Señalar las contradicciones de Podemos se ha convertido en un tópico, como la conclusión de que estas contradicciones se manifestarán si gobiernan y que entonces deberán resolverlas o éstas acabarán con la formación. Me parece, al contrario, que las contradicciones más aparentes no son tales; que, aun así, explican parte de su éxito y que […]
Señalar las contradicciones de Podemos se ha convertido en un tópico, como la conclusión de que estas contradicciones se manifestarán si gobiernan y que entonces deberán resolverlas o éstas acabarán con la formación. Me parece, al contrario, que las contradicciones más aparentes no son tales; que, aun así, explican parte de su éxito y que el peligro, para Podemos, puede venir más bien de su falta de contradicciones, de un exceso de liderazgo.
Las contradicciones más visibles de Podemos son: la contradicción entre la «democracia participativa», más o menos «directa», de los «círculos» y el hiperliderazgo de Iglesias; la contradicción entre la autoproclamada identidad de izquierdas de sus dirigentes y la insistencia en que «no es un problema de izquierdas ni de derechas, sino de decencia», etc. Este es un discurso que parece convenir por igual a propios y a extraños; pero imaginemos, sólo para hacer más patente la contradicción a los propios, que un político de derechas dijera: «yo soy de derechas, se me nota a la legua [como dice Iglesias], pero si consigo el poder no voy a hacer políticas de derechas, sino decentes». Por último, la contradicción entre el «patriotismo» y la defensa del derecho de autodeterminación de Cataluña, el País Vasco, etc. La enumeración podría seguir.
Al contrario de lo que se piensa, estas contradicciones aparentes, de discurso, han servido para captar las simpatías más diversas: en una época de desesperación, Podemos ha ofrecido un menú contradictorio en el que cada uno puede escoger el primer plato que más le guste sin mirar lo que pide el de al lado y sin pensar en el segundo plato.
No creo que Podemos «resuelva» estas contradicciones. Lo más probable es que se diluyan en favor de uno de sus términos, en la medida en que el partido crezca electoralmente. En esa medida, la «democracia real» de los círculos será limitada o quedará en función del hiperliderazgo; la «política de la decencia» dará paso a políticas de izquierdas, suavizadas por las exigencias de la realpolitik; y el «derecho a decidir» dará paso al patriotismo pseudofederal, común, en mayor o menor medida, a PSOE e IU.
Pero si Podemos no cumple con las enormes expectativas que está generando (para empezar, en sus líderes), se disolverá, con la misma rapidez con la que ha emergido, en los términos contrarios de sus contradicciones, dejando tras de sí una espuma de «democracia real», «decencia» y «derecho a decidir».
¿Por qué? Porque la «contradicción principal» es la contradicción entre liderazgo y democracia, y esta contradicción puede ser que se mantenga y sea superada internamente; pero hacia fuera, habiendo renunciado los líderes de Podemos, por necesidad, a un discurso ideológico en los términos clásicos, y aun dominantes (por mucho que se diga), de izquierda y derecha, lo único que se mantiene es el liderazgo. Por eso el liderazgo se convierte en hiperliderazgo, sin contrapeso de ningún tipo. De hecho, lo es también hacia dentro, porque sigue siendo fundamentalmente un liderazgo mediático, muy descompensado (no hay otro dirigente de Podemos que tenga la presencia mediática que tiene Iglesias).
Podemos no es un partido ideológico, sino un partido de líder. No es que no haya ideologías en Podemos o en sus líderes; por supuesto que las hay. Hay ideologías diversas, ideas e ideologemas sueltos, pero no una ideología mínimamente coherente. La cohesión se produce en torno al líder. Lo importante no es la ideología política, sino lo que diga Pablo Iglesias. Iglesias ha conseguido algo que no tiene, a día de hoy, ningún otro dirigente político en España: liderazgo. Podemos es Pablo Iglesias, por mucho que él pretenda, como todo líder ha pretendido siempre, que no es así, que Podemos es mucho más que él, que él no es un «macho alfa», que quien piense eso no ha entendido lo que es Podemos, etc, etc… Ningún líder se ha presentado nunca meramente como un líder.
Ahora bien, más allá de las contradicciones aparentes, la verdadera contradicción, no superada, de Podemos es la siguiente: En el momento en que Iglesias vea que no va a ganar, que no cumple las/sus expectativas o que su liderazgo es cuestionado, se retirará, como amenazó con hacer si no era votada su propuesta en la asamblea del 18-19 de octubre, y como de hecho sigue haciendo, al declarar en la entrevista de Évole que si Podemos no obtiene buenos resultados en las próximas elecciones, se marchará. ¿Por qué? No sólo porque subjetivamente Iglesias tenga conciencia de que es el líder y que, como ha repetido una y otra vez, está sólo para ganar, sino porque sabe que, a falta de ideología, él (apoyado por su equipo, claro está) es el único que puede dar cohesión y dirección a Podemos y a sus votantes. Por eso, sin Pablo Iglesias, Podemos quedaría dejado de la mano de dios. A no ser que se encontrase otro líder o que, entretanto, Podemos lograse formarse ideológicamente. Pero esta última posibilidad es poco probable, puesto que justamente en la medida en que Iglesias mantenga su liderazgo, Podemos no se cohesionará ideológicamente, sino en torno a él.
Esta es la contradicción, no resuelta, del hiperliderazgo. La fortaleza de Podemos es su debilidad. Iglesias es su único fundamento sólido, pero por ello es también su talón de Aquiles. A día de hoy, Podemos depende absolutamente de Pablo Iglesias. Podemos es Pablo Iglesias.
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