Abriendo rutas por las literaturas de Cuba, Puerto Rico y la República Dominicana pretendemos acercarnos a una serie de poetas negros y mestizos que cultivaron una poética de reivindicación étnica, existencial y cultural que emerge de la tradición africana y que se cultivó en estas tres nacionalidades antillanas de lengua española. En este contexto, no […]
Abriendo rutas por las literaturas de Cuba, Puerto Rico y la República Dominicana pretendemos acercarnos a una serie de poetas negros y mestizos que cultivaron una poética de reivindicación étnica, existencial y cultural que emerge de la tradición africana y que se cultivó en estas tres nacionalidades antillanas de lengua española. En este contexto, no es fácil entrar en esa correspondencia de tendencias y manifestaciones que ofrecen los poetas de estos tres países, en esa constante aspiración de regresar a las raíces africanas para significar su propia identidad. En este desafío, encontramos una serie de materias poéticas que contribuyen a esa correspondencia que establecieron los poetas negros y mestizos y, todavía, blancos desde América. Todo ese cúmulo de manifestaciones que llevaron los esclavos africanos al nuevo mundo floreció en muchos de estos poetas.
De ese corpus poético queremos extraer varios testimonios para centrarnos en esa correspondencia que hubo entre los dos continentes. En ese crisol, observamos la impetuosa vitalidad de los negros esclavos emancipándose y exponiendo las manifestaciones y los valores más nítidos de África. La cultura afro-antillana suscitó la vertebración de un nuevo contexto literario en estos tres espacios geográficos de los que vamos hablar.
Ante estos tres horizontes unificados por la lengua y por el sentimiento común de retrospectivar África desde América, surge el Madre África brotando raíces que florecen en el nuevo mundo, con sus tradiciones, sus tabúes, sus magias y, sobre todo, con la reafirmación de ser negro y regresar a las fuentes originales de todas las Áfricas. En esta dirección, hablaremos de cada uno de los países antillanos de expresión hispana, empezando por Cuba.
CUBA
Anotemos que Cuba es un país antillano de lengua española superior a Puerto Rico y a la República Dominicana, en lo que se refiere a su densidad demográfica, por su entorno geográfico y por la concentración de esclavos que el colonialismo español introdujo desde el siglo XVI. Estos matices hacen falta observarlos para que nos orienten y nos aproximen a la realidad de una cultura multi-racial y consolidada en todos los ámbitos de la vida cubana. De ese inmenso número de esclavos, capaces de articular e imponer su verbo, contemplamos atributos y manifestaciones de todo el conjunto cultural africano que hoy están normalizados en la isla de Cuba. La música, la danza, la santería, la mitología y otras formas expresivas y de vida son el motor más dinámico de la cultura africana en Cuba. Pero hay un atributo fundamental que es el motor de esta cultura: las diversas manifestaciones lingüísticas de procedencia africana. En esta dirección, Gema Valdés Acosta, aporta en su libro: «Los remanentes de las lenguas bantúes en Cuba», todo un diseño de particularidades expresivas que predominan en la lengua española en Cuba.
La lengua española sirvió de vehículo expresivo pero también fue receptora de numerosos vocablos y términos de las diversas lenguas africanas que no dejaron de utilizar los poetas cubanos. Este puede que no sea el caso de poetas como Plácido, seudónimo de Gabriel de la Concepción Valdés, nacido en Matanzas en 1809 y fusilado en 1844, porque se le suponía jefe de la conspiración de la «Escalera». Plácido era hijo de una bailarina española que tuvo amores furtivos con un mulato. Aún que es un símbolo para los negros cubanos, su poesía responde más a ambientes de cubanidad que de africanidad. Dejemos, pues, a Cintio Vitier esta sentencia: «Plácido expresa, o más bien trasluce, la cotidianidad de una vida que, fundada en la injusticia, busca su acomodo provisional a través de la fineza y del encanto de las costumbres criollas».
Otro poeta contemporáneo a Plácido era Francisco Manzano (1797-1854). Este poeta estuvo atento a la marginalización y menosprecio que se hacía con su raza. Por esto, en la poesía de Manzano no encontraremos terminologías de las lenguas africanas, pero si hace hincapié a los problemas sociales que los negros tenían en Cuba. Manzano estuvo procesado por la sublevación de la «Escalera» y esto dice mucho de su vida insurreccional, en lucha por la abolición de la esclavitud.
Uno de los primeros en recoger de los ambientes africanos cantares de expresión oral y escritos poéticos de los negros de Cuba, no fue un negro ni un cubano, fue Bartolomé José Crespo, un gallego que nació en Ferrol, en 1811 y murió en La Habana en 1871. Este emigrante gallego fue conocido en los ambientes del teatro bufo con el nombre de Creto Gangá. Alejo Carpentier, opinó así de Gangá: «Con él entraron los negros en escena. Por una divertida paradoja, este comediógrafo que firmaba sus sainetes con el seudónimo bozal de Creto Gangá, y hacía agudas críticas al gobierno colonial». José Lezama Lima, apuntó: «Creto Gangá puede considerarse un precursor de la poesía negra que se cultivará en la Cuba del siglo siguiente, alcanzando mantenida calidad en Nicolás Guillén y Emilio Ballagas». Creto Gangá escribió poemas al estilo de los negros, con el mismo lenguaje que utilizaban los negros en los barracones bozales, en los cabildos y, sobre todo, en el cabildo congo. Gangá fue un eficiente difusor de los cantos anónimos negros dedicados a las deidades africanas y a su propia libertad. A partir de Creto Gangá nos encontramos con un corpus poético importante que responde a la creatividad literaria de los negros cubanos.
Ya consolidada en varios ambientes literarios esta tendencia, mencionemos a Regino Pedroso (1896-1983), un mestizo chino-africano, pero inclinado hacia un reencuentro con sus ancestros asiáticos que africanos. Pero la problemática social de los negros y la identidad africana están explícitamente confirmadas en sus versos. En el poema, «Hermano negro», encontramos estos dos versos: «¡Negro, hermano negro,/ tan fuerte en el dolor que al llorar cantas». Que plasticidad poética más transparente esta de Pedroso al visionar el llanto colectivo del negro en Cuba y convertirlo en canción.
En los años treinta del siglo XX, la poesía negra pasa por un nuevo proceso liderado por un mestizo afro-cubano, Nicolás Guillén (1902-1989). Guillén es uno de los máximos expositores de la poesía negra que buscó en el pasado los cánticos de cabildo. Las creaciones de Creto Gangá fueron en parte asimiladas para crear un horizonte conceptual nuevo que Guillén dio a la poesía negra, siendo así innovada y actualizada. Guillén procuró de Placido la sátira poética, llevada a su crítica más mordaz, que Nicolás empleó contra las dictaduras de Machado y de Batista. Nicolás Guillén fue un rotundo buscador de sus raíces y contemplador de todo aquel mosaico de variedades que el universo afro-cubano tenía cultivado. En esta dirección, apunta Dina Picotti, en su libro: «La Presencia Africana en Nuestra Identidad», lo siguiente: «El fenómeno de ‘la poesía negra’ que se produce en Cuba en torno a los años treinta, asumiendo voces, ritmos, temas y recursos en general de lenguaje de negros y mulatos, se extendió luego a las antillas y a todo América, difundiendo el modo y valoración de una cultura de origen africano que ya formaba parte nuestra, reconocida o no, en los diversos aspectos de la vida, articulándose lingüísticamente, como síntesis de los estadios de un largo proceso hasta cobrar mayor significado y trascendencia aún en las zonas donde el influjo africano parecía menos. Las matrices de este movimiento fueron los cantos religiosos y de cabildo, ligados a percusión de instrumentos».
Dina Picotti confirma esa dimensión en que los poetas cubanos elevaron a un alto nivel la original poesía negra. Insistimos, que la poesía de Nicolás Guillén tuvo un grande impacto en tolas las Antillas y un reconocimiento puntual en muchos poetas africanos. Citemos al sãotomense, Tomaz Medeiros que dedica «Un socopé para Nicolás Guillén». O el guineano, José Carlos Schwartz que no ocultó su simpatía por la poesía de Nicolás Guillén y por otros poetas cubanos de acuñación africana. Pero en ese retorno a África hubo poetas que se engarzaron a ciertos contenidos de «Songoro Cosongo» de Guillén. Este libro incidió en esa propuesta de descubrir la universalidad negra de un lado y del otro el Atlántico. El poeta angoleño, António Jacinto, en 1990, me manifestó en Luanda su enorme simpatía por la poética de Nicolás Guillén y me insinuó que Viriato da Cruz y en otros poetas angoleños había que buscar esos engarzamientos en los que se intuye el feliz retorno para redescubrir África.
Fue tal el impacto de la poesía negra en Cuba que los poetas blancos como Ramón Guirao, poeta y autor de una antología publicada en 1938, titulada: «Órbita de la poesía Afrocubana, 1928-37», no pudieron resistir a esa tendencia ambientada en la tradición cultural africana.
Dejando atrás innumerables poetas negros y mestizos cubanos, imposible de enumerar, mencionaremos a Nancy Morejón (1944). Su poética constata su compromiso en la investigación y divulgación de la cultura negra en las Antillas y, sobre todo, por las literaturas que pertenecen a este espacio caribeño. Nancy Morejón, en su poema: «Mujer Negra», plasma en alto relieve los sufrimientos de los esclavos y la doble marginación de la mujer esclava en Cuba, en la época colonial. En los siguientes versos esclarece: «Esta es la tierra donde padecí bocabajos y azotes./ Bogué a lo largo de todos sus ríos./ Bajo su sol sembré, recolecté y las cosechas no comí./ Por casa tuve un barracón./ Yo misma traje piedras para edificarlo,/ pero canté a lo natural compás de los pájaros nacionales.// En esta misma tierra toqué la sangre húmeda/ y los huesos podridos de muchos otros,/ traídos a ella, o no, igual que yo./ Ya nunca más imaginé el camino de Guinea./ ¿Era a Guinea? ¿A Madagascar? ¿O a Cabo Verde?// Trabajé mucho más.// Fundé mejor mi canto milenario y mi esperanza./ Aquí construí mi mundo».
Nancy Morejón esclarece el pasado más siniestro de los negros y de la esclavitud antillana, y, con esa memoria histórica de África fornece la identidad cubana donde los negros y los mestizos tienen hoy un alto aposento. En este sentido, Nancy Morejón, me decía hay pocos meses en La Habana, que la Revolución cubana contribuyó a destapar los tabúes y las codicias que las clases dominantes hicieron con los esclavos en Cuba. La poesía de Nancy Morejón desvela toda esa codificación del pasado para perpetuar el presente y el futuro y mantener viva la memoria histórica de múltiples revueltas y sublevaciones.
Si revisamos ciertas voces de la poesía femenina de expresión portuguesa en África nos encontramos con Alda do Espirito Santo, con Noémia de Sousa, con Alda Lara, con Vera Duarte o con Domingas Samy, y, de ellas, podemos referenciar una serie de vestigios y correspondencias en lo que señala Nancy Morejón. Vemos, pues, como la poesía antillana, con referentes africanos, vuelve a África por medio de los poetas africanos.
PUERTO RICO
En esta isla, la voz de los esclavos negros predominó y con ella se dejaron oír otras voces como la de José Antonio Daubón (1840-1922), en favor de la emancipación negra. La primera voz mulata de Puerto Rico fue la de Luis Felipe Dessus (1875-1920) que proclamó su diversidad étnica de ser indio y africano. Dos identidades despreciadas por el colonizador español. Este poeta, en su desafiante reafirmación dice: «Yo soy negro y dichoso, / ¡mas que un papa y un rey!/ (…) No hay como ser negro y amar a Lucifer». Esta versión tiene cierta correspondencia con algunos de los poetas negros de expresión francófona en África que manifestaron su repulsa contra la presencia religiosa del colonizador. Por tanto, el apelo a Lucifer equivale a dinamizar, simbólicamente, lo contrario de lo que pretendía la religión del colonizador. En este poeta vemos claro la confrontación mantenida por el colonizado frente al colonizador.
Entre los precursores de la poesía negra puertorriqueña encontramos a Francisco Negroni Mattei (1896-1937) que aborda un nuevo temario en el alegato de la música y la danza, como elemento fundamental de esa África que el comprende y desea magnificar partiendo de Nicolás Guillén. Evaristo Rivera Chevremont (1896-1976) se apropia de una serie de imágenes existencialistas para incidir en esa comunión que tanto los poetas antillanos como los africanos proclamaron a partir de los años treinta, contra la explotación de los negros. Los siguientes versos de Chevremont indican exactamente esa repulsa: «Tumba los cocos, negro; tumba los cocos. / (…) mientras el blanco, gordo de anillos, / goza su nada, rumiando tedios».
Fortunato Vizcarrondo fue un poeta que reivindicó la expresión lingüística de los negros, y con ella, articuló sus cantares. En esta línea está Victorio Llanos Allende, que supo ir a las fuentes originarias de las canciones de los esclavos y, así, surgió su famoso cántico: «Ulegú Ulegú Tán-guidé». Por tanto estamos hablando de un perfil de poetas sumamente integrados en la tradición africana y que tienen conciencia en darle primacía a cualquier vestigio africano que incida en la articulación de sus cánticos y poemas. Así es como la lengua española en el Caribe respira esos acentos bantúes que modifican, en cierto sentido, la poesía costumbrista creada por los blancos. La poesía escrita por aquellos blancos que dominaban este espacio era recitada y exhibida en un círculo cerrado, como eran los salones clasistas de los que estaban excluidos los negros. Fue tan eficaz y poderosa la poesía negra que los propios blancos se dejaron asimilar en múltiples expresiones que marcaron ese fecundo desarrollo de la literatura afro-puertorriqueña.
A partir de 1898, año de la independencia de Cuba, Puerto Rico entró en otro proceso integrador que vino de los Estados Unidos. Pero los poetas puertorriqueños no renunciaron a los valores africanos. Sírvanos como ejemplo el poeta mestizo, Luis Palés Matos (1899-1959), que particularizó varios contextos del acerbo africano. En varias canciones ñáñigas, Palés Matos desdibuja varias frecuencias de denuncia contra el colonialismo en África, como lo que manifiesta en estos versos: «Quien penetro en Tangañica/ por vez primera ñan-ñan;/ quien llegó hasta Tembandumba/ la gran matriarca ñan-ñan». Palés Matos, además de ser el poeta nacional de Puerto Rico, supo rescatar sus orígenes para intensificar la identidad negra. En su poesía aparecen enfatizados espacios míticos y geográficos que responden a esa identidad africana, como se manifiesta en estos versos: «Al jueguito va su zombí/ derribando su senseribó,/ y no puede el carabalí/ ñañiquear ante Ecué y Changó…/ ¡Oh, papá Abasí!/ ¡Oh, papá Bocó!// Hombre negro triste se ve/ desde Habana hasta Zimbambué,/ desde Angola hasta Kanembú/ hombre negro triste se ve…/ Ya no baila su tu-cu-tu,/ al -adombé ganga mondé-«.
Cesario Rosa Nieves fue otro de los poetas que manifiesta esa contundencia de volver a los orígenes, como muy bien indica en estos versos: «Yo nací negro, (…) En la danza y en la bomba, en la plena y el sendero, / me despertaba África, mi tierra abuela, en maracas de arena». En este mosaico de poetas puertorriqueños, merece destacar a Clemente Pereda (1903-1980) que es uno de los poetas antillanos que utilizo el término, Madre África por los años treinta, tejiendo una especie de letanía que encontramos en el poema: «Madre África», en el cual expone: «¡África profunda! ¡África recóndita! ¡África prolífica! ¡África hierática!, / Con tus jeroglíficos y papiros cópticos! ¡Cuna de Homo Sapiens! ¡Madre de las razas». Pereda alentó las revoluciones y las luchas de liberación nacional de los países africanos colonizados. En este apartado, observamos su reencuentro con los poetas africanos que expresaron su desafío ante el colonialismo.
En esta aspiración de retomar África, desde las antillas, localizamos a un grupo de mujeres negras y mestizas de Puerto Rico que nacieron entre 1911 y 1926. Mencionemos a la mulata Carmen Colón Pellot que intentó restituir la memoria de África, en su canto al mestizaje, desde una contemplación del mercado negrero. También, Olga Ramírez de Orellano nos habla del desencuentro con las orígenes, y, trata de regresar a esa África mágica y profunda como bien se matiza en estos versos del poema: «Tonga bambe», que dice: «El alma katonga me vuelve a nacer. / Estrellas que miran mi choza de paja,/ Mis ojos de lumbre te vuelven a ver». Que linda imagen para ese reencuentro con el África total, en su más latente argumentación existencial, donde se admite esa tremenda ausencia, como dijo la mística española, Santa Teresa de Jesús: «Vivo sin vivir en ti».
De este grupo de mujeres poetas, destaquemos a Julia de Burgos (1914-1953). Su voz, unida a la de Palés Matos y a la de Pereda, representa la poesía negra y mestiza, con que se confirma la poesía africana en Puerto Rico. Julia de Burgos promovió todo un caudal mágico y perenne de la poesía existencial africana. Desde su emigración a Nueva York, proclama lo mejor de la poesía afro-puertorriqueña, como nos muestra en estos versos: «Negra de intacto tinte, lloro y río/ la vibración de ser estatua negra; / de ser trozo de noche, en que mis blancos/ dientes relampaguean;/ (…) Ay, ay, ay, que el esclavo fue mía abuelo/ es mi pena, es mi pena./ Si hubiera sido el amo,/ sería mi vergüenza./ Yo soy recia en el grito y parca en el lamento./ Intensa en los sentidos, negativa en lo quieto». En esta movilidad, Julia de Burgos, sin ser una poeta de la negritud no estuvo muy lejos de la economía poética de David Diop, de Senghor, de Aimé Césaire, y, por supuesto, de Langston Hughes y de Claude Mckay, estos tres últimos más allegados al espacio de Puerto Rico. La nueva visión que tuvo de Burgos de la marginación de los negros vendría a coincidir con los poetas de la negritud, sobre todo con los de expresión portuguesa como Agostinho Neto y Francisco José Tenreiro.
En Violeta López Suria encontramos esa reivindicación persistente de recuperar las raíces africanas, tal como manifiesta en su poética metafísica que emerge de los valores ancestrales de África. En esta dirección, Puerto Rico aportó un gran caudal de poetas negros y mestizos volcados hacia la problemática social y marginal. El afán de los poetas de Puerto Rico de perpetuarse en el África global y total es bien notorio en el caso de poetas como Manuel Torres.
REPÚBLICA DOMINICANA
La República Dominicana es un país con tradición y etnia mayoritariamente de origen africano, comparte vecindad con Haití, ese país francófono tan determinante en la literatura negra que influyó en todos los espacios poéticos del Caribe. En este caso, los poetas dominicanos fueron receptores del influjo del contexto haitiano. Francisco Muñoz del Monte (1800-1868) es el primer poeta que presenta un inventario de poemas bucólicos en los que está presente la mulata, esa linda madona solemnizada y mitificada. Pero en Tomás Hernández Franco (1904-1952) la poesía negra dominicana coge otra órbita, gravitando con un renacido resplandor que se hizo notar en la década de los años treinta. Pero si damos un salto cualitativo en esa tendencia nos encontraremos con Manuel del Cabral (1907-1999), con varios registros en los que se concreta esa tendencia social y emancipadora que se connota en el viejo problema existencial de los negros antillanos. Dicho esto, es necesario centrarse en el talento creativo de su singular expresión afro-dominicana. En el poema: «Negro sin nada en tu casa», advierte: «Tu sudor, tu sudor. Y todo para aquel/ que tiene cien corbatas, cuatro coches de lujo, / y no pisa la tierra». Estos versos establecen una correspondencia universalista con la poesía negra, entre América y África, en el contexto de la lucha de clases y sobre el problema racista.
En el poema, «Trópico suelto», Manuel del Cabral hace una referencias en las que se preconiza la cultura negra y mestiza, en estos términos: «Algo de la tierra me sube violento, / oigo que tus curvas cantan más que el son. / Y tu taco toca, y tu taco a ratos, / echa al aire el Congo que hay en tus zapatos». La esencia vital de ser negro manifestado por un blanco, como del Cabral, confluye en Agostinho Neto en esas referencias a la música y a los ritmos africanos, como elemento esencial de fortalecer la identidad africana. Manuel del Cabral tampoco está lejos de Bernard Dadié, en esa conceptualidad de transformar al negro en un ser insumiso para no renunciar a la Madre África. Del Cabral insistió para que el negro regresase a los orígenes, como manifiesta aquí: «Suma de abuelos tu carne/ anochece amaneciendo; / tu cuerpo a palos moliendo/ lo limpian las brujerías, / y tu roncas, como no, / tu cuerpo mismo el bongo».
En la República Dominicana, y de la generación de Manuel del Cabral, tenemos que mencionar a Francisco Domínguez Charro (1911-1943), un poeta que se implicó en todo aquello que sugería africanidad, con la aspiración de regresar a África. Aspiración que mantenía su sueño, cuando expresa: «Viejo negro del puerto,/ retorna en el espíritu/ a tu selva sagrada./ Embárcate en la leve piragua imaginaria/ de tu inconsciencia mártir».
Otros poetas dominicanos como Rubén Suro, Antonio Frías Gálvez y Antonio Fernández Spencer evocan el universo del negrismo, pero nos fijamos en Juan Sánchez Lamouth (1929-1968), concretamente en su poema-carta, titulado: «Saludo conjunto al poeta Leopoldo Sedar Senghor». En este poema esclarece su tendencia, necesidades y compromisos con África, cuando dice: «Nosotros los negros de América, te saludamos, únicamente. / Te saludan los niños que aún cortan flores/ para adornar el mutismo de los ídolos blancos». Vemos como Lamouth trata de configurar una correspondencia con el África mítica, ancestral y telúrica.
Hay otros poetas dominicanos que se lamentan de las esencias africanas que se pierden, como es el caso de Colombina Castellanos (1932), cuando dice: «Y mueren los sueños del negro Damián/ picador de caña/ decidor de cuentos de loaces, de brujos, de zombis/ y muere el tambor… al morir la negra. Tun, tun, tun».
Rigurosamente, dentro de este mosaico cultural, étnico y, aún, lingüístico está consustanciado todo un caudal de recursos africanos que influyeron en esa personalidad y en esa identidad que dinamizaron la interculturalidad que predomina en Cuba, Puerto Rico y en la República Dominicana.