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Las protestas de una nueva sociedad

Fuentes: Desimformémonos

Si a mediados de mayo alguien hubiera dicho lo que pasaría al mes siguiente, probablemente lo llamarían loco. Millones de personas fueron a las calles como hacía dos décadas no se veía. Multitudes enfrentaron a la Policía Militar (PM), con detenciones políticas y heridos en todas las ciudades del país. Ocupaciones, bloqueos de las principales […]

Si a mediados de mayo alguien hubiera dicho lo que pasaría al mes siguiente, probablemente lo llamarían loco. Millones de personas fueron a las calles como hacía dos décadas no se veía. Multitudes enfrentaron a la Policía Militar (PM), con detenciones políticas y heridos en todas las ciudades del país. Ocupaciones, bloqueos de las principales carreteras de Brasil, decenas de manifestaciones diarias en las calles, trasportes públicos liberados de pagos, incendios en las casetas de cobro, ataques a los edificios de la clase política, clases públicas, revueltas alrededor de los estadios, todo en plena Copa de las Confederaciones.

En Porto Alegre (Rio Grande do Sul), el cabildo está tomado desde el 10 de julio por el Bloque de Luchas por el Trasporte Público, que reivindica hacer públicas las cuentas de las empresas de transporte urbano, como también el transporte gratuito (pase libre) para estudiantes y desempleados, además de que el transporte sea 100 por ciento público.

En la ciudad de Río de Janeiro la asamblea legislativa fue incendiada. Centenares de personas hicieron un campamento frente a la casa del gobernador del estado, Sérgio Cabral, del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), y se quedaron ahí por 11 días, hasta ser reprimidos violentamente por el Batallón de Choque de la Policial Militar.

El día 30 de junio, de un lado del muro del estadio Maracanã – cuyo consorcio pasará a manos de las empresas Odebrecht, AEG e IMX, de Eike Batista – las selecciones brasileña y española disputaban el título de la Copa de las Confederaciones. Del otro lado, 8 mil personas – bajo bombas de gas lacrimógeno y balas de goma de la Policía Militar y la Fuerza Nacional – protestaban contra el Mundial de 2014 y los excesos de la FIFA.

El 2 de julio, 6 mil habitantes de las favelas del complejo de la Maré bajaron hasta la avenida Brasil en repudio a la matanza de diez personas por el Batallón de Operaciones Especiales (BOP) la semana anterior, en represalia al conflicto que habría ocurrido durante las manifestaciones contra el aumento de la tarifa del trasporte público. Entre los días 12 y 14 de julio, el Encuentro Popular sobre Seguridad Pública y Derechos Humanos reunió a movimientos sociales y habitantes de regiones ocupadas militarmente y exigió el fin de la Policía Militar como una de sus demandas principales.

En Brasilia, 35 mil personas ocuparon la Explanada de los Ministerios, el techo del Congreso Nacional también fue ocupado por manifestantes, y fueron lanzadas bombas molotov al edificio Itamaraty, donde se encuentra el Ministerio de las Relaciones Exteriores. Decenas (sino es que centenas) de miles salieron a las calles en las ciudades de Bello Horizonte, Vitoria, Fortaleza, Goiás, Aaracaju, Belém y la lista continua.

La chispa que comenzó el incendio fueron las luchas contra el aumento de los precios del transporte público impulsadas principalmente por el Movimiento Pase Libre (Movimento Passe Livre o MPL por sus siglas en portugués). Desde que comenzó la ola de protestas, el precio del autobús se bajó en Aracaju, São Paulo, Rio de Janeiro, Campo Grande, Natal, Porto Alegre, Recife, Curitiba, Ponta Grossa, Natal, Cuiabá, Goiânia, João Pessoa, Manaus, Vitória, entre otras decenas de ciudades. La ciudad de Paulinía (a 119 kilómetros de São Paulo) fue la primera, desde junio, en adoptar la tarifa cero en el trasporte público urbano.

En São Paulo, los muros de la ciudad estas tatuados de pintas con «R$3,20 es un robo» y «El pueblo despertó». Quien pasa frente al edificio del gobierno municipal ve los vidrios rotos y maderas cubriendo las puertas. ¿Para qué cambiarlos? Posiblemente serán rotos nuevamente en breve.

En esta misma ciudad se hicieron seis movilizaciones a lo largo de 13 días, hasta que el gobernador Geraldo Alckmin, del Partido Social Demócrata Brasileño (PSDB) y el presidente municipal del Partido de los Trabajadores (PT) tiraron la toalla. El 19 de junio, en cadena nacional y con una impagable cara de derrota, los dos anunciaron la reducción de los precios del autobús y del metro de R$3,20 (1,4 dólares) para R$3 (1,3 dólares), una reducción de alrededor del 6 por ciento.

El cambio de rumbo generado por las movilizaciones tal vez haya sido el jueves 13 de junio. Helicópteros circundaban la región del Teatro Municipal, en el centro de la ciudad, donde estaba convocada una manifestación a las 5 de la tarde. Los comercios estaban cerrados y las editoriales de los principales periódicos ya habían preparado el escenario para legitimar un baño de sangre.

La Policía Militar se posicionó en las salidas de los Metros de la región y revisaba a los que tenían aspecto de ser manifestantes. «¿vinagre en la mochila? Está preso» Sí, cargar un producto para mitigar los efectos de las bombas de gas lacrimógeno era, ese día, motivo de detención: 40 personas fueron llevadas a la delegación antes de comenzar las movilizaciones. Se trató de una de las más sanguinarias represiones de los últimos tiempos contra manifestaciones en la ciudad de São Paulo, el saldo fue de 241 detenidos y más de 170 heridos.

En las también violentas movilizaciones de dos días antes, 13 personas habían sido presas, de las cuales 10 fueron acusadas de pandillerismo, crimen sin derecho a fianza. Sólo fue posible sacarlos de la cárcel un día después. Todos ellos continúan acusados, algunos con condicionantes para mantener su libertad.

El lunes 17 de junio, el país paró. En São Paulo, alrededor de medio millón de personas paralizaron las principales avenidas de la ciudad (como la Marginal Pinheiros, Faria Lima, ponte Estaiada, Berrini, Paulista, Consolação y Brigaderio Luís Antônio). Lo mismo que en cientos de ciudades por todo Brasil.

¿Qué carajos está pasando en Brasil? (¿Que caralhos tá acontecendo no Brasil?)

¿Qué es diferente en este proceso de luchas a otras en este último periodo en Brasil? Cuestionado, el filósofo Paulo Arantes, (uno de los invitados por el Movimiento Pase Libre para dar una clase pública frente al palacio municipal a finales de junio), sonríe y se recuesta en el sillón: «¡No se!» La respuesta exacta nadie la sabe, sin embargo es posible hacer algunas hipótesis, así como las particularidades de esta jornada de luchas.

El trabajo de base

«Antes de otra cosa, es necesario decir que las cosas no comenzaron de la nada. Tenemos una cultura de movilizaciones autónoma y esto significa la búsqueda por el empoderamiento de las personas, de modo que no solamente ellas se sientan parte de la lucha, sino también con el potencial de reproducirla sin necesitar de nosotros» dice Mayara Vivian, integrante del Movimiento Pase Libre, en 2005. «Y esto lo hacemos con mucho trabajo de base, visitando las escuelas y los lugares más marginados de los barrios, en contacto con las asociaciones barriales y otro tipo de movimientos sociales, un trabajo de hormiguita que muchos no ven, ni necesitan ver», Mayara termina analizando que desde el comienzo del movimiento, las movilizaciones han aumentado año con año.

El aliento corto

Para Lucas Monteiro, también integrante del Movimiento Pase Libre en São Paulo, el hecho de que las movilizaciones hayan sido de manera continua en un corto periodo de tiempo fue un factor determinante. «Surgió esa idea para, efectivamente, parar la ciudad en un aliento corto, a partir del trabajo cotidiano y de las discusiones que hacemos con diferentes sectores, y también de la observación que hicimos de experiencias que han tenido éxito en detener el aumento en otras ciudades».

En 2011, la lucha en São Paulo contra el aumento de R$2,70 (1,20 dolares) para R$ 3 (1,3 dolares) en la gestión de Gilberto Kassab, del Partido Social Democrático (PSD), también tuvo grandes dimensiones y alcanzaron protestas de 15 mil personas con acciones como las del encadenamiento del palacio municipal. «En 2011 conseguimos acabar con la popularidad del presidente municipal, realizar escraches, llamar la atención, no obstante, haciendo actos semanales, evaluamos que no era suficiente, que teníamos que ser más radicales», dice Mayara.

La radicalidad de las movilizaciones

Priorizar el ataque a la circulación fundamental de mercancías y personas en la ciudad y no necesariamente a símbolos, «percibimos la necesidad de radicalizar nuestras movilizaciones al final de la lucha de 2011, cuando cerramos la avenida 23 de mayo», recuerda Mayara. «Vimos que si no amenazamos realmente al Estado, no resulta nada, que no sirve movilizarse con 10 mil personas solamente para darle la vuelta al centro». Para ella, el radicalismo de las manifestaciones se «retroalimentó, porque siguió una radicalidad por parte de la población, que asistió perpleja a la represión y quedó tan enfurecida que dejó de ver problemas en cerrar las calles y hacer barricadas. «Fue la primer vez que detuvimos el aumento en los precios del trasporte en São Paulo», afirma Lucas. «Siempre supimos que cuando consiguiéramos un movimiento de grandes proporciones que detuviese São Paulo, que es el centro económico y político del país, esto se ampliaría al resto de Brasil», defiende.

La disposición de correr riesgos

Para la socióloga Silvia Viana, autora del libro «Rituais de sofrimento», no es la cantidad de personas que tomó las calles la que hace diferente esta jornada de las que la preceden. «Demandas no faltan, adhesión y formas innovadoras de acción política tampoco. Sin embargo, las diversas causas no encontraban quien se arriesgara por ellas, lo que Paulo Arantes nombró, en una entrevista reciente, como ‘protestas sin compromiso’. Acciones políticas que se limitan a afirmar: ‘no en mi nombre'», opina.

No obstante, en el proceso que viene ocurriendo actualmente invierte esta lógica: «se posicionan en la calle con una exigencia: ‘hagan exactamente eso y en mi nombre’ «Es por esto que colocaron sus nombres y sus cuerpos en riesgo, a lo largo de una jornada de protestas que enfrentó carros y un perro aparato represivo, la cual no terminaría hasta que el precio del trasporte público se derogara o sus cuerpos fueran atropellados – por unos o por otros», caracteriza Viana.

En la conferencia pública frente al palacio municipal de São Paulo el 28 de junio, Paulo Arantes se basó en el artículo de Malcolm Gladwell «A revolução não sera tuitada», para defender la tesis de que en el activismo de alto riesgo encontramos un fuerte toque de camaradería, «como transposición política de la figura del amigo», un fuerte vínculo que sólo puede ser construido presencialmente.

«Hubo resistencia a los ataques de la policía. ‘¿Tenemos que ser golpeados, perder siempre? ¿Por qué no respondemos? Piedras, molotovs, interrupción de tránsito. Los golpearon un chingo, pero en la próxima había más, y de nuevo, ahí se coció el arroz», reflexiona Arantes.

«Tal vez ahí haya alguna diferencia», apuntó el filósofo, recordando la revuelta popular de Budapest en 1956 contra las políticas del gobierno comunista de la República Popular de Hungría y de la Unión Soviética. En esa ocasión, miles de estudiantes se manifestaron frente al parlamento y una delegación que intentó entrar en el edificio de radio para trasmitir sus demandas fue detenida. La manifestación afuera exigía la libertad de la delegación cuando fueron atacados por las autoridades de Protección de Estado. Las noticias fueron propagándose y la revuelta se replicó por todo el país.

«La primera cosa que hicieron en Budapest fue organizar un consejo, democracia directa, como la Comuna de París. Duró 10 días hasta que los tanques acabaron con todo. Entonces Hannah Arendt dijo que no tenía explicación, la explicación es que es una resistencia de uno, dos, que es riesgo. Es una explosión de autonomía popular», define Arantes.

Líneas sobrepuestas

El proceso político por el que pasa el país ya rebasó una serie de umbrales. Para Paulo Aranates, uno de ellos es el de ser posible concebir, «en el centro de esas manifestaciones, la multiplicación de colectivos en los que el fuerte vínculo de correr riesgos reales ha sido eficazmente movilizado».

Otro es sobre la idea de movilizaciones en la calle: «se desmanteló, prácticamente, el mito pos dictadura según el cual vivimos en un Estado democrático de derecho. Esto, que se traduce en Brasil como ‘Estado oligárquico de derecho’, vale solamente para arriba, pues ‘para abajo’ se tiene apenas el derecho penal y social.

En este escenario, la política es confinada a lo que llamó de ‘chiquerito’ del orden jurídico: «Se tolera el derecho de libre manifestación, siempre que esté dentro de los límites definidos y rutinarios de lugar y la hora marcada», argumenta el filósofo.

Temas políticos se transforman en asuntos centrales en la boca de todos. Manifestación en la calle, al contrario de ser mal vistas bajo el discurso de que se atenta el derecho de ir y venir, hoy son legitimados por la población de manera general. La sensación de obtener victorias por medio de luchas en la calle también es algo que las nuevas generaciones habían experimentado poco. «Mira, yo tengo más de 50 años observando y es la primera victoria de la que me acuerdo haber visto que se ganó realmente en las calles, sin negociaciones en lo oscurito», afirma Paulo Arantes. «creo que eso en los colectivos que entraron en esta lucha, fue lo que hizo hervir la sangre de manera diferente, esa es la nueva sensación, por primera vez se ganó. Gobernadores, presidentes municipales, fueron capturados…»

El final del tabú de la Copa del Mundo. Sirvió de poco el patético vídeo de Pelé avisando «a los brasileños para que no se confundan»: «Vamos a olvidar todo ese alboroto que está pasando en el país, esas manifestaciones. Vamos a pensar que la selección de Brasil es nuestro país, es nuestra sangre».

«Esto también es una novedad y es un fenómeno muy significativo. Copa del mundo es un fenómeno de unión nacional. Selección, fútbol, son intocables». Puntualiza Arantes. «Se trata de algo absolutamente anti patriótico sabotear una Copa de las Confederaciones. Si fuera en la dictadura serian fusilados. Sin embargo, la sabotearon. ¿Cómo explicar esto? Esta es otra historia», dice. «El hecho es que aun con alto y bajos, porque las personas se cansan, la pasta de dientes fue abierta. Y no hay como la pasta para volver a entrar. Va a tener altos y bajos, sin embargo será retomado en el primer conflicto, no se sabe en qué dirección», observa.

En entrevista a diario Globo, el sociólogo catalán Manuel Castells defendió que las protestas en Brasil son un punto de inflexión por ser un movimiento contra el monopolio del poder y también «contra el crecimiento económico que no cuida de la calidad de vida en las ciudades». Son contra, por tanto, «el mantra neo desarrollista de América latina». «La ideología del crecimiento, como solución para los problemas sociales, fue desmitificada», completa.

La segunda parte…

Tras el 17 de junio, cuando la ola de manifestaciones que se difundió por el país adquirió un carácter masivo (pasando de decenas de millares a centenas de millares de personas en las calles), las demandas presentadas también pasaron a tener carácter más heterogéneo. Al mismo tiempo, en muchas ciudades las reivindicaciones primeras y más objetivas por la reducción de la tarifa del transporte público fue alcanzada. Temas como la crítica al Mundial de Fútbol, la corrupción, en contra de los gobernantes de un modo general, de proyectos de ley que precian la «cura gay», en contra de los medios hegemónicos, entre otros, son algunas demandas que se estamparon en las pancartas llevadas a las calles.

El sociólogo catalán Manuel Castells, en entrevista concedida al periódico Globo, opinó que «el espacio público reúne a la sociedad en su diversidad», incluyendo «derecha, izquierda, locos, soñadores, activistas, burladores; raro sería que hubiera legiones ordenadas por una única bandera y lideradas por burócratas partidarios. Trátase del caso creativo y no del orden preestablecido».

La expansión de las demandas y el «peligro de la derecha»

En el día 20 de junio, luego del anuncio de la reducción de la tarifa en las dos metrópolis brasileñas, Rio de Janeiro y Sao Paulo, las calles fueron tomadas una vez más. Fue un día en que se esperaba una gran conmemoración, pero parte significativa de los activistas de izquierda volvieron a casa con aires de preocupación. No fueron pocos los casos de agresiones en contra de militantes de partidos políticos y de integrantes de movimientos sociales que vieron incluso sus banderas quemadas, sufrieron ataques físicos por parte de grupos naziss y había banderas de Brasil y gente cantando el himno nacional por todas las partes.

Para Lucas Monteiro, del Movimiento Pase Libre (MPL), uno de los principales movimientos que ha convocado las protestas en el país, esa situación «es más sintomática de una izquierda que ya no hace trabajo de base, de que existe el riesgo de un golpe por parte de la derecha organizada para dominar las movilizaciones, pero no el riesgo de un golpe de Estado, como muchos hicieron creer. No ayuda en nada entrar en pánico ahora e intentar articularse para decir: ‘Mira, la izquierda está en las calles’. No se trata de eso. Es necesario volver a organizarse, a hacer trabajos de base. En los últimos periodos la izquierda optó por hacer negociaciones en lugar de contestar y ello acabó por paralizarla», analiza.

En un artículo en el periódico Correio da Cidadania, Roberto Leher, profesor de la Facultad de Educación de la Universidad Federal de Rio de Janeiro, argumenta que «los intelectuales y propagandistas del gobierno hicieron eco a la tesis del Golpe de la Derecha que supuestamente estaría en marcha en las calles (lo que justificaba la tesis de la necesidad de unión nacional entre gobiernos instituidos, empresarios, movimientos sociales, centrales sindicales y un largo etcétera, en defensa de la democracia), y les confirió un poder que los pequeños grupos fascistas no tienen». Para él, haría falta a esa ultraderecha un «rastro en una clase social fundamental que disponga de relevancia económica», pero, sigue, «no existen en Brasil fracciones de la burguesía relevantes que estén fuera del bloque de poder gerenciado por el Partido del Trabajo (PT)».

Cuando a la crítica a los partidos políticos y a la violencia frente a la presencia de sus banderas en las protestas (en la avenida Paulista, por ejemplo, una bandera del PT fue rasgada a mordidas), Mayara Vivian, también integrante del MPL-SP, cree que hay algunos factores que se cruzan.

En su opinión, hay una pequeña ultraderecha organizada -la misma que ataca a los homosexuales, que defiende a figuras políticas ultraconservadoras como el Bolsonaro- que se opone a las manifestaciones de izquierda y que actuaron de modo oportunista en esa ola de movilizaciones. Existe también «una mayoría de gente común que, desde mi punto de vista, trae una insatisfacción hacia los partidos políticos y que lo manifiesta con discursos rasos y a veces termina con actitudes autoritarias, como la de arrancar las banderas. Y hay la contrapartida, que es que muchos partidos consideraren que, ‘o ese espacio lleva una bandera mía adelante o es de derecha’. Creo que es un momento importante para que ellos mismos, en la condición de aliados en las calles, también se repensaran políticamente», afirma.

Crítica a la política institucional

Crisis de representatividad. Así muchos definieron la insatisfacción hacia los gobernantes y a la propia estructura institucional que despuntó en las protestas a lo largo de todo el país. Lucas no está de acuerdo: «Una frase representativa significaría que esa gente que salió a las calles en busca de representatividad. Ya se presupone cual es la insatisfacción de esas personas y apuntan para una propuesta de solución que no es la de ellas». Para el militante del MPL, la frase es de participación política. «Las personas quieren participar políticamente. Y la respuesta representativa no necesariamente es aquella que va a satisfacer esa aspiración. No la está satisfaciendo», analiza.

«¿Qué significa la multiplicidad de demandas? Nada menos que todo», sintetiza Paulo Arantes, para quien la idea de que es necesario una única pauta apenas «es cabeza del siglo 20, programa de transición único de uno sólo partido comunista revolucionario. Nadie más va obedecer la disciplina de un partido único, ni de una coalición de izquierda. Se acabó la minoridad política y la vanguardia socialista».

¿Cómo se explica?: «El fiasco histórico del socialismo asociado al agotamiento del modelo de masas fondistas. El modelo de las grandes industrias, las grandes plantas, los grandes partidos, los grandes sindicados, el Estado. Tenían un modelo fondista norteamericano y un modelo soviético burocrático. Los dos ya no sirven», reflexiona el filósofo, resaltando que las personas siguen «gobernadas, controladas, guiadas, pero de otro modo».

Para Arantes, la vía es «arriesgar un enfrentamiento, tener un núcleo con una reivindicación al mismo tiempo utópica (¿transporte gratuito? ¿Eso no existe?), pero que hace a la gente pensar dos veces y empieza a ser razonable, y a insubordinarse». Trátase de organizar/imaginar una ciudad autogestionada, «no es algo tan impensable. Es revolucionario, pero no se parece con aquel imaginario socialista, con la dictadura del proletariado, la toma del poder, el partido único, etcétera. Eso se equivocó, no es más posible discutirlo», opina y complementa: «es la idea de una explosión autónoma de democracia que es inmediatamente incompatible con el capitalismo. ¿Quién sabe que en las próximas olas surja un consejo municipal en Madrid, en Barcelona, en Sao Paulo? ¿Autogestionado?», sonríe.

En el artículo «Sin Partido», el también filósofo, Vladimir Safatle, critica los análisis que relacionan el rechazo a los partidos a una vertiente necesariamente conservadora. «El problema no es la decadencia de los principales partidos brasileños y mundiales, sino el modo-partido como un todo, que pierde con mucha facilidad su función de caja de resonancia de las insatisfacciones populares y de espacios de creatividad política». Escribe: «si abandonamos nuestro miedos, otras formas de organización vendrán».

Las respuestas de los gobernantes

Reuniones con movimientos, aprobaciones de proyectos de leyes, propuestas de plebiscitos, reforma política, mudanzas constitucionales. Los intentos de acomodar a la clase política frente a un país efervescente son muchos y un poco torpes.

Según una encuesta del Instituto MDA, la popularidad de la presidenta Dilma Roussef (PT) sigue a la baja. En junio el 54.4 por ciento de la población hacía un análisis positivo del gobierno, ese número cayó a 31.3 por ciento en julio. Mientras que la evaluación negativa se triplicó, pasando del 9 por ciento para el 29.5 por ciento.

«El pacto se está arruinando y la presidenta está proponiendo una reedición de ese mismo pacto: insertar a todos nuevamente dentro del Estado, los sin tierra, el agronegocio, el violador de los derechos humanos, los defensores de los derechos humanos, etcétera.» resume Paulo Arantes. «De ahí no sale nada. Es esperar algo de un sistema que colapsó en Europa: en España, en Italia y se está colapsando en Francia… No funciona más ni para el capital. Tenemos otra sociedad implementada y no sabemos cómo actuar», explica.

Todo en abierto

El MPL tiene un enfoque claro ahora, según Lucas Monteiro: demandar la tarifa cero. «La gente tiene un proyecto de ley popular en Sao Paulo y estamos recolectando firmas. Y nacionalmente estamos demandando el Proyecto de Enmienda Constitucional (PEC) 90, que prevé el transporte como derecho social», explica. «Todo lo que logramos fue consecuencia de nuestro trabajo en los barrios, en las escuelas, en las comunidades, de modo que estamos volviendo a esos locales para seguir articulando y al mismo tiempo aprendiendo a ser grandes, porque ahora somos un movimiento grande», considera.

«Las personas no están movilizadas por causa de la inflación o por una crisis. Quieren ampliar sus redes de derechos. Y la cuestión y la crítica institucional es importante, veremos cuánto el Estado es capaz de responder a esas demandas políticas, creo que poco», considera Monteiro. «Me parece bueno que el gobierno se vea obligado a girar un poco más para la izquierda, pero los movimientos no deben incorporase al Estado. Deben presionar para seguir demandando la organización directa de las personas», dice y concluye: «Eso es lo que está en debate: cómo la gente va a organizarse».

«Con base apenas en la especulación», Paulo Arantes se previene antes de decir que «la cosa se va poner fuerte en la Copa del Mundo. Sobre todo porque la situación económica se va degradar hasta allá. Y por primera vez en la historia de este país, las personas se opusieron públicamente en contra de las demandas de un mega-evento. En los demás países eso pasó después. Aquí ya empezó antes. Estamos un paso adelantados.»

«El arte de la política reside en insistir en determinada demanda que, aunque sea completamente ‘realista’ perturba la ideología hegemónica e implica un cambio más radical», defiende el filósofo y psicoanalista esloveno Slavoj Zizek, en el artículo «Problemas en el paraíso», donde compara la ola de protestas en Turquía y en Brasil. El futuro en Brasil está abierto.

Traducción: Mariana Petroni, Erneneck Mejía y Joana Moncau.

Fuente original: http://desinformemonos.org/2013/07/brasil-las-protestas-de-una-nueva-sociedad/