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Una charla con el escritor argentino Eduardo Pérsico

«Las herramienta informativas dificultan la tarea de las clases dominantes»

Fuentes: Rebelión

A principios de un retraído invierno año 2012 y en un ‘boliche que mantiene cierto aire esencial’, según él dijera, conversamos con Eduardo Pérsico que al nombrarlo como escritor nos propuso el inicio de una amable charla. – Escritor no debería ser sustantivo y sí un adjetivo calificativo. A toda persona que escribe se lo […]

A principios de un retraído invierno año 2012 y en un ‘boliche que mantiene cierto aire esencial’, según él dijera, conversamos con Eduardo Pérsico que al nombrarlo como escritor nos propuso el inicio de una amable charla.

– Escritor no debería ser sustantivo y sí un adjetivo calificativo. A toda persona que escribe se lo vincula a lo estético y yo prefiero ligarlo más a lo ético. Y pese que el compromiso literario tanto se desvalorizó, lo mismos yo entiendo en el acto de escribir una interpretación del mundo que buscamos cambiar. Desde los clásicos griegos el asunto era ese y entrar en detalles llenaría algunos tomos…

– De cualquier manera, a usted se lo estima como un narrador y poeta defensor del barrio, el fútbol y otros perfiles de los argentinos. ¿Qué le parece?

– Que eso ya lo escuché otras veces y no suscribo ni medio renglón. En principio, nadie defiende porque cada expresión popular se defiende sola, pero para mí el fútbol es nada más que un negociado corporativo. ¿Como me imagina usted suscribiendo lo contrario? Haberlo jugado cuando pibe es otro asunto, pero el universo futbolero actual que las mujeres como usted poco frecuentan, contiene a servidores del Poder, lavadores de guita y bandas mafiosas que en Argentina se llaman ‘barrabrava’. En una instancia aún socialmente injusta, que ese deporte vía periodismo contratado sea el principal alienante del pobrerío, es una ironía casi siniestra. Y le diría que si en la Argentina el Estado quitara la protección policial al fútbol, esa impunidad de organizadores, prensa y autoridades quedaría al descubierto. Pero señora, es un tema poco agradable.

– Pero usted en varios cuentos y en su novela El Olvido está en Libertad, abordó esa temática sin esa crítica que ahora me comenta.

– Sí, escribí algunos cuentos y en esa novela tracé algún perfil futbolero nada sustantivo dentro de la trama, pero usted también como escritora ha de saber cuando los narradores de ficción y hasta los poetas, complementamos a los sociólogos y los historiadores. Y en El Olvido yo relato el reencuentro de un vendedor de libros con un activo matón sindical, que siendo muchachos integraran el mismo ‘cuadrito’ del barrio. Que me facilitó un imaginario muy útil para relatar esa complementación histórica que dijimos.

– Ese enfoque suyo me parece interesante, y recuerdo que usted mismo alguna vez dijo que sin la existencia del Quijote la historia de España estaría incompleta.

– Y por supuesto, como si a nosotros nos faltara el Martín Fierro. Además, no sólo la literatura enlaza al autor con su obra: yo nací en un barrio apartado; Villa Barceló entre Banfield y Lanús; hijo de un taxista y una enfermera y en esa atmósfera de populismo fácil, también me atrajo la dolorosa historia de mi país. Tantas veces sangrienta. Así que mi inquietud por el tango y la lunfardía es parte dentro de esa densa problemática que existe tan disimulada. Si integramos el mapa latinoamericano no hay otra variable que vernos dentro de esa inmensidad gigantesca, y es difícil ubicarnos más allá de esos perfiles. Por más que esa realidad, tan compleja, a veces lleva a periodistas y escritores a malversaciones éticas que deberían rechazar; pero claro, esas cosas…

– También leí algún comentario suyo sobre elementos que sirvieron a la integración de los argentinos. Que bien sabemos, además de los originarios de la tierra tuvimos tantas vertientes inmigratorias diferentes que tanto nos confundieron. ¿Qué me dice usted a propósito?  

– Bueno, la inmensa variedad poblacional que se diera desde mediados del 1800, mayormente se agruparía en los conventillos de Buenos Aires. Y aquello que fuera recibiendo los estilos de cada grupo, gestaría una integración casi inconsciente. Por ejemplo, el tango y el lunfardo; ese código entre dos para que no se entere un tercero; serían aceptados por los miembros más jóvenes pero integradores de la época. Y el lunfardo, por ejemplo, sería una de esas firmes incorporaciones a darse en el cuerpo social de los argentinos, por la intensidad que le dieran a ese lenguaje los letristas del tango. Hoy entre nosotros nadie desprecia decir mina, o vieja por mamá, gil, laburo, bacán más otro centenar de términos de ese hablar independiente y común, que ya no admite ningún reproche. Como no existe reprobación a esta globalización siglo veintiuno, con los multimedios informativos más Internet computación y comunicación inmediata, que es inevitable reconocer. En esta generación eso no es broma y tan categórica es la nueva comunicación, que los mismos medios de prensa ya resisten adecuarse a ese despliegue cibernético que descubre sus mentiras de inmediato. Y semejante influencia la demuestra cualquier elección en Europa, América Latina o donde sea, donde cualquier candidato del establishment con la prensa a favor puede perder sin atenuantes; y de semejante realidad ya sobran datos.

– Tiene razón, y recuerdo haber leído su opinión sobre esta época que le acota la fabricación de opiniones a los medios del Poder.

– Por supuesto, en cuanto la herramienta informativa se ha generalizado tanto que las clases tradicionales, dueñas de las finanzas y de la tierra productiva que ejercieran por generaciones su dominio maniobrando la realidad histórica a gusto, hoy se les dificulta la tarea por este logro masivo de la humanidad. O logro de la comunidad, que mejor explicaría el interés de la comarca.

– También en una novela del año ’82, Gardel supo retirarse a Tiempo, usted hizo bromas sobre ciertas letras de tango. Y luego, en De nuevo lejos de Uppsala, nos muestra a un pianista de tango que en Suecia toca en un quinteto de jazz. ¿Cómo concibió ese material tan diverso?

– Bueno, el yacimiento de la memoria lo escarba cada escritor y recupera como puede lo recibido desde pibe o por la piel. En el Uppsala tomé un dato cierto que resumiría el exilio, buscado forzado: la nostalgia de la patria. Cada exiliado del mundo suele descubrir elementos que por cercanos en su país, fuera del mismo a veces recuperan graciosamente. Cualquier argentino podría invitarla a usted a comer un asado en Estados Unidos, Canadá o en España, y atender la parrilla de alpargatas oyendo a Troilo o Atahualpa Yupanqui, en una pose que por aquí jamás exhibiría. Y pareciera que por ahí anda la cosa.

– Y del ‘Gardel supo retirarse a tiempo’, donde usted se burla y demitifica algunas letras de tango y ciertos excesos de la porteñidad, ¿qué me dice?

– Bueno, eso de demitificar y burlarse es tarea del Mingo Echeverri, un personaje fantástico y atemporal que sigo frecuentando, que en un boliche de Buenos Aires pontifica sus delirios de saberlo todo, desde el origen del tango y cualquier otra constante de nuestra manera de ser. Ese personaje delira de conocer ‘al poeta nacional y popular que inventara la rima de corazón con bandoneón, un recurso que ni a Bécquer se le había ocurrido y salvara al tango para siempre’, y que por ahí advierte al lector que el Pigall ‘es un cabaret que en los tangos jamás ha de cerrar sus puertas’, o cosas así. Ese libro lo escribí durante 1981 y no disimula renglones bastante puntuales de la atrocidad que nos rodeaba entonces en nuestro país.

– Y el lunfardo, ese lenguaje abstruso que le motivó ensayos y glosarios, ¿usted lo frecuenta a menudo?

– No mucho. En principio, el lunfardo de los argentinos es un código para decirse entre dos sin que se entere un tercero, que mantiene ciertos centros inamovibles. Como usted dijo, hace unos años publiqué Lunfardo en el Tango y la Poética Popular, con un glosario de unas mil y pico de palabras que persisten en el habla coloquial de los argentinos. Una idea que me persiguió desde 1987 cuando en España participé de un congreso en sobre la identidad del idioma, y donde resultó tan eurocentrista y miope la interpretación que atribuían a las jergas latinoamericanas que resultó casi sublevante.

– ¿Usted era el único escritor invitado o había más latinoamericanos?

– Sí, de América Latina éramos unos quince, todos mezclados, y la resistencia la encabezamos tres o cuatro con el poeta uruguayo Hugo Emilio Pedemonte al frente. Esa tarde en la Biblioteca Nacional de Madrid hicimos causa común para ‘anunciar’ que en 1492 y llegaron a estas playas los navegantes descubridores de América para la cultura europea, ‘y nosotros no difundimos la noticia con movimientos corporales ni señales de humo, y lo hicimos con nuestros propias palabras’. El clima se tensó bastante y ya nada valía hablarles del lunfardo, enfoque sobre el que fuera invitado ese mismo día. Y ni arrimarles siquiera que el lunfardo y el tango son dos de los perfiles más categóricos de nuestra identidad cultural; no los únicos pero los más visibles.

– Me hubiera gustado mucho escuchar semejante debate, que por lo general terminan divertidamente.

– Y acertó, porque a la hora estábamos todos amigos y tomando alguna copa, porque sin broma a todos nos une el castellano. No jodamos… Pero igualmente en ese libro Lunfardo en el Tango, más tarde expliqué en detalle que ese código dialectal llamado lunfardo, se incorporó como fenómeno literario al ser recuperados sus términos en la letra de los tangos y la poesía popular. Y que como materia tuvo algunos antecedentes en publicaciones periodísticas antes del primer libro dedicado íntegramente al tema, «El idioma del Delito», de Arturo Dellepiane 1894. Y ahora, hermosa mujer, le pido que la sigamos otro día.

Así que yo, cronista privilegiada, le reiteré mi agradecimiento, pensando en homenajearme otra vez con otra conversación distendida y amable con el escritor Eduardo Pérsico.

La escritora argentina Mónica Prat además de una variada crítica literaria publicó Espías Solitarios, cuentos, 1995, y en 1999 obtuvo el Primer Premio de Novela de la ciudad de Irún, España, con su novela En ausencia de Maribárbola.