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Entrevista a Fernando G. Jaén (I)

«Las guerras financieras son más devastadoras que las guerras militares»

Fuentes: Rebelión

Fernando G. Jaén, doctor en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Barcelona (UB), es profesor titular del departamento de Economía y Empresa en la UVIC-UCC. Fue subdirector general de la Fira de Barcelona y becado como «satagiaire officiel» en la Comisión europea, además de haber trabajado en el Servicio de estudios del Banco […]

Fernando G. Jaén, doctor en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Barcelona (UB), es profesor titular del departamento de Economía y Empresa en la UVIC-UCC. Fue subdirector general de la Fira de Barcelona y becado como «satagiaire officiel» en la Comisión europea, además de haber trabajado en el Servicio de estudios del Banco de la Pequeña y Mediana Empresa al tiempo que fue Profesor colaborador del Departamento de Política Económica de la Facultad de Económicas de la UB.

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He leído con mucho interés, doctor Jaén, una reseña suya del libro el libro de Jean-François Gayraud L’art de la guerre financière publicada en rebelión (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=251812). Me gustaría preguntarle, por algunas de las temáticas que presenta y comenta en este escrito suyo. Empiezo, si le parece, por una definición: ¿qué es una guerra financiera? ¿Cuáles son los males, si existen, de estas guerras?

Nos viene a la mente de inmediato asociar el vocablo «guerra» a las que se dan entre estados, pero basta echar una mirada a la historia para percatarnos de que ha habido guerras de diversas índoles, así que más que una estricta definición de guerra, el autor nos pone ante la evidencia de asociar la guerra a destrucción provocada con intención apropiatoria o destructiva, de manera que identificamos al «enemigo», pero que no tiene por qué ser únicamente militar. Como dice el autor, las guerras financieras probablemente sean más devastadoras que las guerras militares, y el enemigo, el provocador de la hostilidad, es la alta finanza contemporánea. No hay que confundir el hecho de que en toda guerra está presente la componente financiera, que ha mutado en un conflicto nuevo: las instituciones financieras mundializadas, grandes y autónomas frente a la población y el Estado, que son sus adversarios, salvo las elites político-administrativas, sometidas por interés, por conveniencia o vanagloria de estar con el fuerte. Se manifiesta a través de los fraudes sistémicos que genera incluso sin necesidad de vulnerar la legalidad, elaborada a su servicio en buena medida (el sistema de partidos está a su servicio) y el sistema llamado de «puertas giratorias» entre los cargos públicos y los trabajos privados contribuye a crear lo que Galbraith llamó la «virtud social conveniente», y también sorteando la supervisión (los Bancos Centrales son grandes culpables de esto último). Los daños causados van desde la ruina económica de millones de personas, con pérdida de su empleo, de su patrimonio y de vivienda familiar, hasta la muerte (suicidios) y reducción de la esperanza de vida (tengo leído que la crisis de 1998 generó una reducción de la esperanza de vida entre los rusos de 10 años, para algunos autores; cinco, para otros).

Hay guerras financieras y también guerras económicas, de las que hablaré en otra ocasión comentando un reciente libro de Christian Harbulot, fundador, junto con el general Pichot-Duclos, de la Escuela de guerra económica en Francia a inicios de los 90, y con la que he establecido un primer contacto.

Espero ya su reseña del libro que acaba de citar. El autor, si no recuerdo mal, es comisario jefe de la policía nacional francesa. ¿No un es poco sorprendente que un economista sea comisario jefe de la policía?

Bueno, en realidad, yo lo he traducido así por falta de conocimiento de la estructura de mando policial en España, pero su cargo se comprende mejor si atendemos a su propia aclaración en una entrevista que concedió al diario La Vanguardia el 25 de septiembre de 2008, en La Contra: «único comisario divisionario (coronel) con permiso para publicar de la Direction de Surveillance de Territoire (servicios de información) del Ministerio del Interior de Francia.» Y no es propiamente economista, sino Doctor en Derecho, aunque a mí me parece que no hay una frontera estricta entre el Derecho y la Economía, incluso pienso que el Derecho, está en la base del comportamiento social regulado y tiene un ángulo de visión más cercano a la realidad que la economía. Ha habido insignes economistas provenientes del campo jurídico. Sus argumentos económicos pueden adolecer de parte de la erudición al uso en economía o faltos de terminología aparentemente específica, pero que no hace más que dar nombre a una idea casi casi del sentido común. El autor se apoya en este libro en Keynes y en el galardonado francés con el premio otorgado por el Banco de Suecia con motivo de la entrega de los premios Nobel (que no es nunca premio de la Fundación Nobel), Maurice Allais (particularmente en un libro del que publiqué un comentario y puede verse en http://www.revecap.com/revista/numeros/21/jaen.html, de sumo interés sobre las crisis), y no le faltan los conocimientos necesarios.

Señala usted de entrada que, desde su punto de vista, el libro de Gayraud, es la mejor explicación general que ha leído de las causas de la crisis económica y social con pretensión reformadora, aunque no revolucionaria. Sé que la pregunta es demasiado general, le pido un resumen: ¿cuáles son las causas de la crisis económica y social que hemos vivido? ¿Hemos superado esa crisis? Los agoreros (o no tan agoreros tal vez) hablan de otras crisis en un horizonte no lejano.

Me pide usted que le mienta. Nunca existe explicación única y sencilla en economía.

De acuerdo, de acuerdo.

En el nivel más general de explicación, esta crisis se puede explicar como fruto de una guerra (por tanto, consciente), primero soterrada y con generación de argumentos propiciatorios, provocada por las altas finanzas (con grandes fortunas instaladas en el accionariado de bancos, compañías de seguros, fondos de inversión…) con el fin de apropiarse de un mayor pedazo del valor generado o acumulado en forma de ahorro o de endeudamiento (valor que se espera sea generado en el futuro), mediante diversas palancas, las unas delictivas, directamente fraudulentas, otras manipuladoras de la codicia humana y de la tontería mediante la persuasión, que John K. Galbraith, en su libro-testamento La economía del fraude inocente, recoge muy bien. Pero también se puede explicar desde la economía «aséptica», estupendo camuflaje de los intereses: aquí podemos escoger entre la explicación básica de sobreproducción, marxista; o la de insuficiencia de demanda relativa, keynesiana; o la de la Escuela Austriaca, de sobreinversión equivocada.

Toda crisis se supera. ¿La hemos superado?, con los patrones establecidos al uso, o sea, aquellos que sirven a los intereses apropiatorios de algunos, sí o casi. Si consideramos el desequilibrio que se ha producido entre colectivos, no. Por ejemplo: los deudores están en la base de la generación de la crisis, y, sin embargo, siguen beneficiándose del actual sistema de amparo que les brindan los Bancos Centrales, que castigan inmisericordemente a los ahorradores manipulando el tipo de interés hasta anularlo; en este sentido, la crisis continúa y se alimenta, bajo la excusa de hacer llevaderas las deudas, sobre todo la deuda pública… que fue privada y ya hemos tenido que encajar los ciudadanos. Los agoreros practican su deporte favorito de resultado seguro: siempre hay una crisis en el horizonte, así que un día u otro llega, pero no merecen atención, cuando llega lo notamos y ellos no pueden indicarnos ni el cuándo ni el dónde. El tiempo los va arrinconando y sustituyendo.

Le cito: «tanto el análisis como las propuestas, pueden considerarse armadura ideológica que no le viene nada mal a la pobreza intelectual en que se mueve la izquierda actual en España, al igual que la derecha, tal vez en consonancia con lo que es capaz de asimilar hoy la sociedad española». ¿Nos explica un poco más esto de la pobreza intelectual de la izquierda y derecha españolas? ¿Qué quiere señalar con este «en consonancia con lo que es capaz de asimilar hoy la sociedad española»?

Es mi percepción. Llevo desde los diecisiete años en que empecé mi militancia política en la extrema izquierda en la clandestinidad, en lo que primero fue la Organización Trotskista y después transformada en Partido Obrero Revolucionario de España (de los que afortunadamente estoy ahora a años luz), observando y analizando la vida política y social española (y la francesa), en el entorno mundial (sobre todo occidental) y constato una pérdida de penetración en los análisis, una simplificación de las ideas, una escasez de asimilación (que no repetición incluso erudita) de los clásicos, particularmente tras la materialización, por el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra, de lo que fuera (a mi entender) el programa político de don José Ortega y Gasset de los años 30, y toda una decadencia posterior, que en la derecha no se manifiesta igualmente, pues ha desarrollado las ideas convenientes a sus intereses; en tanto la izquierda se ha dividido básicamente en dos: a) los que se han automarginado en un bucle que ellos creen y dicen ser marxista, pero que se reduce a repeticiones de frases o conceptos que se quieren hacer valer con fórceps en una sociedad que ha cambiado tanto en su riqueza material y complejidad que ya no sirven ni como metáforas alusivas; y b) los que han buscado en segmentos sociales reivindicaciones parciales y exageradas de colectivos que eran marginales, o cuya defensa no estorba en nada la apropiación por algunos del pedazo de valor que la sociedad genera. Si me habla, pensando en un público objetivo al que defender, el de los «·obreros», de esos quedan ya pocos; si me habla de los «asalariados», de esos hay muchos, pero una buena porción cobrando salarios que no alcanzan a producir y están apropiándose de lo generado por otros, por poner ejemplos. La autodenominada «izquierda» que pone sus tics «progres», pero haciendo en lo fundamental lo mismo que hace la derecha, esa tiene un discurso hipócrita, pero no piensa nada sustancialmente distinto de la derecha, salvo en lo que es meramente su supervivencia burocrático-política. Véase el caso más manifiesto hoy en el actual presidente del Gobierno del PSOE de Pedro Sánchez.

La capacidad de absorción de ideas por una sociedad, se me antoja limitada por su formación crítica, hoy prácticamente reducida a nada. El confort también juega su papel. El cambio de nivel de vida general, muy marcado en el caso de España, cuyos mayores vivieron vidas duras y gozan de mejor salud que la que vieron en sus padres, lo que induce al conformismo, ha dado paso a una juventud pletórica de posibilidades de entretenimiento, aislamiento y vanagloria, que ha perdido la curiosidad que conlleve esfuerzo de aprendizaje. Si cada segmento se encuentra más o menos confortable en su vida, ¿a qué ponerse a remejer con las ideas ese confort? Estamos en una sociedad del espectáculo que describiera Guy Debord, repletos de «soma» de «El mundo feliz». El egoísmo todavía mueve los intereses, pero eso no es pensamiento, son tripas. Hay consonancia de la falta de ideas con la inapetencia de ellas socialmente hablando.

Habla usted también, tomando pie en el libro que comenta, de lo sucedido en Grecia estos últimos años. ¿Qué ha sucedido realmente en su opinión? ¿No había otra, cualquier otro camino era simple utopía?

Lo ocurrido con la crisis en Grecia, lo seguí en su momento, como consecuencia de la crisis, pero Grecia no era objeto de mi curiosidad económica hasta entonces, como sucede con otros países menores. Lo que nos dice Gayraud concuerda en buena medida con lo que yo leí entonces, siguiendo los análisis del gran coyunturalista francés Patrick Artus, que es el responsable de economía de la banca Natixis y profesor de la Sorbona. Sentimentalismos de izquierda aparte, que yo no padezco, la problemática se centraba en que los tres principales acreedores de la ingente deuda griega eran: Alemania, Francia y los EE. UU., y, a mayor abundamiento, la banca francesa había adquirido una parte importante del sistema bancario griego antes de estallar la crisis. Hubo dudas entre los acreedores. Francia era la que más apretaba por correr mayor riesgo, pero, en un momento dado, Obama les manda mensaje diciendo públicamente que hay que arreglar lo de Grecia, pues repercute en los balances de los bancos de EE. UU., y pone en peligro su solvencia. Por tanto, hay que hacer pagar la deuda griega como sea, y la maquinaria servicial de la Unión Europea se pone en marcha. Ciertamente Tsipras tenía el apoyo del pueblo griego para exigir condiciones beneficiosas, pero traicionó a su pueblo, lo cual no debe sorprendernos y menos si recordamos episodios como la entrada de España en la OTAN o el voto del pueblo francés contra la «Constitución» europea y su pueblo aceptó, pues no lo echó del Gobierno, no se levantó en armas, no hizo más que algunas manifestaciones, que yo recuerde. El figurín de Varoufakis dimitió para poder seguir entreteniéndose después como aguerrido defensor de entelequias, y aquí paz y después gloria. El pueblo griego pagó y paga la deuda. ¿Utopía? Ensoñación. Para muchos, particularmente alojados en lo que solemos aún llamar «izquierda», es difícil vivir sin sueños emancipatorios, pero, como toda creencia, sirve para ser manipulada por los que detentan el poder. Tsipras jugó de farol y ya se sabe que a la hora de mostrar las cartas…

Un tema de gran interés del que habla en su escrito: el conflicto con el estado de las instituciones financieras, cada vez más mundializadas, grandes y autónomas. Cuatro preguntas en una, discúlpeme: ¿de qué instituciones financieras hablamos? ¿En qué se concreta ese conflicto del que se habla? ¿Quiénes van ganando por ahora en ese conflicto? ¿No ha sido siempre así desde los inicios del capitalismo?

Banca y seguros son difícilmente separables. Por descontado que el grupo de bancos sistémicos es el principal. Tenemos también grandísimos Fondos de Inversión de diversas clases. El autor da someros datos, pero yo aconsejo al lector que acuda al libro de François Morin, L’hydre mondiale. L’oligopole bancaire (del que publique comentario en SYN@PSIS N. º 79, nov-dic 2015), en el que aparecen datos clarificadores del poder y dominio que tiene la banca, particularmente la de EE. UU., pero no exclusivamente de ese país.

El conflicto es el que se produce entre los intereses de quienes ejercen el poder bancario entrelazados con empresas en todo el mundo, y la defensa mínima exigible del Estado, todavía con alguna obligación frente a sus electores en el sistema democrático (que puede saltar por los aires y del que la UE es una avanzadilla, con burocracias poderosas al margen de los ciudadanos electores, amén del cinismo de quedarse con la «forma» electoral para desnaturalizar la esencia de la representatividad: ningún parlamentario europeo me representa, no significa nada en mi vida, dada la distancia y falta de control real posible; en cambio significa mucho para quienes detentan el poder real y las empresas radicadas en un país de la UE).

Ganan ellos, no lo dude, así lo recoge el autor tomando las palabras de Warren Buffett y la lucha de clases, que se popularizó en la prensa: hayla y la vamos ganando nosotros, vino a decir el poderoso inversor estadounidense.

Recuerdo bien su comentario.

Digamos que hay períodos de sus más y de su menos. En los Treinta Gloriosos, tras la II Guerra Mundial, hubo ocasión de mejoras para el conjunto de la sociedad. A partir de la crisis del petróleo, se inició un nuevo ciclo perjudicial para la mayoría: empieza la discusión de quién ha de pagar el pato de la crisis. Si su pregunta se ha de situar en el contexto de la Historia de larga duración la de F. Braudel y los Annales, que me es muy querida, tengo la tentación de contestar a su última pregunta con un escueto «sí».

Descansemos un momento si le parece.

De acuerdo. Respiro un poco. 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.