Doctor en Sociología del Derecho por la Universidad de Yale, profesor de Sociología en la Universidad de Coímbra, Portugal, y profesor distinguido del Institute for Legal Studies de la Universidad de Wisconsin-Madison, Estados Unidos, Boaventura de Sousa Santos se ha convertido en un referente indiscutido en el pensamiento político y social contemporáneo. Sus obras, traducidas […]
Doctor en Sociología del Derecho por la Universidad de Yale, profesor de Sociología en la Universidad de Coímbra, Portugal, y profesor distinguido del Institute for Legal Studies de la Universidad de Wisconsin-Madison, Estados Unidos, Boaventura de Sousa Santos se ha convertido en un referente indiscutido en el pensamiento político y social contemporáneo. Sus obras, traducidas a diversos idiomas, son un fiel reflejo de su compromiso por lo social y abordan, entre otras cuestiones, la sociología del derecho, el Estado, la globalización, la democracia, los derechos humanos y los movimientos sociales. Identificado como promotor y activista del Foro Social Mundial, De Sousa Santos es un arduo defensor de las luchas de los silenciados y un crítico acérrimo de los poderes hegemónicos.
A partir de las protestas reivindicatorias encarnadas por el movimiento de «los indignados» en España, y en un contexto signado por amplias manifestaciones sociales que sacuden a diversas ciudades europeas, Boaventura de Sousa Santos analiza -en esta entrevista vía telefónica desde Portugal- las protestas sociales actuales y el antecedente inmediato en Oriente Medio y el norte de África. Asimismo, el rol de los partidos políticos y la influencia de los medios de comunicación en el escenario mundial.
¿Cuál es su análisis acerca de las protestas sociales que se vienen sucediendo en España?
Las protestas ocurren hoy en varios países europeos, en España, Grecia y Portugal. Todas ellas tienen en común el hecho de ser pacíficas (hubo algunos casos de violencia que los propios movimientos denunciaron), y de adoptar como consigna la lucha por una democracia real o verdadera. Estos dos rasgos las separan de las protestas de jóvenes europeos en períodos anteriores, que se caracterizaron por ser violentas o que tuvieron como consigna la destrucción de la democracia (sobre todo en Alemania, en el período anterior al surgimiento del nazismo). En términos de sus objetivos, son protestas más defensivas que ofensivas y en eso se distinguen también del movimiento estudiantil de 1968. En general, este último tenía objetivos socialistas y sus blancos eran los partidos obreros (comunistas y socialistas) y los sindicatos que, al entender de los estudiantes, habían traicionado la causa obrera y socialista. Al contrario, y a pesar de la retórica más radical, los jóvenes de hoy se manifiestan para defender la protección social y los horizontes de vida personal y colectiva que tuvo la generación anterior. El Mayo del 68 era regulado por expectativas ascendentes, en tanto las protestas de hoy son reguladas por expectativas descendentes. Las consignas anticapitalistas o poscapitalistas, que acompañan en la actualidad a las protestas sociales, son de naturaleza ecológica o ambiental, y en eso también resulta una novedad en relación a las protestas de períodos anteriores. Además luchan contra la corrupción que el neoliberalismo promovió al destruir la idea del interés y del servicio público.
El movimiento de «los indignados» en España evidenció su compromiso con la realidad política y social, y su decisión de expresar sus demandas y reivindicaciones por fuera de los espacios tradicionales. ¿Qué pasa con los partidos políticos?
A pesar de todas las trampas del liberalismo, la democracia entró en el imaginario de las grandes mayorías como un ideal liberador, el ideal de la democracia verdadera o real. Es un ideal que, si se toma en serio, constituye una amenaza demoledora para aquellos cuyo dinero o posición social les ha permitido manipular impunemente el juego democrático. Los jóvenes verifican que la democracia está manipulada por minorías, quizá, más que nunca. De lo contrario, ¿cómo explicar que el Estado tenga dinero para rescatar bancos y no para garantizar la salud y la educación? ¿Cómo entender que el Estado tenga compromisos más fuertes para con los mercados que para con los ciudadanos? En las protestas de hoy, los jóvenes y los ciudadanos en general viven intensamente estas contradicciones. Dado que el Estado y el sistema político no les brindan respuestas adecuadas, buscan presionarlos a partir de un nuevo (muy viejo de hecho) espacio público: la calle y la plaza. La importancia de su lucha se mide por la ira con la que cargan contra ellos las fuerzas conservadoras. Los jóvenes no tienen que ser impecables en sus análisis, exhaustivos en sus denuncias o rigurosos en sus propuestas. Les basta con ser clarividentes en la urgencia por ampliar la agenda política y el horizonte de posibilidades democráticas, y genuinos en la aspiración de una vida digna social y ecológicamente más justa.
En algunas ciudades europeas comenzaron a registrarse situaciones similares. ¿Qué escenarios prevé en el corto plazo?
En los próximos tiempos, las elites conservadoras europeas, tanto políticas como culturales, tendrán un choque: los europeos son gente común y, cuando están sujetos a las mismas carencias o frustraciones por las que han pasado pueblos de otras regiones del mundo, en lugar de reaccionar a la europea, reaccionan como ellos. Para estas elites, reaccionar a la europea es creer en las instituciones y actuar siempre dentro de los límites que ellas imponen. Un buen ciudadano es un ciudadano de buen comportamiento y éste es el que limita sus horizontes de acción y de intervención a los horizontes institucionales. Dado el desarrollo desigual del mundo, no es de prever que en un futuro próximo los europeos padezcan las mismas carencias a las que han sido sometidos los africanos, los latinoamericanos o los asiáticos. Pero todo parece indicar que pueden ser víctimas de las mismas frustraciones.
¿En qué sentido?
Formulado de maneras muy diferentes, el deseo de una sociedad más democrática y justa es hoy en día un bien común de la humanidad. El papel de las instituciones es regular las expectativas de los ciudadanos para evitar que el abismo que media entre ese deseo y su cumplimiento no sea tan grande como para que la frustración alcance niveles disfuncionales.
¿Qué sucede del lado de las instituciones?
Lo que se observa en España, Grecia y Portugal (y mañana quizá en otros países) es que las instituciones democráticas existentes están realizando peor su papel y que cada vez les resulta más difícil contener la frustración de los ciudadanos. Si las instituciones existentes no sirven, es necesario reformarlas o crear otras. Hasta que esto ocurra, es legítimo y democrático actuar al margen de ellas, pacíficamente, en las calles y las plazas. Estamos entrando en un período posinstitucional. A corto plazo, vamos a asistir a un nivel de confrontación social al que los europeos que nacieron después de la Segunda Guerra Mundial, no están acostumbrados. De forma progresiva, se irá viendo claramente que estamos por entrar en un período de bifurcación histórica en el que se abrirán dos caminos alternativos.
¿Cuáles son estos dos caminos a los que alude?
El primer camino, el camino deseado, se asienta en la reinvención de las izquierdas europeas. Estas últimas se articulan para ofrecer una alternativa poscapitalista o por lo menos posneoliberal y hacen posible una refundación democrática y federalista del proyecto de la Unión Europea. Esta refundación va a permitir relanzar en nuevos términos la solidaridad comunitaria nacida de la posguerra y de la Guerra Fría. En este escenario, los países con dificultades financieras van a poder salir de la crisis con alguna dignidad. El segundo camino es el camino del desastre. Las izquierdas no se libertan de los fracasos recientes. La derecha sigue sus planes de destruir el modelo social europeo; el nacionalismo arrogante y el colonialismo interno se intensifican y la Unión Europea se desmorona. La probable intensificación de la protesta social va a ser combatida con soluciones autoritarias y represivas y surgirá un tipo nuevo de Estado de excepción (bien conocido para otros pueblos del mundo). Éste consiste en combinar la democracia política de baja intensidad con el fascismo social en cuanto gramática de sociabilidad desigual.
¿Qué diría acerca de la relación entre partidos políticos y movimientos sociales?
En la Europa de la posguerra, los partidos políticos han dominado la vida política mucho más intensamente que en América Latina. En consecuencia, el diálogo entre los movimientos sociales y los partidos de izquierda no ha sido fácil. La tentación de los partidos por criar «sus» movimientos sociales ha sido grande y la lucha de los movimientos por la autonomía ha sido difícil. De todas maneras, los movimientos sociales han cumplido la función de ampliar la agenda política forzando la entrada de nuevos temas en las agendas de los partidos. Con la crisis financiera, en un primero momento, los nuevos movimientos sociales (ecológicos, por la paz, de mujeres, de inmigrantes, de lucha antirracista, de gays y lesbianas, etcétera) prácticamente desaparecieron de la escena y los viejos movimientos sociales, los sindicatos, volvieron a tener un fuerte protagonismo. Entretanto, surgieron protestas en las que participaron jóvenes y otros ciudadanos que, hasta entonces y en su gran mayoría, no pertenecían a lo que llamamos la sociedad civil organizada, la cual ha sido siempre una pequeña minoría de la población. A partir de entonces surgió un nuevo desafío de articulación política, ya no de respeto a la relación entre partidos y movimientos sino, más bien, de respeto a la relación entre partidos y movimientos, por un lado, y la sociedad hasta entonces considerada no organizada, por el otro. Estamos ante nuevas formas de movilización política que se presentan como extrainstitucionales y buscan presionar el sistema político desde fuera. Las distinciones convencionales entre la sociedad organizada y la no organizada, entre la sociedad civil politizada y no la politizada, tienen que ser reformuladas pues ya no se aplican como lo hicieron hasta ahora.
¿Hasta qué punto la urgencia social por ampliar y fortalecer la democracia influye en la agenda política?
Es difícil prever el impacto real de las protestas en la transformación del sistema político (en su estructura y en su funcionamiento). Pero el mensaje es claro y es doble. Por un lado, las protestas dicen que hay alternativas a las recetas neoliberales que empobrecen a las grandes mayorías y enriquecen a pequeñas minorías y además conducen a la destrucción del planeta. Por otro lado, la democracia representativa no es lo suficientemente fuerte como para poder resistir a su secuestro por intereses minoritarios pero económicamente muy poderosos; hay que reforzarla complementándola con mecanismos de democracia participativa que permitan a los ciudadanos un control más directo sobre las decisiones políticas.
Salvando las distancias y diferencias entre un escenario y otro, ¿qué paralelismo marcaría entre lo ocurrido en Egipto, Túnez y España?
Se ha intentado desacreditar las protestas en Europa con el argumento de que mientras las del Norte de África buscan construir la democracia, «los indignados» europeos buscan destruirla, que en cuanto las primeras luchan porque haya partidos políticos para organizar los intereses colectivos, los segundos critican a los partidos sin ofrecer una alternativa. Las protestas del Norte de África y del Sur de Europa ocurren en contextos políticos distintos. Las primeras marcan una transición de dictaduras a la democracia, en tanto las segundas marcan una transición de democracias de baja intensidad a democracias de alta intensidad. Consecuentemente, sus objetivos de corto plazo son distintos. En el Norte de África las manifestaciones tienen finalidades más claras (echar dictadores, demandar nuevas constituciones, convocar elecciones) que las protestas del Sur de Europa. A pesar de todas las diferencias, no podemos olvidar que las protestas surgen en los dos márgenes del Mediterráneo como consecuencia de una fuerte crisis económica y social provocada por el neoliberalismo y su arma privilegiada, el capitalismo financiero global más volátil y desreglado que nunca. Y luchan contra el empobrecimiento injusto, el desempleo, la injusticia social, y la corrupción causada por la promiscuidad entre el poder económico y el poder político. Los objetivos últimos son coincidentes: una democracia real o verdadera que, para serlo, debe combinar democracia política con democracia socio-económica. En este momento, los movimientos de Túnez y Egipto son bien conscientes de que la democracia política no basta, puesto que las clases dominantes, que se aprovecharon de las dictaduras, ya están intentando aprovecharse de las democracias emergentes.
En este contexto, ¿cuáles son los nuevos desafíos de la izquierda?
Las izquierdas europeas (y también mundiales) tienen que refundarse para responder a los desafíos que enfrentan. La izquierda socialdemócrata debe comenzar por reconocer el fracaso total de la llamada Tercera Vía tal como fuera formulada por el partido laborista británico de Tony Blair y su padrino, el sociólogo Anthony Giddens. La Tercera Vía ha revelado que no es otra cosa que neoliberalismo mal disfrazado. Las políticas de los partidos socialistas de España, Portugal y Grecia son una muestra grotesca de la falta de alternativa al neoliberalismo, lo mismo que cuando sus disfunciones son económica y socialmente más destructivas. Sus derrotas electorales son la prueba del sentido común de los ciudadanos indoctrinados por años de rechazo de alternativas progresistas. Un segundo desafío versa sobre cómo radicalizar la democracia de forma tal que resulte vencedora en un enfrentamiento con el capitalismo. Por último, el tercer desafío es buscar articulaciones y coaliciones efectivas entre las diferentes izquierdas de modo que construyan un mosaico de izquierdas y superen el fraccionalismo destructivo que ha dominado hasta ahora.
¿A qué alude su idea sobre la presencia de un «fascismo financiero» global?
El fascismo social es un régimen social que combina la democracia de muy baja intensidad con dictaduras plurales en las relaciones sociales, económicas y culturales. Consiste en la emergencia de relaciones sociales de tal modo desiguales que los grupos sociales dominantes adquieren un derecho de veto sobre la vida y las expectativas de ciudadanos y grupos sociales oprimidos. Los ciudadanos desposeídos son formalmente libres e iguales, pero viven su cotidianidad como siervos. El fascismo social no es un régimen político sino un régimen social y civilizatorio; promueve la democracia representativa al mismo tiempo que destruye las condiciones de ejercicio efectivo de los derechos democráticos de la gran mayoría.
¿De qué manera disfraza su existencia?
Es un fascismo pluralista que se reproduce en lenguajes de autonomía, libertad, empowerment (empoderamiento u otorgamiento de poderes). Existe en un Estado de excepción que se autodefine como normalidad democrática. El fascismo financiero es, quizá, la forma global más virulenta. Es el conjunto de instituciones y lógicas de intervención del capitalismo financiero global con sus movimientos autorregulados e instantáneos en la escala global. Es la forma más pluralista de fascismo social porque es comandada por una entidad que verdaderamente no existe pero que, contradictoriamente, está presente de manera simultánea en todos los cantos del mundo: «los mercados». El fascismo financiero puede destruir en pocas horas o meses las economías y las expectativas sociales de países enteros, como lo han vivido los países latinoamericanos y asiáticos en el pasado y ahora los países del Sur de Europa. Y tiene muchas vertientes. Por ejemplo, las agencias de rating, que determinan la estabilidad de la economía de países enteros; poco importan los criterios arbitrarios en que se funda el nivel del riesgo. Estas agencias no fueron elegidas por nadie, pero las democracias de baja intensidad les obedecen con más fidelidad que a una sentencia de la Corte Constitucional del país. En cuanto el capitalismo financiero siga «resolviendo» las crisis que produce, las agencias seguirán siendo sus armas de destrucción masiva. Es importante notar que el fascismo financiero prefiere la «normalidad» democrática para poder imponer su dictadura social.
En los últimos tiempos ha surgido con fuerza un profundo debate sobre el rol y la injerencia de los medios de comunicación en sistemas democráticos. ¿Qué piensa al respecto?
En muchos países los medios de comunicación son hoy el mega partido conservador. Son dominados por poderes oligárquicos o por fracciones de la gran burguesía que han logrado una alianza con el capitalismo financiero global por vía del sistema bancario nacional que controlan. Rechazan todo lo que signifique demanda social por más democracia o justicia social que impliquen. Son totalmente hostiles a la regulación democrática del Estado, como hemos visto recientemente en la Argentina. Tampoco les interesa un periodismo independiente. Por ejemplo, los grandes medios norteamericanos despiden periodistas y contratan técnicos de relaciones públicas para identificar los intereses económicos que alimenten la publicidad y, con eso, la sustentabilidad de las ganancias.