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La semilla estaba sembrada en Noruega

Fuentes: Rebelión

Es difícil salir de la perplejidad, de la rabia, de la impotencia, del dolor que emana de las fotografías que muestran los cuerpos de decenas de niños reventados cuando ejercían su derecho a la felicidad; de la tristeza terrible de sus seres queridos huérfanos de vida, de aliento para seguir adelante en el que fue […]

Es difícil salir de la perplejidad, de la rabia, de la impotencia, del dolor que emana de las fotografías que muestran los cuerpos de decenas de niños reventados cuando ejercían su derecho a la felicidad; de la tristeza terrible de sus seres queridos huérfanos de vida, de aliento para seguir adelante en el que fue uno de los lugares más civilizados del planeta. Un hombre, un solo hombre según dice la policía de ese pacífico país estuvo disparando durante hora y media, matando a placer, sin prisa, sin apreturas, creyendo que estaba cumpliendo con el sagrado deber de limpiar su patria de criaturas que en el futuro pudieran procrear con árabes o negros, de niños que quizá mañana pudieran pensar que sería menester cambiar el mundo para hacerlo más justo, de personas que estaban siendo educadas en algo parecido a la igualdad y el progreso social. Para ese pistolero, mostrado por los medios convencionales como un sicópata solitario, aquellos niños borrados con balas racimo, no eran seres humanos, eran la viva imagen de un futuro viciado y podrido, de un mundo que agoniza no por lo que agoniza de verdad, sino por lo contrario.

Durante muchos años, dentro de lo poco que se hablaba en la España miserable del franquismo, nos hablaron los maestros de los países nórdicos, de vez en cuando. Decían que eran los países más desarrollados del mundo, pero que la gente vivía muy mal porque el Estado lo controlaba todo, de ahí la querencia de sus habitantes hacia el alcohol y el suicidio. Siempre que se habla de Suecia, Dinamarca, Finlandia o Noruega, se nos decía lo mismo, consecuencias funestas del materialismo ateo. Con el paso de los años, un número cada vez más elevado de personas creyeron aquellas mentiras, incluso el genial Ingmar Bergman, en los años ochenta, abandonó Suecia alegando la enorme carga impositiva que soportaba en su país. A los pocos años, tras ver otros mundos, regresó para siempre. Sí, los países nórdicos tienen todavía unos impuestos directos altos que les permiten gozar de los mejores sistemas de protección social del mundo. Son pocos, pero lograron lo que no se logró en ninguna otra parte del planeta.

Coincidiendo con la llegada de Tacher y Reagan al poder, el fascismo -ya está bien de llamar ultraderecha y otras cosas a lo que es fascismo puro y duro-, las naciones anglosajonas comenzaron a poner en práctica una doble ofensiva. Por un lado, trataron, y lo consiguieron, de ahogar a la URSS hasta hacerla desaparecer al someterla a una carrera armamentística que no pudo seguir por el anquilosamiento y la burocratización del régimen; por otro, una vez conseguida la extinción del coco soviético, se trataba de poner en tela de juicio en todo el mundo el papel del Estado en la economía y en la vida de los ciudadanos, había que acabar poco a poco con el Estado socialdemócrata, un Estado que quitaba al negocio billones de pesetas. Bergman, influido por Kierkegaard y Sartre, hablaba en sus escritos y en sus películas de la existencia de algo terrible dentro del alma humana, de una violencia que no respondía a códigos ni a reglas de ningún tipo, sino a algo atávico e irracional que late en nuestro subsconsciente y a menudo sale a la luz causando estragos. Para él, la única forma de combatir ese mal, era el amor, el amor en todas sus vertientes, desterrando para siempre cualquier cortapisa religiosa. Tacher y Reagan llevaban ese «algo terrible» dentro y pusieron las bases de un mundo a peor en el que el valor de las personas, sus premios y castigos, se mediría únicamente por sus éxitos económicos, arrojando a los infiernos a los carentes de ambición, a los defectuosos o a quienes se conforman, simplemente, con tener para vivir. Nos globalizaron, imponiendo todo lo malo a los más y dejando las frutas del paraíso para los menos. El virus que vino de América del Norte, atravesó Europa, el Estado era culpable de todo, el Estado era nuestro enemigo, nuestros amigos, los bancos y las grandes multinacionales que jugaban con la salud y la guerra y ambicionaban sustituir al Estado en todas sus funciones.

En España, no tenía que llegar nada, pues ya estaban aquí, nunca se fueron desde 1939, pero en Europa del huevo de la serpiente comenzaron a salir reptiles que a su vez pusieron nuevos huevos. Muchos intelectuales comunistas o declaradamente izquierdistas, fueron convirtiéndose al nuevo catecismo, renegaron de su pasado y de sus convicciones y se subieron a los púlpitos del nuevo liberalismo para predicar la buena nueva de las maldades del Estado intervencionista y las virtudes del Mercado, o sea del sometimiento de todos a la oligarquía del dinero. El caldo estaba preparado. Fue primero Le Pen, después el austriaco Jörg Haider, luego el holandés Pim Fortuyn, más tarde el hombre que quiere comprar la Cadena SER para hacerse con el monopolio de la información en España, Silvio Berlusconi, al poco los partidos fascistas de Bélgica, Polonia, Chequia y los países nórdicos, dónde cada año tienen más partidarios. Por increíble que parezca, todos esos partidos -con alguna excepción- han surgido en los países más ricos y desarrollados de Europa. Al principio muchos se tomaron ese nuevo escenario de ofensiva política y económica como una broma, como algo anecdótico. Decían, va, si sólo son xenófobos y racistas, quieren mantener la identidad de su país, y como cualquier persona decente, no desean que sus costumbres y sus tradiciones, se vean contaminadas por las de los salvajes que vienen del sur. Se comprendía, se comprende, hay que preservar la raza, el idioma, la cultura, la maldita religión. Un esquinjer le rompe la cabeza a dos chavales a la salida de un partido de fútbol, cosas de críos; queman a unos viejos en un cajero, cosas de la vida; piden la expulsión de los rumanos de tal país o región, natural; llaman ecuatoponis a nuestros hermanos de América, los esclavizan, que se hubiesen quedado en sus casas, lo mismo si mueren tres mil cruzando el Estrecho, que se jodan.

Mientras los partidos tradicionales de izquierda languidecen por sus contradicciones o giran a la derecha a la búsqueda de un electorado cada más envenenado por los medios de comunicación de masas que han creado a un tipo de individuo medroso, manipulable, insolidario, cazurro e irracional, que han llenado el viejo continente -como bien demuestra el caso Murdoch o el dominio de Berlusconi- de innumerables huevos de serpiente, la ultraderecha, con la ayuda del Dios de las religiones terrenales y de los poderes económicos, avanza como un virus letal que amenaza con regresar a Europa a periodos que creíamos superados para siempre. La mano blanda con el fascismo, las críticas brutales contra el Estado del bienestar, la educación utilitarista, el control de los medios por parte de gentuza, el menoscabo de derechos intocables y la falta de respuesta contundente de una sociedad abúlica, nos están llevando a un precipicio. Pondremos sólo unos ejemplos, en Finlandia, los fascistas tienen ya el 19% de los diputados, en Austria el 18, en Holanda el 15, en Suiza el 29, en Serbia el 30, en Suecia el 6, en Dinamarca el 14 y en Francia alrededor del 12. Si a esto añadimos un porcentaje alto de los partidos conservadores tradicionales que coinciden en muchos de sus postulados con los partidos fascistas, el panorama que se nos presenta no puede ser más descorazonador.

Está visto que la experiencia histórica no sirve de mucho y que una vez desaparecidas las generaciones que sufrieron directamente las tragedias, las nuevas no hacen caso alguno de los errores del pasado. El rifle que mató este fin de semana a cerca de un centenar de niños noruegos, no lo cargó sólo Anders Behring Breivik, llevamos cargándolo desde los medios, desde los hogares, desde las escuelas, desde las fábricas, desde los Parlamentos desde que Tacher y Reagan llegaron al poder. Y, como hasta ahora, no es el miedo la respuesta, sino lo contrario, barrer de un plumazo para siempre a toda esa panda de canallas, de verdaderos «PIGS», que se dedican a esparcir el odio desde las tribunas que les entregan los dueños de un mundo dirigido por hijosdeputa.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.