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La verdad y la denigración como espectáculo de entretenimiento

Fuentes: Rebelión

Los medios de comunicación del “mundo civilizado” han llegado a tal nivel de podredumbre que hasta la verdad, la denuncia social, la denigración, la explotación, etc., se han convertido en espectáculo de entretenimiento para despertar y alimentar los instintos más bajos de ciertas masas, siempre hambrientas de sangre, pan y circo. 

Este fenómeno, que viene haciendo las delicias de la plebe adaptada felizmente al establishment, es analizado con impactantes metáforas en el segundo capítulo de la primera temporada de la serie distópica “Black Mirror”, que lleva por título Fifteen Million Merits, especie de moneda virtual que los “sin rostro”, los esclavos modernos, los nuevos obreros, los parias (…) tienen que pagar para salir de un coloreado infierno.  

Dicho episodio, dirigido por Euros Lyn (los creadores de la serie son Charlie Brooker y su mujer Kanak Huq) se desarrolla en un mundo claustrofóbico en el que la mayoría de la población se gana la vida pedaleando en un sótano-gimnasio con la esperanza de conseguir quince millones de méritos, precio que hay que pagar para salir en un reality show en el que si ganas tus jueces te liberan de “la bicicleta estática” y te llevan a la superficie donde puedes instalarte “en una lujosa y cómoda jaula de oro”. 

En el submundo la gente vive en cubículos cuyas paredes están cubiertas de pantallas con vídeos personalizados entre los que se intercalan montañas de publicidad para que compres artículos que no necesitas y te gastes los méritos que consigues con tanto esfuerzo. 

En esa sociedad las personas con sobrepeso y las pocos dotadas (según el ideal imperante) realizan las tareas más ignominiosas, y son constantemente denigradas, humilladas, hasta que “los amos” las convierten en despojos humanos. 

En el relato hay dos personajes centrales: un muchacho negro, Bingham “Bing” Madsen (Daniel Kaluuya) y una chica angelical, pura, inocente, bondadosa, Abi Khan (Jessica Brown-Findlay) que tiene una voz maravillosa que encandila al joven. 

Madsen, que ha heredado quince millones de méritos de un hermano muerto, conoce a Abi pedaleando y poco a poco surge entre ellos una bella amistad, un profundo amor, sincero, cristalino, como el que gozan los que jamás han perdido la inocencia. 

Él quiere para su amiga lo mejor y le ofrece los quince millones de méritos (que es el precio que hay que pagar) para participar en un concurso de canciones patrocinado por el programa telebasura “Hot Shot”. Los ganadores son liberados de “la bicicleta estática” y reciben como premio “un billete al paraíso”. 

Aunque Abi se niega a coger ese dinero, Madsen, que la escuchado cantar en el baño y cree a ciegas en ella, insiste y ella acaba aceptando. Antes de la actuación suministran a la chica una droga “para calmar los nervios” y la muchacha conquista con su voz al tribunal y al público, que está compuesto por “personajes virtuales que aplauden como tontos”.  

El jurado, tan vomitivo como los que vemos en los reality shows de España (y medio mundo) alaba el talento de la joven, pero la dicen “que fuera ya está cubierto el cupo de cantantes” y que solo hay una plaza para el programa pornográfico Wraith Babes (Chicas bravas). A su juicio, la belleza, pureza e ingenuidad de Abi tienen un valor añadido y dan un morbo especial al espectáculo de “las chicas bravas”, pues denigrar y mancillar en público engancha a los espectadores. 

Abi, desconcertada por la droga, se encuentra en estado de shock y tras un largo silencio se alza una voz y le pregunta ¿Qué quieres, pedalear toda tu vida en el sótano o vivir con el lujo que te mereces? Ella, que no quiere morir en la bicicleta estática, acepta, con la mente embotada, la salida que la ofrecen y el público salta de júbilo y aplaude enloquecido. 

Su amigo Madsen no soporta ver a Abi en las escenas pornográficas (donde se ve a la chica con una cara de profunda tristeza y amargura) que proyectan las pantallas de su cubículo. Enfurecido, golpea hasta romper una de ellas hasta que salta en añicos, uno de esos trozos es un cristal en forma de puñal. 

Desde ese día empieza a pedalear sin descanso con la obsesión de conseguir quince millones de méritos, salir fuera y rescatar a Abi. Incluso roba comida para no gastar ni un céntimo en su alimentación. 

Por fin, después de mucho tiempo, consigue la suma y paga para salir en el concurso de “telerrealidad”. Se las arregla para no tomar la droga que te hace “perder la voluntad” y sale a escenario dispuesto a todo. Ante un jurado y un público excitado, se saca de un bolsillo su puntiagudo cristal y se lo coloca, amenazando con suicidarse, en el cuello. 

Madsen empieza a decir grandes verdades que empequeñecen al ser humano, denuncia la esclavitud de los nadies, las injusticias que padece la humanidad, la explotación de los débiles y todos los males que causan los poderosos a “las clases inferiores”. El jurado y el público están encantados con su oratoria, con la lucidez del muchacho que está a punto de clavarse un cristal en la yugular.  Y se produce un momentazo que alcanza un clímax y euforia irrepetibles. 

Luego suenan aplausos atronadores y Madse, al igual que Abi, entra en estado de shock. Al final el jurado le ofrece un programa estrella para que denuncie todas las injusticias del mundo, en las pausas podrían incluirse, tal vez, fragmentos pornográficos de su amiga. Estaría asegurado un incremento vertiginoso de audiencia. 

La historia se repite y una voz le pregunta ¿Qué quieres, salir a la superficie o seguir clavado a la bicicleta estática el resto de tus días? Madse está aturdido, desorientado, como si le hubieran arrancado la poca fe que le quedaba. Balbucea, igual que Abi, y con un gesto indica que no quiere volver al submundo que, entre todos, hemos cavado. 

Blog del autor: Nilo homérico

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.