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La vigilancia electrónica global de los Estados Unidos y la cuestión brasileña

Fuentes: Barómetro Internacional

A partir de la cobertura realizada por el periodista estadounidense Glenn Greenwald, trabajando para The Guardian y publicada en portugués en el periódico O Globo, Brasil entró en ruta de colisión con la estrategia de hegemonía absoluta a través del espionaje electrónico en el planeta. El texto que sigue aborda este tema, pasando por el […]

A partir de la cobertura realizada por el periodista estadounidense Glenn Greenwald, trabajando para The Guardian y publicada en portugués en el periódico O Globo, Brasil entró en ruta de colisión con la estrategia de hegemonía absoluta a través del espionaje electrónico en el planeta. El texto que sigue aborda este tema, pasando por el episodio puntual de la retención de David Miranda, estudiante de comunicación, novio de Greenwald y también un activo colaborador en los reportajes e investigaciones del reportero y articulista natural de los EUA y radicado en Río de Janeiro. Snowden, Greenwald y Miranda, chocan con la inteligencia de la mayor potencia del planeta.

El comienzo de este episodio

Edward Snowden, hoy asilado temporal en la Rusia gobernada por Vladimir Putin y demasiado heredera de la KGB, es un ex-consultor de la National Security Agency (NSA), agencia de los EUA especializada en vigilancia y guerra electrónica y responsable por el monitoreo de datos electrónicos y comunicación interpersonal. En declaraciones públicas, se dijo arrepentido de sus actos, y desertó. El argumento tiene sentido. Espiar ciudadanos comunes está muy distante de ejercer un alerta sobre posibles conexiones sobre el terror integrista sunita. En la práctica diaria es casi imposible distinguir entre la atención a la seguridad del Estado y la intromisión en la vida privada. La novedad aquí es la deserción y no el espionaje sobre poblaciones enteras.

La vigilancia individual sólo viene aumentando, una vez que el potencial enemigo se organiza en sistemas de red. Cabe recordar que el modelo organizacional fue aprendido por los jihadistas cuando el miembro de la familia real saudita y socio de Bush, Osama Bin Laden, era operador de enlace en el reclutamiento de voluntarios «afganis» para luchar contra los herejes soviéticos ocupando Afganistán. Esta guerra no declarada fue la mayor escalada bélica (de costos) del periodo de la bipolaridad. Al comprometer a Arabia Saudita como co-financiadora de la resistencia afgana, las redes de inteligencia se mezclaron para después quedar diseminadas entre las poblaciones de credo islámico de rama sunita esparcidas por el mundo. El resultado es vigilar casi todo y a casi todos, justificado por la omnipresencia del enemigo sin rostro.

Como se sabe nada de eso es novedad. A partir de la escalada bélica de la 2ª Guerra Mundial, los Estados Unidos son co-gobernados por el complejo industrial-militar, incluyendo a los sectores de telecomunicaciones. El blanco de la vigilancia es indiscriminado, consecuencia de la indexación de palabras-llave, cuyos registros una vez capturados son posicionados en super procesadores, cruzando los términos con las relaciones interpersonales de quienes participan de las conversaciones. El problema internacional es la vigilancia de las comunicaciones electrónicas en Estados soberanos, espiando sistemáticamente a ciudadanos de países aliados -como los de la Unión Europea- y compañeros comerciales, a ejemplo del Brasil.

El flujo de comunicaciones electrónicas pasa necesariamente por los EUA, pues allá se localizan la mayoría de los supercomputadoras, sirviendo cómo intermediarias de las conversaciones de Internet y en el Hub de la red física instalada sobre las dos espaldas del Océano Atlántico. Súmese a eso la lealtad de hecho -no jurídica- de las empresas que ofrecen servicios de Internet e indexación de datos, como Google, Facebook, Microsoft (en el servicio de Skype) y Yahoo. Si antes los críticos sospechaban de la venta de datos particulares para fines de mercado, individualizando el gasto y la oferta de productos de consumo, ahora el hecho es aún más grave. Contrariamente al sentido común del liberalismo, la privacidad y la libertad individual no están aseguradas para los ciudadanos, siendo prerrogativas el uso de la fuerza y la hegemonía del Imperio en escala mundial.

La detención de David Miranda y la proyección del Brasil

El caso del brasileño David Miranda, estudiante de comunicación social, y su retención por nueve horas en el aeropuerto de Heathrow (Londres), ocurrida el domingo 18/08 materializan un episodio que obedece a una lógica determinada por la estrategia de los EUA. Como se sabe, Miranda es compañero del periodista estadounidense Glenn Greenwald, que escribe para el The Guardian y cuyos artículos son reproducidos en O Globo. El blanco de sus investigaciones -el sistema de espionaje electrónico de los EUA- fue la causa de la detención de su compañero. Se sabe que Greenwald es uno de los vasos comunicantes de Snowden; por lo tanto, la lógica aplicada es: «el amigo de mi enemigo también es mi enemigo, así como sus amigos». Podemos leer este gesto de la prisión del brasileño, como una retaliación, dado el alineamiento automático de la estrategia británica con la proyección mundial de los Estados Unidos.

Episodio semejante y aún más absurdo ocurrió cuando se intentó detener y revisar el avión presidencial de Bolivia, con el jefe de gobierno a bordo, en aeropuertos europeos. La aeronave del presidente es territorio soberano del país, tal como las embajadas y consulados. En esa ocasión los críticos brasileños -los más reaccionarios y casi siempre con posiciones alineadas con la derecha neoliberal- comentaron que por tratarse de un país bajo gobierno bolivariano, inmediatamente es «sospechoso» de estar a favor de los disidentes de la potencia hegemónica. Específicamente, se desconfiaba de la presencia de Edward Snowden en el avión de Evo Morales. El debate en Brasil se alineaba con las críticas al presidente boliviano, aliado del finado presidente venezolano Hugo Chávez. En el Brasil, la derecha que está fuera del gobierno -porque la mayoría del gobierno Dilma así como los de Lula, también son derechistas- vio con buenos ojos la absurda violación de soberanía contra el avión que transportaba a Morales. Y ahora, ¿cómo justificar la retención del ciudadano brasileño? Por sus relaciones personales con un compañero estadounidense.

Se trata de dos problemas de orden diferente. En el Brasil, aún tenemos muchos formadores de opinión especialistas en reproducir la máxima del periodo de la Bipolaridad, diciendo que «lo que es bueno para los EUA es bueno para el Brasil». Tamaña estupidez refleja el pensamiento colonial que atraviesa a una parcela de la inteligencia de aquí. Otro problema es reconocer que para la hegemonía de los Estados Unidos, la vigilancia electrónica es un imperativo. El pretexto es la guerra contra el terror, específicamente el combate librado globalmente contra las redes integristas sunitas. Como ya dijimos arriba y no nos cansaremos jamás de repetir, tales redes fueron originalmente una joint venture entre el Pentágono y Arabia Saudita, cuya herencia maldita fue Al-Qaeda, base de operaciones en células lideradas por el sheik Osama Bin Laden, un miembro de la familia real y con parientes socios de Bush padre.

De vuelta a la triangulación Edward Snowden, el también estadounidense y periodista Glenn Greenwald y su novio brasileño, David Miranda, llegamos a las conclusiones lógicas. La cuenta es simple y los críticos nacionales -como ya dije, la derecha de fuera del gobierno- no la ven. Para los EUA, si el enemigo no tiene rostro, las comunicaciones interpersonales son un blanco permanente. La lógica que vale para el opositor sirve también para el aliado. El que Brasil sea blanco de monitoreo electrónico debe ser visto como un reconocimiento de la posición destacada de nuestro país en el escenario internacional, con acertada acumulación de fuerzas a través de las relaciones Sur-Sur.

Ya la postura de Itamaraty, el Ministerio de las Relaciones Exteriores del Brasil, y en particular de su canciller Antônio Patriota reflejan un país aún distante del ejercicio de su proyección a esa altura. Brasil reaccionó de forma tímida, no va a tomar represalias contra el gobierno inglés, admite como condición dada la vigilancia electrónica y la entrega de datos privados de personas físicas y jurídicas operando bajo la soberanía brasileña, y tampoco realizará una contraofensiva diplomática. Lo mismo ocurre con el nivel operacional de los conocimientos de defensa y la información confidencial. Las redes de tráfico de datos brasileñas son frágiles, hecho reconocido por el ministro de Comunicaciones, Paulo Bernardo Silva, y esto fue informado como un dato de la realidad, sin ni siquiera una promesa vacía de aumento de la seguridad de estas redes o una ofensiva legal sobre las empresas transnacionales que circulan datos de brasileños a través de Internet. Brasil aún está décadas de distancia del ejercicio de un poder soberano que esté al menos a la altura de las pretensiones de su élite dirigente operadora del Consenso de Brasilia.

Comentario final

Reconocer la posición del país en el sistema internacional no significa estar de acuerdo con su política exterior de forma integral y menos aún concordar con las tímidas reacciones de Itamaraty frente a la retención de Miranda y la aprehensión de su ordenador personal. Estamos delante de un episodio de Guerra de 4ª Generación, y por lo tanto David Miranda se posiciona al lado de Julian Assange, Bradley Manning, Edward Snowden y Glenn Greenwald.

Definitivamente, la 5ª economía del mundo (o la 6ª, conforme el índice), no está a la altura de este desafío. Todavía no.

Fuente original: www.estrategiaeanalise.com.br