El autor de ¿Quiénes somos? evalúa el actual estado de las cosas en la literatura, la historia y la lucha de clases.
El último libro de Constantino Bértolo (Navia de Suarna, Lugo, 1946) es una selección de 55 libros de la literatura española del siglo XX. Hasta ahí todo suena bastante convencional. Pero su título, ¿Quiénes somos?, introduce una cuestión importante: cómo las novelas y los poemas conforman una conciencia, o un sentimiento, colectiva.
En la dialéctica entre historia y literatura, Bértolo —crítico, editor, escritor— reivindica “la historia en su sentido de memoria cultural, y la literatura no en su sentido de contramemoria, sino en el de escrúpulo (piedra en el zapato), vigilancia y sospecha frente a una historia que, más que ninguna otra narración, está escrita desde el poder y para el poder”. En un momento en el que la historia parece poco más que una colección de efemérides y la literatura arrastra una crisis de credibilidad, la sola idea de que obras como La voluntad, Tea Rooms, La gallina ciega o La conquista del aire nos forman y nos conforman suena a provocación.
Sobre el título del libro, ¿quiénes somos o quiénes fuimos? Da la sensación de que el olvido es una condición fundamental del capitalismo actual.
Evidentemente lo que fuimos está en el qué somos. El paso por la postmodernidad lo que ha provocado es que se ha desvanecido un poco lo que llamaríamos “la mirada política”. En ese sentido, la política está menos presente y al mismo tiempo más actuante. Pero, vamos, me parece que el siglo XX sigue estando presente en nosotros. El olvido también está presente siempre. El siglo XX lo vemos cada día. Cuando veo resurgir la derecha, Vox y tal, me pregunto “la Guerra Civil, ¿ha terminado de verdad?”. No diría que el que somos y el que fuimos se contrapongan. Más bien, yo diría que se contienen el uno al otro.
En una de las últimas reseñas, dices “cuando el pasado todavía existía y formaba parte del presente”.
Creo que el intento de la postmodernidad es convertir todo en presente. Claro, al convertir todo en presente, desaparecen tanto el pasado como el futuro. Cuando uno mira hacia atrás, está mirando hacia delante. La memoria forma parte del futuro, no forma parte del pasado. Porque uno mira en función de lo que tiene delante. Supongo que un muerto sí que mira hacia atrás, pero a los vivos no nos queda más remedio que mirar hacia adelante.
Hace poco, Javier Cercas decía “ya vale. Ya no hace falta decir nada más sobre el 23F porque ya lo he escrito yo”. ¿Interesa que el pasado no mueva ya nada?
Claro, yo creo que esto depende de la lectura de la historia que haga cada uno desde la posición en la que está y, sobre todo, desde la posición que quiere hacia adelante. ¿Para qué va a tener que mirar hacia atrás Cercas, que está contento con la historia como está pasando? Está en su paraíso, que es la desaparición del tiempo. O sea, que no me extraña.
Otra de las ideas de ¿Quiénes somos? es la de la literatura como una construcción de la identidad colectiva. Me surge la pregunta de si ahora esa construcción de identidad ha sido adelantada por la escritura en los medios de comunicación social, en los sistemas de mensajería (WhatsApp, Facebook, etc). ¿Estamos más pendientes de escribir que de leer?
Yo creo que el papel de la literatura, e incluso el papel que cumplió a lo largo del siglo XX, era todavía relevante. Para entendernos, la literatura es una parte de la escritura, y la escritura durante buena parte del siglo XX era un dominio que pertenecía a lo que llamaríamos “las élites politizadas”. A las élites. Entonces, llega la democratización de la escritura y de la lectura.
En el siglo XXI surge lo que llamaríamos “la sociedad de masas de escribientes”, algo que implica que ahora escribe todo el mundo, ya no solo libros, que también. Por eso la literatura ha perdido parte de su aura elitista. No es que se haya democratizado. Democratizarse es otra cosa, porque todavía entran factores que no son muy democráticos, por ejemplo el poder editorial, o el poder de los medios. Pero sí que, evidentemente, las redes sociales permiten escribir a todo el mundo. Y en ese sentido, inevitablemente, la literatura, que nace como un producto de las élites, se tiene que transformar, cambiar, desaparecer y, en todo caso, cuestionarse.
¿Qué capacidad tiene esto de transformarnos?
Hasta muy entrado el siglo XX, la literatura fue el medio de producción de historias. Empieza a competir con ella el cine, más tarde la televisión, etc. Si antes la literatura ocupaba un 40% de esa cultura, pues hoy creo que solo ocupa un 15 o un 20, porque lo que ocupan las redes, lo que ocupan las series, lo que ocupan las plataformas, inevitablemente le ha restado espacio y presencia a la literatura. Aunque tengo que decirte que a mí me sigue extrañando el papel que todavía se le da a la literatura en los medios de comunicación.
¿Por qué?
Al final del siglo pasado pensaba que todos los suplementos culturales literarios desaparecerían pronto. Y me pregunto muchas veces qué les da hablar de literatura a los medios, por qué es necesario para ellos. Esto es una pregunta que los medios deberíais responder. El peso de la palabra escrita es la hostia. La palabra escrita nace como palabra memorable. Las palabras se escriben en la piedra para que permanezcan, y en el papel más o menos igual. Existe entonces ese deseo de permanencia, que está tanto en los medios, y supongo, quiero pensar, que también está en los lectores y las lectoras. Es decir que la literatura todavía arroja algo atemporal que estaría en contra de la filosofía con la que está escrito este libro.
La crítica ha desaparecido porque nadie se pregunta qué quieren los libros de nosotros y qué queremos nosotros de los libros
Has hablado en anteriores entrevistas de la sustitución de la crítica por la prescripción. Me parece que eso responde a la cuestión que has planteado sobre los medios de comunicación. No se deja de facilitar el acceso a cierto lectorado, pero ya no desde una posición posiblemente crítica, cada vez menos analítica, sino con esta idea de “ayudar” a encontrar un camino.
Sí, la recomendación. Me sigue asombrando que cada fin de semana, cuando salen los suplementos más influyentes, aparece una media de 25 obras maestras, y digo “joder…”, veo las reseñas y todas son buenas. Me sigue asombrando. La pregunta es desde dónde, desde qué situación se juzga. Lo que ha perdido la crítica, desde mi punto de vista, es la capacidad de decir “bueno, yo hablo desde aquí”. Parece que todo el mundo habla de esta cosa que se llama “la literatura” que queda bien, a todo el mundo le gusta. A la gente le gusta que le guste la literatura. Pero, claro, la crítica ha desaparecido porque nadie se pregunta qué quieren los libros de nosotros y qué queremos nosotros de los libros. ¿Pasar el tiempo? ¿Entretenimiento?
¿Han pasado de moda los libros que pretenden dar respuestas?
Son libros de los que se desconfía. Me atrevería a decir, una novela que responda parece que es una novela dogmática. Aquí parece que los libros están hechos solamente para hacer preguntas. Es es uno de los tópicos. En las entrevistas continuamente escuchas “no, mi libro lo que hace es preguntar…”. Después de escribir ¿Quiénes somos? pensé que quizá muchos de estos libros que seleccioné son libros que responden. Me dio esa impresión… no a la hora de elegir el criterio, pero sí que me di cuenta de que muchos de estos libros se atreven a tener respuesta. Y quizá eso explique que algunos libros que hay en el libro no formen parte del canon de la socialdemocracia, que creo que es el canon hegemónico en este momento.
Retomando sobre el papel actual de los medios, creo que hay una interpretación posible que es el hecho de que el silencio es la peor crítica. Solo con que hables de algo parece que hablas bien.
Curiosamente la sensación que uno tiene es que la crítica se ha convertido en una publicidad barata. Es verdad que ha perdido peso comercial. Antiguamente, una buena crítica en página impar —que son las buenas críticas, con la foto por arriba— vendía a lo mejor 500 ejemplares, y hoy si llega a 50 hay que darse con un canto. Los únicos medios que venden libros en realidad son algunos programas de radio concretos. De hecho, muchas veces sucede lo contrario: es la venta lo que lleva a la crítica a hablar de ese libro. O sea, el fenómeno se ha invertido inevitablemente.
No es cierto lo que se dice de que con la literatura solo se identifican los adolescentes. De mayores el tipo de identificación no es tan directa y brutal como en la adolescencia, pero la lectura te devuelve una imagen tuya, inevitablemente
Cuando llegó la pandemia, sobre todo en esas primeras semanas de confinamiento —pero creo que es algo que ha persistido— en algunas conversaciones salía esta idea de “soy incapaz de leer ficción, estoy bloqueado, no dejo de estar en las redes sociales, no dejo de estar informado pero no puedo con la ficción, se me va la cabeza a otras cosas”. Con eso quiero rescatar esa idea del silencio como una de las grandes quimeras de nuestro tiempo.
Te lo voy a responder diciéndote que, curiosamente, mi experiencia como lector es, con el paso de los años —salvo en este episodio que he tenido que releer veinte mil cosas—, la ficción ha ido interesándome menos. Me he preguntado que por qué y, claro, tengo que decirte que la respuesta viene dada por la edad. Inevitablemente tengo interiorizado que mi espacio de vida es corto y creo que en la ficción se encuentran propuestas de vida. Entonces, claro, cuando de pronto o la edad o una situación como puede ser la pandemia, digamos que desvanece, tapa, o lo pone todo en cuestión, en ese momento seguramente se dificulta asomarse a otras vidas. La vida propia siempre está por delante. Creo que eso puede explicar un poco esa primera reacción de parón. No creo que la humanidad tenga ya esta edad mía, pero en fin, es verdad que la pandemia aproximó una idea de final. Tenía algo de acabose, y si estás en el acabose, ¿qué más te da lo que haga Madame Bovary? ¿Será feliz? ¿Follará, o no?
El otro día estaba viendo una película con mi madre, estamos en una situación que no está siendo fácil para la familia. La película [Minari] es un dramón y le comenté “por lo menos son los problemas de otros”.
Ya, sí… Es verdad que la ficción es problema de otros, pero inevitablemente cuando uno lee siempre se está autoproyectando. No es cierto lo que se dice de que solo se identifican los adolescentes, no, yo creo que no, yo creo que, de mayores, el tipo de identificación no es tan directa y brutal como en la adolescencia, pero la lectura te devuelve una imagen tuya, inevitablemente. Quizá hay un tipo de lectura, que yo identificaría un poco con lo que eran hasta ahora los best seller, que permiten ser leídos manteniéndote lejos de ellos. Puede ser.
La literatura nació como un producto del excedente, ahora que todos los días se genera información equivalente a la Biblioteca de Alejandría (es un decir), ¿qué sentido tiene entonces seguir produciendo literatura?
Esta crisis de sobreabundancia literaria, que por un lado responde al acceso general a la escritura y a la lectura, desde mi punto de vista va erosionando el campo literario, al eliminar de ese concepto la parte elitista, que yo creo que es la clave de la literatura. Entonces, eso ¿a qué dará lugar? Desde mi punto de vista, no sé si lo acabaremos llamando “industrias semánticas”.
La frontera entre la literatura comercial y la Literatura —con mayúscula— ya se ha borrado o casi se está borrando. Entonces, ¿qué va a pasar con ese concepto? Es verdad que lo que uno nota, todavía, es la resistencia a esa pérdida, porque inevitablemente es una forma histórica de la acumulación de capital cultural, que diría Bourdieu. Una de las resistencias es el canon literario, el canon como imposición ya no del qué leer, sino del qué sentir. Ahí yo veo una presencia nostálgica de las élites.
Todavía entre autores que escriben textos que a mí me parece que cuestionan lo dado, cuando se ponen a hablar de literatura, joder, les sale lo inefable por todos lados
No se quiere abandonar esa posición de poder.
Porque es verdad que ahí se juega con la palabra y, claro, los dueños de la palabra siguen teniendo peso, porque todavía la palabra sigue siendo una forma básica de relación. Sigue habiendo una lucha por los significados. Hay resistencias para que la literatura sea todavía otra cosa —“no, está por encima de la lucha de clases, es atemporal”—. Esa resistencia, en el campo literario, es tan generalizada que casi, casi diría que es mayoritaria. Todavía entre autores que escriben textos que a mí me parece que cuestionan lo dado, cuando se ponen a hablar de literatura, joder, les sale lo inefable por todos lados. Hay una nostalgia de la religión literaria… por eso yo siempre digo que este es un libro laico.
Una de las obras que reseñas es de Ortega y Gasset, y esa influencia fundamental que ha tenido sobre la cultura española…
Que ha tenido y tiene…
Mi pregunta es si todos estos movimientos de reacción elitista que vemos, y de algunos autores que han hecho de eso su razón de escribir y de ser, si todo esto es una revuelta contra la última derrota de Ortega, contra el antielitismo que ahora impera en la sociedad.
Hay un discurso antielitista que se ha ampliado y se ha extendido, es cierto. Ahora, yo diría que Ortega todavía tiene fuerza. El elitismo estético, por ejemplo, no se ha pasado, más bien todo lo contrario. Veo, por ejemplo, ya no solo entre escritores —que casi están obligados a responder lo que ellos saben que hay que decir para quedar bien— sino, joder, entre mucha gente que lee como colocándose en una posición de “bueno, yo soy un homo literarius”. Es la idea de la literatura como espacio religioso, no como espacio laico.
Yo siempre digo que pertenezco a una generación de desclasados, que gracias a la cultura llegamos a saber que debajo del colchón había un guisante. O sea, a tener sensibilidad
A nivel social el antielitismo neocon tiene vocación de hegemonía.
Lo que sí es cierto es que el elitismo ya no se puede manifestar como tal. Siempre me hago la misma pregunta: los hijos de las élites, ¿en qué colegios estudian? ¿Os acordáis hace tres años que hubo una pareja de chicos ricos que murieron en un ascensor? ¿No os acordáis? Venía el colegio donde estudiaban, y dije “joder, es la primera vez que tengo información de este colegio”. Porque ¿dónde se están reproduciendo de verdad? Ya sabemos que luego van a Harvard si pueden, pero aquí ¿dónde…? ¿En Estudio? Bueno, en Estudio los socialdemócratas bien colocados, pero los ricos de verdad, ¿dónde…?
Hay una transformación importante de las élites en el nivel cultural.
Por ejemplo, la élite ya no está obligada a leer, ni a citar. Alguien me contaba un día que donde se juntan hoy las élites es en los maratones internacionales. “¿Dónde está? No, está en el maratón de Tokio”. Pero, claro, los pobres desgraciados tardamos mucho en saber de dónde vienen las élites. Lo que sí veo es que no tienen mucho interés por la cultura. Yo siempre digo que pertenezco a una generación de desclasados, que gracias a la cultura llegamos a saber que debajo del colchón había un guisante. O sea, a tener sensibilidad. Pero vaya desclasamiento de mierda, que cuando llegamos ellos ya no están, ellos ya están en los maratones. Entonces, es verdad que, en teoría, el antielitismo, la desaparición de las élites, formaría parte de nuestro tiempo, pero yo sigo pensando que no. La pregunta sería qué leen las élites. Supongo que no leen…
Me imagino que Twitter.
Hasta hace poco necesitaban leer. Es que leer era su alimento, o sea, la literatura era uno de los medios de producción de élites. Yo creo que ahora no. Sí, en las redes seguramente estarán funcionando entre ellos. Instagram antes que Twitter.
Pero Instagram es la sustitución de la palabra por un atardecer camino del maratón de Tokio.
Sí, la cursilería en imagen es más fácil, incluso.
Conlleva menos preguntas que la cursilería escrita…
La cursilería escrita… Yo soy de la teoría de que las novelas que funcionan en España son cursis, desde hace tiempo. Y hay cursilería de derechas y de izquierdas. El héroe tradicional de la narrativa española se sintetiza en la frase aquella proverbial de “hombre, de joven era revolucionario, pero luego…”. La novela tradicional española lo que cuenta es la historia de cómo pasas de querer cambiar el mundo a «bueno, en fin…». A un pesimismo agradable, que te deja disponible, escéptico. Esto es lo que ha contado la novela, también del siglo XX. Cómo se pasa de estar en el núcleo de la revolución a escribir. Acaban felices: “Ay, me he encontrado en la escritura”.
¿Es el desclasamiento individual el proyecto colectivo en el que estamos inmersos como sociedad?
Claro. Lo que es nuevo, aunque ya es un tópico decirlo, es la autoexplotación como búsqueda de la libertad. Hay algo que tiene que ver con eso que es el hablar bien de uno. A mí me deja asombrado… O sea, yo veo un tweet “dentro de cinco días aparece mi libro”, “ha salido mi libro” “mira lo que dicen de mi libro”. Venderse todo el tiempo, tan descaradamente, me parece acojonante, porque supone un cambio. Y seguramente, digámoslo así, es un prejuicio por mi parte, es un prejuicio de viejo.
El hecho de que se dé nombre de enfermedad a lo que —por lo menos bajo mi punto de vista— responde a una situación social y no a una psicología personal es un síntoma de una batalla que han ganado
Entre mis colegas escritores o periodistas, o como lo queramos llamar, porque también el hecho de ser “multidisciplinar” es algo muy de nuestro tiempo, eso que comentas genera mucho conflicto porque esas horas no las paga nadie, y no se sabe muy bien a dónde va esa plusvalía, además de a Twitter.
Exactamente, estás invirtiendo y no sabes la rentabilidad que va a tener. Entre otras cosas, eso explica, desde mi punto de vista, el éxito de las redes: el publicar inmediatamente. Imagínate antes, que se pasaban horas, horas y horas sin saber siquiera si se iba a publicar. Ahora te crees que publicas. Las redes son públicas pero privadas, también a un tiempo. Para mí, una de las cosas curiosas de las redes es esa cuestión. ¿Es un espacio público? ¿Es un espacio privado, un patio de vecinos? Yo le he dado vueltas sobre todo en el mundo de la edición.
Para los medios también es una cuestión fundamental. La producción de contenidos es la exigencia, pero más allá que esa producción está la reproducción, la difusión.
Entiendo que un medio se autopromocione. Ahora, ¿el “yo”? Ya sabemos que en el capitalismo todo es mercancía, pero la aceptación de que yo soy lo que me vendo, a mí me parece un cambio.
¿Cómo crees que están interrelacionándose la cuestión de la lucha de clases y los problemas de salud mental que están emergiendo en la sociedad? Me da la sensación de que la transformación de la lucha de clases ahora está teniendo lugar en el cerebro.
Sí, sí, en el cerebro. Interesante. Lo voy a decir en términos de los que a mí me gustan: el rencor social lo han transformado en una enfermedad. A mí me resulta difícil pensar que alguien pueda vivir en medio de la lucha de clases sin rencor, pero como el rencor está mal visto, está mal considerado, no son modales, no son formas, esto ha derivado a un problema de salud mental. Un rencoroso es un enfermo mental. Un ejemplo: alguien que no está de acuerdo con el sistema de enseñanza, un estudiante, no se ha convertido en un mal estudiante —como se decía antes—, no, se ha convertido en alguien que tiene un problema mental.
El hecho de que se dé nombre de enfermedad a lo que —por lo menos bajo mi punto de vista— responde a una situación social y no a una psicología personal es un síntoma de una batalla que han ganado, o que están ganando. Es que, si solo existe el “yo”, o tienes un coach, o tienes un psicólogo, o tienes un psiquiatra, tienes que tener un terapeuta todo el tiempo.
Si te lo puedes permitir…
Evidentemente. Es que incluso tener un ‘yo’ es caro. Como antes ser culto era caro. Para tener un ‘yo’ hay que tener tiempo libre, incluso para estar deprimido tienes que tener tiempo.
Con respecto a El año que tampoco hicimos la revolución, una de las últimas novelas que aparecen reseñadas en ¿Quiénes somos?, terminas valorando que interpreta lo cotidiano como una novela de misterio.
Creo que la novela de Todoazen lo que viene a decir es que las narraciones hoy sí se han desprendido del concepto elitista de la novela pero se sigue narrando. El poder sigue narrando en sus medios de comunicación. Sería un aviso de que ahí sí que se está produciendo la literatura real. ¿Dónde nos vemos? ¿Quiénes somos? ¿Cómo respondemos a quiénes somos hoy? Muchísimo más en la publicidad, muchísimo más en los medios de comunicación que en los libros concretos que se supone que son los que tenían el monopolio de la identidad.
Recuerdo que, cuando decidí escribir sobre este libro, me vino a la cabeza una especie de imagen de otro hilo que había elegido, que era el Tensor de Sender, un libro en realidad casi periodístico. En un caso era periodismo buscado y en el otro periodismo que venía. Entonces, me pareció que era una forma de ir cerrando lo que quería contar.
Lo que se extrae de la lectura de El año que tampoco hicimos la revolución es que la literatura nos ha permitido aprender a detectar a los criminales siguiendo una trama, pero en nuestro cotidiano no hemos sido tan hábiles como para descubrir quién es el responsable del crimen.
Creo que desde que uno acepta que tiene que autoexplotarse está aceptando el crimen. Hay un paso que a mí me parece fundamental. Cuando mis hijos eran pequeños me preguntaban “papá, ¿qué es un comunista?”. Mira, hijo mío, un comunista es el que cree que sin obreros no habría empresarios, y uno de derechas es aquel que se cree que sin empresarios no habría obreros. Pero ahora que somos empresarios de nosotros mismos, pues…
Hay que encontrar los fragmentos de obreros que nos quedan en cada uno.
O, como yo digo, “cada vez que uno abra una lata de sardinas, que piense que las sardinas no han llegado a la lata solas”.
Con el tema de la pandemia, sí se hizo hincapié en eso de la esencialidad de las trabajadoras.
Sí, sí, sobre todo en ciertos servicios. Tomó relevancia —y debería haber tomado más— lo que dependemos del trabajo ajeno. Luego se fue centrando siempre en el sector sanitario, pero ¿recuerdas que hubo un momento muy agradable, digamos ideológicamente, que es que, de pronto la gente se dio cuenta de que las cajeras de los supermercados eran la hostia? De pronto esa figura se convirtió en una figura de dignidad. La ha perdido otra vez.
No veo que eso haya servido como reajuste en la mirada, pero sí que es verdad que, en general, hubo una conciencia de que somos un todo y que formamos parte de un todo y que los que te quitan la basura son la hostia porque, si no, fíjate lo que pasaría. Confío en que por lo menos esto permita conectar mejor con la explicación de lo que es el trabajo. Espero, porque si no…
Es difícil. Esas élites siguen teniendo los medios de producción de sentido.
Exactamente, ese es el medio de producción más importante que tienen, y ese es justamente, desde mi punto de vista, el espacio en donde hay que continuar enfrentándose. Sabiendo que estos tienen los medios suficientes para ganar e imponerse, pero que ese es el único sitio donde, si esta batalla no continúa, entonces la única vida que tiene sentido es la que ellos dicen que tiene sentido.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/literatura/entrevista-constantino-bertolo-libro-quienes-somos