Y después los intelectuales progresistas se quejan del revisionismo histórico que la extrema derecha hace, cuando son ellos, al descontextualizar los personajes históricos incurren en el mismo revisionismo, abriendo la puerta al “relativismo” en el que la extrema derecha, la pos modernidad y demás se encuentran tan a gusto para justificar sus políticas.
Me refiero al artículo de Rosa Montero en El País Semanal, «Escupir sobre su tumba». cuando afirma, que «la intención de Scott (en el filme Napoleón) es evidente (…); la guerra es un horror sin paliativos, y que Napoleón era un monstruo semejante a Hitler», aunque siga en el panteón de las «grandes figuras».
Rosa Montero se apunta a la tendencia proveniente de la fábrica de propaganda proanglosajona que es Hollywood, que nunca ve «monstruos» en los que convirtieron Dresde en un infierno de más 2000 grados gracias al fósforo, que con una bomba destruyeron dos ciudades como Hiroshima y Nagasaki.
A los que, según el Che Guevara, devastaron Corea hasta el punto que los aviadores norteamericanos, aburridos de destruir fábricas, se dedicaban a ametrallar vacas; a los que asesinaron a 3 millones de vietnamitas y deforestaron un tercio del país; a los que lanzaron sobre un país al que nunca le declararon la guerra, Laos, más bombas que ellos arrojaran en toda la II Guerra Mundial. Los que ocuparon y destruyeron un país, provocando la muerte de 1 millón de personas (Irak en las dos guerras del Golfo).
Pero según Montero, los dos únicos monstruos son Hitler y Napoleón. Que el general Wellington fuera primer ministro de un imperio que se construyó a sangre y fuego, no se le incluye en esa lista de monstruos. Claro Wellington es de los que pueden hacer «guerras justas», es de los «buenos» como los estadounidenses; no como Napoleón, cuyo pecado fue ser parte de una burguesía, la francesa, que acababa de hacer su revolución y cuestionaba la hegemonía mundial que recién estaban alcanzando los británicos a caballo de sus «casacas rojas». Unas «casacas» que en los EEUU, que habían conquistado su independencia hacía poco tiempo, no eran precisamente bien queridas (qué saltos da la historia, de ser los odiados «casacas rojas» a justificarlos ahora).
Y que decir de los aliados que los británicos se buscaron; el zar ruso, que tenían su pueblo bajo la bota del atraso feudal más brutal, el emperador prusiano, otro que tal baila, y el eaustrohúngarorohungaro que se sostenía sobre una cárcel de pueblos.
Le recuerdo a la Sra Montero que en la ópera Tosca, la victoria de Napoleón contra el austrohúngaro fue recibida bajo un grito de «victoria» frente al ocupante. Es lo que tiene descontextualizar la historia, ahora resulta que los demócratas y nacionalistas italianos tenían que haber apoyado al imperio austrohúngaro frente al «monstruo» de Napoleón.
Pero es que ni en sus orígenes Hitler y Napoleón se parecen. El primero es hijo de la contrarrevolución nazi fascista que enfrentó a la revolución obrera con el apoyo y financiación inicial de los «buenos anglosajones» (Henri Ford a la cabeza), y no solo perpetró el Holocausto judío, sino muchos otros holocaustos menos conocidos, el gitano, el eslavo, etc., asesinando a decenas de miles de demócratas, comunistas, anarquistas, etc.
Napoleón era hijo de la revolución burguesa francesa, la de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Como revolución que era, cuando derriban la monarquía y la guillotinan, tienen que defenderse de los «buenos» británicos que quieren acabar con ella, aliándose con las monarquías más reaccionarias de toda Europa.
Aplican la máxima de «el enemigo de mi enemigo, es mi amigo», porque como buenos burgueses que son, los británicos ven en la revolución francesa un peligro a su hegemonía. No son los franceses los que atacan (los «monstruos» en la lógica de la Sra. Montero, luego veremos por qué), sino los británicos y sus aliados feudales en 1792, cuando Napoleón no pasaba de ser un oficial de artillería.
Las victorias francesas frente a la contrarrevolución monárquica abren las puertas a la guerra franco británica, que es como se les debería conocer. No podía ser de otra manera, puesto que no dejan de ser unos capitalistas que buscan llevar su hegemonía en francés a toda Europa; como los británicos quieren hacer frente a ellos, y por eso chocan.
Esto se pone de manifiesto en otra de las diferencias cualitativas entre Hitler y Napoleón; el primero lleva el fascismo desde Moscú hasta los Pirineos (debajo de ellos no era necesario, ya habían financiado a Franco) como parte del expansionismo alemán que quiere conquistar el “espacio vital” germánico; el segundo bajo los lemas «libertad, igualdad y fraternidad» allí a donde va ocultan el expansionismo francés: en el Estado Español, al tiempo que lo ocupan, disuelven la Inquisición, por ejemplo.
La Sra Montero justifica todo esto con una de Cicerón, «la paz más injusta es siempre mejor que la más justa de las guerras». Los revolucionarios franceses, entre los que estaba Napoleón, deberían haber admitido la «pax británica», pues una paz injusta es siempre mejor que la más justa de las guerras viene a decirnos en el artículo. Si lo extrapolamos a la actualidad, ¿esto significa admitir la “pax anglosajona”, aunque sea una “paz injusta”?
Sra. Montero, Cicerón hablaba desde su «escaño» de patricio en el Senado romano. Sospecho que un gladiador como Espartaco, en la misma época y desde el circo romano donde la «paz injusta» podía significar su muerte, no pensaría lo mismo. El pacifismo es un lujo que solo se pueden permitir los opresores.