Una de las limitaciones que afectan a la militancia revolucionaria es la enorme distancia entre muchos análisis contextuales y coyunturales de gran valor científico-crítico, y las propuestas directas e inmediatas que se derivan y se aprenden de esos análisis pero que apenas llegan con tiempo a la militancia. Por ejemplo, la reciente crisis crediticia, que […]
Una de las limitaciones que afectan a la militancia revolucionaria es la enorme distancia entre muchos análisis contextuales y coyunturales de gran valor científico-crítico, y las propuestas directas e inmediatas que se derivan y se aprenden de esos análisis pero que apenas llegan con tiempo a la militancia. Por ejemplo, la reciente crisis crediticia, que es parte de la inestabilidad creciente del capitalismo, propicia muchas investigaciones pero, antes que nada, exige que éstas no queden reducidas a cenáculos de especialistas muy reducidos sino que, por un lado, lleguen a los más amplios círculos militantes y, por otro lado, propongan tareas inmediatas para debatir y realizar.
- Una de las tareas más urgentes en las condiciones actuales es la lucha teórica dentro de las masas trabajadoras contra la ideología burguesa. La actual crisis crediticia demuestra y confirma lo acertado de la crítica marxista al capitalismo. Marx ya se dio cuenta de la importancia en aumento del crédito en el capitalismo de la segunda mitad del siglo XIX y pese a todas las limitaciones de su época, acertó en la denuncia de un problema que no ha hecho sino agravarse. La tendencia a la financierización del capitalismo indica sus límites internos, el hecho de que necesita cada vez más recurrir a la búsqueda de beneficios más allá de la producción material de plusvalor, de mercancías porque las contradicciones inherentes al capitalismos fuerzan la tendencia a la baja de la tasa media de ganancia lo que, unidos a otros problemas relacionados, lleva a los capitalistas a volcarse en los negocios financieros cada vez más arriesgados, más inciertos e inseguros.
- Aunque se trata de una tendencia interna al alza operativa desde el siglo XVIII de manera manifiesta, desde la década de los ’80 del siglo XX, sin mayores precisiones ahora, la financierización se la multiplicado exponencialmente adquiriendo muy diversas formas, muchas de ellas fuera incluso de la legalidad burguesa o claramente ilegales –las ingentes sumas obtenidas con drogas, armas, prostitución, emigración, saqueo medioambiental, productos estratégicos, etc.–, formas impulsadas por la gran banca, por los Estados burgueses y toleradas por las instituciones imperialistas, desde la ONU hasta el Banco Mundial, el FMI, y otras muchas. Es urgente denunciar esta realidad capitalista en asambleas, debates, círculos y asociaciones de todo tipo para mostrar qué es y cómo funciona realmente el capitalismo.
- Otra tarea es mostrar el papel vital e imprescindible de los Estados burgueses y de otras instituciones capitalistas estrechamente relacionadas con ellos, que vigilan, protegen y controlan muy atentamente la evolución diaria del capitalismo, interviniendo lo más rápidamente posible a las primeras alarmas de crisis parciales. La burguesía miente con cínico descaro cuando dice que existe la «libertad del mercado». Sólo existe la libertad capitalista para vigilar segundo a segundo que su sistema de explotación no entre en peores crisis que confluyan en una de las grandes crisis estructurales del capitalismo mundial. Sin esos grandes aparatos estatales e internacionales, el capitalismo ya habría desaparecido superado por el socialismo. La rapidez con la que los grandes bancos y sistemas de control financiero, conectados a tiempo real con los Estados y con las grandes empresas monopolísticas, han inyectado cientos de miles de millones de euros para salvar a una fracción de la burguesía mundial, aunque por ahora sobre todo yanqui, es un ejemplo de lo dicho.
- Mienten quienes dicen que el Estado ha dejado de existir, que ya no es necesario para la «globalización», etc. Lo que realmente sucede es que los Estados burgueses de adaptan a las nuevas exigencias de la burguesía, estrechan relaciones especiales en determinadas urgencias, crean aparatos mundiales adecuados y les transfieren ciertos poderes para facilitar la seguridad capitalista mundial, mientras que los Estados amplías otras atribuciones suyas, aumentan sus fuerzas represivas y su control social interno. Fases adaptativas estatales como la que padecemos son periódicas en el capitalismo, y nos encontramos en una de ellas.
- Partiendo de lo anterior, debemos demostrar que la lucha de clases es una realidad que se demuestra cruelmente siempre, pero sobre todo en situaciones de crisis en ascenso como las actuales. Aunque no se vea a simple vista, el hecho de que la burguesía mundial decida «sacrificar» cientos de millones de euros para taponar brechas creadas por fracciones especulativas de esa misma burguesía, responde a una decisión estratégica y táctica inseparable de la lucha de clases. No existe la «economía pura» sino que la «pura economía» es una de las formas en las que se plasma la lucha de clases, y viceversa. Por eso, cuando en muy poco tiempo una parte infinitesimal de la población del mundo decide dilapidar masas de capital para reequilibrar una crisis parcial, en realidad está ocurriendo que la clase burguesa asesta un tremendo golpe a la humanidad trabajadora, que es la que paga las consecuencias de esa crisis. Un golpe real pero ocultado por la apariencia de «decisión técnica» tomada por «profesionales» apolíticos y neutrales. No es así.
- Son decisiones tácticas, a corto plazo y parciales, destinadas, como hemos dicho, a taponar brechas de agua en el podrido navío imperialistas; pero son también decisiones a largo plazo y generales, estratégicas, destinadas a apuntalar la propia quilla del navío cuarteada por la debilidad yanqui, los crecientes problemas financieros y crediticios chinos, las dificultades japonesas para asegurar su recuperación, la lenta marcha europea que parece que incluso pierde impulso, la duda sobre si el crecimiento chino e indio podrá compensar todo lo anterior, etc.; y sobre todo este panorama extremadamente inquietante, la agudización de las dos grandes contradicciones del modo de capitalista de producción: la inexorable caída tendencial de los beneficios y la menos inexorable aceleración de la catástrofe medioambiental. Ambas contradicciones interactúan de manera creciente por la simple naturaleza dialéctica de las cosas.
- La decisión táctica y estratégica del capitalismo mundial se sustenta en el aumento en intensidad y en extensión del salvajismo contra la humanidad trabajadora, proletaria. Este aspecto también debe explicarse detallada y claramente. Por un lado, los cientos de miles de millones de dólares gastados en taponar brechas provienen del sudor y del sacrificio humano, de la explotación de las clases trabajadoras y pueblos oprimidos. La riqueza no cae del cielo ni sale en erupción de los volcanes. Sólo el trabajo humano es capaz de producir riqueza. Criminal e inhumanamente, la burguesía se ha apropiado de la inmensa mayor parte del producto de ese esfuerzo y en base al irracional principio del derecho a la propiedad privada, derecho sustentado en su aplastante fuerza militar de exterminio, el capitalismo hace lo que le apetece con esos recursos expropiados y privatizados. Por otro lado, al gastarlos en su beneficio exclusivo condena al hambre, enfermedad e indefensión directamente a cientos millones de seres humanos e indirectamente a varios miles de millones más, que podrían ver mejoradas sus condiciones de malvivencia si esos capitales se dedicasen a la solidaridad humanitaria.
- La excusa de que la causa de la crisis proviene de la morosidad y no pago de las deudas de los préstamos de «mala calidad» es sólo cierta en una parte muy reducida del problema global, pues, primero, el grueso de esas deudas provienen de la burguesía yanqui; segundo, con el apoyo corresponsable de las instituciones y poderes imperialistas; tercero, dentro de un proceso de especulación suicida advertido y pronosticado con mucha antelación; y cuarto, en medio de una pugna interimperialista sobre el control de masas financieras para, en realidad, controlar los cada vez más escasos recursos energéticos y, como se verá con el tiempo, para empezar a controlar los cada vez más caros y escasos recursos alimentarios. Echar la culpa a la «mala calidad» de las familias obreras endeudadas en una mentira más destinada a ocultar la verdad del problema, una verdad que sólo se puede descubrir desde la teoría marxista de la lucha de clases.
- Pero los grandes bancos e instituciones imperialistas han podido gastar ese dinero porque la explotación de clase es también explotación nacional, saqueo creciente de la mayoría de los pueblos del mundo por la minoría burguesa. La importancia de la explotación nacional en el capitalismo ya fue demostrada por Marx y Engels; a comienzos del siglo XX, el marxismo demostró la dialéctica entre imperialismo y opresión nacional y colonial, y los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista terminaron por asentar la teoría que demuestra fehacientemente esta inextricable conexión. Los últimos años del siglo XX y todo lo transcurrido del XXI no sólo reafirman lo anterior sino que añaden aplastantes datos. La izquierda mundial no puede permitir que la propaganda burguesa oculte esta realidad. Son los pueblos aplastados del mundo, en primer lugar, los que están cargando sobre sus maltrechas vidas los efectos de las decisiones burguesas que estamos denunciando; y después, a mucha distancia, lo pagan las clases trabajadoras de los países imperialistas que, en cierta forma, se verán, nos veremos, indirectamente beneficiados por las decisiones de «nuestra» burguesía.
- Las clases trabajadoras del capitalismo enriquecido debemos ser conscientes de que también salimos ganando –en primer momento pero nunca a medio y largo plazo–, con las inhumanas medidas tomadas para cortar la crisis crediticia. Desde luego que, dentro del capitalismo enriquecido, los pueblos que padecemos opresión nacional recibiremos una parte menor que las clases trabajadoras de los Estados que nos oprimen, pero esa diferencia no reduce en modo alguno nuestra responsabilidad objetiva por no luchar activamente en el decisivo plano del internacionalismo proletario. Del mismo modo que los beneficios derivados de la opresión nacional corrompen la conciencia de las masas trabajadoras del Estado opresor, también e inevitablemente los beneficios derivados del imperialismo corrompen la conciencia de clase de las masas trabajadoras de las naciones oprimidas que existen dentro del imperialismo. Esto también debemos denunciarlo.
- Para concluir, como consecuencia de lo visto, surgen otras cuatro tareas urgentes que las fuerzas revolucionarias debemos realizar para transformar esta crisis parcial en un nuevo ataque al sistema. Una hace referencia a las conexiones entre las pequeñas crisis parciales y las crisis estructurales. La propaganda burguesa está haciendo un esfuerzo desesperado para presentar un panorama cuando menos «tranquilo» pues es imposible decir que es «idílico». Cometeríamos un serio error si no demostramos que esta crisis parcial está inserta en un malestar creciente del sistema burgués, que es como uno de los temblores sísmicos que preceden al terremoto. Todos los datos indican que la situación mundial no sólo no se estabiliza sino que tiende a la crisis en una dinámica que puede ser más o menos larga según la interacción de los diversos problemas que le carcomen internamente. La evolución de la economía mundial depende de la dialéctica entre múltiples factores, entre los que destaca fundamentalmente el antagonismo entre los explotadores y los explotados, las decisiones que cada una de estas clases tome o pueda tomar y su capacidad de respuesta a las decisiones de la otra.
- Pero limitarnos a constatar esta obviedad es repetir los errores mecanicistas y deterministas que tanto daño causaron en el pasado. Las crisis estructurales no tienen que llevar indefectiblemente a la victoria, aunque es indefectible que tarde o temprano estallen crisis estructurales. Llevan a la victoria cuando ésta ha sido trabajada con mucha antelación, de lo contrario llevan a la derrota más o menos dura según los casos, y también al fascismo y a la contrarrevolución. Y el primer error de las izquierdas consiste en no saber explicar las relaciones entre las crisis parciales y la crisis general, y en no saber utilizar las primeras para prepararse a la llegada de la segunda. La militancia conscientemente organizada, el llamado «factor subjetivo» interviniendo objetivamente gracias a la eficacia que sólo otorga la organización, es decisiva siempre, pero sobre todo en estos períodos intermedios. Las pequeñas o medianas crisis parciales, o subcrisis dentro de la totalidad, son como los combates y las batallas en una gran guerra, momentos en los que se aprende, se mejora, se acumulan fuerzas físicas y morales, se debilita al enemigo y a su moral, pero siempre dentro de la lúcida consciencia de que la guerra sigue, y de que se puede perder.
- Una segunda tarea concierne a la práctica del contrapoder, es decir, de la pedagogía práctica de las luchas obreras y populares que se autoorganizan en sus lugares de vida y trabajo, para avanzar en la coordinación de resistencias y de propuestas de construcción alternativa. Sabemos de sobra que los pequeños contrapoderes vecinales, colectivos, asamblearios de cualquier tipo, reforzados internamente con la ayuda de organizaciones revolucionarias, están siempre en la cuerda floja, bajo fuertes presiones del Estado burgués en su contra, sin medios de prensa, con muy poca información especializada que permita elaborar programas alternativos que conciencien a sectores circundantes. Pero sin estos pequeños, débiles e inciertos oasis de autoorganización en el desierto capitalista, es mucho más difícil avanzar en la lucha. Con demasiada frecuencia, la izquierda combativa se limita a hablar sobre la hegemonía social pero apenas llega a plasmarla en islas de contrapoder rodeadas por océanos capitalistas, islas que irán creando archipiélagos para llegar a ser continentes de doble poder.
- Sin estas experiencias prácticas es muy difícil demostrar que en toda crisis parcial late la crisis estructural del capitalismo. Y unido al debate del contrapoder están los debates sobre el complejo proceso que incluye al breve, vibrante e intenso período doble poder entre explotados y explotadores dentro del capitalismo en crisis, al Estado obrero en autoextinción y al poder popular que vigila y dirige esa autoextinción del Estado. Son todas estas cuestiones cruciales que las clases oprimidas tienen que empezar a discutir y a practicar, en vez de dejarlas en manos de intelectuales que divagan en el limbo del no-poder. La reactivación y recuperación creativa de este debate sólo puede realizarse sobre la base de la experiencia práctica de las masas, empezando, lógicamente, por las iniciales luchas suficientemente estabilizadas –siempre en riesgo de derrota– y que han realizado ya pequeños avances prácticos que valen más que cien programas.
- Una tercera tarea corresponde a la urgencia de recuperar la primigenia denuncia socialista del sistema salarial, del salario y del concepto de trabajo alienado, forzado, impuesto y negativo que le es inherente. En esta cuestión, las izquierdas hemos sufrido uno de los mayores retrocesos estratégicos ante la ofensiva ideológica capitalista. La tesis de que el trabajo asalariado es normal y hasta bueno moralmente, siempre que exista un «salario justo» protegido por el Estado benefactor y graciosamente concedido por una patronal democrática y tolerante, esta tesis tiene efectos devastadores sobre la capacidad de lucha de las clases explotadas. Pero el sistema salarial tuvo muchas dificultades para imponer debido a su esencial inhumanidad. La burguesía necesitó de todos sus recursos de violencia y terrorismo, del hambre y de la guerra, para imponer el trabajo asalariado. Asentada la dictadura salarial, el capitalismo pudo crear fuerza de trabajo alienada e integrada, subsumida, en su lógica interna.
- Existe una estrecha conexión entre la actual crisis crediticia y la ideología del salario, que hace creer a la gente que la existencia entera es un mercado en el que la mercancía humana se intercambia por su «precio justo», y en que el que existe la «libertad de compra-venta». El crédito, siempre según esta ideología, facilita el desarrollo de la «libertad de compre-venta», supuesta naturaleza inmutable y eterna del «hombre», y el capital financiero es la parte del capital global que asegura dicha «libertad». Drogados por esta ideología, el paso siguiente consiste en caer en el «juego de la bolsa», en comprar y vender acciones, etc. La izquierda reformista británica aconsejaba en su prensa a la aristocracia obrera a finales del siglo XIX cómo debía invertir en la bolsa del imperialismo británico. No hace mucho tiempo, ciertas ex izquierdas radicales han vuelto a caer en este agujero negro de la absorción en el capitalismo, arruinándose por cierto. Dentro de este universo de cadenas doradas el recurso al préstamo aparece como otro hábito «normal». Una encuesta muy reciente mostraba que un 70% de la población del Estado español opina que ahorrar no es razonable.
- La lucha sistemática contra la mentalidad financiera que ya ha penetrado en el reformismo y que crece en las clases trabajadoras del capitalismo enriquecido, es una de las tareas urgentes del movimiento revolucionario. La mentalidad financiera y mercantilista es el más alto nivel de deshumanización que podamos imaginarnos porque reduce a las personas, incluidas las más cercanas, a simples «acciones en bolsa» con las que «jugar», «comprar y vender», «realizar», «congelar», etc.; y lo que es peor, esta brutalidad llega al extremo cuando la lógica financiera adquiere su máxima expresión desarrollándose en los espacios grises, alegales e ilegales que se expanden en todo el capitalismo mundial, zonas imprescindibles para facilitar el rápido beneficio. Cuando, en este caso extremo pero creciente, la mentalidad humana asume los valores de las mafias, de la corrupción, del crimen, es decir, cuando ve reduce a las personas a simples «valores» intercambiables en beneficio propio, es que ha triunfado el capitalismo. Las izquierdas debemos recuperar el espacio perdido en todo lo relacionado con la construcción de un modelo de sociabilidad y relaciones humanas des-mercantilizado, des-asalariado y que gire alrededor de otro concepto de trabajo, no enajenado ni productor de fetiches.
- Por último, y en cuarto lugar, la impunidad con la que la burguesía ha dilapidado tanto trabajo humano acumulado en forma de capitales, bajo la excusa de su propiedad privada de las fuerzas productivas, este último ejemplo vuelve a confirmar la urgencia de que la izquierda ponga en el centro de toda práctica y de todo debate teórico la cuestión de la propiedad privada que es el punto de bóveda o piedra basal, según se quiera, de toda la civilización capitalista. La burguesía puede ceder transitoriamente en casi todo, excepto en las cuestiones de su propiedad privada, del control de su Estado y de su monopolio de la violencia de clase. Sin embargo, las vitales reivindicaciones revolucionarias al respecto, es decir, socialización de las fuerzas productivas, liquidación del Estado burgués y de su violencia e instauración de un Estado obrero y del pueblo en armas, apenas aparecen en las labores de concienciación diaria, pedagógica y asequible realizadas por las izquierdas en general. Naturalmente, hay otras muchas reivindicaciones urgentes e inmediatas, pero todas ellas pasan por el interior de estas tres, que las envuelven y sistematizan estratégicamente. No hace falta decir que para las naciones oprimidas, su derecho/necesidad a la independencia sólo se puede plasmar efectivamente dentro de estas reivindicaciones estratégicas desarrolladas y practicadas como propias.