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Las colonias, ¿anticipo del paraíso o regusto del infierno?

Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión por Caty R.

Primer artículo del dossier especial Francia-África, preparado con ocasión del quincuagésimo aniversario de la independencia de África, que ofrece una retrospectiva de los diversos aspectos ocultos de la historia de Francia… una historia tan importante que debería enseñarse en las escuelas francesas.

¡Qué hermosa era la vida en los benditos tiempos de las colonias y su anticipo del paraíso! 52 millones de personas (1): colonos en busca del sustento, aventureros en busca de fortuna, militares en busca de pacificación, administradores en busca de consideración, misioneros en busca de conversión, todos en busca de promoción, los lejanos precursores de los trabajadores emigrantes de la época moderna, se expatriaron del «viejo mundo» en poco más de un siglo (1820-1945) al descubrimiento de los mundos nuevos.

Al ritmo de 500.000 expatriados anuales de media durante 40 años, de 1881 a 1920, 28 millones de europeos abandonaron Europa para poblar América, de ellos 20 millones fueron a Estados Unidos y 8 millones a América Latina, sin contar Oceanía (Australia, Nueva Zelanda), Canadá, el continente negro, el Magreb y el sur de África especialmente, así como los confines de Asia y establecimientos en los enclaves de Hong Kong, Punduchery y Macao. 52 millones de expatriados, es decir, el doble del total de la población extranjera que residía en la Unión Europea a finales del siglo XX, una cifra muy similar a la población francesa.

Principal proveedora demográfica del planeta durante ciento veinte años, Europa consiguió la hazaña de hacer a su imagen y semejanza otros dos continentes, las dos Américas y Oceanía, e imponer la marca de su civilización a Asia y África. «Ama del mundo» hasta finales del siglo XX, Europa convirtió la Tierra en su campo de tiro permanente, su propia válvula de seguridad, el trampolín de su influencia y su expansión, el vertedero de todos sus males, un drenaje para sus excedentes de población y un presidio ideal para sus alborotadores sin las limitaciones impuestas por la rivalidad intraeuropea para la conquista de las materias primas.

1. La carga del hombre blanco y los zoos humanos

En cinco siglos (del XV al XX) el 40% del mundo habitado (2) estuvo más o menos sometido al yugo colonial europeo. Al tomar el relevo de España y Portugal, iniciadores del movimiento, Gran Bretaña y Francia, las dos principales potencias marítimas de la época, llegaron a poseer, ellas solas, hasta el 85% del dominio colonial mundial y el 70% de los habitantes del planeta a principios del siglo XX; a su paso, Portugal y España saquearon el oro de Sudamérica, Inglaterra las riquezas de la India y Francia el continente africano.

Gran Bretaña reivindicó su responsabilidad como la «carga del hombre blanco» exaltada por Rudyard Kipling (3), y Francia en nombre de su «misión civilizadora», corpus filosófico inmutable del pensamiento francés durante decenios, más allá de las divisiones políticas y religiosas, una temática que ha sido objeto de todas las declinaciones en un singular florilegio literario y un derroche de iniciativas a cual más extravagantes de las cuales las más inverosímiles fueron los «zoos humanos» de las exposiciones coloniales.

Enanos braquicéfalos, jorobados dolicocéfalos, gigantes macrocéfalos, negros albinos, indígenas nalgudos (4), caníbales canacos (etnia originaria de Nueva Caledonia, N. de T.), todas las declinaciones de la morfología humana se exhibieron durante una cincuentena de años en las principales ciudades francesas, sin ningún recato, para exaltar el esplendor colonial de Francia y al mismo tiempo teorizar sobre la inferioridad de los extranjeros.

A razón de una exhibición cada 18 meses, 38 exposiciones etnológicas, 30 de ellas sólo en el «jardín d’acclimatation» de París, se organizaron alternativamente en París, Marsella y Lyón durante más de medio siglo, de 1877 a 1931, en una vasta empresa que pone de manifiesto al mismo tiempo una operación de relaciones públicas y una acción psicológica.

El efecto de la publicidad fue inmediato: un millón de visitantes, cifra enorme para la época, pagaron por la primera exposición (5) organizada por Etienne Geoffroy de Saint-Hilaire en el jardín d’acclimatation en 1877; cincuenta millones de espectadores para el «diorama vivo de Madagascar» organizado con ocasión de la Exposición Universal de París de 1900 cuya estrella, sin embargo, debería haber sido la Torre Eiffel; 34 millones de entradas sólo en seis meses para la Exposición de París de 1931, es decir, una media de 166.000 visitantes diarios.

A falta de sensaciones fuertes en una época que sin embargo ellos mismos calificaron de «Belle époque», los franceses se entusiasmaron cada vez más por los «pueblos negros» y llegaron a un total de casi 100 millones de espectadores. Y el barbarin que permaneció en las familias acomodadas y ahítas, moldeable y esclavo a voluntad, era la última marca de distinción, el no va más de lo mundano, sin que sepamos más de un siglo después si ese frenesí correspondía a un afán de descubrimiento, a una sórdida necesidad de voyeurismo o incluso a una morbosa pulsión patológica colectiva.

Nadie o casi nadie resistirá la imagen de la obra pacificadora de Francia. Ni siquiera un visionario como Alexis de Tocqueville, un lúcido teórico de la «Democracia en América» que justificaría las masacres como «lamentables necesidades a las que cualquier pueblo que quiera hacer la guerra a los árabes deberá someterse», ni Jules Ferry, padre de la escuela laica, la matriz de la III República, que reclamó para las «razas superiores (…) el derecho a civilizar a las razas inferiores», ni tampoco un venerable humanista de la dimensión de Léon Blum, primer jefe del gobierno socialista de la Francia moderna, artífice de las primeras conquistas sociales bajo el gobierno del Frente Popular (1936) (6).

Han sido escasas las voces discordantes en el coro laudatorio de la Francia colonial. Guy de Maupassant, el pionero, ironizó sobre la «singular concepción del honor nacional» de los franceses. Louis Aragon, André Breton y Paul Eluard pidieron el boicot de las exposiciones coloniales denunciando este fraude intelectual en un manifiesto titulado «No visite la exposición colonial». En vano, la exposición de 1931 produjo 33 millones de beneficios en sólo seis meses.

Símbolos olvidados de la época colonial y totalmente rechazados de la memoria colectiva occidental mientras que suscitaron el entusiasmo de millones de espectadores tanto en París como en Londres, Hamburgo, Nueva York e incluso en Moscú, «etapa principal del paso progresivo de un racismo científico a un racismo popular», las «exhibiciones antropozoológicas» que escenificaban la «conversión del otro en un espectáculo» por medio de una hábil combinación de individuos exóticos y bestias salvajes, habrían dado nacimiento a muchos de los estereotipos todavía vigentes en la época contemporánea. Así contribuyeron poderosamente a formar la identidad occidental y el imaginario de los occidentales (7).

En la memoria viva de los pueblos las heridas no cicatrizan jamás. Veinte años más tarde, mucho tiempo después de la capitulación de Montoir (1940) y de Dien Bien Phu (1954), en una época de gran comunión francesa, a finales del siglo XX en el triunfo del Mundial de fútbol de 1998, a pesar de que las exposiciones etnológicas habían desaparecido desde hacía mucho tiempo de la memoria de los franceses, un canaco de pura raza con nacionalidad francesa se encargó de devolver a la memoria el doloroso recuerdo de esa herida viva, de «volver a enfrentar a los franceses con su propia imagen».

Con la boca cerrada herméticamente ante las cámaras de televisión de todo el mundo, bajo la mirada de miles de espectadores hechizados, Christian Karembeu, el futbolista de Nueva Caledonia vencedor del Mundial 98 que contribuyó a la gloria de Francia, no entonó el himno nacional francés en la inauguración de la competición, lo mismo que hizo en todos los partidos.

Ni una sola vez, en ninguna competición internacional por prestigiosa que pudiera ser, en ninguna circunstancia, en ningún caso, bajo ningún pretexto, durante toda su carrera deportiva nunca abolió esa regla. Christian Karembeu no cantó jamás «La Marsellesa», himno que el canaco desterró de su repertorio en señal de protesta silenciosa por la exhibición de uno de sus antepasados en los «zoos humanos» de la época del esplendor colonial. Como una revancha del destino, una burla a los negreros de antaño, Christian Karembeu, el futbolista campeón del mundo en 1998, se casó con un símbolo universal de la belleza eslava, la bella Adriana, top model de la década del 2000. Dolores callados, las heridas de la memoria no cicatrizan nunca.

El cuadro paradisiaco de los benditos tiempos de las colonias voló en pedazos con la Gran Guerra. Primera ruptura geoestratégica importante de la época contemporánea, la Primera Guerra Mundial (1914-1918), hemorragia humana, despilfarro económico, originó en el plano de la geoestrategia una degradación progresiva de Europa en beneficio de Estados Unidos, en el plano demográfico un vuelco de los flujos migratorios y en el plano de la psicología de los europeos el duro aprendizaje del fenómeno exógeno, de la cultura de la alteridad, la negación del egocentrismo, una auténtica revolución mental.

Con 1,4 millones de muertos y 900.000 inválidos, Francia lamentó la pérdida del 11% de su población activa debido al primer conflicto mundial, a los que hay que añadir los daños económicos: 4,2 millones de hectáreas arrasadas, 295.000 casas destruidas, 500.000 dañadas, 4.800 kilómetros de vías férreas y 58.000 kilómetros de carreteras para restaurar, 22.900 fábricas a reconstruir y 330 millones de metros cúbicos de socavones a rellenar (8).

Los primeros trabajadores inmigrados, los cabilios (pueblo bereber del norte de Argelia, N. de T.), llegaron a Francia a partir de 1904 en pequeños grupos, pero la Primera Guerra Mundial originó un efecto acelerador que acarreó el recurso masivo a los «trabajadores coloniales» que se añadieron a los refuerzos en los campos de batalla contabilizados en otra categoría.

Durante los primeros años del siglo XX Francia ya contaba con 1,1 millones de extranjeros en 1906, es decir, el 2,7% de la población. Veinte años después la cifra se había duplicado y en 1926 estaban registrados 2,5 millones de extranjeros, de los cuales 1,3 millones eran trabajadores de Europa, Asia y África.

El indígena lejano cedió el puesto al inmigrante próximo. De curiosidad exótica que se exhibía en los zoos humanos para glorificar la acción colonial francesa, la persona de piel oscura se convirtió progresivamente en un rasgo permanente del paisaje humano de la vida cotidiana de la metrópoli, y su presencia se percibía como un fastidio exacerbado por las diferencias de los modos de vida entre inmigrantes y metropolitanos, las fluctuaciones económicas y las incertidumbres políticas del país de acogida.

Paradójicamente, en el período de entreguerras (1918-1938) Francia favoreció el establecimiento de una «República xenófoba», matriz de la ideología de Vichy y de la «preferencia nacional», mientras que su necesidad de mano de obra era urgente. Aunque los trabajadores inmigrados contribuyeron a sacar a Francia de la ruina, ésta los mantuvo bajo sospecha y los registró en un gran «fichero central». Sometidos para la obtención del permiso de residencia a un impuesto equivalente a veces a la mitad de un salario mensual, fuente de ingresos complementarios para el Estado francés, sin embargo se les percibía como portadores de un triple peligro: peligro económico para sus competidores franceses, peligro sanitario para la población francesa en la medida en que los extranjeros, particularmente los asiáticos, africanos y magrebíes eran presuntos portadores de enfermedades, y peligro de seguridad para el Estado francés (9).

2. La cotización bursátil de los trabajadores coloniales

Así casi doscientos mil «trabajadores coloniales» fueron importados del norte de África y del continente negro por auténticas corporaciones negreras como la «Sociedad General de la Inmigración» (SGI), con el fin de paliar la falta de mano de obra francesa, principalmente en la construcción y la industria textil, para reemplazar a los soldados franceses que partieron al frente. En la riada de trabajadores inmigrados -los primeros llegaron de Italia y Polonia- los magrebíes fueron objeto de una atención especial por parte de los poderes públicos.

Una «Oficina de vigilancia y protección de los indígenas del norte de África encargada de la represión de crímenes y delitos» se constituyó el 31 de marzo de 1925. Una oficina especial sólo para magrebíes, precursora del «Servicio de asuntos judíos» que estableció el poder de Vichy en 1940 para la vigilancia de los ciudadanos franceses de «raza judía o de confesión israelí» durante la Segunda Guerra Mundial. El título de la oficina dice mucho sobre la opinión del gobierno francés y sus intenciones al respecto. El fenómeno fue ampliándose con la Segunda Guerra Mundial y los treinta gloriosos años de la posguerra (1945-1975) que siguieron, la reconstrucción de Europa, en los que la necesidad de «carne de cañón» y de una mano de obra abundante y barata originaron un nuevo flujo migratorio tan importante como el anterior.

Incluso la inmigración clandestina, que se persiguió sin descanso a finales de siglo con los episodios de los «vuelos de la vergüenza» (1986-1988) y de los «sin papeles» (1993-1996), se justificó por parte de los poderes públicos: «La inmigración clandestina no es inútil, ya que si se aplican estrictamente las reglas tendremos falta de mano de obra», declaraba Jean Marcel Jeanneney, un economista de primera línea ministro de Industria del general De Gaulle en la época, en una entrevista al periódico Les Echos el 20 de marzo de 1966, confirmando públicamente una verdad evidente que los políticos callaron durante mucho tiempo por consideraciones electorales.

Lujo del refinamiento, el reclutamiento se llevaba a cabo según criterios de afinidades geográficas hasta el punto de constituir auténticos «matrimonios» migratorios, en particular entre Renault y la contratación cabilia, la minería y el carbón franceses y los trabajadores del sur de Marruecos, igual que en Alemania la Wolkswagen y los emigrantes turcos.

A la manera de una cotización bursátil en un mercado de ganado, los trabajadores coloniales incluso fueron objeto de una clasificación en función de su nacionalidad y de su raza con sutiles distinciones según su lugar de procedencia, especialmente los argelinos, de los cuales los cabilios se beneficiaron de una discriminación positiva con respecto a los demás componentes de la población argelina (10).

Así en Nantes, sobre una escala de valor 20, los chinos se situaban en lo bajo de la jerarquía. Su productividad se valoraba en un 6 en una escala en la cual los marroquíes estaban situados en el 8, los argelinos, cabilios  y griegos en el 10 y los italianos y españoles en el 12. En Burdeos los marroquíes, italianos, cabilios  y españoles estaban en el 90 en una escala donde los portugueses se situaban en el 75, los senegaleses en el 50, los chinos en el 40 y los indochinos en el 30, mientras que los franceses, por supuesto, se encontraban en la cumbre de las clasificaciones con una nota inigualable de 20 sobre 20, un resultado nunca registrado por ninguna otra nacionalidad en ninguna parte, bajo ningún cielo, en ninguna otra competición.

3. La revancha de los indochinos y los pueblos coloniales

En esa clasificación resulta intrigante la nota de los indochinos: 30 sobre 100 ó 3 sobre 10, la nota más baja de la clasificación. Según los franceses los indochinos eran irrecuperables, su nota era eliminatoria en cualquier prueba a pesar de todos los puntos de recuperación y todos los esfuerzos de repesca. Un hecho que sorprendió a un joven anamita  (De Anam, región de Indochina, N. de T.) que posteriormente se encargaría de hacer justicia en nombre de su pueblo. Aprovechando sus largas estancias en Francia intercaladas con viajes por el imperio francés, el Magreb y el África negra (1911-1920), Nguyen Ai Qoc se tomó tiempo para familiarizarse con la mentalidad francesa y las prácticas coloniales. De regreso a su país, escandalizado por «el impuesto sangriento» que suponía para los pueblos coloniales su enrolamiento en el escenario europeo, el indochino, metódico, empezó por instruir «El proceso a la colonización francesa» (11) antes de pasar a la acción, infligiendo a su antiguo amo y al amo del nuevo orden internacional un duro castigo militar.

Con sus dos compañeros de viaje, Pham Van Dong y Vo Nguyen Giap, el indochino dotaría a su país de una de las más gloriosas victorias militares del siglo XX, contribuyendo grandemente a modificar la geoestrategia del planeta por los reveses que hizo sufrir sucesivamente a las principales potencias militares de la época, en primer lugar a Japón en 1945, después a Francia en Dien Bien Phu en 1954, y finalmente a Estados Unidos veinte años después, en 1975 en Saigón, con pérdidas acumuladas del orden de 67.000 soldados, 15.000 de Francia y 52.000 de Estados Unidos.

Uno de los protagonistas de la historia del siglo XX, Nguyen Ai Qoc, con el nombre premonitorio de «patriota», ya es conocido en todo el mundo -y para la eternidad- con el nombre de Ho Chi Minh «el que aclara», el padre del Vietnam moderno, la ex Indochina francesa de la cual la segunda capital, por otra parte, lleva el nombre de «Ciudad de Ho Chi Minh», en homenaje a su lucha por la independencia y la reunificación de su país, y cuya trayectoria merece unánimemente ante la opinión algo mejor que un 3 sobre 10.

Salvo si se atribuye a un grave problema de percepción óptica del reclutador o a la influencia de los estereotipos que falseaban el juicio francés, la nota de los indochinos continúa siendo inexplicable, y a posteriori ampliamente injustificada. Ho Chi Minh con su duro trabajo rehabilitó la nota de los trabajadores indochinos de Francia. Pero en cambio nadie se ha atrevido nunca a cuestionar la cotización de los franceses, ni siquiera como un saludable ejercicio de introspección.

La capitulación de Sedan frente a Alemania en 1870-71 dio nacimiento a la III República, la capitulación de Montoire (12) frente a Hitler en 1940 a la IV República (1946), la de Dien Bien Phu y la de Argelia en 1955 a la V República (1958) y a la creación de grandes instituciones: Sedan a la creación de «Ciencias Po», el Instituto de Estudios Políticos de París, y Montoire a la fundación de la ENA, la Escuela Nacional de Administración (1945). El país de las «grandes escuelas», de las rivalidades entre los viveros de las élites, de los escribas y los clérigos -había cinco millones de funcionarios en Francia en el año 2000, es decir, el 20% de la población activa (13)- no soporta la revisión de su pasado. Sólo concibe las perspectivas de futuro. Nunca retrospectivas, siempre prospectivas. ¿Una huida hacia adelante?

Anticipo del paraíso para el colono, las colonias dejarían un regusto de infierno para el colonizador francés.

Notas:

(1) Gildas Simon, «Géodynamique des migrations internationales dans le monde-PUF».

(2) Ignacio Ramonet, «cinq siècles de colonialisme», en «Manière de voir» nº 58 bimensual de Le Monde diplomatique julio-agosto de 2001. «Polemiques sur l’histoire coloniale»

(3) Rudyard Kipling, periodista y novelista inglés (1865-1936) procedente de un medio anglo-indio, veneraba el imperio británico de los valores míticos de la energía, el desinterés y los aspectos loables de la aventura imperialista. Es el autor del célebre poema If (Sí): «Si puedes ver destruida la obra de tu vida y sin decir una sola palabra te pones a reconstruir… entonces serás un hombre, hijo mío».

(4) Una de las más célebres «Venus Callipyge», celebrada por el popular cantante francés Georges Brassens, es la «Venus Hotentote». Nacida en 1789, año de la Revolución Francesa, en África Austral entonces bajo la dominación de los colonos holandeses, los boers, a Saartjie Baartman, originaria del sur de África, de la etnia de los hotentotes, un cirujano británico la llevó en 1820 a Londres donde la rebautizaron como Sarah Bartmann. Dotada de grandes nalgas y órganos sexuales enormes, la exhibieron como a una bestia de feria en Londres y París en una vida infernal y se entregó a la prostitución hasta su muerte, a los 27 años, en París en 1815.

A petición de Geoffroy Saint Hilaire fue disecada por Georges Cuvier, quien concluyó que tenía «algo de curioso y caprichoso» y sus órganos recordaban «a los del mono». Su esqueleto, sus órganos y un molde de su cuerpo estuvieron expuestos al público en el Museo del Hombre hasta 1974. Objeto de un embrollo diplomático entre Francia y Sudáfrica, los restos de la Venus Hotentote finalmente se devolvieron a Sudáfrica el 29 de abril de 2002. Leer al respecto «L’enigme de la Vénus Hottentote» de Gérad Badou, JC Lattès, febrero de 2002.

(5) De 1877 a 1912 se celebraron treinta exhibiciones etnológicas en el jardin d’acclimatation de París después de las exposiciones universales de París de 1878 y 1889, en ésta última la clave era tanto la inauguración de la Torre Eiffel como la visita a un «pueblo negro». Siguieron las exposiciones de Lyón (1894), las dos exposiciones coloniales de Marsella (1906 y 1922) y finalmente las grandes exposiciones de París de 1900 (diorama sobre Madagascar, 50 millones de espectadores) y de 1931 cuyo comisario general no era otro que el Mariscal Lyautey. Véase «Le spectacle ordinaire des zoos humains» y «1931. Tous à l’Expo», de Pascal Blanchard, Nicolas Bancel y Sandrine Lemaire, Manière de voir nº 58, julio-agosto de 2001.

(6) «Quand Tocqueville légitimait les boucheries», de Olivier le Cour Grandmaison y «une histoire coloniale refoulée» de Pascal Blanchard, Sandrine Lemaire y Nicolas Bancel. Dossier general sobre el tema «Les impasses du débat sur la torture en Algérie», Le Monde diplomatique, junio de 2001.

Guy de Maupassant, en el mismo número de Le Monde diplomatique, de junio de 2001: «Cuando se habla de antropófagos sonreímos con orgullo para proclamar nuestra superioridad sobre esos salvajes… Una ciudad china suscita nuestro deseo: para tomarla vamos a masacrar a cincuenta mil chinos y diez mil franceses acabarán degollados. Esa ciudad no nos servirá para nada. Sólo se trata de una cuestión de honor nacional. Así, el honor nacional (curioso honor) nos empuja a tomar una ciudad que no nos pertenece, el honor nacional se satisface con el robo, el robo de una ciudad, y antes todavía por la muerte de cincuenta mil chinos y diez mil franceses» Gil Blas, 11 de diciembre de 1883.

Alexis de Tocqueville legitimó las carnicerías al considerar que «el hecho de apropiarse de los hombres desarmados, de las mujeres y de los niños, son necesidades lamentables a las que cualquier pueblo que quiera hacer la guerra a los árabes estará obligado a someterse». Jules Ferry, por su parte, sostuvo en un discurso en el Palacio Bourbon el 29 de julio de 1995 que «las razas superiores tienen un derecho y por eso existe un deber hacia ellas. Las razas superiores tienen el derecho de civilizar a las razas inferiores». También Léon Blum invocó su «inmenso amor» por su país «para negar la expansión del pensamiento y la civilización francesa». «Asumimos el derecho, y también el deber, de las razas superiores de atraer a las que no han llegado al mismo grado de cultura», escribió en el diario Le Populaire el 17 de julio de 1925.

(7) Zoos humains, de la Vénus Hottentote aux reality sow, La Découverte, Marzo de 2002. Obra realizada bajo la dirección de un colectivo de historiadores y antropólogos miembros de la Asociación Conocimiento del África Contemporánea (Achac-París): Nicolas Bancel (historiador, Universidad París XI), Pascal Blanchard (historiador, investigador CNRS), Gilles Boetsch (antropólogo, director de investigación en el CNRS), Eric Deroo (cineasta, investigador asociado al CNRS) y Sandrine Lemaire (historiadora, Instituto Europeo de Florencia)

(8) La Republique Xénophobe, 1917-1939 de la machine d’Etat au «crime de Bureau», les revélations des archives, de jean Pierre Deschodt y François Huguenin, JC Lattès, septiembre de 2001.

(9) La Republique Xénophobe, 1917-1939 de la machine d’Etat au «crime de Bureau», les revélations des archives, de jean Pierre Deschodt y François Huguenin, JC Lattès, septiembre de 2001.

(10) «Une théorie raciale des valeurs? Démobilisation des travailleurs immigrés et mobilisation des stéréotypes en France à la fin de la grande guerre» de Mary Lewis, profesora en la New York University, en «L’invention des populations«, obra colectiva bajo la dirección de Hervé le Bras (ed. Odile Jacob).

(11) Ho Chi Minh: Le procès de la colonisation française de Nguyen Ai Qoc (Ho Chi Minh), introducción de Alain Ruscio. Le temps des cerises, París 1999. Ho Chi Minh murió el 6 de septiembre de 1969, es decir, cuatro años antes del inicio de la segunda guerra de Vietnam, la cual acabó victoriosamente con la toma de Saigón, capital pro estadounidense del sur de Vietnam, en abril de 1975, por el dúo Phan van Dong-General Giap.

(12) El armisticio del 22 de junio de 1940 en Rethondes, simbólicamente se firmó en el mismo lugar y en el mismo coche que el armisticio del 11 de noviembre de 1918. Sin embargo la reuinión de Montoire del 24 de octubre de 1940 entre Pétain y Hitler selló la colaboración entre Francia y la Alemania nazi. Si el armisticio constituía un cese de las hostilidades, el encuentro de Montoire representó en el orden simbólico el viaje de Pétain a Canossa y de hecho constituyó una capitulación en la medida en que Pétain avalaba la colaboración con el régimen nazi incluso cuando Alemania había faltado a sus promesas y se había anexionado la Alsacia-lorraine en agosto de 1940.

(13) De 1975 a 1998 Francia registró un aumento de 1,2 millones de funcionarios que llevó el total de la función pública a cinco millones de personas (el 20,2% de la población activa, el 27% con las empresas públicas) lo que indujo una fractura social y una desigualdad de derechos entre los ciudadanos de una misma sociedad, entre un sector privado en primera línea del frente del desempleo y una función pública pletórica que dispone de un empleo de por vida garantizado y del derecho de huelga). Véase Jacques Chirac et le déclin français 1974-2002, trente ans de vie politique premier bilan, de Yves Marie Laulan, edición de François Xavier de Guibert, noviembre de 2001.

Un mandarín, el profesor Philippe Even, decano de la facultad de Medicina «Necker enfants malades» (1988-2000) conmocionado por los avatares mortales del último hospital parisino inaugurado, «L’Hôpital Européen Georges Pompidou», que se puso en servicio en el año 2000, criticó en estos términos a esos «altos funcionarios jerárquicos que confiscan la nación en beneficio de su legión, de su partido, hábiles para paralizar o enterrar cualquier decisión política con el fin de preservar su posición, su futuro o su casta (…). Mucho tiempo sin experiencia sobre el terreno, colgados del modelo socioeconómico aprendido, sabiendo un poco de todo y poco de cada cosa, un saber de papel que permite la redacción de esas famosas ‘notas de resumen a los ministros’ tan simplificadoras que los análisis están muy lejos del terreno (…), cultivando los falsos secretos y las falsas confidencias, estrangulados por su paranoia de las conspiraciones, no teniendo nunca una idea que reprocharse y sin embargo llenos de una ambición disimulada bajo la máscara de la seriedad, de la virtud republicana, de la falsa modestia, de la eterna prudencia, antes de pasar al sector privado», en «Les scandales des hospitaux de Paris et de l’hopital Pompidou», Philippe Even, Le cherche midi éditeur, octubre de 2001.

Para saber más: 

Le Bougnoule, sa signification étymologique, son évolution sémantique, sa portée symbolique.  Artículo publicado con ocasión de la promulgación de la ley sobre «el papel positivo de la colonización» de la cual Francia celebró el 23 de febrero de 2010 el quinto aniversario de su adopción.

Les oubliés de la République. Artículo publicado con ocasión de la controversia suscitada en Francia sobre la disparidad de tratamiento entre ex combatientes franceses y ex combatientes coloniales. La pensión de un ex combatiente «moreno», es un salario étnico, indigno y cínico.

Le quadrillage en douceur de l’Afrique. Artículo publicado con ocasión del despliegue del EUFOR en África, cuyo establecimiento decidió la Unión Europea el 28 de enero de 2008 en el marco de la política europea de seguridad y defensa (PESD) con el fin de hacer frente a la crisis de Darfur en la zona fronteriza entre Sudán y el Chad.

Identité nationale: Rappel à l’ordre de la part d’un français par choix aux Français de souche. Artículo publicado como respuesta a los repetidos excesos verbales de la clase política francesa con respecto a los franceses originarios del tercer mundo multicolor, en pleno debate sobre la identidad y con el telón de fondo de las elecciones regionales francesas.

Fuente: http://www.renenaba.com/?p=2568