En muchas ocasiones se afirma que a Rajoy (o cualquier otro gobernante de un país de la Unión Europea), le imponen la política económica los mercados y la Troika. Que no hay margen de maniobra. Que son medidas muy duras y que a nadie le gustaría adoptar. Que Merkel y su austeridad luterana oprimen a […]
En muchas ocasiones se afirma que a Rajoy (o cualquier otro gobernante de un país de la Unión Europea), le imponen la política económica los mercados y la Troika. Que no hay margen de maniobra. Que son medidas muy duras y que a nadie le gustaría adoptar. Que Merkel y su austeridad luterana oprimen a la periferia europea. Pero, realmente, «las elites políticas y económicas de los estados de la UE comparten intereses con Alemania», sostiene el profesor de Economía Aplicada de la Universitat de València, Amat Sánchez. En cuanto al debate sobre el euro, opina que no es una prioridad y que, en todo caso, habría que considerar los enormes costes que supondría, que no se repartirían de modo equitativo entre la población. Además de economista, Amat Sánchez es miembro de la Plataforma en Defensa de la Universitat Pública y participa en la organización de las Jornadas de Economía Crítica a nivel estatal.
P-Un debate de enorme actualidad entre los economistas de izquierda es la conveniencia o no de romper con la moneda única. ¿Cuál es tu opinión?
La salida del euro no me parece que sea lo prioritario ahora. En todo caso, podría ser una consecuencia o resultado de las políticas que se están desarrollando. El gran objetivo, a mi juicio, tendría que ser revertir la orientación de las actuales políticas económicas. La decisión de abandonar el euro no me parece, por sí misma, una garantía de romper con las políticas neoliberales. Porque en el estado español antes de 1985 (ingreso en la Unión Europea), o incluso desde la transición (1977), ya se daba una orientación desreguladora, privatizadora y favorable al capital en la política económica, con gobiernos de diferente signo. Pero es cierto que estas políticas se han intensificado en la actualidad, en un contexto de crisis. Además, el problema crucial no es el «instrumento» -el euro- sino los criterios sobre los que se hace pivotar la moneda única: estabilidad presupuestaria, control del déficit público y de la inflación como gran prioridad, etcétera.
P-¿Qué consecuencias tendría una salida del euro para los países de la periferia europea?
Esto es muy importante, porque el debate sobre el euro no puede obviar las consecuencias negativas que, de inmediato, tendría abandonar la moneda común. Ahora bien, decir esto no supone negar la posibilidad de la salida, sino subrayar una serie de aspectos que deben tenerse en cuenta. Una vuelta a la peseta (con una devaluación muy fuerte) y en una economía como la española, tendría grandes costos que además se distribuirían de manera muy poco equitativa. Me refiero, por ejemplo, a la inflación y al impacto en un modelo energético como el español, altamente dependiente. Con la salida del euro podría apuntalarse además el modelo de devaluación competitiva, que actualmente se desarrolla vía salarios y que con la peseta podría darse también por la vía monetaria. Aumentaría la deuda externa, pública y privada. E insisto en que los costes no serían equitativos, ya que los propietarios de capitales podrían evadirlos. En definitiva, son costes que se deberían tener en cuenta a la hora de formular una propuesta política.
P-¿Consideras deseable una vuelta al pasado, al keynesianismo, al denominado «estado social?
Pienso que es necesario, pero no lo considero una «marcha atrás». Más bien eso es lo que nos «vende» desde el neoliberalismo, que pretendemos una vuelta al pasado. Creo que es necesario, en primer lugar, por razones macroeconómicas. Me explico. La política de austeridad -lo que llamamos «austericidio»- no lo es sólo en términos sociales. Lo es también en términos económicos, ya que están desarrollándose políticas pro-cíclicas en un momento de caída económica. Serían necesarias, por el contrario, políticas expansivas que estimularan la demanda interna, aunque generaran cierta deuda. Esto sería importante, asimismo, para reducir las desigualdades sociales y hacer posible una redistribución de la renta, primero, respecto a la relación salarios-beneficios dentro de las empresas; pero, además, redistribuir la renta a través de las políticas públicas.
P-¿Qué importancia tienen las desigualdades en la actual crisis económica?
Los países menos desiguales son los que tienen un estado del bienestar más potente. Estas desigualdades son uno de los factores, junto a otros, que explican la crisis, aunque también es cierto que con la crisis se han incrementado. Así, como elemento explicativo y causa de la crisis, las desigualdades no pueden ser el camino de salida. Ya en la época de expansión económica, los salarios vieron reducida su participación en la renta nacional. El salario medio se redujo, ya que los nuevos puestos de trabajo estuvieron mal retribuidos. Conclusión: en España disminuyen las rentas salariales en periodos de recesión, pero también de expansión. Este modelo de salarios bajos es tradicional en la economía española. Además, el número de personas que han caído en la pobreza o se hallan en situación de riesgo ha aumentado con la actual recesión, pero no es menos cierto que la población situada bajo el umbral de la pobreza prácticamente no se redujo en el periodo de expansión (en torno al 20% entre 1995 y 2007). El trabajo, que tradicionalmente suponía una vía no sólo de ingresos, sino de eludir la pobreza, se ha deteriorado con la crisis, pero también antes.
P-La Unión Europea presenta acusados desequilibrios entre un centro exportador y foco de atracción de capitales, y una periferia dependiente, endeudada y con una pobreza creciente. ¿Se hallaba este modelo implícito en la génesis de la Unión Europea?
El proceso de construcción europea ha sido desequilibrado desde sus inicios. Pero la «Europa del Capital» no es fruto del euro. Es un hecho innegable que en la Unión Europea se han priorizado los aspectos económicos, en detrimento de lo social y la política. Además, en términos económicos se han priorizado las cuestiones comerciales y monetarias, que son las más favorables al capital. Nada se ha avanzado en integración fiscal o impuestos europeos. En términos de Europa social o política también se ha avanzado poco. Por tanto, se trata -desde los orígenes- de un proceso desequilibrado, y que cada vez lo es más. Ahora bien, creo que ha de subrayarse algo. La reflexión desde la izquierda no ha de consistir en «desengancharse» del proyecto europeo, sino en modificarlo. A veces el debate se simplifica. ¿Estaba la economía española en mejores condiciones antes de entrar en la Unión Europea y en el euro? No. Quiero decir que no deberíamos idealizar el pasado con la peseta y la economía española de los años 70 y 80. ¿No era dependiente entonces la economía española?
P-¿Consideras que se da en la Unión Europea una hegemonía absoluta de Alemania (a lo sumo, con sus aliados), y que los países del Sur no cuentan para nada? ¿Es esta idea una simplificación?
Insisto en que hay desequilibrios en la UE. Pero personalmente no haría la simplificación de referirme a un poder absoluto de Alemania y de Merkel. Y digo esto porque la mayoría de los gobiernos europeos son, en la orientación de su política económica, conservadores (incluido Hollande, por mucho que forme parte de un partido socialdemócrata). Las elites económicas y políticas de los diferentes países de la Unión defienden los mismos intereses, no sólo Alemania. Es cierto que Alemania tiene «obsesiones» históricas como la inflación o la estabilidad presupuestaria, y que el modelo del Bundesbank se trasladó al Banco Central Europeo (BCE). Pero esto no es contradictorio con los intereses de las elites políticas y económicas del resto de países. En España, el modelo lo han aplaudido el PP, el PSOE y los poderes económicos.
P-Afirmas que no debería ser una prioridad la salida del euro. ¿En qué sentido tendría que apuntar, entonces, una política económica mínimamente progresista?
Pienso que se trata de hacer frente a las políticas de ajuste estructural y de raíz neoliberal. Y de hacerlo tanto desde un punto de vista macroeconómico, como social y de distribución de la renta. Hay dos vías por las que, a mi juicio, se tendrían que contrarrestar las políticas de austeridad. En primer lugar, por la vía fiscal: luchar contra las grandes bolsas de fraude al fisco, que además están muy mal distribuidas. Y, posiblemente, pagar más impuestos con el fin de mantener un sector público más potente. Es decir, impuestos más elevados pero mejor distribuidos. Tenemos una de las presiones fiscales más bajas de Europa, e insisto, mal repartida. En segundo lugar, enfrentarse al ajuste neoliberal por la vía de las políticas públicas, esto es, garantizando las pensiones, la sanidad y la educación públicas, los servicios sociales, dependencia, etcétera.
P-Sin embargo, el gobierno de Rajoy y sus afines «venden» la recuperación económica y la «salida del túnel». ¿Qué opinas?
Creo que no es real. Puede que la economía no continúe en caída libre, que se haya estabilizado el ritmo del declive, ahora bien, esto no se traduce en crecimiento económico y puestos de trabajo. Además, tendríamos que preguntarnos por la calidad del empleo, por la creciente degradación de los puestos de trabajo. Porque muchos de los nuevos trabajos son a tiempo parcial, con lo que más que un aumento del empleo lo que se da es una distribución del paro. Y ello con un crecimiento de la actividad económica muy desequilibrada, centrada en los sectores más exportadores y que apenas se aprecia en buena parte de la economía. Otra cuestión es que el «repunte» se está produciendo en actividades que se destacaron en el modelo previo a la crisis. De hecho, dos de los sectores en los que más ha crecido el número de trabajadores afiliados a la seguridad social en el último año son el inmobiliario y la hostelería. En resumen, el conjunto de la sociedad no percibe la recuperación económica. Se centra en las exportaciones (demanda externa), mientras que el componente básico de la economía española es la demanda interna.
P-¿Qué destino espera finalmente a la economía española cuando termine la recesión?
Si se mantienen las políticas económicas actuales, nos espera el modelo con el que entramos en la crisis, pero empeorado. El modelo productivo no se ha alterado. Algunas medidas que se han adoptado, incluso, potencian el modelo anterior a la recesión. Reformas laborales, precariedad y devaluaciones salariales representan todo lo contrario a la innovación (se han recortado de hecho los presupuestos para I+D). En términos de mercado laboral, por la precariedad entramos en la crisis y en ella ahora se profundiza. En cuanto a las desigualdades sociales, entramos en crisis por motivo de estas desigualdades, entre otros factores, y saldremos más desiguales. Si se continúa con la tendencia actual, en definitiva, viviremos en un modelo más periférico, menos desarrollado y con una sociedad más empobrecida y precarizada.
P-En el capítulo de alternativas, ¿Qué opinas de opciones como el «decrecimiento» o planteamientos que se salgan de la pugna entre neoclásicos y keynesianos?
Esta crisis debería servir para que la izquierda se replanteara el medo económico. Para proponer una economía diferente, en la que se tengan en cuenta los límites ecológicos del planeta; también las aportaciones de la economía feminista. No se trata de volver a los patrones consumistas, de una economía patriarcal y depredadora. Cuando se habla de crecimiento, les recuerdo a mis alumnos, un aumento de los residuos, del tránsito de coches, más incendios forestales o las catástrofes ecológicas llevan a un incremento del PIB.
P-¿Qué papel desempeñan los estados en la crisis actual? ¿Es cierto el declive del que habitualmente se habla, en beneficio de instituciones supranacionales?
Hay claro predominio de la esfera económica o, en otras palabras, una subordinación de la política a los mercados. Un ejemplo muy evidente es el de Soros y los grandes movimientos especulativos con la libra esterlina. Me refiero, en todo caso, al poder de transnacionales, fondos privados de pensiones, bancos o fondos de inversión, que condicionan a organismos como la Reserva Federal de Estados Unidos, el Banco Central de Japón o el Banco Central Europeo. Los estados y los organismos supranacionales actúan de modo «funcional» a los intereses de los grandes capitales y, cuando más pequeños son los estados, menor es su capacidad de resistencia. Esto podemos verlo a reducida escala con los ayuntamientos, pero también con los estados nacionales. Pienso que esta globalización económica necesita contrapoderes en el campo de la política. Pero ni los estados ni las organizaciones supranacionales están ejerciendo de contrapoder. Son «funcionales» a los grandes intereses económicos. Además, serían necesarios contrapoderes «socales» a escala europea y global.
P-Por último, la salida de la crisis, ¿se basa en dar con la receta adecuada? En otras palabras, ¿es un asunto de técnica económica o, por el contrario, la solución ha de ser básicamente política?
Es una cuestión de correlación de fuerzas políticas que, además, no debería analizarse únicamente a escala estatal, sino europea. Por ejemplo, las políticas de austeridad castigan a las clases obreras de los países periféricos, pero también a la clase trabajadora alemana. Y evidentemente, esto no tiene una salida tecnocrática. Con lenguaje y números, a veces los economistas hacen ciencia oculta. Aunque con una componente técnica (que no puede negarse), las decisiones económicas nunca son neutrales.
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