En el Mundial de Fútbol que se celebra en Sudáfrica, no sólo los jugadores y los goles son los protagonistas, sino también unas largas trompetas que usan los hinchas para estremecer los estadios y apoyar a sus equipos. Se trata de las vuvuzelas, aparatosas, pero en el fondo inofensivas. Más ruido que otra cosa. O […]
En el Mundial de Fútbol que se celebra en Sudáfrica, no sólo los jugadores y los goles son los protagonistas, sino también unas largas trompetas que usan los hinchas para estremecer los estadios y apoyar a sus equipos. Se trata de las vuvuzelas, aparatosas, pero en el fondo inofensivas. Más ruido que otra cosa. O como diría una célebre canción cubana: «Buche y pluma na´ma».
No solo el fútbol tiene sus vuvuzelas, sino también la política imperial de los Estados Unidos. Cada cierto tiempo sus trompetas entran en calor y atronan el aire con aullidos molestos, pero igual de inofensivos. Son más para molestar al contrario que para influir en algo sobre la marcha del partido. Puros artilugios pirotécnicos de corta vida, pensados para distraer, no para ganar. Carecen de utilidad práctica, nadie las toma en serio, pero igual se desgañitan. En su triste destino, a mitad de camino entre la astracanada y la pomposidad.
La lista de las trompetas imperiales no es muy larga, pero sí ruidosa. No en vano se paga a tanto por quejido. Si el caso lo amerita, incluye a padres e hijos, como ocurre con Mario Vargas Llosas y Álvaro, esa dinastía desafinada que lo mismo arremete contra Chávez, la guerrilla colombiana o la Revolución cubana. Nada que huela a izquierda o revolución les es ajeno: ahí estarán siempre, atentos a la Voz del Amo, resoplando el fuelle, dale que dale a la catalina de los insultos y las descalificaciones, intentando aún vender en América Latina la mercancía depreciada del neoliberalismo. Nadie los toma en serio, nadie compra de sus alforjas de buhoneros. Y allá se van al norte, a refugiarse entre las momias neoconservadoras del American Enterprise Institute, o al devastado Iraq, a ser humillados por el Procónsul de turno que les hace esperar bajo el sol, a la entrada de los puntos de control de la Zona Verde.
También está el señorito Aznar, siempre de mala noche o penando constipaciones, de creer en las señales de su rostro amargo y su discurso chulesco de perdonavidas. Para amplificar los talking points imperiales ha copiado el modelo exitoso de los tanques pensantes yanquis y se ha creado el suyo, conocido por FAES. Allí nada es original, pero si relumbrón, como en esas tiendas de todo a un euro, repletas de copias chinas. Son los neocons godos, «de charanga y pandereta», como les hubiese calificado el inmenso Antonio Machado, parroquiales y sosos, copiándoles poses al Duce y sin poder mostrar siquiera un pedigrí conservador, medianamente decente. No en vano han tenido que resucitar las sombras de Weyler, Cánovas del Castillo, Laín Entralgo o Menéndez y Pelayo. Y pare de contar. Como buenas vuvuzelas sólo animan las gradas. No dan para más.
Pero es la contra cubana, siempre tan previsible y desangelada, campeona mundial de derrotas y fiascos, la que se lleva las palmas en eso de alborotar a cuenta del fuerte que paga. Hoy, un par de patriotas verticales inician una huelga de hambre que juran mantener hasta el final, y se desinflan al día siguiente, como Don Gato, resucitado en su propio entierro al olor de la sardina. Mañana convocan a la prensa a los pantanos de los Everglades donde los «Comandos F-4″ de un oligofrénico y dislálico «Comandante Frómeta», entrena con armas y explosivos para «derrocar a Castro», y sólo logra poner en fuga a un batallón de botellas de cerveza y de wiskhy, porque, ya se sabe, el patriotismo y los mosquitos combinados provocan una sed devastadora.
En el terreno intelectual es donde más brillan o más aturden las vuvuzelas cubanas. Ahí está Zoe Valdés en París, quien ha descubierto, antes incentivada por los Díaz Balart y ciertas sumas por debajo de la mesa, «que Fulgencio Batista fue uno de los mejores gobernantes de Cuba y de América Latina». O Vicente Echerri, en Miami, quien acaba de declarar que «los únicos turistas americanos que Cuba necesita son los que desembarquen vestidos de uniforme y armados», sin que, por supuesto, le haya tirado jamás un hollejo a un chino mientras vivió en la misma isla que ruega a la 82 división Aerotransportada invadir a sangre y fuego, para conocer las bondades de Varadero. O esa sibila lombrosiana del mal que es Juan Abreu, quien ha propuesto, desde Barcelona, que Cuba sea rebautizada como «La isla pavorosa», se mate y se demuela todo lo que en ella exista, y se cree en su lugar un inmenso vertedero.
Son molestas, es cierto, pero también divertidas. Se creen con el poder de las Trompetas de Jericó, capaces de derribar murallas, y no pasan de ser las copias bitongas y degeneradas de las cornetas chinas de las congas santiagueras. Parece que marcan el ritmo a los que arrollan, enervan y confunden, pero son los tambores, los bombos y las campanas, los que realmente mueven a la multitud.
Pobres vuvuzelas del imperio. Aún no se han dado cuenta de que para ganar un partido no basta el fuelle de los pulmones, sino el corazón en el pecho y las ideas en la cabeza. Y otro componente que si no se tiene no se adquiere, «porque lo que natura non da, Salamanca non presta».
Llevan medio siglo de derrota en derrota. Es verdad que no ganan. Pero han animado las gradas. Y eso, para ellas, ya es mucho: no todos los días puede uno vivir del escándalo, ni es fácil conseguirse a un Paganini que en nombre de la libertad y la democracia pague por el barullo estéril.
Fuente: http://www.cubadebate.cu/opinion/2010/06/23/las-vuvuzelas-del-imperio/
rCR