Olga Lepeshískaya ha muerto en Moscú como bailó tantas veces sobre el escenario: de puntillas, sin hacer ruido, cediendo la fortaleza de sus movimientos ante la fragilidad definitiva del último acto. Pero al caer su telón, la que fuera primera bailarina del Bolshoi deja flotando en el espacio vacío de la sala, las evocaciones de […]
Olga Lepeshískaya ha muerto en Moscú como bailó tantas veces sobre el escenario: de puntillas, sin hacer ruido, cediendo la fortaleza de sus movimientos ante la fragilidad definitiva del último acto. Pero al caer su telón, la que fuera primera bailarina del Bolshoi deja flotando en el espacio vacío de la sala, las evocaciones de un tiempo y un espacio que en su figura adquieren la ágil inconsistencia de unos pasos de ballet.
Allí se quedan los ecos de la admiración que Stalin le profesaba, o su matrimonio con el general Leonid Roykhman que acabaría en los años 50 muriendo deportado en el Gulag. Las bambalinas continuarán impregnadas de su actividad al frente del comité de la Juventud Soviética Antifascista, tanto como de las geométricas composiciones que años más tarde darían forma a sus coreografías. Pero, con todo, pocos recuerdos mantendrán la fuerza de sus épicas actuaciones en la Brigada del Frente del Bolshoi, junto a la misma primera línea de fuego, durante la Gran Guerra Patria. Sólo, tal vez, la evocación de ser la primera en aceptar el reto de interpretar la Cenicienta de Serguéi Prokofiev.
Paradójicamente, la bailarina que encarnó a la bella muchacha cuya felicidad estuvo pendiente de la horma de un calzado, se marcha a los 92 años cuando el mundo entero sigue atento otra historia de zapatos. Y como aquellas coreografías heroicas de la resistencia soviética, también ésta se escenificó junto al estruendo de las bombas. Sólo que en esta ocasión, a Muntazer al Zaidi no le aguarda el final feliz de los cuentos, sino la dura prisión en un país ocupado por lanzarle sus zapatos a la cara de un George Bush que buscaba en Bagdad su último gesto de patético Principe Azul con un imperio en descomposición.
Por eso, la osadía del periodista iraquí adquiere en estos tiempos la misma metafórica determinación que los pasos de Lepeshiskaya en el frente. Tal vez más prosaica, menos épica. Al fin y al cabo, el tiempo no pasa en balde. En cualquier caso, frente a los zapatos de Zaidi sólo encontramos la esquizofrénica danza de esas Zapatos rojos que, como en el cuento de Andersen, parece conducir el curso de los acontecimientos. Unas zapatillas embrujadas que nos llevan por la senda exhausta de los Madoff, de trabajadores despedidos, de cuerpos destripados en Faluya o Kandahar. Imposibles de quitar si no es con nuestros pies dentro.
Tomado del blog: aesteladodelparaiso.wordpress.com