«No es fácil», suele decir la gente en Cuba cuando cuenta que el transporte público está «cada día peor», el salario es insuficiente o las noches se pasan sin dormir a causa del calor insufrible por los apagones. Hay quienes se quejan y claman por cambios, otros callan y hacen acopio de paciencia en espera […]
«No es fácil», suele decir la gente en Cuba cuando cuenta que el transporte público está «cada día peor», el salario es insuficiente o las noches se pasan sin dormir a causa del calor insufrible por los apagones.
Hay quienes se quejan y claman por cambios, otros callan y hacen acopio de paciencia en espera de mejores tiempos prometidos. El gobierno apela a las «fibras» patrióticas de la ciudadanía y pide confianza en la revolución.
No es fácil la vida cotidiana de los 11,2 millones de habitantes, 70 por ciento de los cuales nacieron después de 1953, año de inicio de la insurrección que condujo a Fidel Castro al poder en 1959.
Es raro encontrar en este país caribeño alguien que se acueste con hambre, sea analfabeto o muera por falta de atención médica.
No existen estadísticas que permitan demostrar lo contrario, pero los estratos de pobreza aparecieron en la última década, tras la crisis económica de los años 90, desatada por la disolución de la Unión Soviética de la cual dependía la economía cubana.
Servicios médicos de alta tecnología están al alcance de cualquiera sin costos, pues los cubre el Estado, al igual que los de la educación universitaria por compleja que sea.
«Son logros sociales que nadie querría perder», dijo a IPS un investigador y académico que no quiso dar su nombre, puesto a pensar si la economía de mercado podría ser una solución aceptable para su país.
Pero junto a esas garantías, el diario vivir de la mayoría está marcado por la incertidumbre del transporte público deficiente, la falta de viviendas, los salarios escasos y la crisis del servicio eléctrico.
Este escenario se ve agravado por el impacto de la larga sequía y los frecuentes ciclones, y desafía las cifras de crecimiento del producto interno bruto (en el primer semestre del año de 7,3 por ciento, según el gobierno), que no siempre significan mejoras directas para la población.
El ingreso a las arcas del Estado de dinero fresco procedente de ajustes como la reevaluación de la moneda nacional, permitió en los últimos meses aumentar los montos de pensiones, salarios mínimos y sueldos del personal de salud y educación.
También se elevaron las asignaciones de la asistencia social, luego de que el gobierno admitió la existencia de 43.000 núcleos familiares «vulnerables en extremo».
En total, los aumentos alcanzaron a 4,4 millones de personas, 30,9 por ciento de la población, con un costo anual de unos 2.780 millones de pesos (unos 115 millones de dólares).
Pero la mayoría de las remuneraciones siguen siendo insuficientes ante el alza del costo de la vida y pese a los subsidios a las tarifas de servicios básicos y algunos alimentos.
«Entre mi esposo y yo juntamos unos 900 pesos (poco más de 37 dólares) al mes en salarios. En teléfono, luz, agua y gas gastamos entre 35 y 40 pesos al mes. El resto se nos acaba en menos de 15 días», se quejó Marta Hernández, profesora de enseñanza básica.
Estudios académicos a los que IPS tuvo acceso indican que los precios de productos agropecuarios registraron en conjunto un alza de 8,5 por ciento durante los cuatro primeros meses del año, en comparación con igual período de 2004.
Se registró además una caída en las ventas de los mercados agropecuarios, a los que los consumidores deben acudir para completar sus requerimientos de alimentos.
Las mismas fuentes calculan que una familia de cuatro personas necesita entre 1.200 y 1.500 pesos (entre 50 y 63 dólares, según el canje en las casas estatales de cambio), para satisfacer sus necesidades básicas.
La calidad de vida se degrada también por la siempre latente amenaza de apagones, que disminuyeron en las últimas dos semanas luego de reparadas averías en centrales termoeléctricas.
De acuerdo con testimonios, la falta de suministro eléctrico que se arrastra desde el pasado año fue detonante de expresiones de descontento a viva voz en algunos barrios de la capital y provincia.
La oscuridad favoreció también brotes de violencia, como el apedreamiento de ómnibus de servicio público o de vidrieras de establecimientos comerciales, «actos de vandalismo», según funcionarios policiales.
En este clima de los últimos meses, sectores radicales de la oposición interna elevaron su protagonismo con manifestaciones callejeras y reclamos de excarcelación de presos políticos.
A fines de julio, Castro prometió tolerancia cero a la eventual repetición de tales demostraciones, que calificó de provocaciones ejecutadas por «traidores» y «mercenarios» financiados desde Estados Unidos.
Paralelamente, pidió un poco de «paciencia» a los desesperados por el déficit energético, que se espera resolver con un plan de inversiones en el segundo semestre de 2006.
En cualquier caso, para el gobierno es importante mantener las tensiones en un nivel manejable mientras dure el verano (y sus altas temperaturas que exacerban los ánimos) y la temporada de vacaciones escolares, estiman observadores.
Contrario a todo pronóstico adverso, Castro se muestra confiado en su estrategia de estrecho acercamiento político y económico a Venezuela y a China y en la serie de factores favorables para el desempeño de la economía.
Esas alianzas, junto con las medidas monetarias que reevaluaron en 20 por ciento el peso convertible cubano frente al dólar, parecen haber dado al país mayor capacidad para enfrentar el redoblado embargo comercial estadounidense.
El intercambio con Venezuela (un aliado petrolero clave para este país que es importador neto de crudo) crecerá este año a 3.000 millones de dólares, y asegura a Cuba las compras de hidrocarburos que necesita, en condiciones de pago muy favorables, aunque no falta quien observa con preocupación esta nueva dependencia externa.