azotado por las políticas emanadas de Washington en plena consolidación de las décadas perdidas. En esos años, los desajustes estructurales y los programas de desestabilización eran los ejes de las políticas impuestas desde los centros de poder para construir periferias disponibles al servicio de la tasa de beneficio de las grandes corporaciones. Mientras que la integración neoliberal de la Unión Europea se iba tejiendo, América latina comenzaba a despertar -a modo de nuevo topo- bajo el liderazgo de Chávez, quien ganó las elecciones contra pronóstico en el año 1998. Su primera decisión fue respetar el poder emanado del pueblo como sujeto constituyente: jamás habría cambio sin salir del yugo de un poder constituido que institucionalizó sólidos mecanismos para excluir a las mayorías. A partir de ese momento, las zancadillas fueron innumerables: golpe de Estado, paro petrolero, intentos de desestabilización (interna y externa), presión mediática internacional y amenazas de todas las fuerzas económicas globalizadas.
Chávez sólo pensó en su pueblo. Redujo la pobreza y la desigualdad tal como lo afirma la propia Cepal; la pobreza pasó del 49,7 por ciento en 1999 al 27,8 por ciento; la pobreza extrema bajó del 25 al 7 por ciento, el índice de desigualdad transitó de 0,49 a 0,39. Se alcanzaron niveles satisfactorios en seguridad alimentaria, como así lo manifiesta la FAO, en el año 2012. Venezuela es ya una zona libre de analfabetismo, según la Unesco. La tasa de matriculación universitaria es la segunda más alta de América latina (después de Cuba) y la quinta del mundo, según la misma Unesco. La inversión social llegó a ser más del 50 por ciento del PIB. El índice de desarrollo humano también fue mejorado según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. Se hicieron más viviendas en el año 2012 que en todos los Estados Unidos (tal como lo afirma el Centre for Economic Policy Research). En el año 2012 se entregaron más de 200 mil viviendas; la gran diferencia es que las viviendas venezolanas eran para el pueblo, sin especulación, sin burbuja, y con un sentido fuertemente democrático, de viviendas gratis para todos los que los necesitan. Además, hace días, y a pesar de lo que dicen los medios hegemónicos, Venezuela conformó parte del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Todo eso es Chávez. Los beneficios son del pueblo; la deuda a saldar es la social; la soberanía e independencia es defender los recursos estratégicos, y el mercado sólo sirve si es siervo del ser humano. El poder ya no es el financiero, ahora es el popular. Chávez optó por dejar a un lado los eufemismos y prefirió dedicarse a hacer política de verdad, legitimado por el apoyo de las mayorías, bajo un modelo de democracia real donde los procedimientos son importantes, pero más importantes son los múltiples ámbitos donde el pueblo exige bienestar y justicia social.
No obstante, Chávez no sólo es un líder para adentro, sino que es fundamental en términos geoestratégicos para la región y, por qué no decirlo, para buena parte del mundo. Siempre tuvo claro que sólo es posible cambiar hacia adentro, cambiando las relaciones de poder hacia afuera. Con su «ALCA, ALCA, al carajo» rechazó el Acuerdo de Libre Comercio para las Américas impulsado por los Estados Unidos y creó otra forma justa de integrarse para los pueblos: el ALBA. Hasta inventó una nueva moneda de compensación regional, el sucre, que refleja realmente el poder visionario de este hombre de época que intuía el cambio de tendencia sobre el uso monopólico del dólar como patrón de moneda internacional. Impulsó la creación de Unasur. Y, por último, logró crear la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), mermando protagonismo a la OEA, que ya deja de ser el único espacio ordenador en la región. El cambio de piezas no es menor: Cuba por Estados Unidos. Chávez es, desde ya, el nuevo libertador del siglo XXI.
Chávez cambió la historia de Venezuela, fue fundamental en el nuevo rumbo de los caminos de América latina y participó significativamente a favor de una nueva reconfiguración del orden geoeconómico mundial. Puso el sur como norte en plena transición geopolítica. Quizá sirva para la periferia europea: sí se puede. Esto en Venezuela nunca fue un slogan, es la mismísima verdad. La semilla del chavismo ha echado raíces. Gracias, comandante.
* Doctor en Economía. Coordinación América latina CEPS.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-215326-2013-03-08.html