En esta nueva entrega del Centenario Manuel Sacristán reproducimos un texto de Manuel Sacristán sobre el trabajo filosófico de Lenin escrito en 1970.
Nota del editor.- Este texto fue escrito por encargo de El Correo de la Unesco para un número que iba a estar dedicado a la figura de Lenin en el centenario de su nacimiento; sin embargo, no llegó a ser editado. Finalmente, el artículo se editó en catalán, con traducción de Francesc Vallverdú, en Nous Horitzons; la versión castellana que publicamos aquí es la que editó Juan Ramón Capella en Sobre Marx y marxismo (Icaria, 1983).
La actitud y la situación del pensamiento de Lenin respecto de la filosofía universitaria produjeron en su tiempo y siguen produciendo hoy dificultades y hasta antagonismos. Los escritos de Lenin que se refieren a temas filosóficos o histórico-filosóficos conculcan frecuentemente criterios de exactitud histórica o de precisión convenida en el uso de los términos que suelen ser observados en la enseñanza universitaria de la filosofía. Por eso incluso los filósofos profesionales que son leninistas se sienten comúnmente movidos a justificar o explicar las deficiencias técnicas de los escritos filosóficos de Lenin. Así lo hacen aun sabiendo, al mismo tiempo, que la principal causa de incompatibilidad de los medios filosóficos académicos con el pensamiento de Lenin no se encuentra en los defectos técnicos de éste, sino en el hecho de que Lenin revela «lo que la filosofía reinante tiene reprimido en sí», «la política» (Louis Althusser), es decir, la función de la actividad filosófica en la lucha de clases.
Lo que Lenin desprecia, y muy a menudo ignora, en la filosofía académica es la diferencia entre las varias escuelas y los varios autores que en las luchas de clases del pasado y, sobre todo, en las del presente representan de modos varios el punto de vista general de las clases dominantes. En la cultura científica y filosófica ese punto de vista general de las clases dominantes que no son el proletariado se presenta a Lenin, en el mundo cultural en que ha vivido, como tendente a destruir la creencia en la realidad del mundo físico y social. Si esa creencia se sustituye en mayor o menor medida por la fe en un ultramundo que explique este mundo material como mera apariencia –lo cual es el objeto de la propaganda conservadora religiosa–, se pueda apartar más fácilmente de sus intereses a las clases dominadas. Sin necesidad de tanto, con sólo que se obtenga un suficiente «descrédito de la realidad»[1], una desvaloración suficiente de la entidad de ésta, se contribuirá a que los hombres oprimidos atiendan menos a las circunstancias reales de su opresión. El filósofo y universitario español Miguel de Unamuno exclamaba (precisamente al abandonar el socialismo): «¿Para qué he de luchar por la emancipación de hombres que al morir van a la nada?». Es corriente que el «descrédito de la realidad» material, y aun más su negación, tenga consecuencias ideológicas de esa naturaleza, favorables a las clases dominantes tradicionales. Siguiendo un uso común, Lenin llama «idealismo» a las tendencias que en la filosofía promueven el descrédito o la negación de la realidad. Y considera tan grande la importancia del idealismo en la lucha de clases que no vacila en pasar por alto las diferencias entre pensadores a menudo polémicos entre sí. Hasta justifica a veces esa ignorancia: «Los filósofos profesionales», escribe Lenin en Materialismo y Empiriocriticismo (1908/1909), «son muy aficionados a llamar sistemas originales a las diminutas alteraciones que uno u otro de ellos introduce en la terminología o la argumentación».
La actitud de Lenin tiene sus inconvenientes. Ya el despreciar sistemáticamente las innovaciones de léxico en filosofía puede mover a valorar como «natural» y «humano» (palabras de Lenin en este contexto) un léxico que es en realidad el de los profesores de generaciones anteriores. Y el desprecio de las diferencias de argumentación puede en algunos casos impedir la percepción de cosas importantes para el avance del conocimiento y, por lo tanto, indirectamente, para las luchas de clase.
El empiriocriticismo, una doctrina cuyos principales representantes fueron Richard Avenarius (1843-1896) y Ernst Mach (1838-1916) y que se encuentra entre las raíces del neopositivismo del siglo XX, ha sido tal vez el producto de la cultura académica que más ha sufrido de las expeditivas soluciones de Lenin al juzgar diferencias filosóficas. Ernst Mach fue un precursor inmediato de valiosas técnicas y operaciones intelectuales hoy consagradas. Se trata de unas técnicas de análisis de los conceptos, del lenguaje de las teorías científicas, que ponen de manifiesto la estructura y el funcionamiento interno de estos aparatos intelectuales. La aportación de Mach (y de estos autores relacionados con él) a la comprensión del modo de constituirse las teorías científicas ha sido de considerable importancia para tomar consciencia de problemas de metodología formal y de análisis de los varios planos de los lenguajes científicos (su esqueleto gramatical, sus modos de significar, su eficacia informativa). A su vez, estos problemas y las soluciones que se les da van repercutiendo ya hoy en la misma producción material, a través de los incipientes momentos cibernéticos de ésta.
Se podría decir que la aportación del empiriocriticismo es la invención de esos problemas científicos nuevos, aunque quizás fuera más justo atribuir dicha invención al filósofo Immanuel Kant (1724-1804). Son problemas que no se refieren directamente al mundo material y social, sino a ciertos instrumentos útiles para el conocimiento del mundo: las teorías y los conceptos científicos. Desde el punto de vista del conocimiento del mundo, la ocupación con conceptos y teorías considerados en sí mismos y por sí mismos resulta formal y superficial. Lenin no ha visto la novedad de estos problemas, en gran parte formales, de la estructura y del funcionamiento del lenguaje científico, sino que ha interpretado el trabajo de los empiriocriticistas como filosofía en sentido tradicional, esto es, como enunciado directo sobre el mundo en general. Por eso el trabajo de Mach le da la impresión de una superficialidad extrema. Acostumbrado a la proverbial y oscura «profundidad» de los idealistas alemanes, escribe sobre Mach en Materialismo y empiriocriticismo: «¡Y pensar que hay gentes que consideran verdaderamente profunda esta cháchara (… )!» Pero precisamente la fecundidad del trabajo de Mach, o de Duhem, etc., estaba en la invención del «superficial» análisis de los conceptos que permita conocer los modos como éstos se organizan en hipótesis, teorías, técnicas de contrastación, etc.
Ha dado particular importancia a esta cuestión el hecho de que los empiriocriticistas o neopositivistas con los que Lenin se enfrentó en 1908-1909, así como los que luego reanudaron la pugna con sus escritos, ya muerto Lenin, en los años veinte y treinta, eran ellos mismos bolcheviques, comunistas (y en su mayoría extremistas, «izquierdistas», según el léxico de Lenin). La crítica de los bolcheviques neopositivistas al pensamiento de Lenin tiene a su favor la incomprensión de los aludidos problemas por V. Ilich. Pero presenta una debilidad decisiva: los mismos neopositivistas resultan en aquella época incapaces –tanto cuanto el mismo Lenin– de pensar y decir claramente lo que están haciendo. Ellos también formulan erróneamente su trabajo intelectual como enunciado directo sobre el mundo. Las siguientes palabras de Bogdánov, citadas por Lenin, lo muestran: suficientemente: «El carácter objetivo del mundo físico estriba en que existe no sólo personalmente para mí, sino para todos [“falso”, acota Lenin este paso, “el mundo existe independientemente de «todos«”] y tiene para todos una determinada significación, la misma que para mí, según mi convicción. La objetividad de la serie física es su “validez general”». Bogdánov concluye esa exposición escribiendo: «En resolución, el mundo físico es [subrayado nuestro] la experiencia puesta en concordancia, la experiencia socialmente armonizada, en una palabra, la experiencia socialmente organizada». Presentado así, como afirmación sobre el mundo físico (y no sobre el «mundo» o idea reguladora de la física), el empiriocriticismo o primer positivismo tiene que soportar que se le trate de idealismo, y Lenin tiene razón al pie de la letra cuando así lo hace, aunque su razón le lleve a despreciar la diferencia que hay entre el genérico concepto de idealismo y la inauguración del análisis de las teorías por los machistas. Cosa análoga ocurre con los izquierdistas neopositivistas de los años 20 y 30. Así, por ejemplo, Korsch criticaba a Lenin, todavía en 1938, por no haber visto «el punto de partida resueltamente materialista en que se basa la filosofía neopositivista». Esa crítica está fuera de lugar: lo que había que ver y que apreciar –ya desde Mach y Bogdánov– era, por ejemplo, el análisis formal que reduce, sóloparafines internos del estudio de los lenguajes científicos, la noción de objetividad a la de intersubjetividad; o la de axiomas evidentes a la de simplicidad, a eficacia deductiva, a «armonía de pensamiento», como decía Mach. Muchas de esas nociones han sido ya abandonadas, incluso en el trabajo analítico que era su terreno propio y de origen. Pero eran apreciables (y su intención científica sigue siéndolo) como instrumentos destinados a traducir las afirmaciones generales y materiales sobre el mundo por enunciados de contexto interno al trabajo científico mismo y, por lo tanto, de manejo más simple, formalmente exacto e inambiguo. En cambio, si esos enunciados se toman por afirmaciones sobre el mundo, entonces se tiene no el análisis de las teorías, no una «crítica de la experiencia», sino el neopositivismo como filosofía de tipo tradicional. También de este neoidealismo, como del idealismo ochocentista, se aprende algo importante: el idealismo de Hegel consagró una percepción mejor de la historia; el de empiriocriticistas y neopositivistas ha favorecido una percepción mejor de la estructura y el funcionamiento de las teorías científicas. Pero como tesis sobre el mundo, ambos caen, sin «grosería» alguna, bajo un concepto de idealismo que es corriente también en la cultura académica.
Aun más: hoy, cien años después del nacimiento de Lenin, es ya relativamente frecuente dar con casos en los cuales la exclusiva atención a la estructura teórica de la ciencia, incluso cuando no se mezcla ambiguamente con afirmaciones metafísicas, resulta una rémora escolástica para la investigación real. El analítico reconstructor de teorías tiende a considerar como tarea suya el componer un edificio teórico cerrado con los elementos que tiene a su disposición en cada caso. Tiende de este modo a ignorar las lagunas del conocimiento, a declarar irresolubles o absurdos los problemas no resueltos. Lenin ha percibido que el trabajo empiriocriticista puede acabar a veces cerrando el camino a la investigación. Así escribía en 1908: «El materialismo plantea claramente las cuestiones aún no resueltas, con lo cual empuja hacia su resolución y promete ulteriores investigaciones empíricas. El machismo, que es idealismo confuso, confunde las cuestiones y las aparta del camino recto mediante una mera escapatoria (…)».
A la luz de esos hechos –aquí aludidos muy brevemente–, la cuestión de la «ignorancia filosófica» de Lenin (por usar la expresión de Bogdánov que el mismo Lenin suscribía) presenta un nuevo aspecto incluso en el caso principal, el del empiriocriticismo: tanto Lenin cuanto la mayoría de los empiriocriticistas bolcheviques (y de los no bolcheviques) han sido a principios de siglo incapaces de ver que la verdadera aportación de la escuela era la invención de un nuevo trabajo intelectual, el análisis del lenguaje científico; uno y otros han interpretado esa aportación como una nueva doctrina del mundo; dada esa interpretación, Bogdánov, Pannekoek y Korsch y, en general, todos los que afirman el carácter materialista del neopositivismo, se equivocan, y Lenin está en lo cierto. Paga, ciertamente, ese acierto con ceguera para las reales aportaciones de la escuela (por ejemplo, para algunas agudas reflexiones de Bogdánov, que introducen elementos marxistas en el análisis del lenguaje científico). Pero vale la pena saber que Lenin mismo ha tenido consciencia de las limitaciones que le imponía su modo de trabajar en filosofía.
La autocrítica de Lenin se ha anticipado a sus críticos. Cuando profundiza su conocimiento de Hegel, en 1914-1916, llega incluso a formularse la crítica que veinte años más tarde le dirigirán Pannekoek y Korsch, a saber, el haber criticado el empiriocriticismo más desde el punto de vista del antiguo materialismo filosófico de la burguesía revolucionaria del siglo XVIII que desde el punto de vista del materialismo dialéctico de Marx y Engels. Pero ya en 1908, cuando escribía Materialismo y empiriocriticismo, Lenin sabía que estaba realizando una tarea elemental, una divulgación combativa que consideraba necesaria en una época de ofensiva de las ideologías irracionalistas, «fideistas», al servicio de las clases dominantes. Lenin expone en ese libro que Marx y Engels no se habían visto en la necesidad de difundir y remachar las actitudes materialistas elementales porque habían vivido en una época en la que la clase obrera no conocía la influencia idealista que representan ahora para él los bolcheviques empiriocriticistas. Lenin, por su parte, se considera obligado a una campaña básica indiferente al riesgo de vulgarización del que Marx yEngels, dice, pudieron distanciarse.
Por otra parte, no se puede ignorar que el Lenin de 1908, el mismo que identifica «groseramente» a Marx con Berkeley y a Bogdánov con Mach, es el lector poco fácil de contentar que critica al bolchevique empiriocriticista Shuliátikov por su falta de percepción de las diferencias filosóficas: «¡Adelante, mételo todo en el mismo saco! ¡El idealismo [de Berkeley] lo mismo que el escepticismo [de Hume]!. ¡Todo «corresponde« a la manufactura! El camarada Shuliátikov es simple, muy simple». Textos así obligan a buscar algún sentido consciente, una precisa intención en el modo de filosofar expeditivo de Lenin. La polémica político-ideológica no basta para explicar sus simplificaciones excesivas desde el punto de vista académico, puesto que él mismo no concede esa justificación a Shuliátikov.
De Marx también dicen los portavoces de la cultura oficial (cuando la moda va por ahí) que era un escritor grosero y parcial. En torno a los dos contrarios fundamentales, materialismo e idealismo, escribe Lenin en Materialismo y empiriocriticismo, «giran todas las observaciones filosóficas de Marx; desde el punto de vista de la filosofía de los profesores, su defecto consiste precisamente en esa «estrechez« y «unilateralidad«. En realidad, precisamente esa consciente ignorancia de los ambiguos proyectos de reconciliación de materialismo e idealismo es el gran mérito de Marx (…)». La discusión filosófica no es para Lenin como la controversia científica: «No bastan por sí solos argumentos y silogismos para refutar al idealismo», escribe en 1908; «en esto no se trata de argumentos teóricos». La filosofía es para él el terreno de las «concepciones del mundo» (expresión que usa frecuentemente), el terreno de las actitudes generales ante la realidad, las cuales no son objeto de demostración, sino indicación de los frentes de la lucha de clases. Por eso le parece a Lenin vacía (en el mejor de los casos) lo que llama «la ociosa filosofía de los profesores». En otros casos, le parece activa defensa de los intereses de las clases dominantes.
La filosofía es para Lenin ideología, sobrestructura doctrinal de la práctica de las clases sociales. Se pueden encontrar en sus escritos puntos de apoyo para enriquecer y complicar la interpretación de la filosofía. Pero no es posible poner en duda que ésa es la noción más frecuente y básicamente presentada por Lenin. Marx ha pensado que la filosofía es una formulación indirecta o tácita de ideales, la cual se ignora a sí misma en cuanto tal y se presenta como sistema del saber, sistema de la ciencia. Por eso afirma Marx que la filosofía será superada, que caducará su necesidad, al realizarse el núcleo racional de aquellas aspiraciones (la libertad), y que sólo entonces se disipará la falsa consciencia que es la filosofía. Que una consciencia sea «falsa» no implica necesariamente la falsedad de sus contenidos. Falsedad de la consciencia, en el sentido de la doctrina marxiana de la ideologías, es falsedad de la intención u orientación conceptual de la consciencia. Una consciencia piensa,.por ejemplo, contenidos que reflejan parte de una situación, pero los entiende como reflejo de la totalidad. O piensa las limitaciones que ella misma sufre en la sociedad capitalista, pero las proyecta como características de una eterna naturaleza humana: es una consciencia falsa con contenidos (parcialmente) verdaderos. Por eso puede haber verdad científicamente aprovechable en el seno de ideologías, e incluso «ideologías científicas», según una expresión de Lenin.
Cuando una doctrina tiene, además de esa posibilidad general de contenidos verdaderos, la autotransparencia propia de la doctrina marxiana de las ideologías, ¿es aún ideológica? La discusión de este problema no cabe aquí. Pero si se trata de repasar el pensamiento de Lenin al respecto, se puede afirmar, ateniéndose lo más fielmente posible a la letra de sus escritos, que para él el marxismo tiene (no es)un elemento filosófico, de concepción del mundo, ideológico, y que ese elemento es el materialismo como filosofía: «La filosofía del marxismo es el materialismo», ha escrito en Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo (1913).
La intención de esa tesis de Lenin parece limitada; sólo situar el marxismo, de un modo general, en el campo del reflejo ideológico de las grandes líneas de las luchas de clases. Pues en la misma obra aparece también otra manera de decir que plantea nuevos problemas, con la resolución detallada de los cuales (que no es posible intentar aquí) se aclara, por último, la cuestión de si el elemento de la falsa consciencia es o no esencial al marxismo, como lo es a la filosofía tradicional y académica. Lenin dice que «la filosofía de Marx» es no simplemente el materialismo filosófico, sino «el materialismo filosófico acabado», en el sentido de consumado o perfecto. Materialismo filosófico, sin más adjetivos, es en los textos de Lenin materialismo elemental, afirmación de la independencia de una realidad objetiva, reconocimiento del «objeto en sí», como dice en Materialismo y empiriocriticismo. ¿Qué es materialismo acabado?
Materialismo consumado es para Lenin, por de pronto, materialismo que se desarrolla, como él dice, «hasta arriba», hasta la comprensión de la historia. Es complementación de la teoría general materialista del conocimiento con el materialismo histórico. Este es el aspecto más frecuentemente recordado de la idea leniniana de materialismo acabado. Pero la idea tiene una importante consecuencia: el conocimiento histórico es conocimiento de concreciones, de particulares formaciones histórico-sociales, de clases determinadas, de procesos singulares, de «universalidades concretas» o «totalidades concretas». En sus lecturas de Hegel, Lenin acota constantemente la aparición de este que se podría llamar «principio de la concreción del materialismo consumado», que le diferencia de la abstracción del materialismo del siglo XVIII. Lenin ve en El Capital de Marx la realización de este principio cuyas primeras formulaciones ha leído en la Ciencia de la lógica de Hegel (aunque la noción misma inspiraba desde mucho antes el pensamiento de Lenin). Leyendo, por ejemplo, la frase de Hegel según la cual su lógica «no es lo universal abstracto, sino lo universal que encarna en sí la riqueza de lo particular», Lenin acota: «cfr. El Capital»; y a renglón seguido, escribe, recuadrando sus palabras: «¡¡Fórmula magnífica: “No solamente lo universal abstracto”, sino lo universal que encarna en sí la riqueza de lo particular, de lo individual, de lo singular (¡toda la riqueza de lo particular y de-lo singular!)!! Très bien [Muy bien]».
El conocimiento de lo concreto, de lo particular y lo singular, es de importancia decisivo para un revolucionario: su acción ha de ser coherente con el desarrollo histórico general, pero no se puede realizar sino en la singularidad de una situación concreta. «¿Por qué no se ha de poder nombrar lo singular?», protesta Lenin leyendo las lecciones hegelianas de Historia de la Filosofía. Desde que sus lecturas le convencen de que la pasión conocedora de lo concreto, la que hace del conocer un goce y una condición de la acción, es un tema de gran importancia filosófica, Lenin generaliza este «principio de la concreción» y obtiene de él inferencias de método, no sólo en contextos filosóficos. (El escrito sobre El Imperialismo, poco posterior a su principal estudio de Hegel, es muy interesante a este respecto).
Los filósofos idealistas alemanes, principalmente Schelling y Hegel, habían sentido vivamente la necesidad del conocimiento de lo concreto, de lo particular y lo singular. Hegel ha servido a esa necesidad intentando mostrar que la universalidad, la generalidad, es ya siempre concreta por sí misma, pues el mundo mismo, toda la realidad, es una singularidad, un proceso singular. Esta idea especulativa es muy atractiva y puede estimular el pensamiento si se toma como orientación. Pero en la práctica del conocimiento reflexivo es de poco servicio, pues la concreción a la que se refiere no está nunca al alcance del conocer de los hombres. Schelling, por su parte, ha intentado servir a la necesidad de conocer profundamente lo concreto y lo singular apelando de forma nueva a una idea antigua, la idea de una «intuición intelectual», de una facultad de conocer inmediatamente la esencia de las cosas o su totalidad concreta, tan inmediatamente como se conocen sus efectos sensibles sobre el organismo humano y sin necesidad de reflexión alguna. Pero esa facultad de intuición intelectual no existe. Schelling y Hegel, por otra parte, evidencian en sus respectivas doctrinas sobre este punto (aunque de modos muy diferentes) un desprecio del pensamiento abstracto (el dominante en las ciencias particulares) que no puede ser compartido por un pensador materialista como Lenin, el cual tiene siempre presente, incluso cuando más estudia a Hegel, que el conocimiento es un proceso histórico precisamente porque «el hombre no puede captar-reflejar-reproducir la naturaleza por entero en cuanto todo, en su “totalidad inmediata” [o sea, en cuanto concreción]; lo único que puede hacer es acercarse eternamente a ella, produciendo abstracciones, conceptos, leyes, un cuadro científico del universo, etc.».
El principio leninista de la concreción no se puede realizar, pues, por medio de una facultad inexistente, la «intuición» de Schelling, ni haciendo implícitamente del hombre, como Hegel, un potencial omnisciente, un dios vergonzante. El conocimiento de lo concreto se tiene que conseguir mediante la interacción dialéctica de las varias noticias abstractas, generales: «El movimiento del conocimiento hacia el objeto no puede proceder sino dialécticamente», escribe Lenin mientras lee las lecciones hegelianas de Historia de la Filosofía. El conocimiento tiene que recurrir a abstracciones para ir cercando lo singular, tiene que «retroceder para saltar mejor(saber)».
Pero esa dialéctica requiere un elemento más, otro principio que añadir a los de la abstracción y la concreción. En los apuntes recién citados, Lenin describe metafóricamente la aproximación dialéctica al objeto concreto imaginando una serie de «líneas que se cruzan y se separan, círculos que se tocan». Y en esa red de aproximación hay «puntos nodales», nudos que la articulan y la sostienen: «punto nodal = práctica del hombre y de la historia humana». Lenin cita cuidadosamente a sus maestros por lo que hace a su tercer principio, el de la práctica, fecha las intervenciones –1845, 1888, 1892– en las que Marx y Engels «introducen el criterio de la práctica como fundamento de la teoría materialista del conocimiento»; interpreta a Hegel en el sentido de este principio; cuando Hegel dice (en resumen de Lenin) que la idea del Bien «es superior a la del conocimiento (…), pues tiene no sólo la dignidad de lo general, sino también la de lo real por excelencia (…)», Lenin comenta: «La práctica es superior al conocimiento (teórico) porque tiene no sólo la dignidad de lo general, sino también la de lo real inmediato».
Por mucho que la modestia de Lenin tienda a reintroducir interpretativamente en sus maestros lo que él está obteniendo del principio de la práctica, sus apuntes permiten ver en este punto la principal aportación filosófica de V. Illich al marxismo (dejando aparte la trascendencia doctrinal de sus hechos revolucionarios). La naturaleza de esa aportación explica en parte la actitud de Lenin respecto de la filosofía académica. Para Lenin, la práctica es la consumación del conocimiento: su consumación, no sólo su aplicación y verificación. Materialismo consumado es materialismo con el principio de la concreción y el de la práctica. Conocimiento consumado es conocimiento resuelto según esos dos principios: «El conocimiento teórico debe presentar el objeto en su necesidad, en sus relaciones universales, en su movimiento contradictorio, en sí y para sí. Pero el concepto humano no aferra “definitivamente” esta verdad objetiva del conocimiento (…) sino cuando el concepto se hace “ser-para-sí” en el sentido de la practica».
En el pensamiento marxista, tal como lo ha desarrollado Lenin partiendo de Marx y Engels, la práctica tiene la función que el irracionalismo (no sólo de los idealistas) confía a la intuición: superar la unilateralidad del conocimiento abstracto, del conocimiento por leyes científicas y otras proposiciones universales. Pero Lenin redefine esa función: la práctica no pretenderá, tampoco como consumación del conocimiento, una seguridad «fideísta», como la intuición del filosofar irracionalista: «El criterio de la práctica», escribía Lenin ya en 1908, por su misma naturaleza, no puede nunca confirmar ni refutar completamente ninguna representación humana (…). Este criterio es lo suficientemente “indeterminado” para [impedir] que los conocimientos humanos se transformen en “absoluto”, pero, al mismo tiempo, es lo suficientemente determinado para dirigir una lucha implacable contra todas las variedades del idealismo y del agnosticismo».
De este modo, enriquecido por su dilatado giro dialéctico a través de los principios de la concreción y de la práctica, el pensamiento de Lenin vuelve a una de sus primeras y elementales convicciones: filosofar es intervenir con una peculiar intención intelectual en la lucha de clases. La peculiaridad de esa intención estriba en que, por un lado, articula la acción según concepciones generales y, por otra, consuma estas concepciones en la práctica misma. El filosofar marxista se consuma conscientemente en la lucha de clases.
Nota
[1] «Descrédito de la realidad» es una frase usada hace años por el crítico valenciano Joan Fuster para describir hechos de la historia del arte y de la cultura. La premeditada vaguedad de la frase la hace adecuada para el contexto de este artículo.
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