Los líderes de Podemos, la fuerza política ibérica fundada en 2014 que con casi el 8% de los votos obtuvo cinco bancas en Bruselas, visitan el Ecuador donde participan del Encuentro Latinoamericano Progresista, evento que tiene por objetivo poner en conversación a unas 35 organizaciones políticas de izquierda de entre 20 países de América Latina […]
Los líderes de Podemos, la fuerza política ibérica fundada en 2014 que con casi el 8% de los votos obtuvo cinco bancas en Bruselas, visitan el Ecuador donde participan del Encuentro Latinoamericano Progresista, evento que tiene por objetivo poner en conversación a unas 35 organizaciones políticas de izquierda de entre 20 países de América Latina y Europa. También participa activamente de este espacio la fuerza política helénica Syriza, un espacio político formado a los márgenes de los partidos políticos tradicionales, que alberga una amplia coalición de izquierda radical y que tuvo su debut electoral, como coalición y no partido único, en las elecciones europeas de 2004. Recientemente, en lo que se advierte como un resultado electoral se suma importancia de cara a las próximas elecciones nacionales, Rena Dourou de Syriza, fue elegida gobernadora de la región donde pertenece la capital griega, Atenas.
Tiempo atrás, Rena Dourou resultó agredida cuando debatía en un programa de televisión en vivo con el vocero del partido neo-nazi Amanecer Dorado. Por hechos como estos pero también por resultados electorales significativos, el crecimiento de la derecha europea tiende a acaparar la atención de la prensa dominante. Esta derecha agita el viejo discurso anti-inmigrante junto al nuevo mensaje anti-globalización, resultando en una nueva narrativa principalmente escéptica de las bondades del proyecto europeo que busca en el retorno a lo nacional un refugio identitario cerrado y xenófobo. Los votos logrados por partidos como el UKIP (Partido de la Independencia del Reino Unido) o el FN (Frente Nacional) en Francia, se explica en gran medida por el hartazgo que provoca en los electores la narrativa de la austeridad asumida acríticamente por los partidos centristas mayoritarios, tanto de izquierda como de derecha que, en un contexto de alto desempleo, sólo proponen recortes a lo que queda del Estado de Bienestar. La opción, sostienen, es el abismo, es decir, la narrativa se basa en vaciar eficazmente el discurso político de alternativas reales. Ante este escenario, la extrema derecha, construyó una voz de peso al dar visibilidad a una alternativa política, aunque de carácter reaccionaria y excluyente.
A un ritmo más silencioso, con apariciones esporádicas en los medios de masas (la mayoría de los cuales tienden a ser estigmatizaciones y operaciones de inteligencia con el objetivo de socavar la credibilidad de sus dirigentes), la izquierda europea comienza a ser una opción electoral de peso. Pero ¿en qué sentido resulta esto una novedad y dónde reside su importancia? Hay razones históricas importantes que explican la crisis de las izquierdas en el viejo continente, que incluyen la implosión de los llamados socialismos reales, la caída del muro de Berlín y ulterior desaparición de alternativas de escala (Cuba, la honrosa excepción) que ofrezcan algo distinto a las democracias liberales capitalistas.
Estos cambios tectónicos que cambiaron el mapa ideológico de la política mundial afectaron a los partidos políticos de izquierda europeos que tendieron a adaptarse con el fin de no perder poder de fuego electoral. Así, cambiaron sus estatutos matizando al extremo la búsqueda del socialismo y tomando como dado que la democracia liberal en el contexto capitalista dicta las reglas del juego político cuya crítica y posible modificación quedan fuera de toda discusión. Si tendieron a efectuar cambios definitivos en sus contenidos, programas y propuestas políticas, no hicieron lo mismo con sus nombres, conservando la nominación socialista o laborista (en el caso Británico). Ello fue sintomático del acto de negación que pretendió que los cambios sustantivos que estaban ocurriendo en realidad no sucedían. Los partidos de izquierda pero también los de derecha se movieron al centro del espectro ideológico para justificar sus existencias y sobre todo no perder los privilegios e incentivos corporativos asociados a las burocracias parlamentarias y gubernamentales.
Esta convergencia ideológica volvió insignificante la diferencia política. Las diferencias entre los programas colectivos de los partidos políticos fueron reemplazadas por diferencias de imagen y estilo de candidatos individuales lo cual vació el debate político convirtiéndolo en una monocorde y trágica retórica del consenso. Los grupos y públicos disconformes con el estado de cosas tomaron distancia de los partidos tradicionales y mudaron su activismo a una plétora esperanzadora de movimientos sociales. La idea de la toma del poder y ocupación del estado por parte de fuerzas progresistas quedó rezagada al lugar de una idea lejana, imposible, o, para algunos, innecesaria. En todo caso fueron los movimientos sociales los que realizaron la tarea fundamental de abrir el campo de lo social politizando nuevas cuestiones y asuntos. Su diversidad fue resultado de los múltiples espacios en los que la rebelión resultaba urgente para reaccionar ante injusticias que excedían a la explotación de clase. Su diversidad fue y es su principal obstáculo para superar el estado de fragmentación y poder convertirse en fuerza política transformadora radical. Pero ello no es del ámbito de los movimientos sociales sino el de los movimientos políticos.
Las cosas parecen estar cambiando en este sentido y Latinoamérica mostró el camino abriendo experiencias políticas que pusieron un límite al salvajismo neoliberal que genera crecimiento económico a costas de la depredación de recursos naturales y niveles de desigualdad sin precedentes. Los movimientos sociales en América Latina encontraron en la lucha contra el neoliberalismo el punto de fusión necesario para superar la fragmentación, establecer alianzas con viejos y nuevos actores, y marcar su impronta en la construcción de gobiernos populares que tomaron sus demandas, reconstruyendo el lazo político representativo, y dando a las decadentes democracias de la post-transición un real sentido transformador. No sin limitaciones, matices y desafíos, el retorno de la noción de autogobierno del pueblo por sobre la otrora hegemonía del autogobierno del mercado sugiere una reconstrucción democrática real en curso.
Tanto Syriza como Podemos son dos nuevas formaciones políticas del otro lado del Atlántico cuyas similitudes con el proceso transformador latinoamericano merece destacarse en el marco de la reflexión permanente que requiere pensar la izquierda política hoy. Estos partidos políticos que hoy resultan frentes electorales en crecimiento son un emergente de la movilización social que tomó las calles de los principales centros urbanos de España y Grecia tras la crisis capitalista de 2008/9. No resulta sorprendente que allí donde el desempleo, los desahucios y la falta de oportunidades especialmente para los jóvenes haya pegado más fuerte, haya sido también donde se forjaron las opciones políticas más creativas y radicales. La organización Podemos nace como instrumento políticos después que el movimiento de los indignados haya producido la mayor movilización social de la que tenga memoria la Empaña de la post-transición. Syriza hace lo propio después de que en el medio de la crisis, y un alto grado de movilización social, el Movimiento Socialista Panhelénico (Pasok) ganara las elecciones sólo para luego asegurar a la Troika que nada había cambiado y que las medidas de austeridad seguirían su curso, en un contexto de desempleo abierto masivo.
Mientras que las izquierdas populares latinoamericanas enfrentan la ventaja, y también la dificultad, de ser gobierno, las europeas recién están ganando visibilidad electoral. Lo que las une, sin embargo, es su carácter secular. En Latinoamérica se tiende a usar la noción de lo popular para caracterizar a las formaciones políticas plebeyas, no-puras, contaminadas de múltiples vertientes no siempre alineadas en fina sintonía, pero que sin embargo coinciden en puntos fundamentales que les da unión y fuerza transformadora. Quizás la palabra pluralidad es más usada en Europa para caracterizar la heterogeneidad que convive en estos frentes electorales. No obstante, el objetivo es el mismo, se busca articular diferentes tradiciones y vertientes en el difícil camino de definir una lucha colectiva. Asimismo, se trata de una izquierda agnóstica, es decir, de fuerzas políticas que no cuentan con un programa político cerrado ni con un marco ideológico clausurado. Se proyectan a partir de un cúmulo de demandas insatisfechas que hacen propias y dan contenido real y práctico a sus acciones políticas. Mantienen lazos estrechos con los movimientos sociales pero, a diferencia de ellos, asumen que la compulsa electoral por la colonización de estado forma parte de una lucha por la hegemonía. En este sentido hay un rechazo al autonomismo en tanto ello implique el aislacionismo sectario que puede salvaguardar el testimonio ético pero asegura al mismo tiempo la marginación de la lucha por el poder.
A diferencia de la derecha de centro que rechaza cualquier alternativa al discurso dominante, y de la derecha radical que tiende a simplificar los problemas ofreciendo soluciones mágicas y reaccionarias, las izquierdas populares contemporáneas de aquí y de allá (o cada vez más de aquiallá ) saben que sus luchas son arduas y complejas. Saben que son tan importantes los cambios como la lucha por las condiciones que hacen posible el cambio. Es por ello que adoptan la disputa cultural tan enserio como la lucha política. Los movimientos políticos radicales son en esencia movimientos que desplazan fronteras asumidas y dan vida a nuevas palabras y narrativas, usos y costumbres, generando nuevos imaginarios colectivos que antagonizan con el dominante, en un pie de igualdad, por un lugar en el mundo de democracias vivas.
* Juan Pablo Ferrero es Profesor en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Bath (Reino Unido)
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