Miles de simpatizantes de Jair Messias Bolsonaro salieron a las calles el domingo 3 de agosto, en varias ciudades de Brasil, para festejar el anuncio de Estados Unidos de imponer aranceles de 50 por ciento a todos los productos del país. A pesar de no poder participar en eventos políticos ni en redes, Jair Bolsonaro ha logrado descollar públicamente.
En uno de los mítines, una marioneta gigante con su efigie y la boca tapada con cinta adhesiva evoca la censura que sufre el líder de la derecha, según simpatizantes: “No se trata sólo de Bolsonaro, es evidente que se persigue judicialmente a la derecha, ¡y eso es ilegal! Se persigue a la derecha para que no haya adversarios”, se lamentan.
Asimismo, pedían sanciones contra el juez Alexandre de Moraes, a cargo del juicio al ex presidente Bolsonaro que lo lleva a prisión domiciliaria. Acusado de conspirar para mantener su poder a pesar de su derrota electoral en 2022, puede ser condenado a una larga pena de prisión en un proceso que se prevé que concluya en las próximas semanas.
Sin embargo, las manifestaciones festejaban también los aranceles a todos los productos importados, impuestos por el presidente estadunidense, Donald Trump. Con graves consecuencias económicas para el país. Resulta que las sanciones con aranceles de 50 por ciento a Brasil no tienen una razonabilidad económica, sino política.
El presidente estadunidense clamó una cacería de brujas contra su amigo y aliado sudamericano, para imponer un recargo arancelario a productos brasileños importados por su país, una medida que entró en vigor el 7 de agosto.
En la playa de Copacabana, donde tuvo lugar la manifestación, en Río de Janeiro, Flavio Bolsonaro, hijo mayor del ex presidente, celebró el señalamiento al juez Moraes: “La mayor democracia del mundo lo ha designado como un violador de derechos humanos”. ¿Cómo es posible que la ultraderecha celebre tales medidas que diezmen la economía y vulneren a la población?
Es tal el odio y rechazo al gobierno de centroizquierda de Lula que arrastra a la ultraderecha evangélica a posiciones antipatrióticas. No es la primera vez. La extrema derecha conspiró para detener a Luiz Inácio Lula da Silva como presidente electo.
Su objetivo era desarticular el proceso de transición de poder para mantener a Jair Messias Bolsonaro en la presidencia, detener a figuras del Poder Judicial, como el ministro del Supremo Tribunal Federal Alexandre de Moraes, y cerrar instituciones estatales, como el Congreso Nacional. Recordemos las manifestaciones multitudinarias pidiendo a los militares actuar y de facto frenar los resultados electorales.
Justo hace unas semanas se exhibió en las pantallas de Netflix un documental de la cineasta Petra Costa donde muestra las entrañas del desafío evangélico en torno a las elecciones de 2022, un Brasil polarizado y hasta violento. Una derecha conservadora golpista. Un presidente Bolsonaro literalmente manipulado por un pastor, Silas Malafaia, pentecostal perteneciente a la confederación Asambleas de Dios.
Desde adentro muestra el atemorizante fanatismo religioso de la ultraderecha política y religiosa que se condensa en el bolsonarismo sin Bolsonaro. En el documental se muestra la ira de los simpatizantes que asaltan y destrozan el Congreso y la Corte Suprema de Justicia el 8 de enero de 2023 con actos vandálicos. A más de mil 400 personas se les presentaron cargos por su alegada participación en las manifestaciones.
Pero, ¿no es Brasil la nación con el mayor número de católicos en el mundo? En poco tiempo dejará de serlo. El país tenía 6.6 por ciento de evangélicos en 1980. Pasó a 9 por ciento en 1990; 15.6 por ciento en 2000; 22 por ciento en 2010; el último censo de población, este año, coloca a los evangélicos en 27 por ciento.
El ascenso de los evangélicos es el resultado del éxodo rural en la segunda mitad del siglo XX. La devota población rural encontró en las ciudades grandes una sociedad católica secularizada y liberal, y fue a buscar refugio en las iglesias pentecostales y neopentecostales, moralmente más severas, conservadoras y puristas, con sus promesas de prosperidad.
Las iglesias han sido hábiles para incrementar su influencia políticoelectoral. Parecen tener un radar y detectar dónde se posiciona el poder. Políticamente los líderes evangélicos han sido pragmáticos; Edir Macedo, fundador de la poderosa Iglesia Universal de Reino de Dios, se alió a la candidatura de Fernando Collor de Mello, a la de Fernando Henrique Cardoso, después hizo alianza con Lula por 10 años y ahora exalta a favor de Bolsonaro.
Hay que reconocer que los pentecostales hacen alianzas con los católicos ultraconservadores y caminan de la mano para derrocar al gobierno. En la cultura política actual, la religión se ha convertido en un recurso discursivo, cuya narrativa ofrece la recuperación del orden idílico perdido. Restaurar los viejos valores, rechazar el comunismo secular, es la oferta política utilizada por los ultraconservadores.
Es el regreso de Dios como centro de la política y de la vida social en franca provocación teocrática. Suena a los cristeros evocados por El Yunque y Eduardo Verástegui. Tiene ecos de aquella revancha de Dios del ayatola Jomeini en Irán en 1979.
Repiquetea a un nuevo fascismo evangélico que acecha la democracia y los avances en políticas públicas progresistas. Hay que recordar que las elecciones en Brasil serán en octubre de 2026, por lo que están ya a la vuelta de la esquina. Polarización de nueva cuenta. Un viejo fantasma recorre el mundo, es la ultraderecha religiosa. Es el retorno de un apocalipsis fascista y el regreso de un Dios tirano.
Fuente: https://www.jornada.com.mx/noticia/2025/08/13/opinion/brasil-la-ultraderecha-religiosa-es-fascista