Al destruir los bosques se compromete y afecta más que la integridad de un territorio determinado
Cerca del Día de la Tierra, incendios devastadores acabaron en Guatemala con grandes extensiones de bosques peteneros. La dimensión del problema tomó por sorpresa a un Estado mal equipado y poco eficaz, por lo cual nada pudo evitar la inmensa pérdida de vida en ese hermoso territorio. Los incendios forestales son muchas veces eventos naturales y propician el crecimiento de nuevos bosques, en un ciclo de vida ya programado por la naturaleza. Pero no siempre es así, muchos de ellos -como los recientes en El Petén- son provocados por manos criminales con motivos ajenos al interés nacional y arrasan bosques nativos llenos de vida silvestre y especies en peligro de extinción, solo para explotación agrícola o crianza de ganado en grandes extensiones de áreas protegidas.
El tema ambiental enfrenta un problema de imagen y comunicación. El hambre y la guerra, las enfermedades y otros males comunes hacen que, entre toda esa miseria, la defensa del medio ambiente parezca un asunto secundario, algo que puede esperar; una actividad para quienes no tienen nada mejor en qué ocupar su vida. Sin embargo, la Tierra -este hogar nuestro comprobadamente redondo- y todo lo que en ella sucede, tiene impacto de un extremo al otro. Los gases de efecto invernadero producidos por la industria china provocan inundaciones en la Amazonia, la deforestación de este territorio tiene efecto sobre el clima de Europa y así se cruzan y convergen hasta transformar bosques en páramos desiertos o destruir ciudades por la crecida de las mareas.
El tema de la degradación ambiental y el calentamiento global, en donde nos sumergimos a una velocidad creciente, no es un asunto secundario entre los temas de mayor impacto dentro de la política internacional. Todo lo contrario, representa un llamado de atención sobre el peligro de acabar con los pocos recursos de supervivencia disponibles para la humanidad, la cual aumenta en número experimentando a la vez un deterioro creciente de su calidad de vida. Los distintos ecosistemas comienzan a mostrar los efectos de una administración humana deficiente, codiciosa y agresiva contra la vida en los mares y en los continentes, al construir un sistema depredador cuya única finalidad es la acumulación de riqueza para un puñado de naciones industrializadas y sus compañías multinacionales.
En realidad, para reducir el impacto de la presencia humana en la destrucción del entorno natural y la ruptura del equilibrio ecológico, solo haría falta sensibilidad y educación, pero sobre todo políticas globales adecuadas a la realidad. A nivel local, las medidas represivas no son efectivas si las personas carecen de conocimiento y, por ende, de conciencia sobre la importancia de proteger a las especies, de reciclar lo reciclable, de amar su territorio al punto de conservar sus características naturales con el único propósito de hacer posible un estilo de vida amigable con el planeta.
Un proceso educativo indispensable para retomar el control de la protección ambiental debe acudir a las fuentes de la relación del ser humano con su entorno natural en las culturas antiguas. Esa fue una fuente permanente de sabiduría, un inacabable tratado de medicina, una rica veta de conocimientos que ayudaron a las comunidades a crecer y desarrollarse, muchas veces en paz y armonía. Las crisis ambientales de la actualidad podrían considerarse la consecuencia lógica de la ruptura de esa armonía con la naturaleza. El ser humano ha desafiado con su irracional arrogancia las leyes del universo y se empeña en la insensata tarea de destruir la fuente de su propio sustento.
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