Lejos de Amsterdam, donde me encuentro, y adonde desde California nos llega la noticia aciaga de la muerte de nuestro amigo Mario, lejos -pues- del teclado con que escribo estas líneas, una máquina de escribir electrónica aguardaba ser usada por primera vez un día de oct ubre de hace muchos años. La había comprado justo […]
Lejos de Amsterdam, donde me encuentro, y adonde desde California nos llega la noticia aciaga de la muerte de nuestro amigo Mario, lejos -pues- del teclado con que escribo estas líneas, una máquina de escribir electrónica aguardaba ser usada por primera vez un día de oct ubre de hace muchos años. La había comprado justo antes de viajar a Francfort para entrevistar a Mario Benedetti. Y el caso es que Mario tenía un par de días libres, así es que lo invité a Colonia, donde vivían algunos personajes de su última novela publicada entonces: Primavera con una esquina rota.
Mario estaba literalmente harto de la persecución a que lo sometía la intelligentsia española, que no le daba tregua ni cuartel. Hablamos largamente de ello en el tren, entre Francfort y Colonia, y en casa, antes de irnos a dormir. Cuando me levanté, muy temprano, lo descubrí en mi despacho. Él, que en Madrid tenía una igual, fue quien desvirgó mi nueva máquina, esa mañana, con su sonada renuncia a seguir publicando en El País madrileño.
[Sonada también, en ese mismo diario, la única polémica de altura en los últimos tiempos en nuestro idioma, entre Benedetti y Vargas Llosa, ambos respetándose de una manera caballerosa, argumentando de manera objetiva, no ad hominem -que suele ser lo normal en nuestro ámbito. Polémica que cerró Benedetti diciéndole a su tocayo (cito de memoria): «Pero no te preocupes, Mario, te seguiremos leyendo, porque lo que escribes está a la izquierda de lo que piensas.»]
¿Qué tenía -y lo que es peor: qué siguió teniendo- la intelligentsia española en contra de Mario Benedetti? Porque en España es harta la gente que lo tenía encasillado en un Index tan feroz como el de la Iglesia católica en su día. Para esa gente, Benedetti era Maladetti. ¿Por qué?
Entendería que hablasen mal de él como escritor porque no les gustase su escritura: no tenía por qué gustarles. Pero hablaban mal de él, como escritor, con auténtico encarnizamiento. Incluso gente por lo demás muy comedida y respetuosa con el resto del género humano, pero no con este polígrafo oriental (uruguayos sólo son los futbolistas, decía Borges).
Analizando el tema llegué a dos explicaciones. La primera: porque su poesía goza de un éxito de público sin precedente desde los tiempos de Neruda y los Veinte poemas de amor y una canción desesperada. La segunda: porque pese a todos los pesares jamás dejó de defender a la Revolución cubana. Hay cosas imperdonables, y lo que menos se perdonan los nuevos españoles -europeos ahora en su propia homologación, simples rastacueros según la mía- es haberse convertido de Saulo en Paulo, y constatar que seguia y sigue habiendo quienes se niegan a hacerlo. Y a quienes, para colmo, la juventud los lee como los leyeron sus padres e incluso sus abuelos. Entonces, se lo cobran en forma de ninguneo y, en el caso de Benedetti, hasta ahora con saña.
Con saña, porque ¿cómo ningunear una carrera literaria de sesenta años?
Fue en 1945 cuando Benedetti publicó su primer libro de poemas, La víspera indeleble , pero el volumen jamás se ha vuelto a editar, y parecería mejor datar el comienzo de esa carrera en 1948, cuando aparece su primera obra ensayística, Peripecia y novela , a la que sigue en 1949 su primer libro de cuentos, Esta mañana . Diez años más tarde, otro volumen de cuentos, Montevideanos , significa su consagración. Y en 1960, con La tregua , Benedetti se da a conocer -¡y de qué modo!- más allá de las fronteras de su país: esta novela breve alcanzó más de cien ediciones, ha sido traducida a diecinueve idiomas y adaptada al cine, al teatro, la radio y la televisión.
[La primera versión cinematográfica de La tregua fue nominada para el Oscar al mejor filme extranjero de 1974. Perdió, a mi juicio, por otros criterios que la película misma, pero perdió con honor, contra un Fellini: Amarcord, como la Armada Invencible contra los elementos].
Cómo ningunear más de una larga docena de volúmenes de cuento s, muchos de ellos antológicos; varios d rama s; una decena de novelas (donde además de La tregua brillan con brillo propio Gracias por el fuego, La borra del café y El cumpleaños de Juan Ángel); los centones de sus artículos de prensa y numerosos ensayos, como El país de la cola de paja, perfectamente autónomos y orgánicos, y aún muy válidos, con títulos que son toda una declaración de principios: Cultura entre dos fuegos, Subdesarrollo y letras de osadía, La cultura, ese blanco móvil; y en fin, last but not least , una casi inacabable lista de libros de p oesía , con hitos tales como Poemas de la oficina, Viento del exilio, El olvido está lleno de memoria, y este Testigo de uno mismo recien publicado en Montevideo, a qué seguir…
A título anecdótico, y para evidenciar la popularidad de Benedetti entre el público lector, contaré que en Madrid había una call girl , Sandra, que se anunciaba con un endecasílabo suyo: «Mi táctica es quedarme en tu recuerdo.» Y sí, Mario, esa era tu táctica. Sumamente exitosa, por cierto, puesto que te has quedado para siempre en nuestra memoria.