La velocidad mata, eso decía un letrero de la calle. Aunque era una simple valla publicitaria, me quedé pensando y dándele vuelta, como si se tratara de una máxima filosófica. Y he concluido que lo es. Pero en realidad no me anclé en la velocidad de los autos atropellados por los trenes, como diría Fontanarrosa, […]
La velocidad mata, eso decía un letrero de la calle. Aunque era una simple valla publicitaria, me quedé pensando y dándele vuelta, como si se tratara de una máxima filosófica. Y he concluido que lo es. Pero en realidad no me anclé en la velocidad de los autos atropellados por los trenes, como diría Fontanarrosa, ni de la cantidad de accidente que ocurren a diario en las carreteras, a cuyos conductores estaba dirigida la consigna, a aquellos que ya no ven doble por el alcohol, ven quíntuple por la cocaina. En la República Dominicana se anda tan rápido que ni los semáforos en rojo se respetan, así es que cruzar un semáforo en verde es de un alto riesgo. Decía Trespatines que Nananina chocó porque hizo señal de que iba a doblar a la derecha y dobló a la derecha. Pero antes de entrar a ver las matanzas de esta velocidad por todos lados, creo que es una consigna hipócrita de una sociedad hipócrita que no le importa esos muertos. Porque digo yo, sin conocer nada de Indianápolis, que las muertes de las carreteras se evitarían con un simple ordenamiento social, conclusión de un debate público, en el que se acuerde que los autos no pueden ser fabricados con capacidad mayor de 40 ó 50 kilómetros por hora. El que habite un poquito más lejos que se levante más temprano, pero al final del día, seguro que no figurará en las estadísticas macabras de los accidentes de tránsito. El que viaje de pueblo a pueblo , distancias mas largas : el tren. Porque cada día me preocupo, me pregunto si mi mujer o mis hijos regresaran vivos a la casa. No porque dude de la prudencia de mi mujer, ni por fatalismo ni pesimismo, sino porque en las estadísticas también hay una enorme cantidad de víctimas que conduciendo bien, viene un jodío a toda velocidad y las atropellan. Esas son las víctimas de la calle.
Pero la velocidad mata por todos lados. Las cajeras de los supermercados deben hacerlo rápido, no para dar un buen servicio a la clientela, ni para acomodar al que espera en la cola, no; simplemente para que rinda más, para que el patrón gane más. El tacle tacle del teclado de las computadoras que hacen de cajas registradoras debe ser continuo e ininterrumpido señal de que estamos ganando mucho , mucho dinero. La cajera, al igual que el mecánico de los tiempos modernos de Chaplin, sale que los temblores, pakinsónico.
Cuando entramos en el juego de la rapidez nos matamos, no disfrutamos del placer cotidiano de la contemplación, de los detalles de la vida, de la belleza de la existencia y lo que te rodea. Es como cuando caminas en invierno a -30 grados, lo haces para desplazarte de un lugar a otro y rápido antes de que te quedes congelado en medio del camino, sin ver nada, sin importarte el vuelo de las pocas aves que se atreven a desafiar el frio.
Cuando comes rápido, no puedes desgustar de la variación de sabrosura de la comida, de prolongar este precioso momento. Con la rapidez, comemos para jartarnos , para resolver un problema, para matar el domingo, como dice Maritza López al rebasar el momento de la pizza dominguera. Lo mismo si te bebes un cafecito, mientras mas rápido lo haces mas rápido se termina el placer. Y si es un traguito rápido, más otro rápido , más otro rápido pues más rápidamente acercas el momento del llamado a Juan ( el vómito). Prolongándolo, el paseo por las nubes es mas duradero, mas emocionante; y si le agregas un humito de un buen cigarro, la nube se pone mas alcochada.
Si lees un libro con la rapidez anormal por querer ver otro o leer saber el final de la historia, no disfrutas del sabor de cada frase, que le tomó tanto al escritor para armonizar sus ideas.
Creemos falsamente que mientras más rápido hacemos las cosas ganamos tiempo, claro habría que filosofar durante trescientas noventa y nueve páginas, mínimo, sobre el tiempo, si existe, si es una ilusión etc, pero a mi me ocurre que cuando me tomo mi tiempo en realizar una pintura, el tiempo se detiene, los días más largos son los que paso en el taller, o jugando con los niños.
Si haces cualquier trabajo simplemente por ganarte la vida, la rapidez es un elemento que se agrega al hastío del mismo.
Si vas a pintar un cuadro y tienes que hacerlo antes de las 3 porque el dueño de la galería le ha hablado ya a un cliente, te jodiste, has entrado a una face maquinaria robótica de la que no te salva ni Chichirí. No puedo tomarme el tiempo que sea, que viene dado por la particularidad de cada obra, dada la premura, la velocidad , la producción en pegotes y en serie. Conocí un caricaturista de esos que se instalan en la calle a combatir turistas, y me dijo que él poseía el record guiness (?) de la realización de una caricatura : un minuto y medio. Todavía me rio, cada vez que me recuerdo, no por el récord, sino por la seriedad con que el tipo me contaba la hazaña. Y esa velocidad se le impregnó a la obra de arte poco a poco en el tiempo. Pollock podría hacer 20 obras en lo que Rembrandt hubiese hecho una. Rembrandt murió viejo, Pollock se fue con la misma velocidad conque pintaba o chorriaba.
Cuando aterrizamos en el aeropuerto aplaudimos emocionados, eufóricos, no para victorear al piloto ni a las azafatas por el buen servicio brindado, no , aplaudimos ante el hecho de considerarnos sobrevivientes de una hazaña de rapidez .
Si haces una película y quieres estar a tono con los tiempos moderno debes inyectarle el fastidio de la rapidez a la cámara, cortándole la palabra a los actores , jalándola de un lado para otro violentamente, agregándole escenas con velocidades mayores para la supuesta creatividad de hoy, contribuirás a que le suba la adrenalina al espectador tal y como lo desea el director, y acabarás dándole un tremendo dolor de cabeza a quien logre terminar la contemplación.
¡Ah! , sin olvidar los periodistas que tienen que escribir a todo dar para informar a tiempo. Viven, junto a los que trabajan en imprentan, con un titiritaqui, enfermedad fobionervioexplosiva que me he inventado para describir cuando he sufrido la desesperante situación de tener que hacer una cosa con rapidez y contra mi gusto ( cuestión del pasado paleolítico cuando era homovisible), bueno es una variación del estress, sólo que de este tú estás consciente y no te zafas.
En la universidad la velocidad cuenta para las nuevas lumbreras del saber catedrático, porque estamos preparando a los jóvenes de hoy para la competitividad del mañana, y así el aprendizaje toma un matiz de tortura más que de placer. Se elimina el interés naturalmente. La competencia mata también, pero eso es tema de otra valla.
Por supuesto, que la mayoría de las actividades que realizamos a diario no dependen de nosotros, depende de la forma en que la sociedad ha definido la manera de relacionarnos en términos de transporte, en términos de trabajo, en términos de diversion. La sociedad capitalista no tiene definido que el ser humano sea beneficiario del producto de su trabajo, quiere esclavos que produzcan bienes para acumular, para tener poder, para poder decidir. Lo poco que tiene el ser humano en esta sociedad es el mínimo permitido. Eso tambien es otra valla aunque no creo que pueda decir nada mejor de lo que ya tantos marxistas han teorizado.