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La solidaridad incluyente y desde abajo

Fuentes: La línea de fuego

Otra vez la potencia de la naturaleza interrumpe el tiempo social. Y entonces, los esfuerzos por controlar el tiempo y las energías sociales desde el Estado muestran su impotencia, su frontera. Y regresa la fuerza capaz de devolver a los sufrientes el discernimiento de lo humano: la solidaridad desde abajo, desde los iguales. No estuvimos […]

Otra vez la potencia de la naturaleza interrumpe el tiempo social. Y entonces, los esfuerzos por controlar el tiempo y las energías sociales desde el Estado muestran su impotencia, su frontera. Y regresa la fuerza capaz de devolver a los sufrientes el discernimiento de lo humano: la solidaridad desde abajo, desde los iguales.

No estuvimos preparados para el desastre. Ni siquiera para la información. Todos fuimos sorprendidos por dos minutos de temblor de la tierra. Pudimos marcar el tiempo cronológico: el sábado 16 de abril, a las 18:58 un terremoto de magnitud 7.8 en la escala de Richter sacudió el Litoral del Ecuador, el epicentro fue a 17 kilómetros de Pedernales y a 10 kilómetros de profundidad. Manabí es la provincia más afectada.

Tardíamente desde afuera empezamos a ver la dimensión del terremoto: el informe oficial de víctimas mortales fue subiendo desde las 41 anunciadas inicialmente por el Vicepresidente hasta las 272 reportadas 24 horas después, más 2527 heridos y el número trágicamente se duplicará. El grito del Alcalde de Muisne expresaba la magnitud: No se trata de la caída de algunas casas, todo el pueblo está destruido. Y el clamor de auxilio ante la demora de la ayuda.

Los medios privados y oficiales, entrenados en las pugnas cotidianas, empezaron a reaccionar tardíamente. Para conocer algo había que acudir a las redes sociales. Y el primer anuncio del alcance vino desde afuera, 7,8 de la escala de Richter. Los canales oficiales seguían con la programación ordinaria sobre las obras del régimen. Los canales privados seguían en la propaganda del mercado. Mientras la angustia, la vida y la muerte se entrecruzaban por las puertas, las vías, las calles destruidas. No había espacio en la pantalla para los gritos y los lamentos, para el llanto y los llamados de auxilio.

No estuvimos preparados. Y no de ahora, sino desde atrás. No tenemos una cultura de armonía con la naturaleza. Las construcciones más afectadas son las modernas edificaciones, el cemento armado de las casas, el pavimento de las carreteras. No tenemos una política previsiva de construcciones antisísmicas, aunque sabemos que estamos sobre el Cordón de Fuego, en la frontera de la Plataforma de Nazca y la Plataforma Continental.

Y no de ahora, sino de ayer: cuando se anunció la amenaza del Cotopaxi, tampoco había preparación. Sabíamos los mapas de riesgos y sin embargo allí se construyeron viviendas privadas y edificios públicos. La invasión urbana sobre el espacio rural, sin tratar las características del suelo. Y recién ante la amenaza los planes, las capacitaciones apuradas, las evaluaciones que demostraron que el 70% de las construcciones en Quito no cumplían las normas técnicas antisísmicas. Ventajosamente el volcán nos dio tiempo. Y otras vez el silencio y el olvido hasta la nueva emergencia.

Aunque tenemos un recurso profundo con el que estamos preparados para estas horas difíciles: la solidaridad desde abajo, la solidaridad de las familias, la solidaridad de los pueblos. Un poder civilizatorio que viene desde atrás, desde el sentido de la comunidad. Las escenas conmovedoras de los padres, de las madres en búsqueda de los suyos, de los hermanos, de los hijos, de los vecinos, de los amigos. Una solidaridad impregnada de un sentido religioso, que se convierte en el refugio ante el dolor y la muerte. Las escenas de rescate en medio de los escombros, el esfuerzo de los bomberos, de los rescatistas, de la gente, para dar espacio a la vida.

Y en medio del desastre la tentación de la política, el afán de la figura y la imagen del poder oficial y del poder opositor. Una competencia que durará el tiempo del espectáculo. Las caravanas, los anuncios de fondos de reconstrucción, los reportes oficiales de las evaluaciones y planificaciones, la prolongación de las transmisiones. Y luego volverá el silencio, y otra vez quedará sólo la solidaridad de la comunidad como refugio.

La prueba de la respuesta eficaz está en la dimensión del tiempo. ¿Cómo salir en búsqueda del tiempo perdido, compensarlo con el nuevo tiempo? En la continuidad de las redes de solidaridad desde abajo, desde la sociedad civil, desde las organizaciones sociales, desde las comunidades de base. En la información la labor de los comunicadores alternativos: rescatar también los dramas profundos, investigar las experiencias de vida y de muerte, más allá de la escena. En el conocimiento la labor de la universidad crítica: reponer la deuda del conocimiento geofísico de la naturaleza, la producción de políticas públicas de prevención, de normas y técnicas de construcción antisísmica, de organización social. Porque podemos devolver la palabra a las víctimas, ya no como víctimas, sino como actores, como testigos, como sujetos de un discurso colectivo que busca la continuidad de la vida.

Devolver el sentido a la política: «La política no tiene nada que ver con la política de los políticos: intrigas palaciegas, negociaciones de despachos, competencia entre partidos por el poder. Es una forma de acción y de subjetivación colectiva que construye un mundo común, en el que se incluye también al enemigo. La acción política crea identidades no-identitarias, un ‘nosotros’ abierto e incluyente que reconoce y habla de igual a igual con el adversario. (…) el único remedio es la acción política incluyente y desde abajo» (Ranciére)

Fuente: https://lalineadefuego.info/2016/04/20/la-solidaridad-incluyente-y-desde-abajo-por-napoleon-saltos-galarza/