En un film francés llamado Irene, como su protagonista, asistimos a la soledad y mal de amor de su joven treintañera. Es otra Bridget Jones más decente, ya que a eso nos tienen acostumbrados los franceses. Las tentativas de Irene de abordar al género masculino son más que patéticas. Cuando al fin fija su vista […]
En un film francés llamado Irene, como su protagonista, asistimos a la soledad y mal de amor de su joven treintañera. Es otra Bridget Jones más decente, ya que a eso nos tienen acostumbrados los franceses. Las tentativas de Irene de abordar al género masculino son más que patéticas. Cuando al fin fija su vista en un compañero de trabajo (es abogada, aunque no del nivel de Ali Mc Beal), ¡de manera tan torpe que éste no puede menos que pensar si no ocupará plaza de discapacitada por evidentes taras psíquicas! Podría ser por esto por lo que se interesa y le facilita su e-mail. En esta dimensión de lo virtual hallarán ambos su mejor medio de expresión, ¿para qué bajar a tomar un café? Pero Irene sí busca un acercamiento no sólo virtual. Su desolación conocerá dos fases, una primera motivada por ese afán de querer llevar la relación a lugares tan comunes como las citas, aunque sólo sea para ir al cine o tomar algo. El virtual caballero le comunicará desde su teclado que es imposible. ¡Le han trasladado al Japón! Y aprovecha la coyuntura para decírselo. Un poco lejos, según ellos mismos reconocen. Irene sufre el golpe y prefiere dejarlo si son años los que él puede permanecer allí. Sin embargo, este moderno donjuan la «enredará» para continuar y por los modos (sexo virtual) que él tenía determinados. Porque es falso que trabaje y viva en Japón. ¡Continúa trabajando en el mismo sitio que ella! Irene no lo ha visto pero si una campañera subiendo por las escaleras mecánicas a las magníficas terrazas de la Défense, el moderno entorno de su centro de trabajo. Y ésta es su mayor desolación, tan cerca, tan lejos….como en Tokio.
Son tiempos líquidos, de forma reticular. Esta estructura de red define muy bien las nuevas relaciones humanas, las nuevas amistades, los nuevos amores. (Internet es una palabra híbrida: de esas que irritaban al sabio Unamuno por mezclar las lenguas clásicas con las modernas, aunque después él como amante de la papiroflexia prefirió llamarla cocotología. Del francés cocotte -pajarita de papel- y del griego logos. Volviendo a Internet, como sabéis, viene del latín inter y del inglés net. Esto es red, pero adjetivado es también neto, líquido. Si tomamos su valor sustantivo y adjetivo de forma unitaria la misma palabra Internet nos advierte de su cualidad principal: estamos entre redes, entre líquidos). Por tanto, el medio es la red y la imagen -y la palabra- es también la red porque si cada nudo es una persona nunca tantas personas han estado urdidas y ligadas por un mismo tejido que sin embargo nos la ata ni las une. Así como el agua se escurre entre las redes, así las nuevas relaciones son de escurridizas. Porque -dicho está- son como las redes, líquidas.
Caer en desgracia nunca ha despertado el entusiasmo de la gente para arropar al caído. ¿Con qué ropa hacerlo ahora? Pondré el ejemplo de otra película, la oscarizada Crash. En ella Sandra Bullock cae no en desgracia pero sí literalmente al suelo y se ve desamparada en su propia casa. Un tonto accidente casero, como por mala costumbre tienen los accidentes caseros, y una de sus hermosas piernas lastimadas le sirve para comprobar a su acomodado personaje que está sola. Su mejor amiga (una banal expresión, ¿tal vez?) no puede ayudarla porque tiene que ir al gimnasio o a la clase de tai-chi, no recuerdo bien pero a los efectos hace lo mismo. Será su criada hispana quien la socorra, justo ella que viene aguantando su mal humor y sus reprimendas tan injustas como infundadas.
Acudan a sus amistades virtuales e incluso reales, y de paso, me cuentan. Éste que les habla tiene algunas que al menor atisbo desaparecen. Lo cual les debo agradecer pues no me gusta que me llenen el correo con su basura. Basura virtual pero con olor superreal.