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Las crisis históricas del sistema capitalista, la crisis sistémica actual, sus causas inmanentes y las propuestas superadoras

Fuentes: Revista Tesis 11

Evolución histórica de las crisis generales del capitalismo. Sus causas inmanentes. Fase actual de la crisis, con tendencia a hacerse permanente y sistémica. Propuestas de regulación económica alternativas, de carácter social, para superar la crisis en favor de los sectores populares. Introducción El capitalismo de esta época está sumido en una crisis caracterizada como de […]

Evolución histórica de las crisis generales del capitalismo. Sus causas inmanentes. Fase actual de la crisis, con tendencia a hacerse permanente y sistémica. Propuestas de regulación económica alternativas, de carácter social, para superar la crisis en favor de los sectores populares.

Introducción

El capitalismo de esta época está sumido en una crisis caracterizada como de carácter sistémico. Por otro lado a lo largo de su historia el sistema ha pasado por otras etapas de crisis profundas y generalizadas. Ocurre que el sistema se rige por leyes inmanentes o de esencia, descubiertas por Carlos Marx (y desarrolladas por otros teóricos marxistas), que le generan tendencia intrínseca a la crisis.

Para recorrer la historia de las principales crisis del capitalismo, conviene siempre recordar cuáles son esas leyes de esencia que lo rigen. En tal sentido, retomo a continuación lo escrito por mí (con algunas modificaciones) en un artículo anterior (Crisis Financiera. Crisis Sistémica- Tesis 11 Nº 89):

Las leyes de esencia del capitalismo

En el capitalismo, como en cualquier sistema mercantil, el valor de los bienes y servicios está dado por la cantidad de trabajo social medio necesario para producirlos. El sistema capitalista está basado en la explotación, por parte de la clase social propietaria de los medios de producción, de la fuerza de trabajo de la clase social que no posee medios de producción, con el objetivo de producir bienes y servicios cuya masa de valor sea superior a la consumida para producirlos.

Es lo que se denomina proceso de valorización del capital. De hecho, el capital es precisamente un valor que se valoriza mediante ese proceso de explotación de la fuerza de trabajo y el plusvalor creado se reinvierte como más capital, en lo que se denomina proceso de acumulación de capital.

A su vez, este proceso impulsa el desarrollo de la ciencia y la tecnología, lo cual ha hecho que los medios de producción reemplacen gradualmente funciones de la mano del hombre («revolución industrial») y, más recientemente, funciones del cerebro humano («revolución informacional»). Es decir que hay una tendencia al reemplazo de la fuerza de trabajo humano por medios de producción cada vez más sofisticados y a que se invierta relativamente cada vez menos capital en fuerza de trabajo (capital variable), respecto del capital que se invierte en medios de producción (capital constante).

Pero esto produce una doble contradicción fundamental en el capitalismo:

! Por un lado, hay cada vez más masa de valor acumulado en medios de producción, que hay que valorizar mediante la explotación de fuerza de trabajo, pero simultáneamente hay tendencia a una disminución relativa de la masa de fuerza de trabajo requerida para hacer funcionar los medios de producción en el proceso de trabajo (tendencia al aumento de la relación entre capital constante y capital variable, denominada «tendencia al aumento de la composición orgánica del capital»). Esto genera que el plusvalor generado por el trabajo nuevo sea relativamente cada vez menor respecto del valor contenido en los medios de producción, con lo cual la cadencia de valorización del capital invertido tiende a disminuir. Esto se expresa como una tendencia a que disminuya la relación entre la ganancia obtenida y la masa de capital invertido, lo que se denomina «ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia».

Por otro lado, la competencia impulsa la acumulación de capital y con ello el aumento de la masa de bienes y servicios producida, la cual debe ser consumida para que se concreten las ganancias y la valorización del capital invertido, pero como al mismo tiempo hay tendencia a emplear cada vez menos masa de fuerza de trabajo, con relación al capital invertido en medios de producción, la capacidad de consumo de la masa de asalariados crece menos que la oferta de bienes y servicios, con lo cual hay «tendencia al exceso de producción para la capacidad solvente del mercado».

Estas tendencias en el capitalismo han provocado históricamente una recurrencia a la crisis de sobreproducción para la demanda real y a que la parte menos competitiva del capital invertido no consiga la tasa de ganancia mínima necesaria para seguir funcionando, por lo que aparece como invertido en exceso, que no se valoriza, en lo que se denomina «tendencia a la desvalorización del capital».

Siendo la ley de la «tendencia decreciente de la tasa de ganancia» de tanta importancia en la teoría y en el desarrollo concreto del capitalismo y sus crisis, creo interesante para el lector acceder a estadísticas sobre esto en varios países y en largos períodos de tiempo, por lo que los invito a hacerlo cliqueando en el siguiente enlace:

(tasa de ganancia en varios países, en largos períodos de tiempo)

En la época de la libre competencia, las crisis eran cíclicas y terminaban con que los capitales más grandes, generalmente más competitivos, absorbían a los más chicos, menos competitivos, en un proceso de concentración y centralización de capital, que tendió gradualmente a la monopolización, la integración del capital industrial, agropecuario, comercial y financiero y la internacionalización del capital, hasta la época actual de un capitalismo monopolizado, globalizado y hegemonizado por el capital financiero, principalmente el especulativo.

La Crisis de 1870

La primer crisis general del capitalismo se produjo en 1870 y duró más de 20 años, se inició en EE.UU., se extendió a Inglaterra, cuya economía estaba muy vinculada con la estadounidense y luego a otros países. La crisis se inició porque las empresas constructoras de ferrocarriles en EE.UU. habían emitido una excesiva cantidad de bonos para financiarse y los habían colocado localmente y en el extranjero, hasta que la economía real resultó insuficiente para remunerar tal cantidad de bonos. Ya se observa en esta primer gran crisis que el detonante fue la explosión de una burbuja financiera.

Se considera que esta crisis marcó convencionalmente el fin de la etapa de la libre competencia, cuando habían múltiples empresas por ramas de la economía, y el comienzo de la monopolización generalizada de los mercados nacionales de los países más desarrollados, con lo cual los monopolios empezaron a sufrir directamente las consecuencias de la tendencia a la sobreproducción, la caída de la tasa de ganancia y el exceso de capital invertido. Esto provocó la necesidad objetiva de que se expandieran, a un nuevo nivel cualitativo, fuera de sus fronteras nacionales, al mercado mundial, lo cual dio comienzo a la etapa imperialista del capitalismo.

La primera guerra mundial interimperialista de 1914 – 1918

El reparto colonialista-imperialista del mundo, provocó el choque de intereses entre los imperialismos y se produjo la segunda crisis general que llevó a la primera guerra mundial de 1914 a 1918, con la enorme destrucción humana y material que se conoce. Entre otras cosas, como consecuencia de esta guerra se produjo la revolución soviética de 1917 en Rusia. A su vez, los EE.UU., que entraron en la guerra pero no la sufrieron en casa, emergieron al fin de la guerra como la potencia capitalista dominante.

Los países europeos sufrieron gran destrucción humana y material y además su esfuerzo armamentista los llevó a perder competencia a nivel mundial con su industria, lo cual favoreció sobre todo a EE.UU, aunque también a países como Japón, Australia y Canadá. En los países europeos hubo un exponencial crecimiento del déficit fiscal y la deuda pública, particularmente en Alemania, jaqueada además por las leoninas condiciones del «Tratado de Versalles» que le impusieron las potencias ganadoras de la primera guerra mundial.

La Cisis de 1929

Los EE.UU., por un lado se vieron afectados por la crisis en Europa, por la subsiguiente caída de la demanda en el mercado mundial y, por otro lado, sus monopolios estaban jaqueados por las tendencias internas del capitalismo, en particular la caída de la tasa de ganancia, con lo cual se siguió el camino de financiarlas mediante una desenfrenada colocación de acciones en la bolsa, para lo cual se orientó el crédito bancario a los particulares para que compraran acciones en la bolsa, al punto que, para 1929, el 75% de las inversiones bursátiles de pequeños y medianos ahorristas provenían de créditos bancarios. Esto hizo subir artificialmente el precio de las acciones, al punto que el índice indicativo del precio de las acciones, el Dow Jones, se había multiplicado por 7 entre 1921 y 1929. La explosión de semejante burbuja financiera se produjo el famoso «Jueves negro» del 24 de Octubre de 1929. La mitad de los bancos cerraron sus puertas y unas 100.000 empresas, faltas de crédito, cerraron también y la desocupación llegó en 1932 al 25%.

La crisis de EE.UU. se extendió a Gran Bretaña, agravó la situación en Europa continental y afectó profundamente a todo el mundo capitalista. El aumento de las quiebras de empresas y el desempleo en Italia favorecieron el ascenso del fascismo al gobierno en 1932 y la hiperinflación en Alemania creo las condiciones para la llegada de Hitler y el nazismo al gobierno en 1933.

Una consecuencia lateral positiva importante de esta gran crisis fueron los trabajos del economista británico John Maynard Keynes, sobre que el mercado capitalista no autorregula la equivalencia entre oferta y demanda y mucho menos el pleno empleo, y preconizó como necesaria la intervención del Estado, entre otras cosas mediante la inversión y gasto públicos contra cíclicos de las crisis, para corregir esta profunda deficiencia. Franklin Delano Roosevelt, presidente norteamericano del partido demócrata desde 1933 a 1945, aplicó esos criterios con su política del «New Deal», con resultados económicos y sociales positivos.

La segunda guerra mundial de 1939 a 1945

Las contradicciones interimperialistas en Europa, no resueltas mediante la guerra 1914-1918, el Tratado de Versalles y su influencia en la llegada del nazismo al poder en Alemania, la llegada del fascismo en Italia y sus ideologías, corporativistas, racistas, bélicas y expansionistas, más las contradicciones entre los imperialismos norteamericano y japonés, provocaron la segunda guerra mundial, aun más mortífera y destructiva que la primera. La Unión Soviética se vio envuelta también en el conflicto armado y su heroica resistencia y posterior contraofensiva, ante la agresión nazi, fueron fundamentales para la derrota del nazismo.

A la salida de la guerra, nuevamente EE.UU. salió fortalecido, al haber participado del conflicto mundial nuevamente fuera de sus fronteras, mientras que Europa y Asia estaban destruidas.

Por otro lado, sobre el final de la guerra se produjo un evento de extraordinaria importancia para el futuro del capitalismo y de todo el mundo: Se realizó una conferencia monetaria y financiera de Naciones Unidas en Bretón Woods, New Hampshire, EE.UU., en Julio de 1944, donde se establecieron reglas para las relaciones comerciales y financieras internacionales, la creación del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial y, muy particularmente, se adoptó el dólar norteamericano como moneda internacional, con la condición de que EE.UU. se comprometiera a tener en su Reserva Federal (el Banco Central norteamericano) igual cantidad de oro como el valor representativo de la masa de dólares en circulación y que se pudiera canjear dólares por la cantidad equivalente de oro en la Resrva Federal, lo cual le otorgó a los EE.UU. una extraordinaria ventaja económica y estratégica ante el resto del mundo.

Los «30 años gloriosos» y el comienzo de la tendencia a la crisis permanente desde los años 70.

Desde el fin de la segunda guerra mundial, hubo un período de crecimiento sostenido de la economía capitalista (no analizaremos aquí lo sucedido en el mundo del denominado «socialismo real»), principalmente en EE.UU., Europa Occidental y Japón, denominado como «los 30 años gloriosos», con masiva creación de empleo, aumento salarial en términos reales y considerables mejoras en la protección social. A ello contribuyeron variadas causas, como ser la nefasta experiencia de las crisis de 1870 y 1929, cuando se pretendió que los mercados se regularan solos, la positiva experiencia del «New Deal» de Roosevelt aplicando conceptos keynesianos para salir de la crisis iniciada en 1929, el fortalecimiento de la izquierda y de los sindicatos y la presencia de la Unión Soviética y demás países del «socialismo real», que obligaban a los países centrales del capitalismo a una competencia emulatoria, para otorgar empleo, buenos salarios y servicios y beneficios sociales públicos, mediante una importante y creciente intervención del Estado en la economía, como regulador, inversor y empresario. Fue lo que se denominó «Estado de Bienestar»

Pero, la clase capitalista siempre bregó por utilizar al Estado al servicio de sus intereses, y la cuantía del Estado de Bienestar dio a los monopolios la chance de utilizar en su servicio esa herramienta estatal mucho más poderosa. Estamos ya hablando de monopolios que unificaban en sus manos la propiedad agrícola, industrial y financiera, con predominio de esta última, que ya habían considerablemente avanzado en su internacionalización e interpenetración y que, luego del período muy favorable de reconstrucción de post guerra, volvieron a sufrir las consecuencias de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, el exceso de producción y de capital invertido y la desvalorización de la parte del capital más afectado.

A esto se sumó lo que se considera la segunda revolución en las fuerzas productivas de la época histórica del capitalismo, denominada «Revolución Informacional», con el advenimiento de la computadora, las máquinas herramientas a comando numérico, la televisión satelital, posteriormente la telefonía celular, Internet y las redes sociales. Si la «Revolución Industrial», primera revolución en las fuerzas productivas en el capitalismo, reemplazó las funciones de la mano del hombre por la máquina herramienta, tendiendo así a expulsar fuerza de trabajo humana, la «Revolución Informacional» reemplaza funciones del cerebro humano por la computadora, con lo que es aun más macro expulsadora de fuerza de trabajo humana.

La «Revolución Informacional» agudiza las contradicciones del capitalismo porque por un lado expulsa fuerza de trabajo, siendo que ésta es la generadora de valor, de plusvalía y por lo tanto de ganancia. Por otro lado la información pasa gradualmente a ser el principal producido del proceso económico y así como una mercancía cuando se la vende se la enajena y no se la puede seguir usando, la información cuando se la vende o transmite sí se la puede seguir usando, lo que da la base para compartir ilimitadamente los crecientes costos de la investigación y de esa manera desarrollarla, lo cual está en contradicción con la tendencia capitalista a apropiarse privadamente de los resultados de la investigación y de la información.

Por otro lado se produjo un hecho de singular importancia en EE.UU. Desde los años 60, la economía de ese país sufrió crecientemente en el mercado mundial la competencia de países emergentes de la segunda guerra, como Japón y Alemania, y enfrentó dificultades para sus exportaciones, por lo que trató de compensar esto mediante la emisión de dólares, aprovechando que era considerada moneda mundial, para inyectarlos en el mercado interno. Cuando resultó evidente que la Reserva Federal había emitido tal masa de dólares que le resultaría imposible sostener la convertibilidad con el oro, Richard Nixon, en 1971, declaró unilateralmente la inconvertibilidad del dólar con el oro, en flagrante violación de los acuerdos internacionales de Bretón Woods, lo cual constituyó una colosal estafa al mundo y dejó a los EE.UU. en condiciones de emitir cuantos dólares quisiera y, recordemos, como moneda mundial, (con ello EE.UU. financió sus déficits, expandió sus capitales por el mundo, financió su armamentismo y sus guerras, etc). Esto, a su vez, liberó a todos los bancos centrales del mundo a hacer emisiones sin límites objetivos, ya que las monedas, sobre todo de los otros principales países capitalistas, habían estado vinculadas al dólar según determinados tipos de cambio, y con ello indirectamente vinculadas a una relación con el oro.

Los estados europeos, jaqueados ya por los inicios de la crisis en los comienzos de los 70, utilizados crecientemente por los monopolios en su favor, con los consiguientes déficits crecientes, comenzaron también a emitir moneda para financiarlos.

El mundo capitalista comenzó a funcionar como un sistema económico hegemonizado por monopolios internacionalizados, con predominio en ellos del capital financiero, con una importante intervención del estado en la economía, donde el conjunto tendía a funcionar esencialmente a favor de la rentabilidad del sector monopolista privado, en lo que dio en llamarse sistema del «Capitalismo Monopolista y de Estado», con déficits estatales, emisión monetaria sin contravalor, inflación creciente y tendencia al desempleo.

Reacción capitalista: Consenso de Washington y neoliberalismo.

Las dificultades continuaron y se produjo el denominado «Consenso de Washington», según criterios básicamente formulados originalmente por John Williamson, economista británico que fue funcionario del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, en un documento en noviembre de 1989 en el «Institute for International Economics», considerado «think tank» integrado por funcionarios y altos «gurúes» de la economía capitalista. Independientemente de lo dicho en ese documento, el recetario objetivamente aplicado a todos los países del mundo, cualquiera fuera su situación, es conocido: Apertura de los mercados nacionales; libertad de circulación, inversión y repatriación de ganancias para los capitales, principalmente para los financieros; privatizaciones en favor de los capitales transnacionalizados, incluyendo servicios públicos y asuntos como salud, educación y jubilaciones; ajustes fiscales; flexibilización laboral y baja de salarios y aportes patronales. Toda una regulación económica propia de los conceptos económicos liberales de la época de la libre competencia y la Revolución Industrial, pero aplicada en la época de la monopolización globalizada, con hegemonía del capital financiero y dentro de éste del especulativo y de la Revolución Informacional. Por eso a este programa se lo denominó «neoliberalismo».

La caída del denominado «socialismo real», con el consiguiente retroceso de las izquierdas y espacios progresistas y de la fuerza sindical, en todo el mundo, más los problemas económicos provocados por la utilización de los Estados por los monopolios, que generaron la alienación de culpar de esas consecuencias a la intervención del estado en la economía, favorecieron que el programa neoliberal se empleara generalizadamente en todo el mundo capitalista.

Los Estados nacionales, sometidos a estos programas, terminaron generando recesión, desindustrialización, desocupación, pobreza e indigencia, déficit fiscal y recurrencia al endeudamiento externo para paliarlo, entre otras calamidades. Así, no podía sino suceder otra cosa que la crisis, sobre todo en los países emergentes: Crisis de México en 1994, crisis asiática de 1997, crisis rusa de 1998, crisis de Brasil en 1998/9, crisis de Turquía en 2000/1, y el derrumbe de Argentina a fines del 2001. En un mundo tan globalizado esto afectó a todo el sistema capitalista.

Por otro lado, las grandes empresas de los países centrales del capitalismo, realizaron una masiva transferencia de capitales hacia países emergentes, que les aseguraban bajos salarios, materias primas más baratas, escaso control ecológico, facilidades impositivas, repatriación de ganancias y otras bondades. El éxodo de grandes industrias sobre todo, se produjo hacia países asiáticos, aunque también a países de América Latina. Un caso particularmente importante y diferente fue el de China, que decidió atraer capitales de los países capitalistas centrales, para conseguir tecnologías y desarrollar su economía, pero en el marco de una planificación central estatal, de reglas de juego fijadas por el Estado y, en muchos casos con empresas estatales asociándose con los capitales foráneos. El resultado de esto en los países centrales capitalistas fue el estancamiento y la caída de la producción industrial, la desocupación y finalmente las quiebras: Así, durante los 80 y comienzos de los 90 se sucedieron las quiebras. Por ejemplo, muchas compañías norteamericanas conocidas se declararon en quiebra, incluidas: LTV, Eastern Airlines, Texaco, Continental Airlines, Allied Stores, Federated Department Stores, Greyhound, R H Macy, Pan Am, Maxwell Communication y Olympia & York. La misma historia se repitió en mayor escala durante la crisis de 2001-2002. Por ejemplo, el colapso de Enron fue, como escribe Joseph Stiglitz, «la mayor quiebra corporativa de todos los tiempos, hasta que llegó WorldCom». Esto no fue solo un fenómeno norteamericano. Fue por ejemplo característico de la Gran Bretaña de comienzos de los 90, como lo mostraron las quiebras de Maxwell Empire y de Olympia & Cork. Y aunque Gran Bretaña evitó la recesión total en 2001-2002, dos grandes compañías, Marconi/GEC y Rover, cayeron, así como también la cotización de las nuevas compañías puntocom y de alta tecnología.

Recurso al capital financiero, a un nuevo nivel cualitativo.

Ante la crisis, se recurrió al capital financiero a un nuevo nivel cualitativo, tratando de sostener los mercados internos, por ejemplo de países como EE.UU., España e Irlanda, que desarrollaron una intensa política de préstamos hipotecarios y de utilización de las hipotecas, por el sector bancario-financiero, para producir productos financieros denominados «derivados» que, en teoría, estaban garantizados por las propias hipotecas sobre las propiedades. Cuando la insuficiencia de ingresos de los deudores comenzó a hacer imposible el pago de las hipotecas se produjeron las grandes crisis hipotecarias, por ejemplo en EE.UU. en 2008/9, que comenzó al derrumbarse el otrora poderoso banco de inversión Lehman Brothers, y en España e Irlanda en 2010/11, lo cual afectó a todo el mundo capitalista, sobre todo a su sector financiero.

Por otro lado, para sostener la demanda de bienes y servicios de importación provenientes de los países centrales del capitalismo, armas por ejemplo, el sector financiero-bancario intensificó los préstamos a países tales como los del sur de Europa, cuyo caso más paradigmático es Grecia, hasta que resultó evidente que no tenían capacidad para pagar sus enormes endeudamientos externos y sobrevinieron las crisis de deuda externa de Grecia en 2011, y luego de España, Irlanda, Italia y más recientemente Chipre, lo cual incrementó la crisis del sistema financiero-bancario de los países centrales del capitalismo, ya jaqueado por la crisis de las hipotecas «basura».

Políticas estatales regulatorias de salvataje de los países centrales del capitalismo, pero para el sector financiero-bancario.

El capitalismo está sumergido en una crisis estructural, sistémica y de tendencia permanente, desde los años 70, ahondándose con el tiempo. Pero a diferencia de lo que pasaba en las crisis de 1870, 1918 (guerra mundial), 1929 y 1939 (guerra mundial), el capitalismo tiene ahora una formidable superestructura institucional internacional, que fue construyendo con los años, especialmente desde la segunda guerra mundial y que le otorga una capacidad de regulación que no tenía por aquellos tiempos: Naciones Unidas, Corte Internacional de Justicia de La Haya, FMI, Banco Mundial, Organización Mundial de Comercio, Unión Europea, Banco Central Europeo, organismos de consulta y coordinación de políticas económicas como el G8 y luego el G20, consultas sistemáticas entre las grandes potencias como EE.UU., Unión Europea, Rusia, Japón, China y otras.

Es así que ante la profundización de los problemas, luego de la crisis de las hipotecas y de las deudas externas, se produjo una cuantiosa intervención de la Reserva Federal, en EE.UU. y de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI, en Europa. Pero el objetivo principal ha sido, una vez más, el salvataje de los bancos y del sistema financiero y no una regulación para la recuperación de la producción y circulación de bienes y servicios y la generación de empleos.

La Reserva Federal de EE.UU. inyectó ya más de 3 millones de millones de dólares en EE.UU. para fondear a sus bancos y financieras, mientras que la Comisión Europea con el Banco Central Europeo y participación del FMI, han inyectado euros por más de 2 millones de millones de dólares equivalentes en la Eurozona, para fondear también a sus bancos y financieras y para otorgar préstamos a países endeudaos y en crisis, como por ejemplo Grecia y España, pero condicionando tal «ayuda» a que se apliquen allí los mismos criterios neoliberales de los años 90, que son precisamente los que condujeron a la situación de crisis actual. Algo así como «si no quieres sopa ¡ tómate dos tazas!» o tropezar una y otra vez con la misma piedra.

Crisis sistémica del capitalismo y necesidad objetiva de una nueva regulación alternativa, de carácter social, basada en un desarrollo de la democracia participativa.

El capitalismo, como fase histórica del desarrollo social, en el proceso de humanización de nuestra especie, ha entrado desde los años 70 en una tendencia a que la crisis sea cada vez más de carácter permanente. Se tornan permanentes las tendencias intrínsecas del sistema al aumento de la composición orgánica del capital, la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, la sobreproducción, no para la satisfacción de las crecientes necesidades sociales a medida que avanza la civilización, sino para la capacidad real de la demanda, la desvalorización de parte del capital invertido que no obtiene tasa de ganancia mínima y, finalmente, el hecho de que es crecientemente el propio capital monopolista, globalizado y hegemonizado por su componente financiera y especulativa, quienes sufren cada vez más directamente las consecuencias de la acción de las leyes inmanentes del capitalismo, que conducen objetivamente a la crisis.

A su vez, la monopolización globalizada del capital, contradice a su vez el motor impulsor del propio capitalismo, que ha sido la libre competencia.

Para resarcirse de las crecientes dificultades para conseguir ganancias en la producción y circulación de bienes y servicios, el gran capital monopolista y transnacional, recurre cada vez más a la especulación financiera, al aumento de precios monopolista por encima del aumento real de costos, a la fabricación de armas y, en general a actividades parasitarias, como forma de lograr la redistribución en su beneficio de la renta mundial, generada por el trabajo humano.

Los monopolios necesitan también crecientemente de la utilización del sistema del Capitalismo Monopolista y de Estado, para lograr redistribución de renta mundial en su favor y socializar sus pérdidas. Pero el Estado es una institución de la superestructura de la sociedad, objeto de disputa entre las clases sociales, que con el desarrollo de la democracia, y más aun de la democracia participativa, puede contradecir los intereses monopolistas, según se desarrolle eventualmente la lucha de clases en favor de los sectores populares.

Por otro lado, la principal potencia capitalista, los EE.UU., depende cada vez más de la emisión de dólares sin contravalor real, gracias a haber declarado unilateralmente la inconvertibilidad del dólar y el oro, y de la emisión de bonos de deuda externa, para financiar sus pavorosos y sistemáticos déficits fiscal y comercial (7% y 4% respectivamente de su PBI, en 2012), bonos que les compra particularmente China, país que se reclama del socialismo y donde se impone la intervención y la planificación del Estado, con la particularidad de que si China dejara tan solo de seguir comprando bonos de deuda externa de EE.UU. le generaría una colosal crisis, que se extendería a todo el mundo.

Pero no solo los EE.UU. aumentan a gran ritmo su deuda externa, sino el conjunto de los países desarrollados, como se puede observar en la siguiente estadística, publicada en el siguiente portal:
http://www.datosmacro.com/deuda

Año

Millones €

% PIB

España [+]

2012

883.873,00€

84,20%

Alemania [+]

2012

2.166.278,40€

81,90%

Reino Unido [+]

2012

1.700.080,90€

90,00%

Francia [+]

2012

1.833.810,00€

90,20%

Italia [+]

2012

1.988.658,00€

127,00%

Portugal [+]

2012

204.485,00€

123,60%

Estados Unidos [+]

2012

12.990.416,00€

106,53%

Suiza [+]

2010

202.381,00€

48,76%

Japón [+]

2011

9.759.637,00€

230,28%

China [+]

2012

1.461.515,00€

22,85%

Zona Euro aprox. 90% del PBI (2012)

Para enfrentar la crisis, los monopolios que hegemonizan la economía, los medios de comunicación y en definitiva la política en el mundo capitalista, incorporan la «Revolución Informacional» expulsando fuerza de trabajo a la desocupación, imponiendo a los estados nacionales y plurinacionales políticas de ajuste, deteriorando servicios vitales como la educación y la salud pública y la formación de la fuerza de trabajo humana, cuando lo que objetivamente se requiere es la formación creciente y el cuidado de la salud de la fuerza de trabajo para aprovechar la potencialidad ilimitada de la Revolución Informacional.

A su vez, los esfuerzos monopolistas por acaparar privadamente los resultados de la investigación y la información en general, contradicen las posibilidades de su difusión ilimitada, que da las bases objetivas para una también ilimitada coparticipación en los crecientes costos de la investigación y la producción de nuevos conocimientos, es decir más creación de información en beneficio de todos.

El sistema capitalista ha llegado a un estadio de profunda crisis sistémica y, visto desde el interés popular, se requiere de una nueva regulación económica, de carácter social, alternativa a la regulación capitalista basada fundamentalmente en la tasa de ganancia, avanzar en formas de propiedad social alternativas a la propiedad privada monopolista, desarrollar la democracia participativa y las formas de autogestión, empezando por los sectores de propiedad social, pero disputándole también la gestión a los monopolios privados en su propio seno, como formas crecientes de las luchas democráticas de los trabajadoers y las clases populares en general. La Revolución Informacional da bases técnicas objetivas y de desarrollo acelerado, que se pueden utilizar para tales objetivos de progreso social.

Nuevas propuestas de una regulación alternativa de carácter social.

Existen nuevas ideas, desde el campo progresista, para superar la crisis en favor de los trabajadores y demás sectores populares. Voy a mencionar sintéticamente las propuestas de dos reconocidos economistas marxistas: Paul Boccara, francés, que dirige la Escuela Francesa de la Regulación Sistémica y Carlo Vercellone, italiano, utilizando, con algunas modificaciones, partes de mi artículo «Algunas propuestas superadoras de la regulación capitalista en crisis…», publicado en el nº 105 de «Tesis 11»:

Paul Boccara: Pone el acento en que, en el contexto de la Revolución Informacional, la información pasa a ser lo predominante en la producción humana; las inversiones en investigación predominan en los costos de funcionamiento del capital; hay un acceso masivo a la información, al conocimiento y a la comunicación; se requiere objetivamente de una formación creciente y constante de la fuerza de trabajo para incorporar el potencial de las nuevas fuerzas productivas.

Plantea entonces una regulación alternativa, desde el interés de los trabajadores y demás sectores populares, que va de la micro a la macro economía.

En la micro economía: A nivel de las empresas, en lugar de la tasa de ganancia, propone aplicar reguladores que denomina de «eficiencia social», que derivan básicamente de dos principales reguladores:

– «eficiencia social del capital»: consistente en aumentar la producción de valor agregado por unidad de capital total invertido.
– «eficiencia social del valor agregado»: consistente en aumentar, en el valor agregado, la parte que queda disponible para salarios, cargas sociales, gastos de formación del personal e impuestos para financiar al Estado.

Esto a su vez, vinculado con la institucionalización de sistemas permanentes de «empleo y formación», donde los trabajadores de todas las categorías estén, en permanencia, ora trabajando ora en formación, alternando periódicamente entre ambas actividades y percibiendo remuneraciones dignas y crecientes, independientemente de que estén en una u otra de esas actividades. Esto complementado con reducción gradual de la duración de la jornada de trabajo, a medida que aumente la productividad del trabajo.
Esta propuesta sale al cruce de dos problemas: Por un lado, el acelerado desarrollo de las fuerzas productivas generado por la Revolución Informacional, no expulsaría así fuerza de trabajo a la desocupación y a su descalificación consecuente, sino que pasaría al sistema permanente de formación. Por otro lado, la calificación permanente de la fuerza de trabajo satisfaría la necesidad objetiva de la Revolución Informacional de que haya fuerza de trabajo cada vez más calificada, para poder incorporar al proceso económico social el enorme potencial de la Revolución Informacional.

En la macro economía: A nivel de los Estados nacionales, regionales y a nivel mundial, propone utilizar la facilidad de emitir moneda, desde que se desvinculó de la relación con el oro, para financiar a los Estados nacionales y regionales, condicionando esto a que inviertan crecientemente en educación, salud, servicios sociales, financiación de emprendimientos generadores de mayor valor agregado y valor agregado disponible por unidad de capital invertido, e inversión creciente en sistemas de empleo y formación. Para ello, propone reemplazar al dólar como moneda mundial, mediante la creación de una nueva moneda mundial basada en los Derechos Especiales de Giro del FMI, para lo cual se requeriría de una profunda democratización de esta institución (digamos además que esto ya ha sido formalmente planteado por China, Rusia y Brasil).

Carlo Vercellone: Concibe que el actual nivel de desarrollo de las fuerzas productivas ha transformado al conocimiento y su difusión en la característica principal del sistema capitalista, al que denomina «Capitalismo Cognitivo». La principal generación de valor creado por la acción de la fuerza de trabajo humana, se concretaría así en conocimiento. A su vez, el acceso al conocimiento y su circulación, por fuera del ámbito de las empresas y administración pública, generaría a su vez nuevo conocimiento, es decir nuevo valor generado pero fuera del ámbito de las empresas.

Es por ello que el recurso creciente del capitalismo monopolista para captar renta a través de la actividad financiera, sería en realidad la forma que tendría la oligarquía monopolista mundial de apropiarse de ese valor generado fuera del ámbito empresario. Diríamos que la monopolización de la economía transforma la posesión de medios de producción y circulación en un bien escaso y, como tal, le permite a la oligarquía monopolista la exigencia de percibir una renta por su uso, que es lo que percibiría como renta financiera; esto sería similar al caso de la monopolización de un bien escaso como la tierra por los terratenientes, que los coloca en la posición de reclamar la renta de la tierra por permitir su explotación. En ambos casos, el acaparamiento de un bien escaso les permite redistribuir renta social en su favor, es decir parte de la plusvalía social. En el caso de la renta financiera, se apropiaría específicamente de plusvalía generada fuera del ámbito de las empresas y suplementaria de la que se genera dentro de las empresas y que se apropia como ganancia.

Pero si hay un valor creciente que los trabajadores generan fuera del ámbito empresario, por su participación en el acceso al conocimiento y su circulación, lo cual es generador de nuevo conocimiento, los trabajadores tendrían derecho a percibir la parte similar al salario que perciben por el valor que generan dentro del ámbito de las empresas. Es por ello que Vercellone propone se institucionalice una renta mínima garantizada que deberían percibir universalmente los trabajadores, aparte del salario que reciben por su trabajo dentro del ámbito de la empresas.

Vincular las luchas populares con las nuevas propuestas regulatorias.

Estos programas económicos solo pueden avanzar gradualmente con las luchas democráticas y el desarrollo de la democracia participativa, utilizando para ello las herramientas de la Revolución Informacional, como lo vienen haciendo crecientemente las organizaciones sociales y los movimientos de autoconvocados. Se necesita además de su vinculación y coordinación cada vez más estrecha con las organizaciones sindicales y partidos políticos progresistas. Vincular las nuevas y viejas formas de la lucha de clases, para ir creando las células de una sociedad de carácter social cualitativamente más elevado y superadora del capitalismo en crisis sistémica y de tendencia permanente.


Carlos Mendoza, ingeniero, especializado en temas de economía política, escritor, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.

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