En este artículo el autor sostiene que la derecha se ha expresado a lo largo de la historia reciente de Brasil bajo diferentes máscaras: los militares, el bloque neoliberal y ahora la Lava Jato, que a pesar de todas las sentencias absolutorias, la derecha pretende revivir.
La derecha no tiene partido. Cambia de partido a conveniencia: durante la dictadura militar, su partido fueron las fuerzas armadas; durante el gobierno de Cardoso, fue el bloque neoliberal –PSDB, medios de comunicación, grandes empresas–; ahora es Lava Jato, una alianza entre el poder judicial, los medios de comunicación y las grandes empresas.
Antes del golpe de 1964, la derecha estaba representada en la Unión Democrática Nacional (UDN) como partido político y en la Escuela Superior de Guerra, que formuló y difundió la Doctrina de Seguridad Nacional en Brasil. La UDN, que tuvo a Carlos Lacerda de principal líder político y candidato a las presidenciales previstas para 1965, se caracterizó por predicar siempre el golpe: contra Vargas en 1964, contra la toma de posesión de Kubitschek en 1965, con la renuncia de Janio Quadros en 1961 y en 1964, ya en el golpe militar.
La opción golpista fue construir sus organizaciones, incluyendo el Instituto de Estudios e Investigaciones Sociales (IPES) y el Instituto Brasileño de Acción Democrática (IBAD), con financiamiento de Estados Unidos. Produjeron contenido para radio, televisión, periódicos y cine, predicando el anticomunismo y el derrocamiento del gobierno de Joao Goulart. Gastaron 60 mil dólares en publicar libros para oficiales de las fuerzas armadas –objeto privilegiado de la acción golpista–, habiendo organizado 1.706 proyecciones de películas en bases, escuelas y barcos.
Como la opción de la derecha se canalizó hacia el golpe militar, la UDN fue remplazada por la alta oficialidad de las fuerzas armadas como partido representativo de la derecha. La expectativa de Carlos Lacerda de que Kubitschek y Brizola –los otros candidatos a las elecciones de 1965– fueran revocados y él se postulara prácticamente solo, se vio frustrada y los militares se apropiaron del Estado, militarizándolo, hasta el fin de la dictadura.
Hasta la década de 2000, la derecha tenía sus representantes en los partidos tradicionales, especialmente en Arena (luego PDS) y el PFL. Cuando cayó Fernando Collor, se dice que Roberto Marinho –el dueño de las organizaciones empresariales del grupo Globo– habría dicho: «ya no elegiremos a uno de los nuestros«; tendrían que elegir a alguien que defendiera sus intereses.
Cardoso se presentó, asumiendo el cargo de ministro del Gobierno de Itamar Franco, relanzando el programa económico de Collor, que bajo otra versión derivaría en el Plan Real. Y luego ser el candidato a la presidencia. A partir de ahí, llamó al PFL para establecer un nuevo bloque de alianzas partidistas para gobernar Brasil con el modelo neoliberal.
Los grandes medios y empresas se articularon formando un bloque, que propagó las ideas neoliberales: descalificación del Estado, apertura del mercado interno al mercado internacional, desregulación de la economía y privatización de empresas estatales, entre otros. Se construyó un nuevo consenso, estrechamente ligado a los nuevos consensos internacionales de la era de la globalización, que impuso el neoliberalismo como la ideología dominante también en Brasil. La derecha brasileña se representó en ellos, teniendo en el PSDB –aliado del PFL– su representación de partido político. Los medios –casi todos los grandes, desde la televisión a la radio, pasando por periódicos y revistas– fueron los propagadores de nuevas ideas, promovidas como un supuesto pensamiento único, teniendo en muchos economistas sus nuevos teóricos, de los cuales ningún gobierno podía escapar, teniendo la adhesión de un partido que pretendía ser socialdemócrata, como el PSDB, a este modelo y estas ideas. Incluso tras el gobierno de FHC, la derecha brasileña continuó representándose en el PSDB, que disputó cuatro elecciones con el PT, habiendo perdido todas.
En la última década, la derecha ha cambiado de estrategia. Derrotada cuatro veces en las urnas, optó por el atajo del golpe. Desafió la legitimidad del gobierno de Dilma Rousseff, para apelar al impeachment, sin fundamento legal, promoviendo un golpe y una ruptura de la democracia.
Su representación se ha desplazado, desde el primer gobierno de Lula, al poder judicial y, en particular, a Lava Jato, que se ha constituido como un verdadero partido. Su diagnóstico fue que el principal problema de Brasil era la corrupción, que el PT era su principal agente, que se había apropiado del Estado y de las empresas estatales para financiar sus campañas electorales.
El mensalão fue su primera versión, seguida de denuncias contra empresas estatales –primero Petrobras– y constructoras –Odebrecht como punto culminante–. Los medios fueron los mayores aliados de los órganos judiciales, difundiendo la imagen de la corrupción del PT como la gran bandera de la derecha, para aprovecharse del gobierno y evitar que regrese.
La guerra híbrida, como estrategia de la derecha, corrompió la democracia liberal desde adentro, persiguiendo, arrestando y condenando a los líderes políticos acusados de estar ligados a la corrupción, así como a los empresarios. Sería la gran limpieza de la corrupción, operada por Lava Jato, que tuvo en jueces como Sergio Moro y Deltan Dallagnol, sus estrellas, los héroes de la derecha, quienes sacaron al PT del gobierno, arrestar, condenar a Lula y llevar a Bolsonaro a la presidencia.
Una nueva estrategia golpista requería otra representación política de la derecha, que ahora tiene sus agentes políticos en el poder judicial y, en particular, en Lava Jato. Una inmensa red de medios de comunicación –televisión, radio, periódicos, revistas, Internet– se unió y asumió tanto el diagnóstico como las acciones para liquidar la corrupción en Brasil. Fue una nueva hegemonía, construida durante mucho tiempo; se inició en la lucha contra Vargas, pasó por el gobierno de Goulart y terminó en los gobiernos del PT. Desplazó la centralidad de la problemática social y la lucha contra las desigualdades, que el PT había logrado imponer y por la cual había ganado cuatro elecciones.
La disputa política y en términos de ideas en Brasil hoy gira en torno a los intentos de sobrevivencia de Lava Jato –en que se involucran directamente Moro y Dallagnol, entre otros políticos y medios lavajatistas– y la reanudación de diagnósticos y propuestas basadas en la visión de que el principal problema en Brasil son las desigualdades sociales, que hay que combatir con un gobierno que retoma el crecimiento económico, la creación de empleo y la centralidad de las políticas sociales. Por ello el enfrentamiento entre Lava Jato y el PT (y las fuerzas identificadas con la estrategia del PT) ocupa hoy el centro de debates y disputas políticas en el país.
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