Sólo Rumanía y Grecia nos adelantan en la clasificación europea de trabajadores pobres. Poblaciones que madrugan para ir a trabajar y que viven al borde de la exclusión social. Mientras, la economía, nos cuentan, va como un tiro
Ivanka Trump, hija y asesora del presidente de los Estados Unidos, viaja a la India a finales de este mes como madrina de una cumbre mundial sobre emprendimiento. Ya saben, hágase a sí mismo desde cero y genere riqueza para todos. El relato del sueño americano se ha hecho generoso y global: el pelotazo vital ya no se pega sólo en territorio gringo y tampoco consiste exclusivamente en enriquecerse uno mismo, sino en enriquecer al resto. No me digan que no es bonito. En Hyderabad, la ciudad india que acogerá el gran evento, está sucediendo un fenómeno espectacular durante las semanas previas: la pobreza y la mendicidad están desapareciendo de sus calles. Los más desarrapados ya no ocupan las esquinas de siempre pidiendo limosna o algo que llevarse a la boca. Ya nadie busca en la basura ni muere de frío, nadie muestra su enfermedad a la vista de los paseantes. La explicación más lógica sería pensar que la cumbre que está al llegar, al fin, ha abierto los ojos de los más desgraciados del lugar y que el bueno de Vishnu o la buena de Nahali habrán abandonado sus esquinas para montar su propia startup. Han debido de leer en algún cartel el gran mantra de la religión entrepreneur: «quien no emprende es porque no quiere».
El relato del emprendimiento es bonito, pero la realidad viene siendo otra: los sintecho de la zona están siendo barridos de las calles y trasladados a «albergues» situados dentro de prisiones de la ciudad. Lo de llamar albergues a las prisiones y alojados a los detenidos, como hace el comisario de la ciudad al ser preguntado por la prensa extranjera, hay que reconocerlo, es una idea original e innovadora digna del sello de emprendimiento social del año. Y es que todo tiene que estar listo antes de que aterrice la ilustre visitante: alguien que está lejos de haberse fabricado a sí misma, como madrina de un evento cuyo gancho es la generación de riqueza y cuyo impacto primero es llenar de mendigos las cárceles. A veces el desarrollo alcanza unos puntos irónicos que ni el mejor de los gags de Woody Allen.
En España, por cosas de los ciclos económicos, ya estamos de vuelta en eso del relato mágico del emprendimiento. El señor de mi barrio que a sus sesenta convirtió lo que le quedaba del paro en uno de esos packs que te hacían empresario de la noche a la mañana, hace tiempo que bajó la chapa. Si le preguntaban qué hacía allí, él respondía que vender productos oficiales de Hello Kitty, pero si uno observaba bien, lo que hacía era fumar en la esquina. A veces costaba distinguir al emprendedor de un mendigo indio. Mientras fumaba, miraba a un lado y al otro de la avenida. La cantidad de gente que se desplazaba era la correcta, pero el hacia dónde lo hacían estaba fallando estrepitosamente. Nuca era hacia el interior de aquella tienda. Pero él seguía en la esquina, fumando y observando, quizá esperando a que, de entre la multitud, apareciese Josef Ajram buscando regalos para sus veintiocho sobrinas. Juro que no había una sola vez que pasase por delante de aquel hombre sin que se me cortase el cuerpo imaginándome al que lo animó: «las franquicias es lo que mejor funciona y los niños donde más se gasta».
Si la vida no lo ha tratado demasiado mal, cosa complicada a su edad, el hombre de Hello Kitty está a tiempo de haber encontrado un empleo. Si lo ha hecho, tiene muchas papeletas de haber pasado de empresario fumador a trabajador pobre quitándose del vicio porque no le salen las cuentas. Según Eurostat, sólo Rumanía y Grecia nos adelantan en esa clasificación europea de trabajadores pobres. Poblaciones que madrugan para ir a trabajar y que, al mismo tiempo, viven al borde de la exclusión social. Mientras, la economía, nos cuentan, va como un tiro. Tenemos a las esquinas locas.
Fuente: http://ctxt.es/es/20171108/Firmas/16112/emprendimiento-startup-India-pobreza-recuperacion.htm