Existen dos clases de artistas: los que escriben memorias, dan entrevistas y acompañan sus obras como el padre atento a las correrías de sus hijos, impidiendo que otros se adueñen de su universo de sentido, y aquellos, casi desaparecidos en la época de twitter y los blogs personales, que se retiran con discreción una vez […]
Existen dos clases de artistas: los que escriben memorias, dan entrevistas y acompañan sus obras como el padre atento a las correrías de sus hijos, impidiendo que otros se adueñen de su universo de sentido, y aquellos, casi desaparecidos en la época de twitter y los blogs personales, que se retiran con discreción una vez finalizada la obra. Dejar que ésta hable por sí misma es un acto de humildad que engrandece a su autor, quien reconoce la independencia de su creación y su potencialidad de abrir mundos. La observación individual se convierte entonces en epicentro liberador y subversivo, en clara oposición a interpretaciones axiomáticas, autoritarias y hegemónicas.
En un segundo momento, se pensará que el peligro acecha en la entrada en escena de los críticos quienes, en ese momento de vacío analítico, se adueñan hábilmente del discurso artístico, merodeando alrededor de las obras, buscando filiaciones, marcas de estilo, anécdotas personales, encuentros inesperados, traumas de infancia y pertenencias gremiales… En el intento de concebir una narración en la que mil y un datos funcionen como claves originales de lectura en un mundo superpoblado de artistas, los críticos-curadores se han erigido como directores de esta orquesta polifónica y ruidosa, en la que el lego brega por distinguir al concertino entre los reemplazos de último minuto. Algunos lo hacen con rigor, inteligencia y sensibilidad, permitiéndonos acceder en sus textos y montajes expositivos a aspectos que hasta entonces se nos resistían, ayudándonos a ampliar miras y destilar el juicio propio, quizás no tan entrenado en las lides de exprimir al máximo el lenguaje artístico. Este diálogo entre el artista y el crítico-curador, que deja atrás narcisismo y espectacularidad y permanece cercano a la obra, favorece el máximo disfrute y comprensión de la misma, ampliando su alcance. Pep Subirós, solicitado por el Museo de arte africano de Nueva York para montar la exposición Surveys (from the Cape of Good Hope) de la artista Jane Alexander (Johannesburgo, 1959), fue invitado a inaugurar la muestra con una charla, en la que demostró la compleja tarea del que sirve de mediador entre la obra de arte, su autor y el público.
Filósofo, escritor y curador independiente, Pep Subirós (Figueres, Girona, 1947) hace años que, con exposiciones, ensayos críticos y conferencias, viene trabajando por situar al arte africano contemporáneo a nivel de igualdad en el discurso artístico internacional, más interesado en otras latitudes. Dejando de lado su controvertido paso por las más granadas instituciones culturales catalanas y sus vituperadas relaciones con grandes personalidades políticas, Pep Subirós ha acercado África a Europa durante más de dos décadas, como demuestran sus exposiciones en el CCCB barcelonés: Áfricas: el artista y la ciudad (2001); Bamako’03. Fotografía africana contemporánea (2004); Bamako’05. Encuentros africanos de fotografía. Otro mundo (2007) y Apartheid. El espejo sudafricano (2008). Momento de vacas gordas en el que los presupuestos dedicados a cultura eran generosos, se apuntillará, que quedarán sin embargo en la memoria al haber permitido a tantos deambular por el continente africano a través de su fotografía y sus artes plásticas contemporáneas.
Surveys (from the Cape of Good Hope), organizada por el itinerante Museo de arte africano de Nueva York mientras rematan las obras que albergarán su nueva sede, hace años que recorre el planeta de la mano del tándem Jane Alexander-Pep Subirós. Sea iglesia, museo o galería el espacio expositivo escogido, los fotomontajes y instalaciones formados por personajes escultóricos híbridos medio humanos medio animales, fuerzan en el espectador lecturas diversas ligadas a la historia socioeconómica contemporánea sudafricana y mundial. En esta ocasión, es la catedral de San John the Divine la que acoge, del 18 de abril y hasta el 29 de julio, una selección de los últimos 12 años de trabajo de una de las artistas africanas de mayor éxito internacional.
Apuntaba Subirós cómo una de las peculiaridades de la exposición reside en habitar un espacio único y extraordinario, aunque no ortodoxo. La catedral Saint John de Divine tiene una historia propia y una riqueza artística que se han de respetar, convirtiendo el trabajo conjunto de curador y artista en un privilegio y una responsabilidad. Ya con anterioridad, Alexander había expuesto en esta catedral y en otros lugares sacros en Inglaterra y Sudáfrica, los cuales creaban una atmósfera peculiar que nada tiene que ver con las asépticas salas de galerías o museos a los que estamos habituados, y en los que la división por épocas y movimientos artísticos impide establecer conexiones histórico-temporales y simbólicas más ambiciosas.
Las primeras obras de Jane Alexander, nacidas durante el apartheid y ante el cual reaccionaban, se han visto reemplazadas por otras que se hunden en la historia contemporánea para abrirla de par en par, obligando al espectador a cuestionarse su confortable posición. En sus esculturas y fotomontajes, compuestos por elementos reales y elementos creados, se provoca ese cruce que engendra la interpretación y la búsqueda de sentidos. Arte anclado en situaciones muy reales -nos recuerda el crítico-, pues tras su apariencia se mezclan elementos de humanidad y animalidad, estrategias que nos adentran en el dominio de lo imaginario al ubicarse en un contexto real. La artista, vecina de Ciudad del Cabo, sigue nutriéndose de lo que acontece a su alrededor, un contexto compartido por el visitante, el cual ha de valerse de sus conocimientos histórico-sociales y de su habilidad de comprensión de las relaciones humanas para, finalmente, cuestionarse su papel en el mundo.
Su famosa instalación escultórica Butcher Boys (1985-86), con tres mutantes a medio camino entre hombre y bovino (expuesta en la Galería Nacional de Sudáfrica), delataba la violencia y el racismo del régimen segregacionista del apartheid, y en esta línea seguirían muchas de sus obras hasta finales de los años 90. Desde ese momento, si bien se sigue inspirando en la vida social y política contemporánea, su área de trabajo se amplía, hablando no ya desde el escenario nacional sino desde la integridad del continente. Acierta Subirós al señalar que sus obras más modernas reflexionan sobre la manera en que África ha estado sometida a condiciones de dominación durante siglos, lo cual llevó a la paralización casi total de su desarrollo autónomo y ha impedido a sus habitantes alcanzar la condición de ciudadanos.
De los fotomontajes, esculturas individuales e instalaciones expuestas en Manhattan, el comisario catalán comentó los conjuntos escultóricos más complejos –Bom Boys, African Adventure, Security e Infantry– señalando que se trataba de «su interpretación personal, tan válida como la de cualquiera». La artista, silenciosa entre la multitud que asistía a la conferencia en una de las capillas del templo, evitó manifestarse en todo momento, incluso cuando se requirió su opinión en la ronda de preguntas. Con la excepción de Security, ubicada en un patio exterior en el transepto norte de la catedral, el resto de instalaciones o tableux se apropian, por sus cualidades pictóricas y compositivas, de tres capillas del ábside a modo de tríptico contemporáneo.
Bom Boys (1998), conjunto de esculturas de niños de tamaño natural, situados sobre un gran tablero de ajedrez y cubiertos sus rostros con máscaras de animales, está inspirado en una pandilla de niños de la calle, asiduos de una céntrica avenida de Ciudad del Cabo en donde vivía Jane hace años. Alienados e incomunicados, parte de una sociedad que les niega madurar como personas, restringiéndolos a los instintos más puros de supervivencia animal, representan un colectivo en ascenso en grandes ciudades de los cinco continentes. Niños olvidados a su suerte, invisibles para las instituciones y arrancados de su humanidad por los ciudadanos que han dejado de verlos. Para Subirós, el enmascaramiento indica que estos jóvenes viven en un estadio de animalidad previo a la humanidad, necesitando llegar a adquirir una personalidad plenamente humana que les permita sobrevivir en las duras condiciones a las que se han visto abocados. Por mi parte, considero Bom Boys una obra-manifesto de Alexander, fruto de la urgencia por denunciar la alienación de estos grupos ultrajados y las contradicciones de nuestras sociedades, las cuales no se deberían llamar civilizadas hasta que incorporen a todos sus miembros ofreciéndoles una vida digna. Mientras tanto, cada uno de nosotros nos convertimos en cómplices del sistema, deshumanizándonos en el proceso y viéndonos reflejados en las máscaras de esos otros no tan ajenos.
Realizada para el castillo de Ciudad del Cabo, African Adventure (1999-2002) es una de las composiciones más conocidas por el público internacional, en la que se recrean los diferentes elementos y actores que, desde el exterior, parecen definir la sociedad sudafricana y, por extensión, la del «continente perdido». Pobreza, violencia, petróleo, corrupción, explotación de riquezas naturales, lucha entre tradición y modernidad, éxodos rurales, persecuciones étnicas, racismo… ¿son éstos los únicos elementos que se deben tratar al reflexionar sobre África? ¿no ha resumido Occidente, de manera interesada, el discurso africanista a lugares comunes? El que acude a la instalación African Adventure se topa ante un rectángulo a modo de coso taurino en el que unos humanoides ponen en escena el microcosmos africano, lo que le forzará a recurrir a todas las herramientas críticas a su disposición para cuestionar el discurso repetido hasta la saciedad por los poderes hegemónicos.
La más reciente de las cuatro instalaciones, Infantry (2008-2010), es quizás la más inquietante. Sobre una alfombra roja marcha un ejército masculino de cuerpos antropomórficos y rostros de chacales, organizados en tres grupos de nueve individuos que desfilan con sus cabezas giradas en la misma dirección. Absolutamente idénticos en tamaño y facciones, únicamente su piel moteada de negro y/o blanco parece otorgarles una cierta singularidad. Elección de pigmentación interesada que alude a las dramáticas y mezquinas divisiones raciales y que recuerda a hienas u ovejas. Especula Subirós: «¿soldados? ¿mercenarios? ¿gente en una manifestación popular?». Las lecturas son complejas como lo son las experiencias y la personalidad de cada ser humano, elucubraciones que nos asaltan fruto, en buena medida, de la elección de cabezas de animales cuyo comportamiento da sentido a la obra; investigación a la que la artista se ha lanzado en este último período.
Los crecientes movimientos migratorios y las medidas para controlarlos, las desigualdades económicas y sociales, el control que los poderes económicos, políticos y militares ejercen sobre cada uno de nosotros… todos éstos temas sobrevuelan en la mente del público que examina Security (2006); una jaula de doble valla metálica de tres metros de altura, entre las cuales se desparraman por igual guantes de plástico color sangre y machetes. En el interior, una figura medio humana-medio pájaro observa al visitante. Una pregunta nos atenaza: ¿está el mutante encarcelado o se protege de una injerencia exterior? Los guantes y los machetes pueden servir tanto como instrumentos de trabajo como de muerte y defensa, y no sabemos si el propietario del terreno lo ha vallado él mismo o bien han sido otros quienes lo han recluido allí con intenciones opuestas… Security juega sabiamente con la ambigüedad, apremiando al visitante a mantenerse en guardia y a no dar nada por sentado en la sociedad de la información-control actual.
Para terminar, recordaba el crítico en sus conclusiones que el trabajo de Jane Alexander ha sido catalogado como «oscuro» por enfatizar aspectos dramáticos de la realidad, opinión con la que discrepa, pues una de sus características más notables radica, a su parecer, en abogar por la dignidad, el respeto y la humanidad. Si bien expone la inseguridad en la que vivimos, los vicios del poder de los dominantes, la injusticia y la desigualdad crecientes, su intención última es radiografiar la condición humana y el mundo enigmático en el que vivimos. La promesa abierta de futuro que reside en admitir que nuestra existencia de seres humanos es única y compleja y que puede ser cambiada es, probablemente, su gran hallazgo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.