Como si el mundo no tuviera otros problemas de los que ocuparse, otros asuntos que atender, los mismos agoreros de siempre, incapaces de reconocer que el progreso tiene un costo, se han dado a la tarea de alertar innecesariamente a la gente con la pretendida amenaza de un cambio climático. Así sea porque buscan desviar […]
Como si el mundo no tuviera otros problemas de los que ocuparse, otros asuntos que atender, los mismos agoreros de siempre, incapaces de reconocer que el progreso tiene un costo, se han dado a la tarea de alertar innecesariamente a la gente con la pretendida amenaza de un cambio climático.
Así sea porque buscan desviar la atención de la ciudadanía sobre los problemas que, en verdad, importan, como el sexo del próximo Borbón o el posible cáncer de la veterana cupletista, o porque en su ignorancia insisten en creer que el alegado cambio climático no tiene solución, son cada vez más quienes alarman a la gente con terribles predicciones sobre la suerte que correrá el género humano de no poner freno al desarrollo capaz, por ejemplo, de dotarnos de cepillos de dientes eléctricos para economizarnos el gasto de mover el brazo y fatigar la mano, o de producir hamburguesas que nos aporten en una sola ingesta todas las calorías del mes.
Y lo peor de esa alarmista campaña es que comienza a tener éxito y uno encuentra no pocos testimonios que subrayan que el otoño está entrando en diciembre, que ya no hay primavera, que llueve más o que no llueve, que los huracanes ahora viajan en sentido contrario y que se temen tsunamis en la Costa del Sol.
La respuesta a semejante problema, sin embargo, está a la vista y sólo aguarda que los Estados conscientes la pongan en práctica a la menor brevedad.
Si hemos sido capaces de hacer más rentables las horas de luz natural al día, simplemente, cambiando el horario ¿cuál es el problema para no modificar también el calendario, las estaciones, los meses del año?
Por otra parte, la división del año en doce meses y en cuatro etapas las estaciones se ha mantenido durante siglos y ya va siendo hora de que también se sometan al cambio que demanda el desarrollo sostenido y sustentable, los retos del nuevo milenio y la globalización.
Incluso, me atrevo a proponer, cada región o país podría contar con un calendario adaptado a la idiosincrasia de su clima, a sus características, de manera que ganara precisión y se evitaran las incongruencias existentes en la actualidad en algunas zonas del planeta en las que todavía se insiste en que los inviernos sean cálidos y los veranos fríos. Por muy argentino que sea el verano no es verdad que le quepa una bufanda, ni hay razón en invierno para tirarse al río, aunque sea el de la Plata.
Argentina, por ejemplo, podría tener cuatro estaciones: Maravera, Veradona, Maradona y Gol.
Galicia, sin embargo, en relación a las estaciones, dispondría de cinco: Chapapote, Siniestro, Incendio, Diluvio y Fraga.
Andalucía por su parte tendría siete estaciones: Estío, Hastío, Hostia, Verano, Veranillo, Bochorno y Canícula.
La República Dominicana contaría, de momento, con 12 estaciones: Primavera Norte, Primavera Sur, Primavera Sureste, Primavera Central, Verano Oeste, Verano Parte Atrás, Vaina de Otoño, Distrito Otoñal, Liga de Otoño, Invierno Uno, Invierno Dos y Diáspora Invernal.
En Estados Unidos las estaciones serían Primavera Duradera, Verano Infinito, Otoño Verdadero e Invierno Republicano. Los meses del año también sufrirían cambios y pasarían a llamarse: January Kings, Fordbruary, Marchkodak, Mc Aprilds, Play May, Pepsi June, July Coca, Westingaugust, Huttember, Shelltober, Sonyvenber y Chevroclaus.
Europa dispondría de Primavera Médium, Verano Largue, Otoño Extralargue e Invierno Smoll.
Otra posibilidad que abriría la modernización del calendario sería su adaptación a los muchos credos religiosos existentes. El Vaticano, es otro ejemplo, podría contar con VI estaciones a su medida como: Mater Primaverum, Primaverun Santum, Verannius Pecatoribus, Otoñum Pederastium, Inviernus Pro Nobis y Epifania Angelorum.
La condición social, la alcurnia de las personas, su pedigrí, también podría ser determinante para confeccionar estaciones y calendarios a su medida. Las aristocráticas y nobles familias que se asientan en Europa, prácticamente no precisarían cambios. En todo caso, algún breve apunte que especifique las características de la estación: Primavera Mediterránea, Veraneo Balear, Otoño Alpino e Invierno Palaciego podrían servir perfectamente al fin que se pretende.
Y queda, como propuesta para el resto de países, la que se recoge en un libro publicado recientemente sobre pintadas callejeras que determina como estaciones: Primavera, Verano, ¡Coño! e Invierno.
En cualquier caso, cada quien que establezca su propio calendario