Recomiendo:
0

Una nueva situación, una nueva izquierda, una nueva estrategia

Las ilusiones reformistas no mueren solas

Fuentes: Rebelión

El fin de la influencia dirigente del PT, sea cual fuera el resultado de las elecciones del 2006, abrirá una etapa política nueva porque llevará al poder a un gobierno más débil que todos los que hubo en Brasilia desde la caída de Collor. Los procesos políticos en Brasil, no lo olvidemos, son lentos. Pero […]

El fin de la influencia dirigente del PT, sea cual fuera el resultado de las elecciones del 2006, abrirá una etapa política nueva porque llevará al poder a un gobierno más débil que todos los que hubo en Brasilia desde la caída de Collor. Los procesos políticos en Brasil, no lo olvidemos, son lentos. Pero la posibilidad en un futuro inmediato, de canalizar vía el calendario electoral el desgaste acumulado entre los sectores organizados, disminuirá. El régimen de dominación democrático ¿podrá, todavía, tener estabilidad social y política, si la crisis debilita cualitativamente a la CUT, la UNE y el PT? Admitiendo la posibilidad de un segundo mandato, cuando la perspectiva de una recesión mundial es muy probable ¿Lula conseguiría mantener la paz social? Un PT en la oposición, luego de una derrota de Lula ¿podría cumplir el mismo papel que en los años noventa?

Estas preguntas remiten a la cuestión decisiva, o sea, saber si estamos o no caminando en la dirección de una situación revolucionaria.

Parece una ironía de la historia, pero no se puede dejar de observar que cuando el capitalismo brasilero crecía con tasas significativamente elevadas, como en los años sesenta y setenta, la burguesía recurrió a la dictadura, acosada por la onda de entusiasmo que la revolución cubana alimentó. En las últimas décadas, que coinciden con cuatro elecciones presidenciales sucesivas – un record para los padrones brasileros – la economía capitalista brasilera perdió su impulso de desarrollo, disminuyeron las concesiones a las masas y no ocurrieron reformas. El año 2005 pasará a la historia brasilera como el año del colapso del PT: una crisis que se manifiesta en el «mensualón», pero que tiene como telón de fondo la incapacidad de realizar reformas progresivas, incluso cuando se beneficiaba de una fase de crecimiento mundial.

Por el momento, la perspectiva del calendario electoral parece ser suficiente para encuadrar el malestar social. Las incertidumbres en las encuestas son una señal de un margen de imprevistos mayores. ¿Cuándo el humor de las masas se transformará en exasperación? Es importante considerar que el colapso del PT no fue detonado por una onda de movilizaciones de masas contra Lula. Pero, si es verdad que los batallones organizados entre los trabajadores no quisieron la caída de Lula, no es menos significativa, también,  la revolución mental que muchos millones están realizando. Una expectativa de un cuarto de siglo se derrumbó. La crisis mortal del PT no significa que Lula no pueda tener una votación importante en el año 2006. No podrá, sin embargo, continuar siendo el Partido que detentaba un casi monopolio de la representación política de la clase trabajadora. La fascinación que el PT despertaba entre los activistas más audaces o más capaces, y el encanto que el liderazgo de Lula
 – aún perdiendo tres elecciones seguidas – alimentaba en el país, desaparecieron. Un enorme espacio político se abrió y será duramente disputado. El PMDB fue destruido durante el gobierno de Sarney, pero por eso ni dejó de existir y ni de tener muchos votos. Todavía es un gran partido parlamentario, aunque sin ninguna identidad política y con una fuerza regional residual.

En tanto, las ilusiones en la reforma del capitalismo sólo podrán ser superadas por la experiencia práctica de la insolvencia del reformismo, y la comprobación de que los métodos revolucionarios son superiores y, por lo tanto, más eficaces. Sólo el fracaso del reformismo llevará a la conciencia a retroceder a un nivel de sobrevivencia individual o el descreimiento en la acción colectiva. La determinación revolucionaria de lucha sólo podrá afirmarse a través de un gran ascenso. Uno de los mayores peligros abierto por la crisis del PT es caer en la tentación de reeditar el proyecto – sea intentando depurarlo o replicándolo desde afuera – manteniendo el mismo programa reformista, y conservando las mismas tácticas. En pocas palabras, preparándose para las elecciones, aunque diciendo lo contrario, y no para las luchas que vendrán.

Políticas sociales compensatorias son insuficientes para mantener el orden

La priorización de la acción directa sólo es coherente cuando se trabaja con el pronóstico de que vendrán grandes luchas, y se elige un terreno. Si la previsión es de que la economía mundial podrá tener todavía un ciclo largo de expansión, que la demanda de exportaciones permitirá un crecimiento de Brasil, que las políticas compensatorias mantendrán un apoyo mayoritario al gobierno, sea petista o tucano, que los sectores organizados no irán más allá de luchas defensivas, la estrategia revolucionaria aparece como un catastrofismo.

La socialdemocratización del PT en Brasil solamente puede ser comprendida, plenamente, inclusive su adhesión al ajuste fiscal neoliberal y la revelación de un fondo ilegal de decenas (o centenas) de millones para financiar campañas electorales del 2002 al 2004, si se la ubica en una perspectiva más amplia. La izquierda latinoamericana, salvadas algunas excepciones, rompió con toda la tradición marxista, en verdad, rompió hasta con su pasado. Puede haber sido las presiones de ascenso social, combinadas con la restauración del Este, o las ilusiones campistas de que la URSS era una retaguardia estratégica. Lo que no se puede disimular es que el destino de las organizaciones nacionalistas guerrilleras en Nicaragua, en El Salvador o en Uruguay, no fueron menos desalentadoras que el PT: FSLN, FMLN, Tupamaros siguieron la misma dinámica. De puntos de apoyo a la lucha popular, se transformaron en «caballos de Troya» dentro de los movimientos sociales.

En los años setenta, la socialdemocratización del PCI en Italia fue la antesala del eurocomunismo, la primera etapa del transformismo que culminó en la adhesión al programa de la Tercera Vía. Uno de los peligros de la forma, admitamos, pintoresca o bizarra de la bancarrota del PT – desmoralizado por el «mensualón», el alquiler de lemas electorales, los dólares de asesores parlamentarios, las conexiones con los paraísos fiscales, su financiamiento por monopolios capitalistas – es que oscurezca las lecciones más estratégicas de la derrota del proyecto que definió como eje político ordenador de la acumulación de fuerzas a la institucionalidad, o sea, el «método alemán» que citaba Rosa Luxemburgo.

En América Latina, la decadencia económico-social tiene dimensiones continentales y un significado de consecuencias históricas, incluso si consideramos que Brasil consiguió preservar su condición de sub-metrópoli atrayendo, comparativamente, más inversiones – y favoreciéndose de la desindustrialización de Argentina y la región andina – y disminuyendo la desigualdad. La economía capitalista mundial perdió, hace tres décadas, el impulso de la pos-guerra. La restauración capitalista no abrió una etapa de prosperidad como anunciaban los entusiastas de los ajustes neoliberales. Por el contrario, Rusia vive todavía hoy las secuelas de una contracción de su PIB, de tal proporción que la destrucción sólo podría ser comparada a la de una guerra.

En el último ciclo de crecimiento entre 1992-2000 – que ya fue moderado comparado con las décadas de los años cincuenta y sesenta – solamente Estados Unidos se beneficiaron por el proceso de acumulación del doble déficit comercial y presupuestario, un proceso solamente posible en función del lugar del dólar en el mercado mundial, mientras que Europa y Japón andaban al costado. El 2005 quedará como el año en que el mundo miró, asombrado, a París arder. Las políticas sociales focalizadas se han revelado insuficientes para preservar, indefinidamente, el orden del régimen democrático. Tal vez sea un atrevimiento de nuestro mirar pretender, desde Brasil, un país de la periferia, buscar una nueva explicación para un proceso que fue internacional, y ya tiene una dimensión histórica. Pero por otro lado, la crisis de los regímenes democráticos en América Latina tal vez nos ayude a ver, anticipadamente, lo que se puede estar diseñando como una verdadera tendencia internacional.

La coartada de la relación de fuerzas desfavorable

Volvemos de nuevo al tema de la relación política y social de fuerzas, y a la proyección de que expectativas alimentamos en relación al futuro. ¿Inestabilidad mayor o menor de los regímenes democráticos en los próximos años? La argumentación que pretende justificar el fiasco del gobierno Lula como producto de una relación de fuerzas internacional adversa, o del reflujo en Brasil, no tiene sustentación. El gobierno Lula sucumbió delante del imperialismo y de la burguesía brasilera como producto de una estrategia política conciente. No triunfó ninguna revolución socialista en el mundo, después que Estados Unidos fue derrotado en Vietnam, pero de allí no se puede concluir que la dominación imperialista se ejerce, actualmente, en las mismas condiciones de la situación reaccionaria de diez años atrás. El foco más agudo de la resistencia a la dominación imperialista, en ese intervalo fue el Medio Oriente. Pero los gobiernos cómplices del ajuste recolonizador en América Latina se desgastaron hasta el límite del desmoronamiento, al punto de que varios expresidentes – Salinas de Gortari, Menem, Cubas Grau, Fujimori – fueron presos o se encuentran prófugos.

Los marxistas polemizaron hasta el cansancio sobre los criterios para inferir las relaciones de fuerzas. Existieron, grosso modo, dos grandes campos. Los que priorizaban los factores objetivos, como el porcentaje de trabajadores afiliados a los sindicatos, la influencia de las publicaciones socialistas, las votaciones en las elecciones, y hasta la proporción de trabajadores asalariados sobre el total de la población económicamente activa, y los que valorizaban los factores subjetivos, como el nivel de actividades sindicales de las masas, la disposición de lucha para las huelgas y manifestaciones.

El primer criterio de la apreciación de la relación de fuerzas siempre fue indiscutible para todos, la mayor o menor estabilidad del régimen burgués de dominación. Si consideramos la evolución política de América Latina, en los últimos años, parece incontestable que los regímenes democráticos vieron a sus instituciones seriamente cuestionadas por las movilizaciones de masas en varios países. Ya vimos que diez presidentes no complementaron sus mandatos. La argumentación de la relación de fuerzas adversas ha sido la coartada de los que pretenden justificar las increíbles políticas reaccionarias del gobierno Lula  – como el ajuste fiscal todavía más severo que el gobierno Cardoso, la liberalización de los transgénicos, el envío de tropas a Haití, entre otros – explicando que no es posible otro camino. Ya habían explicado las espantosas alianzas electorales porque, supuestamente, no había otro camino. El financiamiento de las campañas electorales por los monopolios era necesario,
 también, porque al final, no había otro camino. El fatalismo se transformó en una doctrina política.

Agregaban los defensores de Lula, que la expresión máxima de la relación de fuerzas desfavorable sería la caída del padrón de vida de los trabajadores, incluso en los países imperialistas. El desempleo crónico, la caída de los salarios medios, la reducción de los servicios públicos de educación, salud, previsión social, entre otros indicadores, serían la demostración de fuerza del Capital. Entre los innumerables criterios de medida de la relación de fuerzas, la imaginación marxista nunca había esgrimido el alarmante argumento del padrón de vida de los trabajadores. Admitamos que puede ser justo acusar a los marxistas «de todo», menos de la falta de imaginación. Cuando el capital fue capaz de hacer concesiones a los trabajadores afirmaba su fortaleza, no su debilidad. Es justamente porque la economía capitalista mundial está en crisis crónica de larga duración, que los márgenes de negociación entre los países del centro y de la periferia, o entre las clases de cada país, se re
 ducen. La previsión de caída del padrón de vida medio de las masas, reafirma el pronóstico de una mayor inestabilidad de los regímenes democráticos, cuando se agote la actual fase de crecimiento del ciclo.

Las presiones que explican la adaptación a la democracia burguesa

Por último, miremos el fondo del pozo sin miedo ni vértigo. El calendario electoral del régimen democrático burgués ejerce, hace por lo menos cien años, una fuerza de presión terrible sobre las organizaciones revolucionarias. En Brasil, cada dos años hay elecciones, y se crea la ilusión de que se puede cambiar la vida cambiando el partido que está en el gobierno.

En mayor o menor medida, la agenda de las organizaciones que reivindican el proyecto socialista se adaptó a la preparación de las elecciones: adaptación a las exigencias jurídicas de la legalización, levantamiento de fondos, elección de candidatos, utilización de la televisión, formación de comités de apoyo, elección de diputados, control de gabinetes, traslado de cuadros, y todo lo demás que viene después con la necesidad de renovación de mandatos.  Son rarísimos los partidos que consiguen sobrevivir a esas presiones.  Ninguna organización, ni aquella que muchos consideran la más revolucionaria del Siglo XX – el bolchevismo ruso – pasó incólume la prueba de la democracia burguesa en los breves meses que separaron febrero de octubre de 1917.  O sucumbirían, o se dividirían, o surgirían luchas políticas tremendas en su interior.

Estas presiones son complejas. En primer lugar, están las presiones del Estado. La democracia invita a los partidos a esperar su hora de llegada al poder acumulando votos. Son los partidos que gobiernan. Pero, la tradición marxista defiende que las organizaciones socialistas no aspiran el poder para sí. Los revolucionarios se educan en el desapego de todos los cargos, antes y después de la revolución.  Ese fue el ejemplo de los comuneros, de Lénin y de Trosky. Su vocación es ser instrumentos útiles de formación y centralización de liderazgos para que los trabajadores construyan el poder obrero y popular. Son los trabajadores que imponen su voluntad y deben gobernar, y los revolucionarios defenderán sus propuestas en los órganos que las masas reconocen como los suyos.

Después, están las presiones que vienen de las propias bases sociales de la izquierda revolucionaria. En una situación no-revolucionaria, la mayoría de los trabajadores y de la juventud no desea una revolución. No tienen disposición para acciones revolucionarias, porque están dominadas por el miedo. La mentalidad de las masas se construye a partir de experiencias defensivas, en el terreno de las luchas de clases por reformas que disminuyan su sufrimiento, sin un desafío frontal del sistema. Su universo de referencias es una tradición política heredada y una experiencia precedente. La lucha por la revolución exige, por lo tanto, el combate de las ilusiones de que las reformas son posibles. Pero, no se refutan ilusiones solamente con argumentos. No hay forma de superar las ilusiones en la colaboración de clases, sino luchando por las reformas que serán, en la mejor de las hipótesis, victorias parciales y efímeras. Sólo las lucha por reformas podrán probar que no son posibles las conquistas duraderas.

Los revolucionarios deben luchar por reformas, mucho más seria e incansablemente que los reformistas, para demostrar que no defienden otros intereses que el de las propias masas. No defienden la revolución porque son exaltados o irascibles. La revolución es necesaria porque sin la lucha por el poder, no es posible avanzar contra la propiedad privada. En eso se resume el combate socialista: la lucha por el poder de los trabajadores para destruir el Capital y socializar la riqueza. Sin embargo  – ironía de la vida – estas conquistas son solamente transitorias y pasajeras para las masas, pueden permitir a los líderes importantes triunfos: posiciones al frente de sindicatos y cargos parlamentarios que son menos provisorios. No hay reformas duraderas para las masas, pero puede haber una vida próspera para los dirigentes.

Contener las presiones sociales y políticas que conducen a la adaptación no parece simple: intervención permanente en las luchas y defensa incondicional de la resistencia proletaria a la explotación, rotación de militantes que asumen las profesionalizaciones, inclusive de los parlamentarios, sindicalistas rentados y militantes mantenidos por los partidos; disposición para la acción y organización legal, semi-legal e ilegal contra el Estado burgués; compromiso internacionalista activo; competencia colectiva por la valorización de los organismos sobre los talentos de los individuos; formación cultural, teórica y programática de la militancia para asegurar condiciones de control de los liderazgos; rotación de cuadros y de tareas para evitar la adquisición de hábitos burocráticos; régimen interno democrático con estímulo para aclarar las diferencias y críticas de acuerdos consensuales. La crisis de estrategia de la izquierda marxista contemporánea es la crisis del «método alemán»
 , la adaptación a la rutina sindical-parlamentaria, por lo tanto, a los límites de la legalidad del régimen.

(*) El autor es militante del Partido Socialista Dos Trabalhadores Unificado (PSTU) y miembro del consejo editorial de la revista marxista Outubro. El texto completo puede leerse en portugués: (www.pstu.org.br/).

Traducción de Ernesto Herrera para Correspondencia de Prensa