Decía Bertold Brech que quien ignora la verdad es un iluso pero quien conociéndola la llama mentira, es un delincuente. Y de ilusos, delincuentes y otras muchas y variadas especies se compone la nómina de lectores de prensa y consumidores de información. Los ilusos lo son por carecer de esa imprescindible capacidad para el discernimiento […]
Decía Bertold Brech que quien ignora la verdad es un iluso pero quien conociéndola la llama mentira, es un delincuente.
Y de ilusos, delincuentes y otras muchas y variadas especies se compone la nómina de lectores de prensa y consumidores de información.
Los ilusos lo son por carecer de esa imprescindible capacidad para el discernimiento que no la procuran los estudios, aunque ayuden, sino el simple y común sentido, esa necesaria criticidad que les permita interpretar todos los textos, los sagrados y los profanos, que les enseñe a leer entre líneas, al derecho y al revés, a deducir y relacionar, a generar pensamientos propios en un universo en el que cada día son menos los que piensan y aún más reducida la humanidad que conserva la cabeza.
De ahí que, huérfanos los ilusos de criterios sobre los que edificar su pensamiento, hagan suyos los dogmas de más demanda y difusión en los medios. Fácilmente manipulables, siempre acabarán aceptando la mentira que más se les repita, llegando a creer, en su patética ingenuidad que, efectivamente, al gobierno estadounidense le preocupa la suerte de la democracia en el mundo, que nada es más importante que el respeto a los derechos humanos y que Palestina debe seguir esperando.
En el caso de los delincuentes no es la ignorancia ni la carencia de críticas herramientas para poder interpretar la historia y a los seres humanos lo que los lleva a defender lo indefendible, sino su interés, la mezquina recompensa que la mentira ofrece a quien la asume y reitera, y el miedo a poner en entredicho su plato de lentejas.
Un iluso siempre estará a tiempo de recuperar la lucidez cuando, como cantara Silvio, un golpe de historia remueva en su cabeza cristales molidos. Para un delincuente, sin embargo, no hay golpe capaz de sacudir su vergüenza, primer atributo del que se despoja a cambio de su anhelada retribución.
Por eso el delincuente afirma, aunque no lo crea, que al gobierno estadounidense le preocupa la suerte de la democracia en el mundo, que nada es más importante que el respeto a los derechos humanos, y que Palestina debe seguir esperando.
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