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Valsando con crímenes de guerra

La sinfonía de injusticia de Israel

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

«Vals con Bashir,» un «documental animado» autobiográfico del cineasta israelí Ari Folman, examina el recuerdo y la culpa reprimida de la participación de un soldado de las FDI [ejército israelí] en la horrible masacre de de refugiados palestinos en Sabra y Chatila en 1982, mientras ofrece al mismo tiempo una evocación aleccionadora de la actual brutal ofensiva militar de Israel en Gaza.

El público acompaña a Folman en este singular viaje estético – un vívido filme animado vuelto a dibujar de modo original basado en entrevistas reales grabadas – existentes de manera fluida en un purgatorio mental de recuerdos informales, recuerdos reprimidos e imágenes atormentadas. A través de la película, que es una impresionante colección de entrevistas originales, flashbacks, sueños y viñetas de la guerra, Folman trata de recoger su recuerdo bloqueado de la aciaga noche del 15 de septiembre de 1982, cuando casi 2.000 refugiados palestinos inocentes fueron brutalmente masacrados en el Líbano por enardecidas fuerzas cristianas falangistas libanesas que buscaban venganza por su presidente asesinado, Bashir Gemayel.

Un psicólogo recuerda a Folman que «la memoria es dinámica; es real… llena los vacíos.» Para ilustrar cómo los soldados mantienen la cordura al ser son enfrentados por el trauma y el horror, relata la historia de un soldado de las FDI quien recordó la carnicería en el Líbano como observador distanciado, neutral, que simplemente contempla los eventos a través de una cámara imaginaria como si estuviera viendo una película. Sin embargo, un solo recuerdo horrible de un cementerio abierto cubierto de hermosos caballos árabes muertos «rompe» esa cámara al obligarlo a enfrentar sus traumáticas experiencias de la guerra, invitándolo así «adentro» de la película [sus recuerdos] en lugar de buscar protección al exterior.

Al mirar esa escena, pensé en cómo los dirigentes israelíes vieron la crisis de Gaza a través de su «cámara imaginaria» como dirigentes aparentemente diplomáticos comprometidos con la defensa de sus civiles contra ilegales ataques con cohetes que ponían en peligro su frontera. Dedicándose simplemente a ambigüedades políticas, perpetuando su calidad de eternas víctimas, y racionalizando como autodefensa la violencia desproporcionada contra una población civil, ¿se absuelven los protagonistas militares de su complicidad en la actual crisis de Gaza, que hasta ahora ha matado a cerca de 800 palestinos, herido a 3.000, y calificada oficialmente como «auténtica crisis humanitaria» por el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR)?

Aunque la cinta de Folman tiene que ver con sus intentos de recordar su complicidad en la matanza de refugiados palestinos en el Líbano hace cerca de 27 años, su descripción del implacable militarismo agresivo de Israel resuena poderosa en circunstancias en las que el mundo ve que la Franja de Gaza es convertida en un «campo de concentración» – según un alto responsable del Vaticano – bombardeado continuamente por Israel.

La impresionante animación de Folman muestra su unidad de las FDI como muchachos jóvenes, calenturientos, aterrados quienes simplemente hacen lo que les ordenan, y luego pasan a disparar a todo lo que ven mientras destruyen Sidón en el Líbano con granadas de mortero, fuego de ametralladoras y cañones de tanques durante interminables horas. En una escena absurdamente violenta que sería cómica por su surrealismo si no fuera un trágico recuerdo de una realidad demasiado común, Folman destaca el abuso de la fuerza por Israel y su inclinación a una violencia insensata mientras destruye carreteras, edificios de apartamentos y aldeas, sólo para eliminar un solo Mercedes delincuente confiscado por terroristas.

Y sin embargo, hoy encendemos la televisión y presenciamos ataques de Israel contra escuelas claramente identificadas de Naciones Unidas matando a por lo menos 30 civiles con el pretexto de que eran escondites de militantes de Hamas. Al pacificar Gaza, Israel viola el Tratado de Ginebra utilizando fósforo blanco en una de las áreas más densamente pobladas del mundo; un arma tan letal que quema hasta los huesos a los desafortunados atrapados bajo su implacable nube. Como represalia por los disparos por Hamas de obsoletos cohetes Qassam que han matado a 20 civiles israelíes en los últimos ocho años, la Operación Plomo Fundido de Israel viene después de sus dos años de bloqueo de la Franja de Gaza que ha privado a 1,5 millones de palestinos de alimentos, agua, medicinas, combustible y suministros esenciales. Por si fuera poco, también ha utilizado Explosivos de Metal Inerte Denso (DIME), que despedazan a sus víctimas y que, según las informaciones, causan cáncer en los sobrevivientes.

¿Deben ser condenados sólo Israel y Hamas como únicos perpetradores de esa interminable tragedia, o carga EE.UU. responsabilidad por impulsar esta conflagración que ha envuelto a Oriente Próximo durante décadas? Después de todo, Israel ataca Gaza con jets F-16 estadounidenses, helicópteros de ataque Apache y tanques comprados con dinero de EE.UU. gracias a los 3.000 millones de dólares que Israel recibe cada año como ayuda de dineros públicos de EE.UU. Recientemente, EE.UU. fue el único miembro del Consejo de Seguridad de la ONU que se abstuvo en la votación de una resolución expresando «grave preocupación» ante la creciente crisis humanitaria y las numerosas víctimas civiles en Gaza.

Si se culpa a los palestinos por provocar la cólera israelí al elegir democráticamente a un gobierno reaccionario y de la línea dura de Hamas, ¿son también culpables los ciudadanos israelíes por elegir a Ariel Sharon como primer ministro en 2001? Ganó a pesar de su público legado de una vida de militancia belicista y su papel activo en las masacres de Sabra y Chatila. Además, supervisó en 2005 la toma de control por Israel de las fronteras, el espacio aéreo y las aguas territoriales de Gaza, convirtiéndola así efectivamente en una prisión sellada, según el Relator Especial de la ONU, Richard Falk.

En la película, Folman no condena personalmente a personas específicas, y todos los entrevistados, incluyendo a soldados de las FDI presentes en la masacre, reconocen que sabían lo que estaba ocurriendo pero que simplemente respetaron a sus superiores. Sin embargo, Folman individualiza a Ariel Sharon, Ministro de Defensa en aquel entonces, quien fue «responsabilizado personalmente,» por la masacre de Sabra y Chatila por la comisión Kahan de su propio gobierno. Folman también describe cómo las FDI rodearon el campo de refugiados, controlando todas las entradas y salidas y asegurando la cobertura y el apoyo logístico para la milicia falangista, dándole carta blanca para «limpiar nidos terroristas.» La subsiguiente masacre de refugiados palestinos fue declarada «acto de genocidio» por la Asamblea General de Naciones Unidas.

Al fin y al cabo, Folman recuerda su participación en la masacre: disparó bengalas que iluminaron la oscura noche libanesa suministrando suficiente luz a la milicia para continuar su baño de sangre hasta la mañana. Su recuerdo reprimido revela no sólo los horrores de la guerra, sino también una culpa pesada y no expresada.

Como en la vida, el incisivo filme de Folman ofrece pocas soluciones para preguntas tan críticas. Porque Folman no puede recordar la masacre, o su papel al permitir que ocurriera, su viaje comienza en «negación.» Subsiguientemente, su busca de descubrimiento es alimentada por «conciencia» de un evento traumático al entrevistar a soldados de las FDI, psicólogos y periodistas, y lentamente comienza a recomponer su memoria fragmentada y torturada. Sólo al final, cuando el avatar animado de Folman finalmente se encuentra frente a las angustiadas mujeres palestinas que salen de los campos de refugiados, «acepta» finalmente su papel como participante en ese vals sangriento. En ese momento de epifanía, Folman pasa de modo chocante de la animación a secuencias reales, documentales, que muestran a los abatidos sobrevivientes palestinos y los cadáveres de sus hombres, mujeres y niños brutalmente masacrados. Cuando corta la «cámara imaginaria», despertamos del sueño alucinador y nos transformamos en observadores activos obligados a vivir la horripilante realidad de la matanza. Aunque Folman y los sujetos de sus entrevistas nunca lo admiten, la película no sólo sirve como testamento de su mea culpa, sino también puede que existe como una súplica de expiación.

Para lograr una percepción semejante, sin embargo, Israel debe romper su cámara imaginaria y remover el velo ennegrecido que lo ha segado desde siempre a la confrontación y aceptación de los crímenes cometidos contra los palestinos, y en última instancia, contra sí mismo.

Desde hoy, Israel baila su vals con la sinfonía de la injusticia.

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Wajahat Ali es musulmán estadounidense de origen paquistaní. Es dramaturgo, ensayista, humorista y abogado, cuya obra «The Domestic Crusaders» es el primer drama importante sobre estadounidenses musulmanes que viven en EE.UU. posterior al 11-S. Su blog está en: http://goatmilk.wordpress.com/

http://www.counterpunch.org/waj01132009.html