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La sociedad existe

Fuentes: Rebelión

Últimamente escucho y leo, más a menudo de lo que desearía, las observaciones que supuestamente realizara tiempo atrás la que fuera primera ministra Británica durante los años 80, Margaret Thatcher: «… no hay tal cosa como la sociedad. Hay individuos, hombres y mujeres «. En primer lugar, respecto a si la «cosa sociedad» existe o […]

Últimamente escucho y leo, más a menudo de lo que desearía, las observaciones que supuestamente realizara tiempo atrás la que fuera primera ministra Británica durante los años 80, Margaret Thatcher: «… no hay tal cosa como la sociedad. Hay individuos, hombres y mujeres «.

En primer lugar, respecto a si la «cosa sociedad» existe o no, merece la pena aclarar cuanto antes que el mismo proceso de coexistencia humana genera de por sí normas de convivencia. El establecimiento formal de una norma de convivencia es lo que en ciencias sociales se define como institución social u «organización relativamente compleja de relaciones sociales sujetas a una normativa y dirigidas a la consecución de un interés o a la satisfacción de una necesidad» [1]. Por lo tanto, en el mismo momento en que somos capaces de reconocer la existencia de una institución social reguladora de la coexistencia de un grupo humano, como puede ser el derecho jurídico, o el propio texto constitucional, podemos afirmar que una sociedad humana, nos guste o no, existe. Y con ello, no sólo afirmamos que la sociedad humana existe en un momento concreto, como durante los 80 en Inglaterra, sino que la sociedad humana existe siempre que al menos dos o más humanos convivan, es decir, se relacionen de alguna manera. Esto se debe a que la misma convivencia social es el conjunto de regulaciones formales e informales que configuran las relaciones humanas entre sí y con la naturaleza en un momento determinado.

Me resulta difícil imaginar la idea que aquella mujer podría tener de las relaciones sociales, humanas y culturales, pero supongo que se podría asociar con esa idea de «no sociedad» tan popularizada hoy por determinadas élites del poder económico y político, en el marco de las ideas neoliberales, en la que se dibuja la imagen de unos individuos abstractos que se agregan y desagregan en función de intereses egoistas, y cuyas voluntades individuales son racionales (perfectamente informadas) y libres (de toda coacción).

Parece que con esta imagen se quiere dotar a los individuos de un nuevo rol en sus relaciones con el Estado, a la vez que se modifica el papel del propio Estado, generando el imaginario de un individuo (no-social) liberado de las constricciones de un aparato burocrático «coaccionante». Aunque en la práctica, más bien, lo que se quiere eliminar del Estado son sus funciones redistributivas de las rentas, es decir, aquellas que proporcionan cierto grado de lo que en nuestra sociedad denominamos «cohesión social», concepto con el cual, al menos hasta hoy, hemos hecho referencia a un cierto estado de moderación de las tensiones y los conflictos sociales latentes en las sociedades capitalistas.

Contra lo que pueda parecer, esta imagen descrita sólo es una de un conjunto de imágenes muy popularizadas que vienen a recrear una visión naturalizadora de lo humano como un ser «para sí», «abstracto», asocial y muy poco natural (superracional).

Otra imagen asociada es la originada a raíz de la expresión: «la supervivencia del más apto», atribuida al autor del «Origen de las especies» Chales Darwin. Expresión que generó una gran confusión en la opinión política durante los últimos 50 años del siglo XX, y que aún hoy pervive a pesar de las numerosas aclaraciones realizadas desde la propia disciplina científica [2] . Confusión que hoy, igual que entonces, sólo alimentan el oportunismo económico y político, y la ingenuidad cultural.

Con esta segunda imagen se quiere contribuir a legitimar las desigualdades sociales, es decir, las diferencias materiales y simbólicas existentes en las condiciones de vida de los individuos, recreando el imaginario de los derechos de privilegio de unos individuos frente a otros en base a principios naturales, del mismo modo que en otros periodos de la historia se apelaba a la «Divina Providencia» (la idea de que era Dios quien disponía las posiciones sociales que los individuos ocupaban en la jerarquía social).

Ésta también es una confusión del tipo de la anterior, pero quizás la diferencia más llamativa entre ambas es que las aportaciones críticas realizadas desde distintas disciplinas de conocimiento para aclarar este mal entendido de las desigualdades de clase social y estatus, se han venido convirtiendo en excusa para la persecución y el encarcelamiento, el ostracismo, y el destierro, e incluso el asesinato de sus autores.

Gracias a la Sociología, disciplina de conocimiento «premeditadamente» ignorada por los gobiernos y las élites económicas y políticas, sabemos que las diferencias cognitivas, materiales y simbólicas existentes entre las personas se deben mayormente a las diferentes oportunidades de las que podemos beneficiarnos, dependiendo del estatus, la clase social y el poder económico y político que ostente el entorno social en el que nacemos y en el que somos formados.

La sociedad existe y quiere ser más democrática, más solidaria y participativa, no menos. Negarla o ignorarla no la hará desaparecer. Un proyecto semejante solo puede ser la antesala de «reformados» escenarios sociales de dominación, con la consiguiente pérdida de derechos individuales y un acelerado incremento de la represión y la violencia social, directamente proporcional al aumento de las desigualdades sociales, la segregación y la pobreza.

 

Notas:

[1] E. T. HlLLER 1947 Social Relations and Social Structure, de, New York, Harper and Brós,v págs. 73-74.

[2] De entre las que cabe destacar la notable aportación que a este respecto ha venido realizando la destacada Bióloga Estadounidense Lynn Margulis.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.