Traducido por Felisa Sastre y Alfred Sola ¿Ir a Venezuela? Allí hay maravillosas cataratas y montañas; magníficas olas, playas, y sol. Pero hoy en día la mayor atracción es la revolución. En octubre pasé una semana en Caracas, lo que no es mucho para sacar conclusiones pero creo que merece la pena reflejar aquí lo […]
Traducido por Felisa Sastre y Alfred Sola
¿Ir a Venezuela? Allí hay maravillosas cataratas y montañas; magníficas olas, playas, y sol. Pero hoy en día la mayor atracción es la revolución.
En octubre pasé una semana en Caracas, lo que no es mucho para sacar conclusiones pero creo que merece la pena reflejar aquí lo que encontré y lo que sentí allí.
Mi primer, y personalmente el más sorprendente posiblemente, encuentro con la Revolución Bolivariana se produjo en el Ministerio de Participación Popular, creado- según me dijeron- por el expreso deseo de Chávez «de que la gente asumiera el poder».
Pregunté a los funcionarios con los que nos entrevistamos, «¿Qué quiere decir eso de que la gente debería tomar el poder? Después de señalar que durante miles de años de «imperios impidiendo que la gente participara en la política», que habían culminado «en el Imperio Norteamericano», el funcionario afirmó que «EE.UU. había tenido 200 años de gobierno representativo, pero en su sistema la gente cede el control a otros». Por el contrario en Venezuela, «proponemos humildemente un sistema donde la gente tenga el poder en una democracia participativa y sea protagonista. Queremos una nueva clase de democracia para conseguir un nuevo tipo de sociedad».
En la pared había un diagrama con sus objetivos, en el que se veían muchos círculos pequeños, otros más grandes a diferente nivel, etc. La idea- continuó-, «era crear muchas asambleas o consejos de ciudadanos locales de base, donde la gente directamente pudiera expresarse.» Esos consejos locales serían los cimientos principales de «un nuevo sistema de democracia participativa».
El nivel inferior del proyecto se centra en comunidades con «hábitos y costumbres comunes», dijeron los funcionarios. «Los concebimos formados por entre 200 y 400 familias, o entre 1.000 y 2.000 personas cada uno. Por supuesto, uno podría imaginar también la existencia de unidades más pequeñas dentro de cada consejo local pero era algo que no estaba previsto como inmediato ni en su agenda ni en sus diagramas. En su momento, las unidades locales envían «un portavoz electo» a otras asambleas de nivel superior. Los consejos en este segundo estrato «abarcarían una región geográfica más amplia» y allí, a su vez, se elegiría otro portavoz para un nivel superior», etc. «creando así una red que cubriría «parroquias, municipios, Estados y toda la sociedad en su conjunto».
Los funcionarios encargados de la participación, al explicar sus diagramas y sus objetivos, afirmaron que las unidades más pequeñas se pretendía que llegaran a ser el «centro de la toma de decisiones del nuevo régimen venezolano». Chávez y este Ministerio confían en tener- afirmaron- «3.000 asambleas locales operativas para el próximo año». Su objetivo era tener «las suficientes constituidas en todo el país, en 4 ó 5 años, para representar a 26 millones de venezolanos».
No querían «una dictadura del proletariado ni de cualquier otro tipo», dijeron. Sorprendentemente, también dijeron que no querían «aquello por lo que murió el Che, aunque deseaban aprender de la experiencia». Aspiraban a crear algo nuevo, desde abajo.
Yo les pregunté, «¿qué ocurriría si las asambleas locales desearan cierta política que los ministros, los legisladores o Chávez no quisieran? «No hay problema alguno»- contestaron- «las asambleas, una vez constituidas y en activo, son las que mandan».
Pero, repliqué, «vosotros, seguramente, no queréis que una asamblea de 100 familias tome decisiones que afecten a todo el país». «Exacto» -respondieron- «las asambleas locales sólo pueden tomar decisiones finales sobre asuntos de su incumbencia».
«Supongan que una asamblea decide que quiere cambiar algo relacionado con la delincuencia, que tiene que ver con los tribunales federales o la policía, o algo semejante, que trasciende a esa comunidad» – pregunté- «¿Qué ocurre entonces? ¿Cuándo se cambian las leyes o la política?»
«En cada nivel debería producirse una respuesta», me replicaron. «Las asambleas de nivel más bajo harían lo que quisieran sobre asuntos de su comunidad, pero la delincuencia afecta a más de una comunidad y requiere consultar a niveles superiores inmediatos donde se deben debatir también esos asuntos. En el ámbito municipal, podrían cambiar ordenanzas, etc. para dar también respuesta. Y después podría plantearse en otro nivel superior».
«Está bien», volví a preguntar «Imaginen que una asamblea local quiere implantar el derecho de voto a una edad más temprana. Lo llevan al nivel superior inmediato y también es bien acogido. ¿Tiene que presentarse ante los legisladores y éstos pueden decidir?»
Se me dijo que las asambleas locales podían enviar a través de su portavoz la propuesta al consejo inmediatamente superior de las estructuras democráticas. «Si hubieran tomado una decisión que afectara sólo a los vecinos locales, que es todo lo que ocurre ahora, como en el caso de la edad para votar en las elecciones locales, se aprobaría sin más, bajo su supervisión y sin tener que discutirlo en otro ámbito más amplio.» Pero si sus deseos tuvieran mayor alcance, como una nueva ley electoral para las elecciones generales, «sus propuestas deberían ir hacia arriba, hasta el nivel necesario para después volver a las bases de todas las asambleas para que todos opinen».
Estos bolivarianos, encargados por la Administración de Chávez de poner en marcha un régimen político nuevo, en paralelo, no quieren más representantes en la toma de decisiones que los imprescindibles. Quieren que la propuesta de una asamblea se presente en el nivel superior, y que no se decida por representantes sino que la discutan los portavoces y luego las lleven de vuelta a sus asambleas locales, a todas ellas eventualmente, para que decidan todos. «Si se produce el apoyo-se me dijo-, entonces se aprobaría la nueva edad para votar, tanto si lo quieren o no Chávez o los alcaldes o los legisladores».
Les dije que debe haber muchos alcaldes, gobernadores o burócratas, elegidos o nombrados, que van a obstaculizar este proyecto, al no querer que su poder quede reducido o que crezca el de la gente. Sí, se me contestó, «hay muchos burócratas que disfrutan del cargo desde hace veinte o treinta años y alrededor del sesenta por ciento de ellos ponen trabas a la propuesta».
«Incluso entre los ministros de la Administración de Chávez», pregunté, «¿algunos no se resienten ante la idea de ser desplazados del poder para obedecer los deseos del pueblo? El poder popular de Cuba comenzó con muchos de los ideales que Ustedes exponen», señalé, «pero nunca llegó al estadio en el que el poder nacional fuera participativo. ¿Creen que el Gobierno de Chávez ayudará a que el sistema asambleario alcance su pleno desarrollo o, pasado un tiempo, el sistema de asambleas tendrá que presionar al Gobierno para conseguir todo el poder?»
La respuesta fue: «sólo la población organizada puede decidir. Estamos en camino de inventar una nueva democracia. Tenemos que ir más allá de lo que hemos tenido antes. No hay nada garantizado, pero estamos intentando avanzar». No es necesario, sin embargo, dijeron los funcionarios, eliminar o entrar en conflicto abierto con las viejas estructuras, sino que el nuevo sistema se construirá en paralelo, al lado del que existe ahora y demostrará con el tiempo su validez. Mucho de lo viejo se incorporará, otra parte no. Pero en cualquier caso, en su momento, las viejas estructuras se verán reemplazadas por la impresionante realidad del éxito de las nuevas, no por la imposición ni por la fuerza.
«¿De qué manera las iniciativas de Chávez van a animar a la gente a crear esas asambleas locales?, pregunté. La estructura final de las asambleas estaba en desarrollo, me dijeron los funcionarios, y existían varias ideas sobre cómo ponerlas en marcha. He aquí lo más instructivo y sorprendente de todo lo que escuché: «Los bolivarianos tenemos un programa para que los ciudadanos de los barrios obtengan la propiedad de sus viviendas actuales. Sólo necesitan solicitarlo, pero para que la solicitud sea aceptada tienen que hacerlo en grupos de 200 o más familias». En ese caso, los habitantes consiguen sus casas y es de esperar que la comunidad de familias se convierta en una asamblea de base.
«¿Se están encontrando que el Gobierno tiene que animar a la gente para que participe?», pregunté, a lo que los funcionarios respondieron: «La gente está tomando la iniciativa pero es muy importante que el Gobierno los apoye». Que la gente asuma el poder supone «una nueva manera de pensar y una nueva cultura», dijeron. «El presidente y nosotros estamos trabajando mucho para que la democracia participativa sea una realidad pero todos tenemos limitaciones que superar en nuestras mentes, así como las viejas estructuras». Ha sido una idea recurrente. En Venezuela, aunque ha habido golpes de Estado y lucha contra el capital y el imperialismo externo, en la actualidad la lucha parece que se centra más contra la impronta del pasado o incluso contra las costumbres y las creencias de la gente pobre.
«¿Cuántas personas apoyan ya este programa?», pregunté. «El diseño final de las asambleas acaba de ser anunciado», contestaron, «pero el objetivo general del poder para el pueblo puede que lo comprenda y lo apoye con fuerza alrededor de un cuarto de la población, y espero que pronto serán más». Y enfatizan que no quieren un sistema «que dé el poder a otras personas». No quieren «una democracia representativa». En el modelo venezolano, la gente elige «portavoces del pueblo, no representantes». Todo lo que se proponga en una asamblea llegará a otras unidades superiores por medio del portavoz elegido y volverá a las bases, a través de otro portavoz para ulterior discusión y debate. Lo que se decida en los niveles más bajos será obligatorio. «El país tiene 335 municipios», señalaron, «y alrededor de 255 están con el presidente».
Las discusiones sobre la policía y los tribunales estaban en marcha, me dijeron, pero no pude hablar con nadie que trabajara en esos aspectos del cambio y, aparentemente, era un asunto que todavía estaba lejano. Aquellos funcionarios me dijeron que el «socialismo que intentamos construir incorpora la experiencia de los intentos de Rusia, Cuba, etc. pero no quiere empresas dirigidas por el Estado o una dictadura. Tenemos que crear nuestro propio modelo para reducir la semana laboral, para defender la naturaleza, para establecer la justicia social tanto en el plano colectivo como en el individual. Si el capitalismo continúa, acabará con el planeta. Tenemos que encontrar la forma de que todo el mundo tenga un mejor nivel de vida pero también debemos preservar el planeta. Tenemos que conseguir individuos decentes que piensen en la comunidad. Eso es lo que estamos buscando».
Ejemplos adicionales
En lo relativo a la salud, aunque no pude hablar con ningún funcionario del Gobierno directamente implicado en el programa, o con algún doctor que dispense medicamentos, está claro que de nuevo el Gobierno no ha echado por tierra las viejas estructuras ni tiene intención de hacerlo sino que en su lugar, en cooperación con Cuba, -que ha enviado 20.000 médicos-, el Gobierno ha puesto en marcha nuevas clínicas por todo el país, y dispensa en los barrios (sic en el original) atención sanitaria, llevando a los pobres atención sanitaria local por primera vez. Se nos dijo que esas clínicas atienden a las necesidades de la gente, actúan de forma bastante democrática, y tienen médicos que cobran el salario medio de un obrero y, con frecuencia, menos. El pueblo adora las clínicas y estoy seguro que los funcionarios del sistema sanitario chavista tratan de acabar con las viejas estructuras mediante la presión competitiva de las nuevas, pero sin actuar de forma directamente coercitiva.
Visitamos barrios, que eran gigantescas extensiones en las laderas de las colinas, cubiertas de pequeñas casas parecidas a chozas, y vimos de tramo en tramo las nuevas clínicas construidas, pequeñas pero limpias, en las que trabajan los médicos cubanos. Comparadas con nada -que es la comparación exacta-, suponen una enorme mejora y ayudan a comprender el apoyo a Chávez de las comunidades de los barrios. Nos enteramos de la existencia de un Plan de Salud Oftalmológica, que incluso ofrece operaciones oculares gratis de diversos tipos- 500.000 en diez años- para los ciudadanos pobres de Estados Unidos. Los venezolanos se hacen cargo de los viajes y los cubanos realizan la cirugía. Yo mismo, que tengo problemas de visión, escuché atentamente, mientras sonreía para mis adentros.
El mismo modelo en general era el que inspiraba el proyecto dirigido a la alfabetización en Venezuela. Con la misma lógica y metodología, este proyecto se lleva a cabo sin luchar contra lo anterior sino poniéndolo en marcha a su lado. En menos de dos años, según un informe de Chávez aparentemente verificado por la UNESCO, ha acabado con el analfabetismo.
En efecto, también se está utilizando el modelo incluso para la educación superior. El Gobierno no ha actuado sobre las universidades nacionales, privadas o públicas sino que. después de que fracasara la huelga de la industria petrolera durante la última tentativa de golpe, cuando casi un tercio de los gestores y técnicos de la industria fueron despedidos por haber participado en el intento de derribar al Gobierno, ya no se tuvo necesidad de muchos de los edificios administrativos que utilizaba la petrolera. Es obvio que el gasto burocrático y el fraude habían sido enormes Así que un grupo de aquellos edificios liberados se transformaron en la nueva Universidad Bolivariana.
La nueva universidad se regía por consejos de trabajadores y el ministro de Educación del Gobierno se convirtió en su Rector. Llegado un momento, canceló el Consejo y tomó la decisión de que en su lugar hubiera reuniones de grupos más pequeños, y que él sólo se relacionaría con sus representantes. Este paradigma característico de un planificador central interactuando con un lugar de trabajo y exigiendo una cadena de mando en él, obstaculizando así la autogestión, resultó preocupante. La revolución bolivariana está haciendo juegos malabares con muchas tendencias enraizadas en numerosos aspectos de la vida social pero la pedagogía de la nueva universidad es- lo aprendí en entrevistas que mantuve con un profesor- muy innovadora, enfatizando el servicio que los estudiantes prestan a las diversas comunidades con proyectos prácticos, conectando sus estudios con las necesidades y circunstancias sociales, y considerando las calificaciones como una tarea compartida por estudiante , claustro de profesores y vecinos de la comunidad.
En una entrevista de Justin Podur con el anterior Rector de la Universidad, éste se expresaba así: «Demostraremos que se puede tener calidad y equidad en la educación. Formaremos profesionales completos que sean ciudadanos. Aprenderán ética, responsabilidad social, respeto por las identidades latinoamericana y caribeña, solidaridad, y respeto. Los profesionales que salgan de esta institución trabajarán para la transformación de la sociedad. La universidad será un pensador crítico que pueda estimular a otros y plantear preguntas. Nuestro currículo se basa en «ejes» de la educación. Cualquier programa o plan de estudios -por ejemplo una ingeniería o un programa de magisterio- es su «eje profesional» pero Usted tiene también un eje cultural, un eje político, un eje ético, otro estético, y un eje de interacción social comunitario donde se trabaja directamente con sectores de la sociedad que han quedado fuera de la universidad desde sus inicios».
Se nos dijo que la Universidad Bolivariana tiene unos 7.000 estudiantes, y alrededor de 700 personas en el equipo, de las cuales 250 son personal no docente y sólo 120 son profesores con dedicación completa. Algunos profesores se oponen a la nueva pedagogía por ser demasiado flexible. Otros la consideran demasiado comunitaria en su orientación. En las reuniones hay radicales y reaccionarios. Algunos profesores se resisten a la tendencia de impartir clases al personal no docente. Otros se oponen a tener unos sueldos más igualitarios para todos los empleados. Unos se resisten al intento de llevar los recursos de la Universidad al interior del país, mediante el establecimiento de misiones fuera de Caracas para promover la enseñanza superior y tender la mano, por primera vez, a las zonas rurales de Venezuela.
En términos generales, la Universidad Bolivariana compite con el resto del sistema de educación superior ofreciendo una experiencia en desarrollo pero ya dramáticamente diferente. Que el ministro esté al frente de la Universidad Bolivariana podría no ser lo óptimo en términos de autogestión de los trabajadores, pero se nos dijo que él habla con frecuencia y de forma convincente de demostrar que las nuevas aproximaciones son mejores y de reemplazar las antiguas estructuras por la vía de que la gente perciba los beneficios del cambio. No resulta sorprendente que los estudiantes de la Universidad Bolivariana sean en su mayoría pobres, que es lo contrario de lo que pasaba en el antiguo sistema. Los vínculos entre las Facultades y las cooperativas locales que, a su vez, se han constituido con salarios iguales y consejos para la autogestión, se están ampliando continuamente, dando lugar a un tipo de mundo paralelo al existente con anterioridad.
Si consideramos también otro de los principales sectores de la vida social- los medios de comunicación- está surgiendo el mismo modelo que hemos visto. Una ojeada a los periódicos diarios muestra que de los 25 primeros artículos desde la portada en adelante, 20 de ellos eran amplios ataques o duras críticas a Chávez. El resto se dedicaba a otros temas. Esto es lo normal un día tras otro, se me dijo. Los periódicos son propiedad de empresas privadas, por lo que no resulta raro que sean hostiles a las posiciones de Chávez. Pero Chávez no los censura, ni mucho menos piensa en nacionalizarlos o en controlarlos. Lo mismo ocurre con las principales emisoras de televisión. En relación con éstas, no obstante- y apuesto a que algo parecido ocurrirá con la prensa dentro de poco -, el Gobierno tiene una estrategia en curso.
El gobierno Chávez ha creado una nueva televisión, VIVE TV, como hizo con la Universidad Bolivariana. La visitamos y recorrimos sus instalaciones. La mayor diferencia de salarios, entre el director de la compañía y la gente que limpiaba, era de 3 a 1, pero la nueva política de salarios, que se iba implantando lenta pero progresivamente, era conseguir el mismo salario para todos mediante un constante incremento de los salarios más bajos hasta conseguir la paridad.
VIVE tiene unos 300 empleados. Su equipamiento no era el de la CBS pero era excelente y tenía un potencial impresionante. La nueva web de VIVE tiene sus programas archivados para que los vea el mundo. El equipo directivo de la cadena es, por supuesto, una asamblea de trabajadores. A los trabajadores de VIVE que carecen de conocimientos se les ayuda a tomar cursos, incluyendo cursos de producción televisiva, que se dan en las mismas instalaciones, y esas instalaciones se usan también para enseñar a ciudadanos de Caracas y otros sitios a filmar en sus propios locales.
En realidad el objetivo de la cadena es dar la palabra a la gente. Sus programas, nos contaron, presentan a gente normal hablando de lo que piensan, incluyendo gente de lejos de Caracas, lo cual es una novedad en Venezuela. Para conseguirlo, VIVE lleva a cabo mucha formación comunitaria y distribuye cámaras a ciudadanos locales, de forma que gente de todo el país pueda enviar sus filmaciones e incluso programas acabados, para su emisión nacional.
En ciertos aspectos, VIVE es como una cadena de cable local en los EE.UU., excepto que es nacional y sus objetivos son mucho más altos. Además, el deseo de incorporar las semillas del futuro en la estructura actual es mucho más explícito y radical, y los empleados se ven a sí mismos presentando al país y al mundo un nuevo tipo de medio de comunicación que, esperan, sea un modelo a seguir por otros.
VIVE no tiene anuncios, «para evitar ser controlados». En los programas hay mucha crítica al Gobierno, dado que muestran opiniones de la calle. Pero estas críticas, a diferencia de las de las cadenas privadas generalistas, es honesta y de corazón, no prefabricada. Es constructiva y no un intento de hacer daño.
Además de VIVE y la cadena pública nacional, directamente bajo el control del Gobierno, también hay una nueva ley federal que impone a las cadenas privadas que el 25% de sus programas sean de productores independientes y no de las propias cadenas. Es una especie de requerimiento de servicio pero, curiosamente, es VIVE la que forma a la mayoría de estos productores subcontratistas. Aquí de nuevo vemos pruebas de una incursión contra las viejas formas de actuar que es legal, que tiene muchos frentes y que se manifiesta tanto con nuevas instituciones que crean nuevas formas de actuar ante actitudes y hábitos recalcitrantes, como con el reto que estas nuevas instituciones suponen a las viejas, por un efecto de contraste o directamente compitiendo con ellas, así como inyectando ideas a través de los productores independientes. Venezuela también se ha embarcado en la creación de una cadena continental, que emita noticias y voces de la calle en toda Latinoamérica, pero no tuvimos oportunidad de visitarla como para comentar.
En cuanto a la economía, Venezuela parte con enormes ventajas respecto a otros países del Tercer Mundo. La industria petrolífera está nacionalizada y es la pieza fundamental de la economía. Es más, la industria petrolífera provee al país de una gigantesca cantidad de ingresos, mucho más de lo que ningún país disidente ha podido tener nunca al intentar crearse un camino propio. De la misma forma, el petróleo no sólo provoca un gran interés estadounidense sino que también resulta ser una considerable defensa contra su intervención.
Un alto funcionario de la industria petrolífera nos explicó que aún hay muchas multinacionales que tienen contratos en diversos sectores de la industria petrolerífera venezolana. La reacción del Gobierno no ha sido enfrentarse a ellas, y mucho menos expropiarlas, sino crear nuevas cooperativas que ejerzan las mismas funciones y que intenten competir con las multinacionales. Estas nuevas cooperativas son autogestionarias. Normalmente intentan tener salarios iguales para todos e incluso en las menos igualitarias la proporción es como mucho de tres a uno. Además, se garantiza un salario social mínimo. Se está empezando a poner en marcha lentamente la federación de las cooperativas, facilitando el intercambio entre ellas mediante normas sociales más que de mercado. El objetivo, me parece a mí, es que con el tiempo los contratos vayan casi exclusivamente a las cooperativas de forma que las multinacionales se irán por su propio pie, sin necesidad de confrontación.
Pregunté a los funcionarios si competir en el mercado como estrategia para echar a las multinacionales no corría el riesgo de mantener la mentalidad mercantilista, pero no entendieron bien la pregunta. Igualmente, la pregunta de si les preocupaba que al utilizar como estrategia clave la competencia en el mercado se impusieran los viejos métodos y objetivos a la auto-gestión, reduciendo en gran medida sus posibilidades de cambio e incluso dando lugar, quizás, a nuevas jerarquías, tampoco pareció encontrar eco. Hay una oposición inmensa al capitalismo y la propiedad privada. También hay una fuerte oposición a las grandes diferencias de salario. Hay bastante oposición a las diferencias jerárquicas que producen pasividad y dominación. Pero poca gente parece ser hostil a los mercados en sí mismos.
Uno de los pocos que parece rechazar los mercados, sin embargo, es el propio Chávez. ¿Cómo si no podemos explicar su posición ante la economía internacional que no sólo rechaza, como era de esperar, el FMI, la OMC, el Banco Mundial y especialmente el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA), sino que presenta una alternativa basada en la ayuda mutua, que viola de forma efectiva las tasas de cambio del mercado para establecer transacciones teniendo en cuenta los verdaderos costes y beneficios sociales, y con el compromiso de compartir las ganancias del intercambio no sólo de forma equitativa sino de la manera más ventajosa para los participantes más pobres? Ésta parece ciertamente ser la lógica que guía el amplio abanico de acuerdos que está firmando Venezuela, no sólo con Cuba sino con muchos países vecinos, así como con algunas fábricas ocupadas de toda Latinoamérica; por ejemplo, proporcionando petróleo a precios increíblemente bajos y con facilidades, a menudo a cambio de bienes y no de pagos. Esto es muy parecido a la histórica ayuda por parte de Cuba a países más pobres a precios irrisorios, pero la escala es tremendamente mayor, y allí donde Cuba ofrecía gente, por ejemplo médicos, Venezuela está ofreciendo recursos y productos acabados, de forma que subvierte mucho más directamente la lógica de mercado.
Volviendo a mi conversación con el funcionario de la petrolera, cuando le pregunté sobre la posibilidad de que CITGO (la empresa de distribución de gasolina propiedad de Venezuela que opera en EEUU.) se planteara tener una asamblea de trabajadores para autogestionarse, igualar los salarios y cambiar la división del trabajo, no sólo para beneficiar a los que trabajan en CITGO sino como una demostración dentro de EE.UU. del potencial de la equidad y la auto-gestión para el resto de trabajadores estadounidenses, el funcionario se excitó visiblemente, hasta el punto de querer llamar a otros para hablar de ello. Una discusión posterior sobre la posibilidad de que Venezuela hiciera incursiones, a través de CITGO u otros, en los medios de comunicación y en la distribución de información en EE.UU. , en vez de que la información siempre fluyera en la dirección opuesta, aún causó más revuelo.
Los funcionarios del Ministerio del Petróleo nos dijeron, y también lo confirmaron sindicalistas y otros, que en Venezuela, como en Argentina, hay un movimiento, aún en sus inicios, para «recuperar» empresas fallidas o en proceso de quiebra. La diferencia es que mientras en Argentina esto ocurre en contra de la voluntad del Gobierno, en Venezuela el Gobierno las celebra e incluso las fomenta. De hecho, el Gobierno ha elaborado una lista de 700 empresas en tal situación y urge a los trabajadores a ocuparlas y hacerlas funcionar ellos mismos. Sin embargo, otra diferencia es que en Venezuela el método de toma de decisiones se llama cogestión, que incluye a la asamblea de trabajadores y a representantes del Gobierno. La ventaja de este método es que a menudo el gobierno es más izquierdista que los trabajadores locales, lo cual ayuda a educarlos y motivarlos. La contrapartida es que la inclinación centralista de un Gobierno y la inclinación participativa de la autogestión están en contradicción. Vimos ambas tendencias en la Universidad Bolivariana, donde el ministro intentaba imponer una pedagogía radical a unos profesores a veces contrarios a ella, pero donde a la vez se reducía la influencia de la asamblea de trabajadores. No obstante, parecía que por el momento el Gobierno está intentando hacer tantas cosas que si hay recuperación masiva de empresas la participación gubernamental sería mínima y los trabajadores en la práctica se auto-gestionarían.
Además del movimiento de fábricas recuperadas, el gobierno venezolano también está creando cooperativas nuevas. También son cogestionadas, al menos en teoría, y también tienden a tener igual remuneración, etc. Estas cooperativas son a menudo locales y pequeñas, de todo tipo, desde tiendas de ropa a pequeñas empresas de construcción, pero existen planes para crear nuevas empresas para fabricar ordenadores, para la extracción de minerales, una aerolínea, etc.
Si entendí bien lo que dijeron, esperan que las cooperativas ganen en competencia a las viejas empresas capitalistas, una expectativa razonable dado que las cooperativas tienen menos gastos fijos (al tener menos gestores y que cobran menos, así como por la nueva división del trabajo) y que los trabajadores de las cooperativas tendrán una inclinación a producir de forma más consistente y más activa con las nuevas relaciones sociales. El peligro de la estrategia, sin embargo, es que al operar bajo las normas y métodos del mercado, y específicamente al intentar competir con las viejas empresas con reglas definidas por éste, pueda crearse una burocracia gestora e imbuirse de una orientación más competitiva que social, inclinándose hacia lo que se llama socialismo de mercado que, en mi opinión, sigue siendo un sistema que aún tiene una clase dirigente, o coordinadora, que funciona en base a precios competitivos y búsqueda de la plusvalía, en vez de un enfoque que les empuje hacia lo que los venezolanos más radicales claramente desean, que es una economía sin clases, participativa y autogestionaria, en la que la gente se mueva por motivaciones sociales, se gane la vida bien y sea eficiente, teniendo en cuenta todas las implicaciones sociales y buscando el bienestar personal y colectivo.
En las empresas capitalistas, que siguen dominando los otros sectores aparte del petróleo, también hay un cambio de tendencia. Los trabajadores se identifican más con el Estado, viendo en él a un aliado que con sus iniciativas está facilitando, como nos dijo una líder sindical, «un momento más prometedor para el cambio». Esto ha llevado a que los trabajadores de las empresas capitalistas «se enfrenten a las viejas normas y métodos sindicales» y se sientan inquietos «encallados en las viejas relaciones mientras otros crean cooperativas». Esta sindicalista estimaba que «el 80% de los trabajadores venezolanos apoyan a Chávez». También dijo que por eso los mejores sindicatos intentan favorecer la autogestión incluso ante propietarios capitalistas. Nos dijo que «aunque al principio ocupar empresas fallidas era sólo auto-defensa», intentar proteger «los trabajos y los derechos sindicales», últimamente los mejores sindicatos están buscando «estrategias más consistentes para conseguir la cogestión y la autogestión.
Nos explicó que «hace cinco o seis años el típico trabajador venezolano no tenía ninguna conciencia de clase, pero ahora la revolución bolivariana estaba despertando la conciencia de clase no sólo en los trabajadores sino en todo el mundo». Le pregunté qué ocurriría si «los trabajadores de una empresa capitalista en funcionamiento, conociendo a otros trabajadores que han hecho cooperativas o recuperado empresas y que disfrutan y controlan sus propias condiciones, y además tienen salarios igualitarios, se rebelaran contra sus jefes y pidieran al gobierno que tomara la empresa y la hiciera autogestionaria». Contestó que probablemente se buscaría un arreglo de forma que le dieran a los propietarios «créditos e inversiones si aceptaba la cogestión con los trabajadores». Le pregunté por qué los ejecutivos «harían algo tan estúpido, algo que sería claramente un primer paso hacia su desaparición. ¿Por qué iban a hacer eso, incluso si tuvieran un beneficio a corto plazo?». De nuevo le pregunté si había «trabajadores que intentaran ocupar una empresa que funcionara bien, sin darles nada a los propietarios, simplemente tomarla. ¿Por qué no había en Venezuela trabajadores que buscaran eso? ¿Y qué ocurriría si lo hicieran?»
La sindicalista respondió que «claro que los ejecutivos no son idiotas, pero creen que nosotros lo somos». Habló de que los sindicatos diseminaban «el virus revolucionario en los trabajadores» y, al preguntarle de nuevo cómo era que no se diseminaba más rápido y por su propia iniciativa, culpó de ello a los «antiguos líderes sindicales, que tienen miedo a dar nuevos pasos». Pero también dijo que «hace dos años nadie habría creído que una fábrica gestionada por los trabajadores fuera posible y ahora hay más de 20, y 700 están en estudio para ocuparlas y hacerlas funcionar». Resaltó la necesidad de hacer todo esto «y a la vez ir aumentando la concienciación de la gente». Dijo que «ir demasiado deprisa, sin que la gente lo quiera, no funcionaría». Y remarcó que los ejecutivos «siguen intentando manipular y comprar a los trabajadores, especialmente a los líderes».
También le pregunté a esta sindicalista, que era la responsable de relaciones internacionales, sobre los contactos con movimientos y sindicatos estadounidenses. Nos informó que había sindicatos chavistas que tenían contactos con «la AFL-CIO [principal asociación de sindicatos en EE.UU., N. del T.] de California, con algunos sindicatos de base y con el movimiento contra la guerra» pero no con la cúpula nacional de la AFL-CIO porque éstos «siguen dando dinero a la antigua burocracia y apoyando los golpes de Estado».
Le pregunté qué proporción de los asalariados era femenina y contestó que «el 50% aproximadamente». Le pregunté sobre las diferencias de salario entre hombres y mujeres y dijo que no había diferencia en los mismos trabajos pero que «las mujeres no obtenían tantos trabajos buenos como los hombres». Le pregunté si la cosa iba mejor en las fábricas recuperadas y dijo que «Por lo que yo sé, las cosas van algo mejor, sí, pero lejos de lo ideal». Nos explicó que «la doble obligación de las mujeres, en el trabajo y en casa, es el principal obstáculo para involucrarse más en tareas sindicales». Le pregunté si el movimiento bolivariano se estaba ocupando de esto y contestó que «la nueva Constitución establece que el trabajo doméstico debe considerarse como trabajo a efectos de la seguridad social» pero al preguntarle si los hombres y las mujeres lo estaban haciendo de forma más paritaria, ella contestó que «eso progresaba muy pero que muy lentamente. A niveles de base, las mujeres participan, a pesar del doble o a veces triple trabajo, pero nuestros hombres son muy machistas y por desgracia muchas mujeres los malacostumbran haciendo todas las tareas del hogar». Explicó que su situación era atípica porque tenía mucha ayuda en casa.
Resumen
Como resultado de este viaje, a mí me parece que:
1) El movimiento bolivariano, y en concreto el presidente Hugo Chávez, está llevando a la población hacia la izquierda. Es más, el movimiento bolivariano, y especialmente el presidente Hugo Chávez, están intentado reemplazar las viejas formas capitalistas con nuevas formas que llaman anti-capitalistas, participativas, socialistas y bolivarianas, entre otras. No están directamente ocupando o eliminando las viejas estructuras por la fuerza. Están funcionando legalmente dentro de los parámetros de la sociedad para fomentar la creación de nuevas formas y así mostrar por contraste, y a través de la socialmente aceptable competencia que las viejas formas venezolanas eran inferiores, esperando que con el tiempo las nuevas formas vencerán legalmente a las viejas. Pero en cuanto a cómo serán esas nuevas formas hay mucha más claridad en cuanto a las normas y estructuras políticas que a las económicas. A uno le gustaría ver una campaña nacional de debate, exploración y concienciación, para clarificar y explicitar los objetivos últimos de la revolución así como hacer que el conocimiento de esos objetivos y una continuada crítica y enriquecimiento fueran un bien nacional, no una posesión de unos pocos líderes.
2) El inusual enfoque para el cambio que están llevando a cabo los bolivarianos tiene un aspecto vanguardista en que el liderazgo bolivariano está programática e ideológicamente muy por delante de la población, e intenta que esa población se mueva más allá y más rápido de lo que por sí sola desarrollaría. Pero tiene como aspecto anarquista que el movimiento se está alentando, incluso por lo que respecta al presidente, de abajo arriba. Intenta existir en paralelo y triunfar sin violencia, incluso sin confrontación. Intenta sembrar las semillas del futuro en el presente para evitar generar una nueva clase dominante. Intenta ganar adeptos por los hechos, no por la fuerza.
3) La importancia de un solo líder, al menos si es como Hugo Chávez, parece ser un beneficio inesperado. Hasta ahora Chávez ha sido no sólo simpático e inspirador, audaz y valiente, dispuesto a saltarse todos los protocolos e impulsar un programa tras otro, experimentando y aprendiendo, sino que además ha mostrado una remarcable reticencia a utilizar los beneficios del poder central, siendo incluso una pieza clave de influencia anti-autoritaria. Al mismo tiempo, también es cierto que la importancia de un líder como Hugo Chávez, aunque sea quizá inevitable, es un débito. El líder podría convertirse en un megalómano o podría desaparecer, y en este momento cualquiera de las dos posibilidades sería un desastre. Un problema relacionado es la falta de una oposición seria de izquierdas. La revolución se beneficia del debate, la diversidad y el desacuerdo, pero estos atributos tienen problemas cuando se desarrolla una mentalidad de asedio. Uno se pregunta quién sucederá a Chávez y cómo la gente seguirá a los líderes a no ser que haya una masiva educación popular en liderazgo y en los objetivos de la revolución.
4) Finalmente, la idea de derrotar al viejo sistema por la vía de la competencia con el nuevo sistema creado en paralelo es claramente beneficiosa ya que evita un conflicto prematuro e indeseado que podría dar al traste con el proyecto bolivariano aunque también se nutre de sus ventajas e ignora sus debilidades. Pero la idea de competir con el viejo sistema es también negativa al menos en un aspecto, porque se arriesga a instaurar métodos y cualidades competitivas y fomentar estructuras clasistas y burocráticas, y porque puede ignorar a ciertos elementos recalcitrantes del pasado que requieren atención temprana no sea que luego sean un lastre para todo el proyecto.
Mi impresión general es que la revolución bolivariana aún es un poco difusa. No ha enunciado políticas claramente feministas, o anti-racistas, o incluso anti-capitalistas, aunque en los tres casos las tendencias son increíblemente humanas y radicales, y se mueven con rapidez hacia la enunciación completa de objetivos y la proposición de programas inmediatos para conseguirlos. Chávez parece ser un notable detonador de ideas, y se está haciendo más izquierdista a marchas forzadas. La revolución bolivariana es más clara ideológicamente, lo cual es irónico y un poderoso testimonio a favor de su líder, dado su origen militar, por lo que respecta a la democracia política y a la participación, donde parece ya plenamente comprometida con una visión institucional bien concebida, atractiva e innovadora que sobrepasa lo que ha propuesto cualquier proyecto revolucionario desde los anarquistas españoles.
El futuro no está claro. La revolución bolivariana aún podría quedarse en la socialdemocracia. La cogestión en vez de la autogestión podrían llevarles en esa dirección. Aún podría dirigirse hacia canales típicos del viejo «socialismo». Sus estrategias de mercado y su falta de claridad sobre las divisiones de clase basadas en división del trabajo, no en las relaciones de propiedad, empujan en ese sentido. Cuando un gobierno está guiando a una población siempre hay también la tentación del autoritarismo. Pero la revolución bolivariana podría resultar un modelo notable, tanto de un mundo mejor como de una muy original forma de llegar a ese mundo mejor. Cuál de estos resultados, u otro, ocurra, dependerá en gran medida de Chávez, de los movimientos bolivarianos y del pueblo venezolano, aunque el apoyo externo masivo, especialmente para contener las inclinaciones agresivas de los EE.UU. antes de que puedan corromper o destruir el experimento, también es profundamente necesario.
Me fui de Venezuela inspirado y muy esperanzado. Venezuela me parece la peor pesadilla del Tío Sam. Me sentí asombrado por la ingenuidad y resolución bolivarianas y avergonzado por mi continuada nacionalidad en el país más brutal y violento del mundo, contra la cual yo y otros radicales hemos tenido un éxito tan limitado. Esperemos que mi país pueda seguir el ejemplo de Venezuela en vez de aplastar sus aspiraciones. Esperemos que los ciudadanos de los EE.UU. lo hagan posible, sabemos que sus líderes no lo harán.