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Reforma de la ley del aborto en España

Las contradicciones de una cruzada moral

Fuentes: Le Monde diplomatique

Traducido para Rebelión por Caty R.

El Gobierno español ha lanzado una reforma de la ley del aborto que suprime, restringe y limita enormemente los supuestos para abortar. Las reacciones con respecto a esta regresión reflejan la resistencia de los progresistas dogmáticos, a pesar de todos los cuestionamientos contemporáneos que un autor como Christopher Lasch expresó ya hace varios decenios: «¿Cómo puede ser que las personas serias continúen creyendo en el progreso cuando las evidencias masivas deberían conducirles, de una vez por todas, a abandonar esa idea?» (1).

En lugar de indignarnos debemos entender que en España y otros lugares hay una regresión al orden moral. En la iniciativa del Gobierno conservador español podemos reconocer una cruzada moral clásica con las presiones de los «empresarios de la moral», en este caso el poder clerical católico y sus múltiples grupos afiliados, los nostálgicos del franquismo. Grupos en los que no hace falta señalar las certezas que caracterizan a dichos empresarios de la moral. En este caso el ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, marca un acento abiertamente revanchista pretendiendo «acabar con el mito de la superioridad moral de la izquierda» (ABC, 27 de noviembre de 2013). En la realidad el ministro sitúa la moral en la más absoluta conformidad con los valores tradicionalistas al limitar drásticamente la libertad de elección individual en las situaciones extremas de malformación fetal y violación, prohibiendo prácticamente el aborto con el pretexto de la protección legal de la vida. Esto no le impide reivindicar los valores del adversario y afirma que propone «la ley más avanzada y progresista de este Gobierno».

Con sus presiones de larga data sobre el partido Popular de Mariano Rajoy, los empresarios de la moral han conseguido una versión más dura de lo que daba a entender el programa electoral. Esta sensibilidad a las presiones no es exclusiva de España donde, con ayuda de la amplitud de la crisis, el Gobierno se enfrenta a su impotencia política. Es cierto que comparte con otros la responsabilidad de la crisis económica española. Por no hablar del desastre ecológico producido por la economía turística. En España también los gobiernos aprovechan las cruzadas morales como maniobras de distracción y sobre todo como formas de expresar claras confesiones de principios.

Aunque las políticas económicas y sociales dependen de las limitaciones internacionales, ¿todavía pueden desarrollarse políticas morales al abrigo de la soberanía de los estados? Extendiendo su cruzada nacional a Europa, el ministro español pretende convencer a los países europeos de que se alineen a con su nueva legislación: «Proponemos la primera ley que refleja la opinión mayoritaria de los ciudadanos europeos, como lo ha expresado su Parlamento, y estoy convencido de que esta iniciativa se extenderá a los parlamentos de otros países europeos». Se equivoca la España ultracatólica si pretende convertir a los países protestantes del norte de Europa y a los países «descristianizados» como Francia. Respecto a la opinión de los ciudadanos europeos, el ministro se refiere a la votación que lanzaron los parlamentarios europeos hace una semana, la propuesta de un texto sobre la libre elección de las mujeres en Europa. Es necesario sin embargo forzar el sentido de esa votación, que de ninguna manera significa hostilidad hacia el aborto, sino que engloba opiniones sobre el aborto y la soberanía popular, sin hablar de los parlamentarios poco deseosos de abrir una cuestión delicada (2).

Es un error encontrar indicios fiables de una opinión mayoritaria favorable a la prohibición del aborto. Se ve claro en las encuestas las cuales, todas ellas, señalan desde hace mucho tiempo la primacía de la libertad individual sobre la intervención de la ley -con variaciones según los países- En cuanto al muy discutible «eurobarómetro» no encontramos nada que apoye al ministro español. Al contrario, su última edición acredita la libertad de circulación en Europa. Está de más señalar que las españolas recurrirán a ella si es necesario.

Detrás de la fanfarronada ministerial se perciben los apuros de la actuación política nacional en el universo de la globalización y la europeización. La prohibición no va acorde con la realidad diaria de los movimientos transfronterizos. Dicho de otra forma, ¿cuál será su alcance? Los países vecinos, en este caso Francia por vía terrestre y otros como Holanda por vía aérea, acogerán a las mujeres en sus clínicas. Por supuesto las nuevas restricciones afectarán a las más jóvenes y a las capas populares. Señalemos de paso que el Gobierno español no ha imitado al francés atacando a las casas de prostitución, legales en España. Al menos eso limitaría las migraciones cruzadas, más trágicas que ridículas, como una prolongación inédita del pensamiento de Pascal: » Verdad aquende el Pirineo, error allende» (Pensamientos, 294).

La ambición de convertir a Europa, no sabemos si seria o simplemente dilatoria, revela también el sentimiento de impotencia política. Así las reformas sociales serían en vano ya que los ciudadanos de un país se zafarían de sus obligaciones cruzando las fronteras, ¿no es lo que ya hacen los ricos? Para librarse de una impotencia los gobernantes se meten en otra, y en este caso se arriesgan al descrédito de la transgresión generalizada. Aunque la evidencia de la inutilidad política amenaza su legitimidad sin duda ven el peligro lejano. Y nadie parece hoy animado por convicciones, sino por la apariencia de mandar y el afán de permanecer. Tratándose de partidarios de la desregulación hay que preguntarles por sus contradicciones, ¿cómo pueden los liberales imponer medidas nacionales que contradicen sus principios en materia de intercambios internacionales y de la organización del mercado? Los listos, que relacionen la incoherencia de una ceguera muy conveniente y el cinismo de la satisfacción de los clientes.

Vemos claramente la gran brecha intelectual de nuestro mundo, donde se arrebata a los estados la gestión de los flujos económicos y al mismo tiempo los políticos más liberales todavía pretenden la soberanía de dichos estados. Liberales en cuanto a las mercancías y las riquezas pero autoritarios respecto a las costumbres y las ideas. La incoherencia de esa asociación no parece molestarles ante la imagen de un capitalismo globalizado que se adapta a regímenes autoritarios estables, incluso policiales y preferentemente comunistas, que garanticen la debilidad de los salarios, la garantía de la producción y el crecimiento de los beneficios. Una fórmula política perfecta para los negocios.

Notas:

(1) Christopher Lasch, Le seul et vrai paradis. Une histoire de l’idéologie du progrès et de ses critiques, Paris, Climats, 2002, p. 23.

(2) Además, el voto ha sido falseado por un error de traducción.

Fuente: http://blog.mondediplo.net/2014-01-09-Les-contradictions-d-une-croisade-morale