Ecuador vivió la más fuerte represión de su historia reciente durante el Gobierno derechista de León Febres-Cordero Ribadeneira 1984-1988. Uno de los casos de brutalidad más famosa fue el de los hermanos Restrepo, que fueron apresados, torturados y asesinados cuando eran menores de edad y sin razón aparente. Febres-Cordero falleció de muerte natural arropado entre sus seres queridos el 15 de diciembre del 2008. Actualmente, siguen sin aclararse muchos de los crímenes y muchas de las familias siguen sin reparación como lo explica Amelia Ribadeneira que es columnista del diario el Telégrafo.
Como si 21 años de dolor no fueran suficientes, don Pedro Restrepo todavía tiene que soportar los golpes mediáticos en nombre de la «libertad de expresión» y del «buen periodismo». Sus hijos adolescentes, Santiago y Andrés, fueron detenidos, torturados, asesinados y desaparecidos por policías. El Estado se declaró culpable, admitió la brutalidad, la ilegalidad, el horror, el crimen que cometieron sus «malos elementos» entrenados para ejercer esos oficios condenables que no admiten un solo día de perdón para no correr el riesgo de que vuelvan a ocurrir.
Pero como todo eso no basta, Teleamazonas, en un reprochable show mediático, presentó con total desparpajo al hombre que la justicia ecuatoriana sentenció por esos horrores que este país debe tener escrito en su historia vergonzante. Sentí ganas de vomitar al mirar ese indignante espectáculo del detector de mentiras: el ex policía se declaró inocente ante la audiencia de Teleamazonas, suficiente para andar por la vida en paz, aliviado, sin culpas. Confirmado: uno es inocente o culpable según el noticiero de televisión.
«Teleamazonas arrasó con el dolor de una familia que no ha dejado de sufrir desde enero de 1988»
Me horrorizo. El canal pisoteó la memoria de esos adolescentes que tuvieron la trágica suerte de encontrarse en el camino con aquellos policías que se sentían dueños de nuestras calles, de nuestras libertades, de nuestras vidas por la política de estado de ese entonces. El canal arrasó con el dolor de una familia que no ha dejado de sufrir desde ese maldito 8 de enero de 1988, cuando los adolescentes desaparecieron en manos de los «agentes de seguridad».
Para Santiago y Andrés, para toda la familia Restrepo Arismendy, la tortura sigue. Esta vez, la caja ronca del lindo canal fue el escenario de flagelación pública para que nunca olviden lo que significa el poder de un sistema que pactó con el crimen para mantener la casa en orden. Y como toda tortura, no tuvo una gota de remordimiento ni conmiseración con las víctimas, les dieron con todo. Limón y sal en la herida de muerte.
¡Que viva el buen periodismo! Sin preguntarse por qué y para qué. Sin medir las consecuencias. Sin ponerse en los zapatos del otro, montaron un escenario infame para restregarle a esta familia el dolor de tener unos hijos muertos en las sombras. Tribunal de injusticia: vayan torturadores, violadores, asesinos, corruptos al lindo canal y pasen el detector de mentiras para que se sientan inocentes. Cerremos los juzgados. Exiliemos a los jueces. Con medios de comunicación y periodistas tenemos suficiente.
No fue un supuesto crimen. No son supuestos asesinos. Supuestamente no fueron llevados al SIC 10. No se presume de una política de Estado de tortura, desaparición y muerte. Fue una realidad. Hay sentencias. Periodistas, lean la solución amistosa 11.868 del 5 de octubre de 2000, de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Fue un crimen de Estado. No hay dudas.
Lágrimas sin fin. El corazón es una grieta. Sangra el alma. Unos niños lloran en la jaula de la muerte. Una madre, un padre, una hermana se desgarran la vida pidiendo justicia, buscando sus huesitos para darles cristiana sepultura. La verdad se hace trizas. En el horizonte, unos niños resisten la ignominia.