Traducido del portugués para Rebelión por Alfredo Iglesias Diéguez
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La hora más oscura del día es la que viene antes de la salida del sol.
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El llamamiento de Olavo de Carvalho a Bolsonaro para asumir plenos poderes, apoyándose en las Fuerzas Armadas y en la movilización de su base social, posteriormente difundido por las redes bolsonaristas como una llamada a un nuevo AI-5, no debe ser subestimada. Se trata de un escándalo.
Revela que el bolsonarismo tiene como estrategia la subversión del régimen político. Un gobierno de extrema derecha con proyecto bonapartista es contradictorio con un régimen político electoral. No es, necesariamente, incompatible, pero es antagónico.
Hay siempre una dimensión de bravuconada, o sea, de amenaza retórica, en este tipo de agitación provocadora, pero es también una muestra de que no tienen límites, no tienen pudor, no tienen escrúpulos.
El AI-5 de diciembre de 1968 está correctamente considerado un golpe dentro del golpe. Así como el golpe de Estado de 1964, el golpe del AI-5 respondía, otra vez, a la percepción de la cúpula de las Fuerzas Armadas de que existía el peligro de una situación prerrevolucionaria puesta en marcha por el movimiento estudiantil en plena ascensión, por la marcha de los cien mil en Río de Janeiro y por una ola de revueltas obreras, tras las huelgas de Osasco y Contagem. La dictadura militar tenía fobia a los estudiantes y a los obreros y se asustaba ante el dinamismo cultural, que no paraba de crecer.
Una combinación de por lo menos tres factores puede explicar estas declaraciones absurdas. La primera es la crisis de la fracción bolsonarista con el PSL. Las investigaciones sobre los movimientos financieros del PSL y la investigación policial puesta en marcha sobre la figura de Luciano Bivar y los ‘partidos de alquiler’ dejan al bolsonarismo con un futuro incierto. La entrada en el PSL fue una improvisación en el plano electoral, por lo que en estos momentos el bolsonarismo se siente incómodo. El PSL se convirtió en un problema. Una corriente neofascista precisa de un partido para las elecciones de 2020 sobre el que tenga un control absoluto, que tendrá que encontrarlo ‘cambiando la rueda con el coche en marcha’. La sustitución del líder del PSL Delegado Waldir por Eduardo Bolsonaro es una iniciativa en esa dirección.
En segundo lugar, el bolsonarismo quiere responder a las iniciativas que vendrán del Supremo Tribunal Federal (STF). No solamente en cuanto al resultado de la votación sobre la prisión en segunda y tercera instancia o solamente después de la sentencia firme por el STF, sino también en cuanto a la votación de la petición de habeas corpus presentado por la defensa de Lula, basado en la sospecha de la actuación del juez Moro. La evidencia de este hecho es que el bolsonarismo está dispuesto a ir a las calles, dirigiéndose abiertamente a los generales, si Lula conquistase su libertad.
Un tercer factor a ser considerado es el desgaste lento, pero creciente, del gobierno ante la burguesía y la clase media, aún estando muy seguros de la aprobación de la reforma de la Seguridad Social en el Senado la semana que viene. La economía brasileña anda mal desde hace tres años, después del hundimiento de 2015/16, que supuso una pérdida de más del 7% de la capacidad productiva instalada. Los más optimistas aplazan para 2024 la recuperación del nivel alcanzado en el año 2014. Una década perdida.
En rigor, no parece haber peligro real e inmediato de una tentativa de autogolpe o insurrección militar en Brasil. Ninguna fracción importante de la burguesía está hoy considerando un proyecto de asonada militar para imponer un régimen bonapartista para garantizar los ajustes económico-sociales necesarios para posicionar a Brasil en el mercado mundial.
Intentar prever lo que podrá acontecer es imposible, porque el volumen de variables a ser consideradas es inabarcable. No podemos luchar contra peligros imaginarios. Debemos concentrarnos en la lucha contra los peligros inmediatos. Agitar, por lo tanto, la inminencia del peligro de un autogolpe sería alarmismo. El alarmismo sólo sirve para difundir el miedo, la inseguridad, el pánico y, finalmente, la desmoralización. No hay peligro inminente de golpe. Eso se explica, esencialmente, porque no hay peligro de revolución. Un golpe, de momento, no es necesario.
La ausencia de un amplio y radicalizado movimiento de resistencia de la clase trabajadora y de sus aliados que amenace el dominio de la burguesía, permite a las grandes empresas y bancos no tener que apoyar una intervención militar.
Sin embargo, minusvalorar el peligro que el gobierno Bolsonaro representa para las libertades democráticas sería síntoma de una miopía política grave. La radicalización neofascista de la retórica del bolsonarismo no debe ser ignorada. Sólo la movilización de masas de la clase trabajadora y de la juventud tiene la fuerza social capaz de derrotarlo.
Valerio Arcary es profesor jubilado del IFSP y autor de diversos libros, entre los que se encuentra O martelo da História.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar la autoría, al traductor y Rebelión como fuente de la traducción.