Se han publicado recientemente algunas noticias sobre el aumento a lo largo del año 2007 de los ingresos de los grandes ejecutivos de las 500 compañías que integran el índice Standard & Poors. De forma muy resumida: la media de su sueldo ha aumentado un 3,5% respecto al año 2006 lo que estaría rozando, traducido […]
Se han publicado recientemente algunas noticias sobre el aumento a lo largo del año 2007 de los ingresos de los grandes ejecutivos de las 500 compañías que integran el índice Standard & Poors. De forma muy resumida: la media de su sueldo ha aumentado un 3,5% respecto al año 2006 lo que estaría rozando, traducido a cifras absolutas, los 180.000 euros. Richard S. Fuld, de Lehman Brothers, verbigracia, percibió unos 27 millones de euros (véase el artículo de Ralph Nader en Sin Permiso «Ludópatas de Wall Street»).
Si en 1970 el salario de los directores de las mayores empresas de EEUU era de 30 veces el salario medio, en 1980 era de 42, y ahora es ya de más de 500 veces (1). La teoría económica estándar ofrece una explicación encantadora e ingeniosa de estas altísimas retribuciones y de su aumento desproporcionado respecto a los ingresos salariales. El razonamiento de forma muy resumida es el siguiente. Las modernas tecnologías de la información, a las que añadimos la disminución de los costes de transporte y la disminución de las barreras arancelarias (2), han tenido como consecuencia una gran ampliación de los mercados. Estos mercados más extensos y más competitivos motivan que pequeñísimas diferencias en la excelencia de las decisiones de los ejecutivos de las grandes empresas, se traduzcan en diferencias de inmensos beneficios de estas mismas empresas. Desde el punto de vista de la empresa, los beneficios ganados con motivo de estas hábiles decisiones de sus altos ejecutivos explican que cualquier aumento de retribución de éstos, por elevadísima que sea, salga a cuenta.
Obsérvese que este razonamiento es muy similar al utilizado por la teoría económica estándar para tratar de explicar otras diferencias salariales. Por ejemplo, lo mucho que ganan las modelos comparado con sus colegas masculinos. Y, ya dentro del selecto grupo de las grandes supermodelos, las diferencias de ingresos entre las mejor situadas de todas son también muy grandes. El razonamiento, como digo, es muy similar y sigue este camino. Las modelos cobran mucho más que los modelos porque las mujeres gastan en ropa más del doble (en EEUU) que los hombres. Pero hay países en los que el mercado de la ropa femenina aún es muy superior al doble que la masculina. A mercado mucho mayor (al que habría que añadir otros mercados estrechamente relacionados como el de cosméticos en el que el femenino también es mucho más amplio que el masculino), parece razonable suponer que las superagraciadas modelos sean más cotizadas que sus colegas masculinos. ¿Y la gran diferencia entre la supermodelo pongamos número 1 (Cyndy Crawford en la década anterior por destacado ejemplo) y la supermodelo número 4? Una supermodelo que sobresale aunque sea un poquito sobre otras, sigue el razonamiento, puede lograr captar la atención de muchos potenciales clientes de un mercado muy competitivo. Así, esta pequeña diferencia entre una supermodelo y otras algo peor situadas puede transformarse en grandísimos beneficios para las empresas que logran contratarlas para la exhibición de sus ropas. De ahí que las diferencias salariales lleguen a ser tan grandes entre unas y otras modelos. Deducción que, se habrá observado, es claramente similar a la de la explicación de los altos ingresos de los grandes ejecutivos de las mayores empresas.
Este razonamiento de la teoría económica estándar parece impecable cuando las empresas tienen beneficios de forma ininterrumpida. Pero cuando algunas de estas empresas tienen enormes pérdidas, se disparan las alarmas. Cuando el ya citado Richard S. Fuld, por poner un caso, reconoce unas pérdidas de Lehman Brothers de 2,8 mil millones de dólares solamente en el segundo semestre del año anterior, el razonamiento estándar parece falto de lubricante en algunos engranajes. Es ancestral confundir lo que es un razonamiento más o menos sofisticado, en el que dadas unas premisas pueden válidamente deducirse unas conclusiones, con la verdad de este razonamiento, es decir, su adecuación a lo que realmente ocurre. Es decir, se confunde verdad y validez. O, dicho con otras palabras, el si non è vero è ben trovato puede ser fantásticamente ingenioso, pero precisamente… non vero.
La explicación más cercana a la verdad de esta capacidad desarrollada en los últimos 30 años por parte de los ejecutivos de las grandes empresas de apropiarse de remuneraciones impúdicamente altas cabe buscarla en el modelo económico que se empezó a poner en funcionamiento a mediados de los 70. Sea cual sea el nombre elegido para designarlo (capitalismo desembridado, neoliberalismo, capitalismo contrarreformado…), este modelo económico tiene unas características que pueden resumirse en pocas palabras: la restauración con las mínimas interferencias del poder económico de las clases altas. Cuando una política (económica, militar y social) se dirige sistemáticamente a este objetivo, el resultado, que tiene muchas vertientes, solamente puede ofrecer dudas para los despistados o los interesados en la negación de este desenlace. Que el 0’1% más rico de EEUU se apropiase a finales de los 70 del 2% de la Renta Nacional de aquel país y 20 años después se apropiase del triple, del 6%; que el 1% más rico de Gran Bretaña doblase su participación en la Renta Nacional del 6,5% al 13% en el mismo período, por poner a dos de los grandes campeones en el modelo puesto en funcionamiento hace unas tres décadas, son solamente las consecuencias más importantes de la restauración del poder económico de las clases altas. Y lo que también permite explicar, si el objetivo es situarnos próximos a la verdad, estos grandes sueldos de los ejecutivos de las grandes empresas, obtengan éstas beneficios o, a veces por las actuaciones deliberadamente fraudulentas de estos gestores empresariales, acarreen con astronómicas pérdidas. Es un buen consejo a seguir que lo que parece una guerra de clases y actúa como una guerra de clases hay que llamarlo guerra de clases.
NOTAS: (1) Robert Frank, El economista naturalista, Península, Barcelona, 2008, pág. 84; David Harvey, Breve historia del neoliberalismo, Akal, Madrid, 2007, pág. 23. (2) Aceptémoslo, aunque la Unión Europea proteja la agricultura y beneficie a grandes terratenientes con ello, y aunque EEUU proteja el acero (¡y las prendas deportivas de alta montaña!)… Aceptémoslo.
Daniel Raventós es miembro del Comité de Redacción de SINPERMISO. Profesor titular de Sociología en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Barcelona, su último libro es Las condiciones materiales de la libertad (El Viejo Topo, 2007).