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La tormenta venezolana

Fuentes: Rebelión

Como si no fueran suficientes los huaicos, el desborde los ríos, la caída de los cerros, las lluvias incesantes, el implacable rugido de la naturaleza, el colapso de los puentes y la pérdida de vidas humanas e inconmensurables daños materiales; los medios de comunicación peruanos han desatado una nueva tormenta: la crisis venezolana . El […]

Como si no fueran suficientes los huaicos, el desborde los ríos, la caída de los cerros, las lluvias incesantes, el implacable rugido de la naturaleza, el colapso de los puentes y la pérdida de vidas humanas e inconmensurables daños materiales; los medios de comunicación peruanos han desatado una nueva tormenta: la crisis venezolana .

El tema, para la «Prensa Grande» ha desplazado de las primeras planas a lo que hasta hoy -y desde hace casi 20 días- era la información cotidiana. Y el rostro de Nicolás Maduro -desdibujado- ha asomado como si fuera una suerte de «amenaza» para América entera.

Esta «tormenta» ha desubicado incluso a algunos sectores progresistas y hasta a personalidades de la izquierda nacional. Arrinconados por la aviesa campaña del enemigo, los más débiles finalmente se han sumado -aun con reticencias- a la condena al proceso bolivariano de Venezuela y han calificado de «Golpe de Estado» lo ocurrido en Caracas, y lo ha «rechazado» por considerarlo «anti democrático».

En torno al tema, debemos hablar claro, y sin tapujos.

En Venezuela hay una profunda convulsión social. El proceso de transformaciones democráticas y antiimperialistas iniciado en 1992 -y continuado hoy- sobrevive sometido a toda clase de amenazas por parte de la reacción mundial y el Imperio, y acosado por presiones provenientes de las castas parasitarias que siempre detentaron el Poder.

Ellas remecieron incluso los cimientos de la sociedad venezolana hasta en dos oportunidades: cuando en abril del 2002 la «nube negra» se abatió sobre Caracas y las organizaciones patronales y sus camarillas políticas derrocaron y encarcelaron al Presidente Hugo Chávez; y cuando también en abril del 2014 pretendieron impedir por la fuerza el ascenso al Poder de Nicolás Maduro, generando una criminal violencia, que d ejò una dolorosa estela de muerte y destrucción..

Para la «Prensa Grande» estas no fueron «acciones antidemocráticas», sino tan sólo «expresiones de una confrontación interna «, a la que, por lo demás, saludaron. Ante el fracaso de las mismas, alentaron otras que ahora pretenden imponer en la Patria de Bolívar.

¿Fue acaso una casualidad que hace algunos años el Congreso de Honduras depusiera al Presidente Manuel Zelaya; que luego en Paraguay se hiciera esencialmente lo mismo con el Mandatario Lugo; y que más recientemente se concretara con la destitución de Dilma Rousseff en el gigantesco Brasil ?. Incluso, antes, en el Chile de los años 70 ¿No fue acaso el Congreso el que pretendió «destituir» al Presidente Allende mediante una acción parlamentaria? El » Golpe» parlamentario, les parece «legal» a los fariseos de la «democracia».

Claro que todo eso no fue sino la antesala a lo que se ha venido urdiendo en Venezuela. Se buscaba en el país llanero, y afanosamente, que el Poder Legislativo depusiera al Jefe del Estado . Incluso ocurrió ya, hace algunas semanas, que el Congreso aprobó una resolución en tal sentido, la misma que no tuvo vigencia porque fue declara írrita por el Tribunal Supremo de Justicia, vale decir, por el Poder Judicial Venezolano.

Ese Parlamento Venezolano actuó desde un inicio al margen de la ley. Y se declaró en rebeldía – desacato, más precisamente- negándose a aceptar las disposiciones judiciales que le impelían a actuar de acuerdo a las normas de la Constitución vigente. Agotado el empeño del TSJ por hacer valer su autoridad, finalmente ese organismo judicial lo anuló. Hoy, llora sobre la leche derramada. Y con él, lloran sus viudas.

Fue el Tribunal Supremo de Justicia -y no el Presidente Maduro- el que tomó la decisión referida al Parlamento Venezolano. Se la atribuyen al Jefe del Estado, porque lo que quieren es satanizarlo a él, para destituirlo a él y, como lo ha dicho sin rubor el Presidente de ese «Poder» írrito «acabar con este proceso social que ha traído el desorden en Venezuela».

 Más claro, ni el agua: lo que buscan, es acabar con las transformaciones sociales y políticas que han devuelto la soberanía al Estado Venezolano y entregado conquistas a los trabajadores y al pueblo de ese país. Y ellos quieren eso, para imponer a rajatabla el «modelo» Neo Liberal que hoy afecta a millones en todo el continente. Los peruanos los sabemos bien.

Por eso lo ocurrido en Venezuela, no se parece en nada a lo del 5 de abril del 92 en nuestra patria. Aquí el «Golpe» -que sí lo fue- tuvo un sólo objetivo: imponer y perpetuar el régimen de dominación que agobia a los peruanos . Allá, la medida judicial tuvo un sentido enteramente opuesto: impedir la consumación de un golpe reaccionario destinado a imponer ese «modelo» contra el pueblo Venezolano.

Ni siquiera en las formas, puede equipararse un hecho con el otro; pero mucho menos, en su esencia. Por eso la reacción peruana -que hizo remilgos el 5 de abril- apoyó a manos llena a la dictadura fujimorista a la que hasta hoy canta loas asegurando que «acabó con el terrorismo» y «salvó a la economía».

¿Fue una acción «antidemocrática»? Muy discutible, por cierto, Pero en todo caso, lo anti democrático fue pretender destituir al Presidente y apoderarse del Gobierno en colusión con la reacción interna y el Imperio ¿alguien podría negar que era eso lo que se proponía Fedecámaras y su cogollo empresarial?

Hay que entender que en un Proceso de Transformaciones Revolucionarias resulta indispensable dictar normas que «violenten» procedimientos formales. Jamás ha sido posible hacer una Revolución verdadera cumpliendo al pie de la letra las disposiciones vigentes en un determinado país. Una Revolución implica rebasar las reglas establecidas para alcanzar un objetivo superior: la justicia social ¿Es muy difícil entender eso?.

Por lo demás, lo que ocurre en Venezuela no está desligado del escenario mundial. El signo de nuestro tiempo está marcado por la desbocada agresividad del Imperio. Estados Unidos busca uncir a su carruaje a todos los países productores de petróleo: Por eso invadió Irak y mató a Saddam Hussein; derrocó y asesinó a Gadaffi; atacó militarmente a Siria; amenaza de manera constante a Irán. Y quiere, de Venezuela, no a Maduro, sino al Petróleo. Y es eso, lo que está en juego.

Alguna vez le preguntaron a Mariátegui si el justificaba «la violencia» en la Rusia Soviética. Y él respondió con entera dignidad: «si la revolución genera violencias; yo las justifico, sin reservas cobardes». No olvidarlo jamás

Es bueno que en torno al tema, piense mejor las cosas la izquierda peruana. Lo que busca la reacción es destruir el proceso emancipador latinoamericano. Venezuela es, apenas, un eslabón de esa cadena. Saben que no pueden acabar con su proceso mediante procedimientos «ordinarios» y por eso exigen acciones violentas: buscan a cualquier precio derribar al gobierno de Nicolás Maduro. Y están dispuestos a todo, para ello.

Las «viudas» de la «democracia fallecida» en Caracas, claman hoy exigiéndole a Donald Trump, que «de una vez «, invada Venezuela, ocupe militarmente ese país y encarcele o extermine a su pueblo . Si alguien duda que ése es el temperamento de los lacayos del Imperio, que escuche las declaraciones de Jorge del Castillo, lea la columna de Aldo M. o haga caso a las «condenas» de Luz Salgado a lo que ocurre hoy en Caracas.

Y los que -desde la izquierda a la que representan, o dicen representar- compartan esas «condenas», debieran entender el sentido real de los proceso sociales: aquí no hay escapatoria, ni puntos intermedios: o con los explotadores, o con los explotados; con los opresores, o los oprimidos; con los imperialistas, o con los pueblos. (fin)

* Gustavo Espinoza M. pertenece a el Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.