(Texto extraído del libro de Koldo «Diario de Itxaso»)
Uno de los aspectos más preocupantes en relación a la educación musical de los bebés es el de las llamadas «canciones infantiles». Y básicamente por dos graves razones: La primera, porque las «canciones infantiles» que se cantan actualmente son, en general, las mismas que ya eran viejas cuando las cantaban nuestros abuelos, lo que denota una absoluta falta de interés por parte de la sociedad en la que nacemos de ofrecernos alternativas más contemporáneas y, sobre todo, menos deprimentes.
Y esta es la segunda razón, la espeluznante, porque no tiene otra palabra, sucesión de barbaridades, letra y música, que se nos sugiere como canciones inocuas, incluso, pedagógicas, y que no dudo tengan mucho que ver con algunas agresivas conductas que estamos manifestando hasta en nuestra más tierna infancia.
Sus textos son, sencillamente, abominables, y buscan inducir al bebé o al menor a conductas egoístas, machistas y hasta promiscuas.
Si de muestra vale un botón, aquí les dejo una:
«Tengo una vaca lechera, no es una vaca cualquiera,
me da leche merengada, ¡Ay que vaca tan salada!
¡Tolón tolón! ¡Tolón, tolón!
Un cencerro le he comprado y a mi vaca le ha gustado,
se pasea por el prado, mata moscas con el rabo
¡Tolón, tolón! ¡Tolón, tolón!
Qué felices viviremos cuando vuelvas a mi lado,
con sus quesos, con tus besos, los tres juntos ¡Qué ilusión!
¡Tolón, tolón! ¡Tolón, tolón!»
Alguien puede explicarme que es lo que se está sugiriendo con tan particular «menage a trois» en el que, a falta de un tercer hombre o tercera mujer, aparece una vaca que ya daba leche y que ahora promete el queso, a lo que habría que añadir los besos de la dama…tolón, tolón.
¿Qué derecho puede tener un padre que haya arrullado el sueño de su hijo con semejante canción infantil, a recriminarle que, cualquier día se acueste con la vecina y con el perro?
Y no es el único ejemplo:
«Al pasar la barca, me dijo el barquero
las niñas bonitas no pagan dinero.
Al volver la barca me volvió a decir
las niñas bonitas no pagan aquí.
Yo no soy bonita ni lo quiero ser,
las niñas bonitas se echan a perder.
como soy tan fea, yo le pagaré,
arriba la barca de Santa Isabel».
Supongo que no se precisan excesivas cavilaciones para llegar a la conclusión de lo que se plantea en esta canción infantil, tan tradicional como perversa.
Ante la sutil propuesta del pederasta barquero, que, además, es reincidente, a la niña, el autor de la canción no le da más opciones para defenderse del acoso al que la somete el barquero, que asumirse fea, renunciar a su propia estima.
Mientras el barquero, al parecer, sigue ejerciendo su trabajo y sus extraños cobros sin que una denuncia lo someta, sin que la policía lo moleste, la niña es la que debe renunciar a su vida «para no echarse a perder» porque es ella, en definitiva, la que se pierde.
Y la misma situación, aunque con diferente desenlace, nos encontramos en otra tradicional canción infantil:
«El cocherito leré, me dijo anoche leré,
que si quería leré, montar en coche leré.
Y yo le dije leré, con gran salero leré,
no quiero coche leré, que me mareo leré»
Otro pederasta suelto, en este caso el chofer del coche que, al paso de la niña, le ofrece montarla.
La diferencia con respecto al anterior ejemplo, es que, al menos, la niña de esta canción no se ve obligada a cambiar de acera por la impune presencia en la calle del cocherito porque, al igual que en la otra canción, el pederasta sigue fungiendo como chofer, reiterando sus propuestas a todas las niñas que pasen y sin que la justicia actúe.
El que las canciones infantiles sean tan viejas, tan nada que ver con nuestra realidad, puede ser causa, incluso, de serias confusiones políticas.
«Quisiera ser tan alta como la luna, ay, ay, como la luna
como la luna.
Para ver los soldados de Cataluña, ay, ay, de Cataluña,
de Cataluña.
De Cataluña vengo de servir al rey, ay, ay, de servir al rey,
de servir al rey.
Y traigo la licencia de mi coronel, ay, ay, de mi coronel,
de mi coronel».
Otras veces, los textos ya no es que parezcan de hace dos siglos sino que resultan absolutamente inverosímiles. Y para muestra, el siguiente:
«Cucú, cantaba la rana; cucú, debajo del agua.
Cucú, pasó un caballero; cucú, con capa y sombrero.
Cucú, pasó una señora; cucú, con traje de cola.
Cucú, pasó un marinero; cucú, vendiendo romero.
Cucú, le pidió un ramito; cucú, no le quiso dar.
Cucú, y se echó a llorar».
Ranas al margen, no voy a preguntarles si han visto pasar a ese caballero, cucú, de capa y sombrero por alguna esquina de su barrio. Tampoco si han visto a la señora, cucú, con traje de cola en la fila del supermercado. Porque podría resultar que sí, que sí han visto, acaso una vez, a la señora y al caballero. Lo que estoy seguro no habrán visto nunca es a un marinero vendiendo romero. Yo, lo reconozco, ni siquiera he visto a un marinero pero, cuando lo vea, supongo que lo veré pescando merluzas o limpiando bacalaos, no vendiendo romero. Y si alguien en el mercado me vende romero, sé que no va a ser un marinero.
Tampoco se entiende el reproche final hacia el insólito marinero por no querer dar romero a quien se lo pide. Si hemos dejado sentado que está vendiendo romero no lo va a dar, así por la cara bonita del caballero o de la señora que, en lugar de pedir un ramito, debieran comprarle el puesto, que una cosa es que sea marinero y otra que sea bobo.
Y si lloran, que lloren.
El sentido de la propiedad es una constante en las canciones infantiles. Como si hubiera, y no lo dudo, un especial interés en fijar a tan temprana edad semejante concepto, son numerosas las referencias a la propiedad que se hacen en las canciones, al igual que la conveniencia de no dar, de no ser solidario.
Ejemplos:
«Tengo una vaca lechera….»
«Tengo, tengo, tengo, tú no tienes nada»
«Tengo una muñeca vestida de azul…»
«Yo tengo un castillo, matarile rile rile…»
«El patio de mi casa es particular…»
«Antón Pirulero…cada quien, cada quien, que atienda su juego…»
«le pidió un ramito, no le quiso dar…» (Cucú cantaba la rana)
«que rompa los cristales de la estación, y los tuyos sí y los míos no… (Que llueva, que llueva)»
Si en algo han demostrado eficacia estas, aparentemente, inofensivas cancioncitas infantiles, ha sido en lo tocante a reproducir la ideología machista y establecer los roles que deben empezar a jugar los hijos, también, cuando son hijas.
Entre otros vergonzosos ejemplos, les apunto los siguientes:
«Soy capitán de un barco inglés,
y en cada puerto tengo una mujer.
La rubia es fenomenal
y la morena tampoco está mal.
Si alguna vez me he de casar
me casaré con la que me guste más»
«Arroz con leche se quiere casar con una señorita de la capital,
que sepa coser, que sepa bordar, que sepa abrir la puerta para ir a pasear.
Con ésta sí, con éste no, con esta señorita me caso yo.
Cásate conmigo que yo te daré zapatos y medias color café».
Otra de las constantes en las canciones infantiles son las letras reiterativas y cansinas que sólo tienen eficacia la primera vez que se cantan porque, ya para la segunda, todo el mundo está advertido del abuso que se pretende y se pone a salvo antes.
Son las llamadas canciones interminables cuyo propósito no es disfrutar el gozo de cantar, ni mejorar el conocimiento de las notas y escalas musicales, sino el de aburrir hasta la somnolencia a quienes, pobres ingenuos, se sumaron al coro.
Los que siguen son algunos ejemplos:
«Había una vez un barquito chiquitito, (se repite)
que no sabía, que no sabía, que no sabía navegar.
Pasaron un, dos, tres, cuatro, cinco, seis, semanas, (se repite)
Y aquel barquito, y aquel barquito, y aquel barquito navegó.
Y si esta historia parece corta volveremos volveremos a empezar.
Había una vez un barquito chiquitito…».
«Un elefante se balanceaba en la tela de una araña
y como se divertía al ver que no se rompía llamó a otro elefante.
Dos elefantes se balanceaban en la tela de una araña…»
«Debajo de un botón ton ton
había un ratón ton ton…»
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