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La vanguardia revisitada

Fuentes: Cubarte

Los escritores y artistas de la primera vanguardia cubana entraron, hace medio siglo, en los diccionarios y en los museos. Ahí permanecen, casi fosilizados, sometidos al polvo y a los embates de las generaciones sucesivas. No mediaba el pasado siglo cuando, sin haber vencido del todo en su batalla contra la cademia, los pintores padecieron […]

Los escritores y artistas de la primera vanguardia cubana entraron, hace medio siglo, en los diccionarios y en los museos. Ahí permanecen, casi fosilizados, sometidos al polvo y a los embates de las generaciones sucesivas. No mediaba el pasado siglo cuando, sin haber vencido del todo en su batalla contra la cademia, los pintores padecieron el distanciamiento por parte de un grupo más joven que procuraba afirmarse.

Luego, las rupturas estéticas se volvieron aun más radicales. La crítica se limitó a repetir fórmulas establecidas con lo que hubo poco espacio para el habitual redescubrimiento, frecuente operación de rescate que revela costados desconocidos en un campo aparentemente bien roturado.

Los archivos descansan en paz, protegidos de la curiosidad impertinente que pudiera develar sus secretos. Y, sin embargo, el movimiento que movilizó, en el entorno de 1923, a escritores, artistas plásticos y músicos, merece una atención renovada.

«Clan disperso» llamó Carpentier al grupo heterogéneo de minoristas que convergieron en breve lapso acicateados por la voluntad común de refundar la cultura en medio de una república frustrada. La atomización del grupo de iniciadores respondió en gran medida a razones políticas, agudizadas progresivamente en la etapa de entre revoluciones (1933-1959), pero tuvo su origen más profundo en la modificación de las perspectivas filosóficas y culturales. Este último factor, atinente a lo que Jorge Mañach denominaría la sustancia de la nación cubana y sus componentes europeos y africanos, no ha sido tenida en cuenta en grado suficiente por los estudiosos.

Un significativo esfuerzo por romper la rutina se acomete ahora por la Fundación Arte Cubano con su serie de libros reconocible bajo el rubro Vanguardia cubana. Con espléndida factura, amplio despliegue de ilustraciones y muy exhaustiva investigación realizada por Ramón Vázquez, acaba de aparecer una monografía dedicada al pintor Víctor Manuel. Desde el punto de vista informativo, el libro ofrece respuesta a numerosas interrogantes. Condenado a la bohemia por la continuada penuria, el artista fue, por excelencia, como lo advirtieron sus contemporáneos, un maestro callejero. En procura de un «lager» propiciado por el encuentro con colegas y clientes potenciales, se le podía encontrar en sus recorridos mañaneros por Obispo y O´Reilly en La Habana Vieja. El pudor lo conducía a ocultar su vivienda, sin dudas, mísera. No tenía familiares conocidos y poco se sabía de su trayectoria vital, salvo su paso por la Academia San Alejandro y sus dos míticos viajes a París, que le otorgaron una primacía histórica en el origen de la vanguardia artística cubana.

Del registro de los archivos y la prensa de la época, Ramón Vázquez ha exhumado datos valiosísimos que articulan una biografía para quien pareció optar por no tenerla. Hijo de un humildísimo trabajador del mercado, devenido luego conserje de la Academia creada por Juan Bautista Vermay, el adolescente, sin tener mucha instrucción de otra índole, pudo asistir desde temprano a los talleres de dibujo y se convirtió, al cabo, en discípulo de Leopoldo Romañach, aunque pronto mostrara sus rasgos de independencia. París le ofreció el conocimiento de los grandes maestros y las posibilidades de traspasar las limitaciones del impresionismo. Dos obras incluidas en el texto atestiguan ese aprendizaje: Parc Monceau y Avenue du Maines, lugar cercano a Montparnasse donde convivían muchos cubanos residentes en la capital francesa. Del ejercicio formal realizado en esas breves estancias, nacería la Gitana Tropical. Allí, el anónimo Manuel García se convirtió en Víctor Manuel.

El relato biográfico del pintor se entrelaza con una sutil valoración crítica que, prescindiendo del rocalloso lenguaje académico tan extendido, se basa en un análisis estrictamente pictórico para señalar pautas evolutivas en una obra carente de cambios radicales. Texto e imágenes muestran el vínculo del artista con sus coetáneos y colegas, pertenecientes todos a una tribu marginada. Entregado de lleno a su obra, tema obsesivo de sus inacabables y recurrentes conversaciones, Víctor fue un hombre apolítico. Sin embargo, ciertos acontecimientos estremecieron su sensibilidad, sus principios éticos y su condición humana. Dejó testimonio de la estancia en el puerto de La Habana del barco que atravesó inútilmente el océano tratando de encontrar refugio seguro para su cargamento de judíos. Más tarde, quien tanta ayuda necesitaba, no vaciló en participar de la Antibienal, exposición colectiva organizada en rechazo a la Bienal patrocinada por Franco y Batista. Luego, se adhirió también al manifiesto en repulsa ala salón oficial de la época. Después de la Revolución pudo instalarse junto a la Plaza de la Catedral, en esa ciudad vieja tan entrañable. Aprovechó entonces para aproximarse a la experimentación en el grabado, al abrigo de los jóvenes animadores del taller de gráfica.

En diálogo con la presentación biográfico-crítica, la cronología comentada ofrece una perspectiva de valor inestimable para articular el trabajo del artista en sus contextos. La relación pormenorizada de las muestras personales y colectivas se ilumina con citas tomadas de artículos y crónicas de la época, que ilustran paso a paso un panorama de la recepción contemporánea de la obra. Pueden observarse los altibajos en el debate entre la creación artística y la evolución de un pensamiento estético. En este riguroso examen constituye un modelo para futuras indagaciones, tan necesarias en este campo. Proporciona datos de extrema utilidad para libros de más modesta factura y mayor alcance popular.

Metódico en el laboreo investigativo, Ramón Vázquez pone al servicio de esta monografía sobre Víctor Manuel un saber acumulado durante muchos años, un continuado y anónimo empeño en el Museo de Bellas Artes.

Profundo conocedor de los fondos de esa institución, es el más calificado experto en la vanguardia pictórica cubana.

Fuente: http://www.cubarte.cult.cu/paginas/actualidad/conFilo.php?id=15523