Como en Brasil, la corrupción durante nuestra Transición se trató como una excrecencia que venía de los tiempos del cólera y que sobrevivía por hábito.
Lo ocurrido en Brasil merece algo más que una reflexión. Después de años con un presidente convertido en referente para la izquierda del mundo entero, con mayorías absolutísimas y un consenso que le elevaba a la categoría de icono social, bastó el tiempo que media entre 2002 y ahora mismo para hacer de Lula un juguete roto.
Entretanto mediaron los tribunales, una sustituta que a duras penas mantuvo el sillón caliente para la vuelta del líder, otro sustituto que hubo de cambiar de partido para no ir a la cárcel, pero también esas cosas que tanto gustan a los siervos desde el Imperio Romano: un mundial de fútbol y unos juegos olímpicos. En el horizonte de nuestra limitada información periodística no aparecía nada sobresaliente, hasta que el único rival, un tal Bolsonaro, diputado cunero, reaccionario, racista, xenófobo y fanático evangelista, salió de las bancadas parlamentarias, donde llevaba treinta años de anonimato, para convertirse en la gran alternativa. Da grima verle sacar pecho de ex «paraca» reciclado, defendiendo la sangrienta y denostada dictadura militar de antaño. No asustaba ni a los niños, la izquierda se frotaba las manos ante el mejor enemigo que le podían haber buscado.
Ganó las elecciones con el 55 % de votos en un país que supera los 200 millones de habitantes y lo hizo con un programa -es un decir- que aterroriza; y no sólo a los niños. Las masas, que es el término usado para el desprecio, o el pueblo, que es la expresión común para los afines, han dado a Bolsonaro un apoyo incontestable. Tanto, que se puede medir por nuestro silencio. Masas y pueblo han renegado de la izquierda (incluso una abstención superior al 20% resulta significativa; cuando te producen tanto miedo los enemigos como repugnancia los amigos, no cabe sino el silencio).
¿Qué ha pasado aquí? La corrupción sistémica del Partido de los Trabajadores, y de los demás, sumada a la crisis económica con su corolario de criminalidad cotidiana, echa por la borda cualquier ambición política que no sea la de sobrevivir. Nosotros sabemos bastante de eso. ¿Tenía Lula un apartamento de lujo que le tocó en la pedrea de la operación Lava Jato? «Yo nunca pisé ese apartamento». «Lo que yo le pregunto es su propiedad, no si entró o salió de él».
La hora de la verdad llega con las crisis económicas. Es el momento en el que las direcciones de los partidos empiezan a crear cortafuegos para que no los incineren. Convergencia de Cataluña, con un plantel numeroso de personal adscrito y dependiente, fueron los primeros que se lanzaron a abrir zanjas, pero quizá porque eran muchos y lo suyo era la ingeniería financiera y no la construcción, el canal que abrieron fue tan grande que les sumió dentro del pozo. Acuérdense de Artur Mas, de Prenafeta, de Millet, de la innúmera familia Pujol…con el mantra «como nos roban, queremos separarnos». Luego llegaron los pontoneros y el peonaje, siempre a lo que manden los jefes, y crearon el discurso.
El debate entre quién robó más si CiU, el PP o el PSOE tiene algo de aquella querella teológica de pasados siglos en la que los ilustres participantes discutían si los perros y demás animales de compañía tenían alma. De tener alma no podrían desaparecer del todo. Entonces se les metió de rondón en el limbo, ese desierto de los tártaros que la iglesia contemporánea ha hecho desaparecer. ¿Adónde habrán ido a parar tantas almas de perritos y gatitos? ¿A los Parlamentos?
La corrupción durante nuestra Transición se trató como una excrecencia que venía de los tiempos del cólera, y que sobrevivía, como quien dice, por hábito. Era comisionista el Rey Juan Carlos, el asesor financiero del monarca Prado y Colón de Carvajal, más conocido por «El Manco» -que se lo pregunten al actual director de La Vanguardia, Marius Carol y señora, entonces delegado en la Casa Real-, también la familia del Monarca mucho antes de aparecer Urdangarin, y los partidos políticos, desde el PSOE de Felipe González y el SPD alemán, el PC de Santiago Carrillo, Ceacescu y el abuelo Kim Il Sung; la Alianza Popular de Fraga y el bávaro Strauss. La UCD de Suárez lo sustraía directamente del erario.
¿Se acuerda alguien hoy de FILESA? El tiempo lo borra todo. La Justicia contempla esa figura sorprendente: «lo prescrito». En España vivimos el flagelo de la corrupción en los grandes y viejos partidos. El PP se lleva la palma, pero no le va a la zaga el PSOE. La diferencia más notable es la información que suministran y el eco mediático. (Acabo de leer una página entera en El País dedicada al corrupto ex alcalde de Sabadell, Bustos, y no consta ni siquiera que militara en el socialismo catalán). El secretario general del SOMA-UGT hasta anteayer, Fernández Villa, se hizo con una fortuna de tres millones de euros, digo bien, ¡tres millones de euros! (más que el apartamento de Lula, con toda seguridad), una cantidad notable para un banquero y sorprendente para un sindicalista. La depositó en una cuenta suiza de la que no recuerda nada porque «sus» médicos le han diagnosticado alzheimer superlativo.
Como sé que la memoria es floja y que a nadie fuera de Asturias le suena el nombre de José Ángel Fernández Villa, les recuerdo que aparecía en las primeras páginas de todos los periódicos con pañuelito rojo al cuello en la Fiesta de los Mineros. Allí, en la Campa de Rodiezmo, entre León y Asturias, se asaba cordero a la estaca y se escuchaba jalear a las mesnadas mineras con sus parientas y nietos, año tras año, al compañero Alfonso Guerra, antes, durante y después de ser vicepresidente. Lo de menos en estas horas bajas de la verdad es que hubiera sido un confidente de la policía franquista y que hasta el último momento sacara dinero de aquel genio napoleónico de la estrategia, que llegó a presidente con el apellido de Zapatero. Gracias a él, otro habitual del cordero a la estaca de Rodiezmo, consiguió fondos para una residencia de ancianos. Desaparecieron los fondos. Los ancianos no.
Esa sombra de Bolsonaro se irá difuminando cuando aparezca al natural. No falla. El más corrupto de los corruptos, el más violento de los violentos, el más racista de los racistas. Pero eso no consuela a nadie más que a los creyentes. ¿Quién facilita el aliento de los «bolsonaros»?
Fuente: http://www.vozpopuli.com/opinion/sombra-bolsonaro-corrupcion-brasil-cataluna_0_1187282341.html
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