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La «Tercera Vía», el final de una estafa

Fuentes: Público

La popularidad del primer ministro británico se encuentra en caída libre: según recientes encuestas, el 78% de los ciudadanos cree que Gordon Brown está haciéndolo muy mal y el 59% cree que debería renunciar antes de las próximas elecciones generales. Según una reciente encuesta del Sunday Times, el apoyo a los tories es del 45% […]

La popularidad del primer ministro británico se encuentra en caída libre: según recientes encuestas, el 78% de los ciudadanos cree que Gordon Brown está haciéndolo muy mal y el 59% cree que debería renunciar antes de las próximas elecciones generales. Según una reciente encuesta del Sunday Times, el apoyo a los tories es del 45% y solo del 25% para Brown. Si se celebraran elecciones ahora, los conservadores obtendrían 400 escaños, con una ventaja de 150 sobre todos los demás partidos.

¿Es Gordon Brown el único responsable de esta debacle? ¡Por supuesto que no! El primer ministro es la víctima propiciatoria -aunque no exenta de culpa, porque el participó- de esa gran estafa ideológica y práctica que fue la «tercera vía» anunciada por Tony Blair a bombo y platillo hace 10 años y que encandiló a tantos socialdemócratas europeos.
Veamos cuál es la herencia que ha dejado Tony Blair, según nos la resume el economista británico Fred Harrison, del grupo de Fulham. Para Blair, la tercera vía estaba destinada a revertir las injusticias en el Reino Unido, y uno de sus principales objetivos era mejorar las condiciones de vida de los niños. Sin embargo, cuando Blair dejó Downing Street después de 10 años, la posibilidad de los niños pobres de mejorar su situación era la misma que hace 40 años.

Otro objetivo era mejorar, mediante de ayudas especiales, a la tercera edad. No obstante, el 11% de los pensionistas (1,2 millones de personas) viven hoy en la extrema pobreza, mientras que el 21% (2,2 millones de personas) viven en condiciones de pobreza no extrema, pero pobreza al fin. Desde el año pasado hasta hoy las cosas han empeorado: otros 200.000 pensionistas se han precipitado a la pobreza y se calcula que otros 1,2 millones de personas no podrán ya pagar la calefacción de sus casas en 2010.

Respecto a la población trabajadora -la que está entre los niños y los ancianos-, la distancia entre pobres y ricos, desde luego, no se ha acortado bajo el Gobierno de Blair. En un extremo, el 11% de los hogares están clasificados como «nuclearmente pobres» (con ingresos bajos y privaciones materiales); el 16% de los hogares están clasificados como «pobres en la miseria» (simplemente excluidos de las normas habituales de la vida social); y, en el otro extremo, el 6% de los hogares participan de una riqueza exclusiva, lo que les permite también excluirse de la habitualidad social.

O sea, que al cabo de 10 años de Gobierno de Tony Blair ni se habían eliminado las enormes diferencias entre pobres y ricos ni estaba más cerca el Reino Unido de eliminar las causas de la pobreza. Y no sólo eso, sino que además la feroz especulación inmobiliaria y los precios estratosféricos de la vivienda han creado un foso insalvable entre los que quieren ser propietarios y los que ya lo son.

Pero, antes de finalizar su mandato, Tony Blair  -en un indudable acto de contricción- quería eliminar el impuesto sobre las rentas más bajas. Gordon Brown, como canciller del Tesoro, en cambio, incrementó las tasas del impuesto a los ingresos más bajos, pasando los beneficios a los ricos. Ahora, en la desesperación, Brown anuncia medidas sociales en educación y sanidad y -no podía faltar- impulsa recortes de derechos a los inmigrantes. Es más que dudoso que esas medidas puedan modificar sustancialmente las condiciones sociales y mejorar sus negras perspectivas electorales.

De medidas estructurales que impliquen verdaderamente una tercera vía entre el capitalismo liberal monopólico y el socialismo de Estado -entre las cuales estarían sin duda una reforma fiscal que acabe con la especulación inmobiliaria, grave las altas rentas y disminuya la imposición indirecta- no hay absolutamente nada.

Los socialistas españoles deben estudiar con cuidado lo sucedido en el Reino Unido para no caer en la trampa de pensar que se hacen reformas profundas solamente dando ayuda a los necesitados. Son imprescindibles reformas estructurales, y esto hay que tenerlo en cuenta «si se desea exportar pensamiento progresista», tarea ahora encomendada por el presidene Zapatero a Jesús Caldera.

Si el pensamiento socialdemócrata desea diferenciarse de la derecha, no puede ser sólo en el área de los derechos civiles, la igualdad y la laicidad -muy importantes sin duda-, sino que debe añadirse un objetivo económico social distinto al de la derecha. Hasta ahora, la izquierda europea no ha producido nada en este sentido. Se limita a sostener los mismos planteamientos económicos de la derecha pero «con más contenido social». Cuando la sociedad vote a un partido de izquierdas espera más que eso y tiene derecho a obtenerlo.

Fernando Scornik Gerstein es abogado, de la International Union for Land Taxation and Free Trade
y miembro del grupo de Fulham en el Reino Unido