En general, son las izquierdas las que utilizan la categoría de clase social para entender la sociedad, principalmente sus conflictos y los mecanismos de explotación de unos sobre otros, a partir del lugar que cada uno ocupa en el proceso de producción. Esta categoría ha ayudado a mostrar la deshumanización que las multitudes sufren, y […]
En general, son las izquierdas las que utilizan la categoría de clase social para entender la sociedad, principalmente sus conflictos y los mecanismos de explotación de unos sobre otros, a partir del lugar que cada uno ocupa en el proceso de producción. Esta categoría ha ayudado a mostrar la deshumanización que las multitudes sufren, y las formas de afrontarla, para que no se perpetúe, y para que se pueda construir relaciones que permitan que el ser humano trate humanamente a sus semejantes. Pero la clase, por imprescindible que sea, es insuficiente para dar cuenta de la complejidad de la sociedad. Es necesario insertarla dentro de una realidad mayor, subyacente a todos los fenómenos sociales: su base biológica. Sin la garantía de la base biofísica y ecológica de la vida, los problemas quedan colgados en el vacío. Importa mucho entender que la sociedad y el medio ambiente son interdependientes, partes inseparables de un único proceso evolutivo y planetario. La actividad biológica representa una propiedad de Gaia, que incluye a los seres vivos, especialmente a los humanos, y su infraestructura físico-química-informacional, expresiones de un todo vivo y sistémico. De ahí que el pacto social debe ser articulado con el pacto natural.
No se puede tampoco olvidar la segunda ley de la termodinámica, la entropía, el desgaste lento e imparable del uso de energía hasta su agotamiento total por la muerte térmica. Cuanto más aceleramos el proceso productivo y cuanto más consumimos, más energía gastamos, y así, hacemos aumentar la entropía. El ser humano no puede detener la entropía, pero puede desacelerarla, favoreciendo formaciones sociales con menos uso y menos desperdicio de energía, prolongando así el tiempo de sobrevivencia personal y colectiva.
De la conciencia de clase debemos pasar a la conciencia de especie, de la clase social a la biología social. La conciencia de especie es fundamental en la relación ser humano – naturaleza. De nuestro comportamiento colectivo frente a las cuestiones ligadas a la biología, como biodiversidad amenazada, la escasez de los recursos, el creciente calentamiento planetario, atestiguado ahora por el IPCC, el problema demográfico angustiante y las cuestiones de las armas de destrucción masiva, depende la sobrevivencia de nuestra especie homo . Esta cuestión sobrepasa la clase social, pues la amenaza alcanza indistintamente a todos. Sin embargo, hay que reconocer con los marxistas que la disminución de la desigualdad, y la justicia social, son precondiciones para el equilibrio socio-ecológico que retarda los efectos de la entropía.
Jean-Paul Sartre, en una entrevista concedida poco antes de morir al periódico italiano La Reppublica del 14 de abril de 1980, tal vez nos ayude a entender la cuestión. Habla del origen biológico común y del fin de la especie humana. Dice: «No somos seres humanos completos. Somos seres que se debaten para establecer relaciones humanas y para llegar a una definición del ser humano. Es una lucha larga, que consiste en tratar de vivir juntos humanamente. Es pues, mediante esta búsqueda -que no tiene nada que ver con el humanismo- como podemos considerar nuestro fin. En otras palabras: nuestro fin es alcanzar un cuerpo constituido en el cual cada uno se sienta ser humano y una colectividad que se sienta también humana».
En un lenguaje de la cultura humanística, dice lo mismo que hemos dicho más arriba en lenguaje biológico. Nos falta mucho todavía para sentirnos parte de la naturaleza y tratarnos humanamente los humanos. En caso contrario, correremos el riesgo de conocer el camino ya recorrido por los dinosaurios.