Desde mediados de la Guerra Fría, una serie de estaciones de radio transmiten día y noche extraños códigos y señales al mundo entero, lejos de los ojos y oídos del gran público. Ningún país reconoce poseerlas, pero no paran de emitir. Con los años,se han sumado otras aún más raras e inquietantes. En estos tiempos […]
Desde mediados de la Guerra Fría, una serie de estaciones de radio transmiten día y noche extraños códigos y señales al mundo entero, lejos de los ojos y oídos del gran público. Ningún país reconoce poseerlas, pero no paran de emitir. Con los años,se han sumado otras aún más raras e inquietantes.
En estos tiempos de Internet y teléfonos celulares, cada vez van quedando menos radioaficionados. La conveniencia, sencillez y economía de estas telecomunicaciones avanzadas han hecho que mucha gente olvide aquello tan viejo de levantar una antena y transmitir -o escuchar- por sus propios medios. Con ello, gran parte de esa realidad que llamamos espectro radioeléctrico ha desaparecido de la vista del público (algo que, de todos modos, nunca fue muy popular). Se usa constantemente, pero detrás de tantas capas que es como si fuera invisible.
…seis, nueve, tres, cinco, siete, siete, cero…
Los estados, sus militares y algunas entidades privadas, por supuesto, siguen igual de interesados en este ámbito de la realidad que -entre otras cosas- permite comunicarse autónomamente a muy grandes distancias. Con razón se dice que el arma más peligrosa del mundo es una radio, y las fuerzas armadas destinan grandes recursos a proteger las propias e incapacitar las del enemigo. Todos los países dignos de tal nombre vigilan, fiscalizan y monitorizan cuidadosamente su espacio radioeléctrico (y tratan de llegar al de los demás).
En esta frontera inmaterial, como en todas las fronteras, ocurren muchas cosas y algunas de ellas bastante extrañas. De esas que dan pábulo a las leyendas y los mitos. Durante las últimas décadas, han venido saliendo al aire unas estaciones muy raras; casi se podría decir que fantasmagóricas o, cuanto menos, espectrales. Las más conocidas han venido a llamarse, por falta de mejor nombre, estaciones de números. La razón es sencilla: día y noche, incansablemente, a horas y frecuencias exactas, una voz de hombre, mujer o incluso infantil emite al mundo número tras número sin sentido aparente, intercalando de vez en cuando alguna palabra o música (siempre la misma, y los aficionados les ponen nombre a partir de ahí). Las hay en muchos idiomas, sobre todo inglés y ruso (qué raro, ¿eh?), aunque no faltan las que transmiten en castellano. Algunas de estas voces son claramente sintéticas; otras, podrían pertenecer a un tipo de locutor sin duda singular.
Ningún país reconoce su existencia ni, en general, opina sobre las de otras naciones. Simplemente, están ahí. La opinión más generalizada es que transmiten mensajes en clave para sus agentes repartidos por todo el mundo; el hecho de que emitan en onda corta / alta frecuencia (que multiplica el alcance a larga distancia por propagación ionosférica), junto a la presencia de cortas ráfagas de datos modulados en la señal, refuerza esta hipótesis. Que, de hecho, ha sido confirmada oficiosamente en al menos dos ocasiones.
Una de ellas fue cuando un portavoz del Ministerio británico de Comercio e Industria, responsable de la regulación de tales frecuencias en el Reino Unido, aseguró en declaraciones al Daily Telegraph que «…son lo que ustedes suponen que son. La gente no debería fascinarse con ellas. No son para, digamos, consumo público.» De manera más contundente, durante un caso de espionaje en los Estados Unidos se acusó más o menos públicamente a varias personas de recibir instrucciones cifradas mediante la emisora Atención vinculada con el gobierno cubano; fue la primera ruptura del pacto entre caballeros según el cual estas estaciones no son de nadie, no transmiten nada de interés y disuélvanse, que aquí no hay nada para ver.
La tía Henrietta ha llegado con bien a York.
Ya durante la Segunda Guerra Mundial llamaron mucho la atención las largas series de «mensajes personales» transmitidos por la BBC de Londres o Radio Moscú, sólo por citar dos de las más conocidas. Estas emisiones, disimuladas entre verdaderos mensajes de servicio público, contenían información cifrada para los espías, resistentes y guerrilleros situados en la Europa ocupada por los nazis.
Su formato era sencillo y de apariencia inocente; podía ser, por ejemplo, algo del tipo «para John Smith, de Glasgow, de sus primos en Leicester: la tía Henrietta ha llegado con bien a York.» No hace falta mucha imaginación para comprender que esto puede constituir perfectamente un mensaje cifrado para algún destinatario secreto… o no. Se trata, en todo caso, de transmisiones unidireccionales: no se espera respuesta alguna del receptor, al menos no de modo inminente. Sirven para remitir órdenes, instrucciones, datos… y a veces cosas como felicitaciones de cumpleaños o por alguna fiesta nacional. Hay que cuidar al personal.
La utilidad más interesante de este tipo de mensajes es que, si el canal no ha sido penetrado y no se cometen errores, resultan completamente indescifrables. Para ello usan cifrados arbitrarios (frases convenidas con anterioridad, como la que acabamos de ver) o las llamadas libretas de un solo uso, que se corresponden mucho mejor con estas estaciones de números. Cuando se emplean correctamente, las libretas de un solo uso no se pueden romper de ninguna manera, a diferencia de lo que sucede con las cifras basadas en algoritmos lógico-matemáticos (como las que se utilizan habitualmente en Internet o en la telefonía celular, tipo RSA, A5 o KASUMI).
La cifra más segura del mundo.
En esencia, las libretas de un solo uso no son más que un cifrado por sustitución o, a veces, por trasposición; ténicas utilizadas desde tiempos antiguos. Usarla es tan sencillo (aunque engorroso sin ordenadores) como combinar cada palabra, letra o número del mensaje con la correspondiente palabra, letra o número de la libreta, a palo seco o con distintas combinaciones. Pero, a pesar de su simplicidad, constituyen información teóricamente segura: es decir, segura por completo (si se aplica siguiendo el modelo teórico).
Su fortaleza radica en tres elementos: la seguridad de la clave, en que ésta sea aleatoria por completo y en que nunca se vuelva a usar, lo que en la práctica resulta más fácil de decir que de hacer. Si se reutiliza la misma clave aunque sólo sea una sola vez, los mensajes pueden descifrarse mediante operaciones matemáticas simples (por eso se llama de un solo uso). Si no es completamente arbitraria, también. A veces se utilizan generadores pseudoaleatorios de números para producirlas, pero la gente verdaderamente seria usa generadores aleatorios de naturaleza cuántica.
A pesar de ser segura por completo, su uso no se generalizó hasta la llegada de la informática debido a las dificultades prácticas de gestionar todas esas libretitas de un solo uso. La URSS -por ejemplo- metió la pata durante un breve periodo durante la Segunda Guerra Mundial, debido a que las exigencias del conflicto requerían más claves aleatorias de un solo uso de las que podían producir: tuvieron que reutilizar algunas páginas (aunque nunca libros completos). Gracias a eso, los Estados Unidos pudieron descifrar una parte de los mensajes enviados por sus entonces aliados soviéticos durante la guerra (algunos tan tardíamente como en los años ’80). En 1946 un espía les notificó el error y así sus libretas de un solo uso se volvieron completamente indescifrables otra vez.
Es casi seguro que estas estaciones de números emiten mensajes a sus agentes repartidos por el mundo, para ser descifrados usando las libretas de un solo uso (hoy en día, en versiones informatizadas). Sin embargo, a partir de finales de los años ’60 y sobre todo de los ’70 comenzaron a aparecer en el bloque soviético un nuevo tipo de emisiones aún más extrañas y misteriosas: las balizas de letras.
Las balizas de letras.
Estas son estaciones de radio que emiten constantemente una letra en código Morse (en su versión cirílica), siempre la misma, una y otra vez. Aparentemente no hacen nada más, o al menos no hacen nada que la comunidad amateur haya logrado entender; y algunos cuentan con equipos y conocimientos francamente sofisticados. Por eso y porque se confunden fácilmente con las radiobalizas aeronáuticas NDB que también transmiten su identificador en Morse (aunque no en onda corta), han venido a denominarse balizas de letras.
Aquí las especulaciones son mucho más variadas, puesto que nadie parece entender su verdadera función. Muchas de ellas han sido trazadas a bases navales de la flota antes soviética y ahora rusa. Unos creen que constituyen marcadores de propagación, para saber qué frecuencias responden mejor en cada momento determinado. Otros, que se trata de indicadores para canales de transmisión naval relacionados con la flota de superficie, submarina e incluso fluvial. Los de aquí, que en realidad sirven para el seguimiento de satélites. Los de allá, que son para la defensa civil. Vaya, que nadie tiene ni idea. Al menos, nadie que esté dispuesto a publicarlo.
Hay al menos doce balizas de letras, todas ellas ubicadas en territorio de la antigua Unión Soviética y la mayor parte en Rusia. Convencionalmente se agrupan en dos categorías: las agrupadas y las solitarias. Las agrupadas se llaman así porque transmiten en frecuencias muy próximas, separadas exactamente cien hertzios entre sí. Y las solitarias reciben su nombre por hacerlo en frecuencias propias, que no parecen relacionadas con las demás. A veces, alguna de estas (notoriamente la «P») interrumpe su emisión para transmitir una rápida secuencia en código Morse o de tipo digital. Por lo demás, ahí están, comunicando al mundo día y noche una única letra una y otra vez.
El zumbador.
Otras personas han deducido otros posibles usos más siniestros para estas oscuras emisoras; sobre todo, a partir de la aparición de otra denominada el timbre, el zumbador o UVB-76. Como su apodo indica, suena como un timbre o zumbador pitando veinticinco veces por minuto, 24 horas al día, 365 días al año, en 4625 kHz y otras frecuencias próximas. Durante unos cincuenta minutos al día, de 7:00 a 7:50, transmite con menor potencia; se postula que le hacen el mantenimiento en ese rato. Ha sido trazada hasta una instalación militar en Povarovo, cuarenta kilómetros al noroeste de Moscú.
Si las balizas de letras ya son raras e incomprensibles, el zumbador resulta marciano por completo. Fue detectado por primera vez en 1982, aunque probablemente ya llevaba emitiendo una buena temporada. Muy ocasionalmente, la transmisión se ha interrumpido para pronunciar unas palabras en clave. Con más frecuencia se han escuchado voces y ruidos de fondo, como si hubiera un micrófono abierto todo el tiempo o buena parte de él. De hecho, parece que el pitido no se inyecta directamente en el circuito, sino que se capta del sonido ambiente en el misterioso estudio. Su sonido característico ha cambiado en al menos dos ocasiones; la más reciente, el mes pasado (junio de 2010), después de una serie de transmisiones en Morse y politonos.
Los rumores y especulaciones sobre este zumbador son extensos y variados. Generalmente se le vincula al Estado Mayor Ruso, y no son pocos quienes piensan que está relacionado con el mecanismo de mano del hombre muerto Perimetr; vamos, que si este zumbido cesara (en solitario o junto a otras señales desconocidas), todo el sistema ruso de represalia termonuclear se activaría. Otros, menos temibles, opinan que puede ser una variante sobre las más conocidas estaciones de números, un sistema de telecomunicaciones para el Distrito Militar de Moscú e incluso un sistema de investigación ionosférica similar al HAARP.
Existió durante muchos años una versión occidental de Zumbador, llamada la emisora de música hacia atrás por los extraños sonidos que transmitía; estuvo trazada a los Estados Unidos y el Reino Unido, pero aparentemente desapareció en 2004. Se comenta que se han pasado a Internet, ahora que está ya controlada por completo, o a redes más seguras. Zumbador, en cambio, continúa activo y cualquiera diría que sigue siendo actualizado y modernizado, sea para lo que sea que haga.
Estaciones de números, balizas de letras, Zumbador: emisoras secretas que nadie reconoce, que el mundo ignora y que indudablemente forman parte de los mecanismos más secretos y delicados de las naciones. Quizá habrá que esperar a que nos lo cuente la historia pues, en casi medio siglo, nadie parece haber estado dispuesto a salir y hablar.
Fuente: http://lapizarradeyuri.blogspot.com/2010/07/las-misteriosas-estaciones-de-numeros.html