No concibo como algo racional quemar un contenedor porque sí, para presionar. Ni lo secundo, ni lo defiendo, ni lo hago. Sí lo apoyo para hacer una barricada, por ejemplo. En cualquier caso, que tilden de violentos a un grupo de individuos por hacer una acción directa, como ha ocurrido con los estudiantes que han […]
No concibo como algo racional quemar un contenedor porque sí, para presionar. Ni lo secundo, ni lo defiendo, ni lo hago. Sí lo apoyo para hacer una barricada, por ejemplo. En cualquier caso, que tilden de violentos a un grupo de individuos por hacer una acción directa, como ha ocurrido con los estudiantes que han ocupado el rectorado de la Universidad Autónoma de Barcelona el último mes, es ridículo cuando la violencia, como tanto se divulga y preconiza últimamente, es omnipresente y omnipotente en nuestra estructura social y política. Especialmente en la política de asfalto mojado y colilla, la prostituida.
La violencia es intrínseca a nosotros, todos los cambios se producen mediante la violencia, todo. La crispación general es violencia contra una violencia estatal, cuya opresión económica, laboral y de derechos es violencia. La violación de la agenda política y la pura representación política cuyos designios se oponen en ocasiones diametralmente a las aspiraciones ciudadanas, es violencia. Un pseudosocialismo que ejerce una política neoliberal acérrima es violencia. Los conflictos bélicos y la segregación y el holocausto son violencia explícita. La tercera guerra mundial, es decir, la financiera, es violencia en onda expansiva. Las medidas de ajuste que hacen que Keynes se remueva en su tumba, son violencia. La entrada de países no democráticos a las Naciones Unidas, es violencia. El derecho de veto de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, es violencia. La cooptación de la política por instituciones económicas transnacionales no legitimadas por la ciudadanía es violencia. El adoctrinamiento religioso y la educación católica en las escuelas es violencia. Tener monarquía en un sistema cuya constitución reza que todos los habitantes somos iguales ante la ley pero que después no condena a un miembro de la casa real acusado de corrupción, es violencia. La inmunidad parlamentaria y la inmunidad diplomática son violencia. Los mítines políticos son la violencia de la demagogia, votar sin saber que se vota y cada 4 años es violencia, la apatía política es violencia. La inexistencia de la revocatoria de mandato en España es violencia. Leer medios de masas y creerte lo que dicen sin contrastarlo es violencia. Llevar a cabo una acción grupal sin legitimidad de tu grupo es violencia. Desear la muerte de alguien, por muy en contra que estés de su forma de actuar, es violencia. El racismo, la discriminación de género, sexual, política, religiosa, etc., es violencia. El radicalismo es violencia, obcecante y preponderante. El sindicalismo burocratizado es violencia. Cambiar un documental sobre la guerra entre los Utus y los Tutchis en Somalia por un reality show porque lo que quieres es entretenerte, no concienciarte ni deprimirte, es violencia. La sociedad del consumo es violencia. La obsolescencia programada es violencia. Provocarte el vómito después de comer porque no te cabe un pantalón que ha diseñado una firma de ropa cuya concepción de la belleza acaba en la talla 36, es violencia. El subyugo sexual, la posesión y los celos, son violencia.
Casi todo lo que hacemos lleva una parte violenta escondida entre los pliegues difusos de las palabras cada vez más entrecortadas por la incertidumbre y la frustración. Siempre podemos intentar evolucionar de todos modos eh. El conformismo estoico es de cobardes.
Celia Castellano Aguilera es colaboradora del semanario de comunicación La Directa.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.